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Cómo Occidente está Rompiendo Ucrania

Por Rafael Poch-de-Feliu

 

Que Ucrania se mantenga como Estado depende de cuánto dure la guerra. La idea de arruinar a Rusia ya es cosa del pasado. Es mucho más probable que Ucrania se rompa. Para el diplomático húngaro György Varga, especializado en la región postsoviética, es hora de hacer una pausa y analizar las razones por las que se ha llegado a este conflicto, quién es responsable y cómo salir de él

 

Cómo Occidente está rompiendo Ucrania (I)

 

Rafael Poch-de-Feliu Blog 3 marzo 2024

(Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.

Autor: György Varga (*)

Comprendo perfectamente la inquietud del Occidente político en las últimas semanas ante los fracasos en Ucrania. Han engañado o embaucado a un país durante mucho tiempo. Han dejado que este país luche por objetivos inalcanzables, han dejado que lo aplasten, y esto es cada vez más evidente. Los políticos que ven el atlantismo como un culto ideológico, no como un medio de defensa colectiva del territorio que abarca los países de la OTAN, sino como un medio de ganar terreno para Estados Unidos, se sienten cada vez más frustrados. La política de los aliados de alentar y preparar a Ucrania para la guerra no parece estar dando los resultados que el Occidente político desea desde el 24 de febrero de 2022.

La condición de Estado de Ucrania está cada vez más amenazada. El país no puede funcionar de forma independiente, la mayoría de sus recursos consisten en donaciones exigidas y coordinadas de unos 40 países controlados por Washington, y su futuro depende de las intenciones de potencias externas, sobre todo de Estados Unidos. Esta guerra podría haberse evitado y, una vez iniciada, haber terminado en dos meses. El acuerdo ruso-ucraniano, negociado a finales de marzo de 2022 y rubricado en Estambul, estaba listo para ser firmado y preveía, entre otras cosas, la neutralidad militar de Ucrania. Sin embargo, el primer ministro británico, Boris Johnson, que actuó como embajador del Occidente político, no permitió que Ucrania pusiera fin a la guerra. La preservación del Estado ucraniano y su futura expansión territorial dependen sobre todo de cuánto dure la guerra.

Antes, sin embargo, es necesario describir la situación que hay que resolver para poner fin a la guerra por algunas razones de hecho. Hay dos cuestiones a las que la guerra está vinculada en cualquier caso, a saber: 1- el posible ingreso de Ucrania en la OTAN y 2-la situación de millones de rusos étnicos y de unos diez millones de minorías rusoparlantes que viven en Ucrania.

La invitación a entrar en la OTAN como provocación

Como es bien sabido, en la cumbre de la OTAN celebrada en 2008 en Bucarest, Ucrania fue nombrada futuro miembro de la OTAN en la declaración final de la cumbre a iniciativa de EEUU y a pesar de la oposición de los países europeos más importantes. En 2008 la constitución ucraniana consagraba el estatus neutral del país. (Me pregunto por qué Suiza o Austria no fueron nombrados próximos miembros de la OTAN en Bucarest).

Ucrania firmó el Memorando de Budapest de 1994 sobre el desarme nuclear como país neutral, lo que significa que la OTAN violó la Declaración de Budapest y la soberanía de Ucrania en 2008, antes de que Rusia violara la integridad territorial de Ucrania con la secesión de Crimea en 2014. Tanto la soberanía como la integridad territorial estaban garantizadas por el Memorándum de Budapest, pero mientras se ignoraba una, se daba importancia a la otra. En Ucrania, constitucionalmente neutral, no hubo referéndum sobre la adhesión a la OTAN. Zoltán Sz. Bíró, historiador húngaro experto en Rusia, escribió lo siguiente sobre el apoyo social en su obra El regreso de Rusia (2008):

«Es significativo que a principios de 2008 sólo entre un cuarto y, como mucho, un tercio de la población ucraniana estuviera a favor de la adhesión del país a la OTAN. Esta reticencia a entrar en la OTAN se debe en gran medida al temor de la mayoría de la sociedad ucraniana a que la adhesión a la organización militar del mundo occidental tensaría gravemente las relaciones ruso-ucranianas, hasta el punto de que las consecuencias repercutirían directamente en la vida cotidiana de una parte importante de la comunidad política. Rusia sigue sin buscar conflictos, pero tampoco los evita».

