07.ABR.24 | PostaPorteña 2401

Pensar y discrepar en (y por) Revolución: un texto

Por Maikel Pons Giralt

 

* Maikel Pons Giralt  La Joven Cuba 2 abril 2024

 

Prolegómeno

En el mes de febrero del 2018, ante la infortunada persistencia de expulsiones a profesores/as e investigadores/as de universidades e instituciones cubanas, especialmente ante «casos» organizados de forma caótica y cinematográfica en contra de profesores y estudiantes al interior de la Universidad de Camagüey, decidí manifestarme Lo hice a través de este texto, que dirigí a la dirección de mi núcleo de base del PCC y el Comité del PCC en la Universidad de Camagüey. También me animaban mis observaciones, el estudio y la experiencia de 20 años en instituciones y organizaciones cubanas, de ellos 15 años como militante del PCC.

Durante dos meses circuló entre bambalinas mi texto por las estructuras partidistas de la universidad y allende a esta, fue enviado a discreción a los directivos de la institución, para colocarlos en alerta y potencializar el clima de «sospechas» que ya se cernía sobre mi persona hacía tiempo, por «protestón» y «leguleyo». Se rumoraba por los «pasillos» de la universidad que sería «analizado» en alguna reunión donde vendría «la provincia». Por fin, la respuesta concreta fue lacónica y sutil. En un ambiente tenso de una reunión del núcleo del PCC al que yo pertenecía, se colocó la cuestión de mi escrito como uno de los últimos puntos, y al llegar ese momento no se abrió a debate mi texto, solo se informó que se habían recibido «ciertos criterios» de mi persona y que estarían siendo «considerados»

Este escrito lo considero la asunción definitiva de mi cualidad como sujeto político, con sus desafíos, satisfacciones y pesares.

También fue el motivo de tres años después ser obligado a renunciar a mi condición de profesor en Cuba, negarme las autoridades de la Universidad de Camagüey mi acceso al título de doctor en educación por Cuba, y ser separado de las filas del PCC por «hipercrítico a la Revolución» con la respectiva hostilidad y asedio social y profesional. Ellos, los burócratas antirrevolucionarios de siempre, se consideran «la Revolución» y actúan como sus intérpretes. Este es un texto escrito con alma, mente y corazón, y con todavía la esperanza real de que era posible transformar las estructuras, las mentes, las realidades de ciertos funcionarios decisores.

Pasados seis años ya no estoy físicamente en Cuba y tampoco creo que determinados personajes de la política partidista e institucional cubana tengan la capacidad y/o la voluntad para «cambiar lo que deba ser cambiado». No obstante, en nada me arrepiento de escribirlo y asumirlo; hoy lo comparto porque sigo creyendo firmemente que la política, la sociedad y el futuro de Cuba no le pertenecen a «alguien» ni a «algo», que rebasa cualquier reduccionismo o extremismo infeliz de moda. Por lo cual es indispensable hacer circular ideas, discutir perspectivas, así como ser coherentes con las prácticas ciudadanas y democráticas que hemos asumido dentro y fuera de Cuba. No permitamos que el sujeto político participativo y democrático muera dentro de nosotros, para dar paso al tirano individual dispuesto a ahogar, con sus propias manos, cualquier vestigio de humanidad y equilibrio.   

I Parte

Corren tiempos difíciles, complejos, que considero esperanzadores y también definitorios. Nos encontramos de cara a una reforma constitucional que trasciende lo político-jurídico e impactará en lo más recóndito de la base material y espiritual de la nación. A la par de una ampliación participativa admirable, se intensifican una serie de tensiones, vulgarizaciones, tergiversaciones y hechos a los cuales debemos prestar especial atención.

Hoy más que nunca se debe hacer una profunda revisión en los métodos de educación política que se utilizan, encontrar formas de intercambio con la diferencia y el diferente que permitan confluir, sin convertir las diferencias lógicas en antagónicas. Este texto tiene como base mi perspectiva personal, pero también incluyo el análisis de hechos, tendencias de pensamiento y prácticas cotidianas. No pretendo ensayar respuestas ahora, prefiero interpelar (me), sintetizar ideas, referenciar autores puntuales, sin extenderme en diatribas teóricas innecesarias.