Objetivo de prestigio transatlántico

«Una pregunta retórica sobre el objetivo declarado de la OTAN, impulsado por Estados Unidos en contra de la estabilidad europea: ¿puede calificarse la inclusión de una Ucrania neutral en la alianza como una provocación de gran potencia, un intento de desconocer la soberanía ucraniana y desestabilizar el statu quo europeo, sabiendo perfectamente que la sociedad ucraniana no apoyaba el ingreso en la OTAN y que su constitución preveía la neutralidad?», se preguntaba 
Zoltán Sz. Bíró hace quince años.

No creo que nadie pueda refutar esta afirmación de 2008 de un conocido experto. De ello se deduce directamente que la narrativa del Occidente político – «guerra no provocada de Rusia contra Ucrania«- es una afirmación falsa. El documento de posición de 2008 mencionado anteriormente no era una invitación a unirse a la OTAN; en retrospectiva, el acto parece ser una provocación, como lo demuestran no sólo los casi diez años de guerra civil y los cientos de miles de soldados ucranianos muertos, sino también la victoria de Viktor Yanukovich, partidario de la neutralidad militar del país, en las elecciones presidenciales ucranianas de 2010. El ex jefe de Estado favorable a la OTAN, Viktor Yúshchenko, quedó en un (débil) quinto lugar. En las elecciones parlamentarias de 2012, los opositores a la integración en la OTAN también ganaron y formaron gobierno. La división étnica, lingüística, cultural y religiosa del país entre el Este y el Oeste era y es tan evidente que incluso los dirigentes rusos, que conocen muy bien el país y están en una posición mucho mejor que Occidente, no intentaron apoderarse geopolíticamente de Ucrania (incluyéndola en una alianza militar) y aceptaron una Ucrania neutral.

Dado que debe cumplirse un objetivo de prestigio fijado a nivel transatlántico, el Occidente político no tuvo más remedio que forzar un cambio de poder en estas condiciones. Esto debería garantizar la admisión de Ucrania en la OTAN, incluso sin cumplir los criterios de adhesión. Esto significa una mayor expansión de los intereses estadounidenses hasta la frontera ruso-ucraniana, que es estratégicamente muy importante para Moscú. Dado que los finlandeses concedieron a EEUU el derecho a utilizar 15 bases militares hace unos días, seis meses después de ingresar en la OTAN, no cabe duda de que esto también ocurrirá en Ucrania.

La inclusión de Ucrania en la esfera de intereses de EEUU significaría para Rusia lo mismo que habría significado para Washington la inclusión de Cuba en el sistema de alianzas militares soviético. Al igual que el control ruso o chino del Golfo de México desde bases cubanas es una noción absurda, el control estadounidense del Mar Negro desde bases ucranianas (¡y antiguas rusas!) en Crimea, sería sencillamente escandaloso desde el punto de vista de la política de seguridad rusa.

Golpe apoyado por Occidente

El cambio de poder en Ucrania se produjo en febrero de 2014 de una manera que no se ajustaba a la Constitución y cuyas consecuencias se siguen sintiendo hoy en día. El día antes del golpe, destacados diplomáticos alemanes, franceses y polacos firmaron un acuerdo como garantes entre el jefe del Estado, Víktor Yanukóvich, y la oposición sobre cómo abordar la crisis política interna del momento.

El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, que actuó como garante, es ahora el jefe de Estado de la República Federal de Alemania, y el entonces ministro polaco de Asuntos Exteriores, Radoslaw Sikorski, sigue ocupando ese cargo (y fue el primero en felicitar a EEUU por la voladura del gasoducto Nord Stream)

Ni los ministros de Asuntos Exteriores de las potencias garantes ni la organización de integración «Unión Europea», en cuyo nombre actuaban, emitieron una declaración de condena del golpe tras su marcha, ni pidieron sanciones para restaurar la autoridad legítima. Es una prueba de falta de principios que hace seis meses la UE reaccionara de forma completamente distinta ante el golpe en el lejano país africano de Níger.

La toma inconstitucional del poder contó con el apoyo político de Occidente y fue el punto de partida de la inmediata guerra civil -en un país dividido a lo largo de líneas divisorias étnicas, lingüísticas, culturales y religiosas- y de la explosión del separatismo en Crimea y el este de Ucrania.

Minorías discriminadas

Desde 2014, también tenemos que lidiar con el segundo problema mencionado en la introducción -la situación de la minoría rusa, la cultura, la lengua, la educación y el culto en Ucrania-, porque la primera medida legislativa de los nuevos dirigentes ucranianos fue la abolición del estatuto oficial de la lengua rusa. La UE tampoco sancionó esta medida, aunque las minorías ucranianas (polacos, húngaros, rumanos) de los Estados miembros de la UE también sufrieron pérdidas considerables como consecuencia de ello, que aún no se han subsanado. (Antes de que nadie se refiera a las enmiendas legislativas aprobadas el 8 de diciembre, me gustaría señalar que estamos muy lejos de volver al marco jurídico vigente hasta 2014)

¿Es posible que los departamentos de seguridad y de política de minorías de los 30 Estados miembros de la OTAN no hayan señalado el peligro de cómo podría resultar la respuesta de un miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, una potencia nuclear, ante un ataque contra su nación, su cultura, su lengua y su religión común?

A los responsables de la política de seguridad les gusta citar el hecho de que si un ciudadano estadounidense sufre un daño en el mundo, una fuerza de EEUU acudirá porque EEUU debe defender a sus ciudadanos y aliados. Si EEUU bombardea Serbia en apoyo del separatismo en favor de los albanokosovares y luego secesiona Kosovo para convertirlo en un Estado independiente, entonces esta guerra es «obviamente» la persecución de los intereses legítimos de seguridad nacional de EEUU al otro lado del globo, mientras que no es legítimo que Rusia defienda a su minoría étnica y lingüística de millones de rusos que ha demostrado estar gravemente discriminada en el país vecino. Quienes aceptan este enfoque de la política de seguridad también creen que el apoyo social de Rusia a la guerra de Ucrania es nulo y -presumiblemente gracias a la «lucha contra la desinformación» de la UE- ni siquiera saben que 480.000 voluntarios rusos se han alistado para ir al frente en año y medio.

¿Qué ha hecho creer al Occidente político que Rusia estaría dispuesta a aceptar sin respuesta una política del gobierno ucraniano destinada a perjudicar a millones de ucranianos de nacionalidad rusa? Los beneficiarios, partidarios y planificadores de esta política se encuentran en los países de la OTAN que pretenden expandirse hacia Rusia y no se abstendrán de sacrificar a las minorías de los Estados miembros de la OTAN en Ucrania.


Derecho internacional manipulado

Lo mismo se aplica hoy a la congelación de activos públicos y privados rusos en el extranjero, la prohibición de que los atletas rusos participen en los Juegos Olímpicos y en competiciones internacionales, por nombrar sólo dos de las cerca de 12.000 sanciones. ¿Qué agresión de EE.UU. contra qué país dio lugar a la prohibición de que los atletas estadounidenses participaran en los Juegos Olímpicos? ¿Cuándo se confiscaron bienes públicos y privados estadounidenses en caso de tal agresión? ¿Se aplica el derecho internacional a todos por igual o lo manipulamos por razones ideológicas, con fines de poder mundial, en la economía y en el deporte, creando así crisis, guerras e inestabilidad en todo el mundo durante décadas?

Es aceptable que un atleta ucraniano no dé la mano a un ruso. Pero los atletas iraquíes, japoneses, granadinos, cubanos, afganos, sirios, libios, venezolanos, vietnamitas, serbios, iraníes y otros no pueden negarse a estrechar la mano de un ciudadano estadounidense cuyo país haya bombardeado, sancionado u ocupado su patria. En ese caso, serían descalificados y expulsados de la competición por comportamiento antideportivo y escarnio del ideal olímpico.

Si partimos de las reglas del Occidente político, asistimos a un completo desbarajuste que algunos expertos alimentan con entusiasmo. Al hacerlo, hacen caso omiso del caos internacional cada vez mayor de los dos últimos años y abandonan por completo su profesionalidad.

El curso de la guerra de Kiev era previsible

Después de que Ucrania se encontrara en una situación militar muy desfavorable en 2014 y 2015 en la batalla con las fuerzas separatistas, se dispuso a firmar los acuerdos de Minsk 1 y Minsk 2. En estos acuerdos, se comprometía a negociar y a reintegrar pacíficamente a las dos provincias separatistas en la vida social y económica del país y les concedía derechos de gran alcance en los ámbitos de la lengua, la cultura y la educación rusas. Para ello, Kiev modificó la Constitución ucraniana. Mucha información sobre la situación en el este de Ucrania antes de la guerra (2014-2022) no apareció en los medios de comunicación occidentales, incluido el hecho de que la única opción para millones de personas aisladas por las fuerzas gubernamentales ucranianas durante la guerra civil en las provincias de Lugansk y Donetsk era desplazarse hacia Rusia. En una década, casi un millón de habitantes de la región solicitaron y obtuvieron la ciudadanía rusa. En consecuencia, Rusia ya podía reclamar la protección de un gran número de ciudadanos rusos en 2022 en previsión del cumplimiento de los acuerdos de Minsk, lo que podía asumirse como una obligación en el contexto nacional. Una gran potencia no se quedará de brazos cruzados y aceptará que miembros de su propia nación sean sometidos a fuego de artillería diario e indefinido, como ha ocurrido en el este de Ucrania.