Aun cuando vivimos acosados por el país más poderoso del mundo, me pregunto si es legítimo que también por ineficiencia nuestra en la educación política e ideológica, no quede otra alternativa que excluir ideas y personas.

  En ocasiones noto que los argumentos que se exponen para censurar son insuficientes, mediocres, mal esgrimidos.

Por otro lado es patente la escasa labor política-ideológica mediante la discusión individual y colectiva franca, con altura ética e intelectual, sin ‘supuestos’ desde la arrogancia, y si desde el estudio profundo, el conocimiento, el fomento y la puesta en circulación de pensamiento y prácticas sociales heterodoxas, críticas y emancipadoras. Al contrario, se hacen cotidianas las prácticas de confundir/tergiversar hechos y personas, etiquetando a todo y a todos, clasificando, parametrizando… y la soberbia conduce inevitablemente a la ceguera.

Por eso, me pregunto: ¿Existe en nuestros colectivos revolucionarios verdadera libertad para disentir (divergir, diferenciarse, desacordar, disputar), para no estar de acuerdo, para oponerse a lo que la mayoría entiende como ‘correcto’? ¿La mayoría está convencida de lo que dice entender y aceptar como correcto, o por momentos es una minoría que interpreta y traduce a la mayoría lo que entiende y no se fomenta el pensamiento propio? ¿Se produce ideología auténtica en nuestros colectivos o todavía nos satisface la «papilla ideológica» que otros producen?

Por otro lado, ¿hay espacios suficientes para el debate, para la discusión, para escribir y circular lo que pensamos, sin la previa censura de personas que administran y/o dirigen y no estudian lo suficiente o tienen una comprensión sesgada y personalista de los fenómenos políticos y sociales? ¿O es que la censura se convierte en ocasiones en un modus vivendi de personas que no quieren ser cuestionadas, que no quieren rendir cuentas? Personas que se reúnen pero no discuten, que oyen criterios pero no escuchan y no aceptan que los subordinados piensen diferente, para tarde o temprano intentar cooptar a las personas, o coaccionarlos psicológica y administrativamente.

¿Cuál es el criterio que se utiliza para marginar ideas y personas? ¿A quién y a qué beneficia?

¿El poder soberano está hoy en manos del pueblo, de los revolucionarios, desde sus diferencias y confluencias o es ejercido a través de criterios personalistas y de una fetichización del poder que convierte en ineficientes y burocratizadas, diversas alternativas de solución colectiva de los problemas? ¿Qué se hace, qué se discute en nuestros espacios revolucionarios? ¿Adónde llegan las discusiones que realizamos, donde las administraciones deben rendir cuenta de forma efectiva? ¿Quién las asume, quién da respuesta coherente y sistemática?

¿Por qué señalar a un directivo se convierte para un trabajador cualquiera en un pecado ‘inadmisible’, que casi siempre trae consecuencias a través de métodos sutiles o manifiestos, pero que el común de las personas entiende muy bien y asimilan e internalizan? ¿Queremos en verdad discutir los problemas y eliminar la falsa unanimidad como Raúl Castro convocó hace algunos años, y ahora se incentiva en la discusión del Proyecto de Constitución, o nos acostumbramos a que el centralismo democrático inducido es más cómodo y en última instancia la imposición de criterios y el acallar a las personas es más (in)efectivo? En ese sentido, algunos directivos dentro de instituciones y organizaciones, insisten en las conductas retrógradas de intentar tener al sindicato y al partido como simples piezas de ajedrez, que orienten a su antojo y utilicen para imponer su voluntad.

¿Dónde están los espacios habituales e informales de discusión, de pensamiento, de construcción colectiva?

¿Por qué no pocas cuestiones están mediadas por intereses personales, por sobornos y extorsiones en la lógica cotidiana de las relaciones sociales? ¿Cuáles son los métodos socialistas que estamos aplicando, que estamos socializando, que estamos compartiendo? ¿Cuál es el ideal, los valores, la conducta, los paradigmas que nos compulsan a salir de la contingencia y construir una verdadera alternativa anticapitalista, democráticamente participativa, liberadora, descolonizadora? ¿Qué hacemos con todos (as) los que no piensen igual a nosotros? Conozco personas que para nada puedo considerar adversarios, y sin embargo no concuerdan con enfoques de práctica y pensamiento hegemónicas que legitimo como válidas.

Debemos ser capaces de confluir con la diversidad de tendencias ideológicas, opiniones y criterios del mosaico de país que somos. Confluir no quiere decir consentir, tolerar impunemente, desvirtuar los principios de la política. Se confluye en aspectos, en otros se diverge, en aquellos se puede discordar, esa es la gran política que se expresa también en la pequeña política, al decir de Antonio Gramsci.[i] Lo ideológico y lo político de las personas conforman pero también rebasan la actividad política, por eso es pecado en política intentar subsumir en ella, lo ideológico y lo político de las personas. Generar consenso político, social, ideológico y cultural necesita de ser lo suficientemente activos, creativos, flexibles, emblemáticos, dialógicos, descolonizadores, liberadores y ejemplares.

II Parte

La corrupción de lo político en la realidad cubana se expresa en una burocratizada educación política que conduce al vaciado de contenido del mensaje político-educativo, y que solo logra transmitir códigos y símbolos incomprensibles para muchas personas. La mediocridad, oportunismo y arribismo es penosa y preocupante. El ansia de «escalar» como modus vivendi, dar prioridad a los intereses personales, familiares, de amistades… el anhelo por obtener posibilidad de prebendas como autos, acceso a lugares exclusivos, recursos subvencionados, tráfico de influencias. La práctica social clientelista del «haz tú por mí, que mañana yo hago por ti» carcome como un cáncer nuestros espacios sociales, la identidad nacional. Casas estrepitosamente lujosas, capitales «sorpresivos», la desfachatez en mostrarlo, en sentirse y hacerse creer seres enajenados y «salvados» de las carencias cotidianas, tiene un efecto desmovilizador en las masas.

¿Qué hacen nuestros espacios de colectividad social, profesional, política ante estos escenarios? En una parte de ellos se opta por hacer silencio. En otros se critica sin mucha connotación y siempre atentos al efecto boomerang que puede tener una actitud crítica. La capacidad de permitir que este status quo te asimile y obtener una cuota de influencia o estabilidad se convierte en máxima prioridad para algunos. Estas sutilezas se perciben y codifican en lógicas cotidianas de ‘sálvese el que pueda’, que para nada nos diferencian de la lógica capitalista del ‘hombre es lobo del hombre’. Todo esto por supuesto que tiene una influencia negativa en los más jóvenes y en las personas humildes que día a día sufren y padecen las carencias, dificultades, obstaculizaciones y pedantería de estratos sociales que se empoderan aprovechando la ineficiencia, la intolerancia, el burocratismo, la corrupción, el poco compromiso y las prácticas antirrevolucionarias, disfrazadas ideológicamente de ‘revolucionarias’ y en nombre de la ‘Revolución’.

Las mezquindades exacerbadas, la hipocresía, el falso compañerismo, las manifestaciones racistas, sexistas y homofóbicas encubiertas de «choteo cubano», el ajuste de cuentas, el quítate tú pa ponerme yo, se reproducen como el marabú en nuestros colectivos. No se perfila una política coherente de educación moral, ciudadana, descolonizadora, antirracista que atienda estos fenómenos de forma colectiva, participativa, intersectorial e interdisciplinar.

Nos hemos enfocado en una actualización económica, anhelamos tanto el bienestar material, que a veces se olvida cuanta falta hace la integridad moral, la espiritualidad, el respeto a la diferencia y la democratización de las relaciones sociales para construir un proyecto social revolucionario y socialista.

Desde hace mucho las circunstancias y los sujetos políticos en Cuba demandan la creación y/o incremento de espacios de discusión (virtuales, mediáticos y físicos) que fomenten el intercambio y la circulación de ideas, en este sentido es insuficiente e injustificada la respuesta a esta imperiosa necesidad. Soy testigo del comienzo de iniciativas que son enterradas por la desidia y la indiferencia administrativa, organizacional e individual. La inercia, el hacer lo mismo de siempre, y el cualificar de «sospechosas» propuestas creativas o como hipercríticas a las personas que las impulsan, es la reacción más esperada y que genera, al propio tiempo, un sentido permanente de autocensura/censura que se convierte en inmovilidad enquistada y cancerígena.