La Unión Europea, que es extremadamente creativa cuando se trata de sanciones, junto con la OTAN detrás de ella, aparentemente no consideró importante la aplicación de los acuerdos de Minsk, ya que no introdujo sanciones para aplicar el acuerdo aprobado unánimemente por el Consejo de Seguridad de la ONU con el objetivo de prevenir un posible conflicto armado. Mientras tanto, los dirigentes ucranianos han hablado abiertamente desde 2020 de que no quieren aplicar los acuerdos. La ex canciller alemana Angela Merkel y el ex presidente francés Francois Hollande admitieron en diciembre de 2022 que los acuerdos pretendían dar tiempo a Ucrania para prepararse para la guerra. Por tanto, el Occidente político era consciente de que Ucrania se encaminaba a la guerra y necesitaba apoyo político y militar del exterior.

Las minorías como daños colaterales

En este contexto, es interesante que quienes caracterizan la situación actual como una «guerra no provocada por Rusia» también afirmen con respecto a los acuerdos de Minsk que Rusia tampoco los ha cumplido. Sugiero a los políticos y expertos en la materia que lean los acuerdos de Minsk y se den cuenta de que Rusia no fue parte en ellos (por lo tanto no hay compromiso), sino que es garante junto con el Presidente francés y la Canciller alemana.

Curiosamente, sólo uno de los garantes impulsó la aplicación de los documentos. En diciembre de 2021, Putin hizo otro intento de llamar la atención del Occidente político. Exigió una respuesta clara sobre la permanencia de Ucrania fuera de la OTAN. La respuesta fue clara: Washington (OTAN) no tiene intención de considerar argumentos contra la pertenencia de Ucrania a la OTAN, acepta los riesgos. También es posible que el presidente ucraniano Zelensky recibiera garantías en este sentido, probablemente con el siguiente contenido: «Os daremos dinero y armas, el resto depende de vosotros. No necesitamos preocuparnos por el Acuerdo de Minsk, como tampoco nos interesa el aspecto de política de seguridad de la cuestión de las minorías: las minorías polaca, húngara y rumana son daños colaterales.»

En Pekín, Ursula von der Leyen abordó las quejas de la minoría uigur, pero no la pérdida de derechos de las minorías húngara, polaca y rumana en Kiev. Hay informes sobre los primeros, pero ninguno sobre los segundos, a pesar de las numerosas visitas de von der Leyen a Kiev.

Cómo Occidente está rompiendo Ucrania (II)


En la segunda parte de este artículo, el autor se pregunta por qué se responsabiliza de la carnicería en Ucrania a Putin y no a Boris Johnson y los políticos a los que representa. Critica la mala gestión sistemática de las relaciones internacionales que ha desembocado en este conflicto y lamenta el fracaso del ministro de Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, en su papel.

Autor: György Varga 

El 24 de febrero de 2022, Rusia lanzó una operación militar especial (guerra) en Ucrania, pero al quinto día, el 28 de febrero, ambos Estados negociaron entre sí para poner fin a la operación militar. Las negociaciones en Minsk y Estambul desembocaron en un acuerdo que fue rubricado por las delegaciones negociadoras a finales de marzo de 2022. Los puntos más importantes del acuerdo eran que Ucrania seguiría siendo un país neutral, no entraría en la OTAN y que Rusia se retiraría de Ucrania -a excepción de las provincias de Luhansk y Donetsk-. Crimea, que se perdió en 2014, no formaba  parte del acuerdo.

Tras unos 15 años de preparación y muchas inversiones, el Occidente político se dio cuenta de que con la rúbrica del acuerdo entre Rusia y Ucrania se perdía la oportunidad de debilitar decisivamente a Rusia.