Con esta actitud indolente se le entrega a la juventud una idea calcificada de la revolución, inoculando la inercia en su percepción de un proceso que debe ser dinámico, creador, liberador, dialéctico, activo. Con actitudes apresuradas, infundadas, antidialógicas y hasta paranoicas, no convencemos de la razón revolucionaria, por más razones que existan en esencia. ¿Con qué cabeza propia y pensamiento crítico-creativo hacemos la revolución? Desafortunadamente el pensamiento atrofiado y las lógicas de colonización interna son de lo que más se reproduce en nuestros espacios sociales.

Me niego a pensar que la cerrazón al diálogo, y el escaso fomento de espacios que sistematicen la discusión y la circulación de ideas que hoy se patentiza, no es continuidad de los desvaríos de otros tiempos. Ya hubo una generación en los 70s y 80s del siglo pasado que sufrió y también se sobrepuso al Quinquenio Gris y sus impulsores soberbios y extremistas. Aquellos que desconfiaron de Martínez Heredia, de Arrufat, de Virgilio, de Alfredo, y de tantos y tantas a los que le hicieron la vida un infierno y sesgaron así el pensamiento social cubano de una producción teórica y práctica invaluable para una revolución descolonizadora y paradigmática como la nuestra. Hoy se yerguen nuevamente estos fantasmas y también atacan sin piedad y consideración a íconos de la cultura como Silvio Rodríguez, por algo tan simple como decir lo que piensan en el blog Segunda Cita.

Quiero vivir en una Cuba con bienestar material, pero que se diferencie del capitalismo consumista y enajenante por prácticas espirituales y de relaciones humanas, que constituyan una alternativa descolonizadora y verdaderamente democrática. Esa es la revolución en la que creo, la que mis maestros me enseñaron, la que aprendí en el barrio humilde, la que estudio, la que pienso, la que sueño, la que enseño, por la que me alegro y sufro. La que me mostraron y muestran tantos muertos y vivos de la historia pasada y presente de Cuba.

Hay que volver a los principios fundacionales de la revolución crítica y descolonizadora de los 60s. Esa misma que lograron en parte truncar los acólitos grises del pavonato y que hoy se necesita recuperar para construir el socialismo democrático, próspero y sostenible al que aspiramos. E impedir así el retorno a un capitalismo distorsionado y neocolonial, que se agrave por la desilusión y la desesperanza, de una revolución que hayamos permitido perder.

Es imprescindible en las circunstancias actuales la mesura, clarividencia, sabiduría, valentía para buscar soluciones dialogadas, generar espacios permanentes de discusión creativa y de respeto a las diferencias, teniendo en cuenta los principios de preservación de la nación, la revolución y el socialismo. Que la excepción de excluir no se constituya en norma que atenace la discusión, la circulación y la producción de pensamiento creativo y transformador. Que construir «adversarios» y «sospechosos» no se convierta en la justificación de los ineficientes y los burócratas que prefieren el camino libre y el «silencio de los corderos» para vivir a sus anchas, acumular capital de todo tipo y hacerlo en un ambiente de no-oposición revolucionaria.

A la par del desarrollo de la actualización de la base económica, necesitamos con urgencia una transformación profunda de nuestras prácticas políticas e ideológicas. Lo necesitamos en Cuba, pero también puede ser la puerta que cierre el paso a la avalancha del pensamiento derechista y extremista que arrasa con la (s) izquierda (s), entronizándose como alternativa ideológica-política en Latinoamérica y otras partes del mundo, ante nuestras miradas atónitas.  Que pensar y discrepar sea entonces, el camino permanente a la revolución y el socialismo.


[i] Ver Gramsci, Antonio (1997). Gramsci y la filosofía de la praxis. Selección de Gerardo Ramos y Jorge Luis Acanda, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 130

Libertad académica, una asignatura pendiente

La libertad académica busca formar seres humanos críticos, analíticos, y con un compromiso con la institución donde estudian y la Sociedad, que no sea impuesto o simulado.

*Maikel Pons Giralt: Cubano negro y periférico, profesor universitario e investigador


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