David Arajamia, el jefe de la delegación negociadora ucraniana, confirmó en una entrevista televisiva el 25 de noviembre de 2023 ante todo el mundo -en cierto modo negando su responsabilidad- que el primer ministro británico Boris Johnson, que había llegado a Kiev el 9 de abril de 2022, había dicho que Ucrania «no debería firmar nada con ellos en absoluto, y que simplemente lucháramos».
Hoy sabemos que el conflicto militar podría haberse evitado en términos de tiempo y espacio y que la UE habría salido ganando con un acuerdo entre los dos países implicados. ¿Por qué se culpa a Putin y no a Boris Johnson -y a los políticos que le dieron autoridad para lanzar este mensaje- de la muerte del medio millón de soldados ucranianos caídos desde entonces, de las infraestructuras destruidas y por destruir, de la pérdida de los otros dos distritos ucranianos (Jersón y Zaporiyia) anexionados desde entonces, de los millones de refugiados y de la actual crisis europea y mundial (energética, financiera, logística, agrícola, de confianza, etc.)?

Ideología en lugar de política de seguridad

100 de cada 100 expertos en seguridad responden afirmativamente cuando se les pregunta si EEUU destruiría legítimamente a Cuba si aparecieran misiles rusos en el país. De los mismos 100 expertos, menos de la mitad responderán afirmativamente a la pregunta de si los intereses de seguridad rusos en Ucrania son legítimos. No se trata de criterio, sino de doctrina religiosa. ¿Dónde se enseña la teoría de las relaciones internacionales y la política de seguridad de forma que dominen los intereses y las capacidades? Se trata de partidismo comunista cuando, a pesar de hechos evidentes y principios profesionales generalmente válidos, adopto una posición en interés de una ideología común que no puede justificarse racionalmente: el atlantismo con la intención de ganar territorio.

Mi propia experiencia es que los atlantistas de mentalidad sectaria no aceptan la conexión anterior. Argumentan que Ucrania es un país absolutamente soberano -no sujeto a las fuerzas de las relaciones internacionales-, a diferencia de Cuba, donde hubo, hay y habrá intereses legítimos de EEUU. Por tanto, el establecimiento de una base militar ruso-china en Cuba, por ejemplo en el marco de los Estados BRICS, queda descartado. ¿O quizás sí? ¿Es Cuba un Estado tan soberano que podría hacerlo? Yo creo que sí, y el derecho internacional apoya mi posición, pero los estadounidenses dicen que no. Y cualquier persona razonable debería darse cuenta de que tienen razón, a menos que queramos que aplasten a Cuba, igual que dejaron que los rusos aplastaran a Ucrania.
Masas de personas que saben leer creen que el presidente ruso, enfermo terminal, está atacando Ucrania con misiles y tanques (con microprocesadores de lavadora occidental) sin ningún apoyo de la sociedad, ¡¡¡y sin ningún motivo!!! Una Ucrania cuyos dirigentes han cumplido de buena fe todas sus obligaciones internacionales, que no ha violado ni a sus propios ciudadanos de etnia rusa ni el statu quo de la seguridad europea.

«Después de Ucrania, otros países serán víctimas de la agresión de Putin». Esto es lo que afirman los principales políticos europeos, asustando a cientos de millones de europeos. Este alarmismo pretende persuadirles para que emprendan la huida en una guerra perdida. Hay que crear apoyo social para nuevas sanciones, entregas de armas y una mayor escalada. Sin una escalada de la guerra, Ucrania parece estar perdiendo. Si la mayoría de los ciudadanos europeos tienen miedo, apoyarán la guerra en territorio ucraniano para evitar su propia implicación. Estamos esperando la entrega de cazas F-16, misiles alemanes de medio alcance Taurus (500 kilómetros de alcance), lo que provocará un contraataque ruso aún más fuerte. En la comunicación cotidiana, por supuesto, el bárbaro no es el que sube la apuesta -como parte externa desde fuera, incluso pone un cuchillo en la mano del combatiente más débil-, sino el directamente implicado, que, como era de esperar, reacciona con más dureza ante la nueva situación.

Doble rasero y doble moral

Dado que la narrativa hasta ahora ha sido «Si Putin gana, nosotros perdemos», los partidarios de la guerra ahora parecen estar perdiendo; aunque sólo políticamente, mientras cientos de miles de ucranianos más mueren – «por nosotros, en defensa de Europa». Mientras tanto, los partidarios de la «guerra santa» absolutizada y escalada esperan que el presidente ruso caiga enfermo en los próximos años o que el pueblo ruso se canse de la carga de la guerra antes que los ciudadanos de la UE; como dijo el Alto Comisario de la UE, Borrell: «¡Que decida el campo de batalla!». Sea cual sea el resultado, la responsabilidad puede recaer en la UE. Ni Ursula von der Leyen ni el Comisario de la UE Borrell son legalmente responsables de las muertes ucranianas o de la crisis de la economía europea; las impondrán a los gobiernos de los Estados miembros.

Ponemos demasiado énfasis en algunas guerras, agresores y víctimas e ignoramos otras. Al estadista de un determinado país que sufre una agresión se le otorga la condición de miembro casi permanente del G7, del G20, de la OTAN, de la UE, con derechos casi formales y derecho a hablar en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el Foro Económico Mundial de Davos, en los festivales de cine de Cannes y Hollywood, en los mundiales de fútbol y en las sesiones plenarias de los parlamentos nacionales del Occidente político. Otros países que también se ven afectados por la agresión ni siquiera son mencionados. De algún modo, nunca consiguen entrar en esos «clubes», a pesar de que tienen millones de víctimas humanas.
Ucrania no es responsable de esta mala gestión sistemática de las relaciones internacionales y de sus consecuencias. Es probable que los subsistemas ahora destruidos -los mercados financieros mundiales, la energía, el transporte marítimo, la aviación, el comercio exterior en su conjunto- sufran las consecuencias de las manipulaciones políticas de Occidente en la gestión del conflicto y luego de la guerra en Ucrania durante décadas.

Desprecio por la diplomacia

El marco contractual de las relaciones internacionales, la base más necesaria para la confianza entre los Estados, ha quedado dañado. ¿Qué Estado depositará reservas nacionales en bonos del Estado con otros Estados si éstas pueden ser robadas libremente (confiscadas mediante sanciones, transferidas a otro país)? Lo justifica la agresión respectiva, de las que hay de diez a veinte en todo el mundo en un momento dado. O simplemente a Washington y Bruselas no les gusta la constelación política interna de un país. Aplicamos el principio de culpabilidad colectiva contra todos los ciudadanos del mal absoluto siempre que queremos. Y condenamos la aplicación del principio de culpabilidad colectiva a otros Estados, sin principios, a nuestra discreción. Estamos a favor de la libertad de información y la libertad de expresión, pero no podemos ver canales rusos en la UE. No es que los ciudadanos de la UE acaben inquietos por nuestro apoyo a la guerra y las sanciones contra Rusia. Tal vez lleguen a la conclusión de que la guerra era evitable y podía haber terminado rápidamente, y empiecen a pensar en quién es responsable de ella.
Pero es difícil salir de una guerra.

Josep Borrell, el «Ministro de la Guerra» de la UE, dijo que este juego tenía que jugarse en el campo de batalla; sólo los rusos se lo tomaron en serio. Escribí Ministro de Guerra a propósito, porque el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores -que desprecia su trabajo y su responsabilidad ante 450 millones de ciudadanos de la UE- no podía ser «acusado» de las gestiones diplomáticas de los dos últimos años. Absurdamente, como diplomático, no lucha por aislar un conflicto, sino por mantenerlo utilizando la capacidad institucional de la UE para perpetuar la inestabilidad de Europa. ¿Qué nos dice esto sobre el estado de la UE?
Seguramente Nikita Jrushchov y Fidel Castro eran mucho más sabios en 1962 cuando esquivaron una escalada de la Crisis de los Misiles de Cuba que sus sucesores estadounidenses, británicos y ucranianos en 2022 o los líderes de la UE antes mencionados. Sus naciones los recordarán a todos por sus méritos.


(Publicado originalmente en #moszkvater.com. Reproducido por NachDenkSeiten que agradece a Éva Péli la traducción al alemán).

(*) György Varga es diplomático especializado en el espacio postsoviético. Es doctor en teoría de las relaciones internacionales y ha impartido clases de planificación estratégica, política de seguridad y teoría de las relaciones internacionales como profesor universitario. Como diplomático, representó a Hungría en Ucrania, en Moscú y en Moldavia. De 2017 a 2021 fue jefe de la Misión de Observación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Rusia. En este cargo, pasó los cuatro años previos a la guerra en representación de la organización de 57 países en una parte de Rusia y de la región de Donbass no controlada por el Gobierno ucraniano. Dirigió una labor ininterrumpida de supervisión internacional para ayudar a resolver el conflicto. Varga es miembro de la Academia Húngara de Ciencias (MTA).


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