En esta nota deseo plantear una cuestión que parece haber sido borrada en el pensamiento marxista.
Se trata de que la política del marxismo no debe tener como eje los cambios de gobiernos (o de funcionarios, por más altos cargos que tengan).
Esto se debe a que el objetivo del socialismo no es cambiar “las figuritas que gobiernan”, sino el sistema social.
Rolando Astarita 15/02/18
Naturalmente, podemos plantear como objetivo inmediato derrocar un determinado régimen político, por ejemplo, una dictadura.
Pero lo que no tiene sentido es, bajo un régimen democrático burgués, convocar a echar un gobierno burgués… sabiendo que será reemplazado por otro gobierno burgués.
Esto con independencia de que ese cambio se produzca por elecciones o a consecuencia de algún levantamiento popular.
Es que los gobiernos hacen las veces de fusibles que absorben tensiones y protestas sociales, en aras de preservar la continuidad del sistema.
Con el agravante de que esos desplazamientos entre burgueses, lejos de generar algún avance en la conciencia, organización y nivel de la lucha de la clase obrera, la más de las veces llevan a la frustración y al desánimo.
Para colmo, poner el acento en que “el problema” de las masas trabajadoras es tal gobierno (o ministro; o gobernador, etc.), es funcional a políticas de conciliación de clases con corrientes burguesas opositoras que se presentan como “progresistas”.
Algo de esto se puede ver en la historia de Argentina en las décadas transcurridas desde 1983.
Cuando el gobierno de Alfonsín entró en crisis, a fines de la década de 1980, lo “revolucionario” fue exigir su renuncia.
La demanda “triunfó” y Alfonsín dejó el gobierno, anticipadamente, en 1989.
Pero el “triunfo popular” parió a Menem, con sus ajustes y privatizaciones.
Luego, hacia finales de la década de 1990, cuando se iniciaba una nueva crisis económica, la mayoría de la izquierda y el movimiento nacional pusieron en primer plano el “Fuera Menem”.
Menem entonces perdió las elecciones a manos de la Alianza, que se presentó como “la tercera vía”.
Pero al gobierno de De la Rúa le estalló la crisis de la Convertibilidad, y la exigencia pasó a ser “Fuera De la Rúa”; a la cual le siguió el “que se vayan todos”.
La gente se sublevó, De la Rúa salió en helicóptero de la Casa Rosada (dejando un tendal de muertos), y por todos lados se habló de un nuevo “triunfo del pueblo”.
El cual desembocó en la presidencia de Duhalde, el reacomodo de muchos que habían estado con Menem o con la Alianza; y el recambio de varias “figuritas”
El gobierno de Duhalde, producto genuino del “triunfo del 19 y 20 de diciembre”, terminó de realizar el ajuste (centralmente, una caída en picada de los salarios) que había quedado a medio hacer por la Alianza.
Así, en mayo de 2003, con la economía en franca recuperación, asumió como presidente Kirchner; y más tarde Cristina Kirchner, hasta 2015
Significativamente, durante los gobiernos K la izquierda no agitó la consigna de “fuera el gobierno” (más bien hubo expresiones en ese sentido entre sectores sociales que apoyaban al Pro y la UCR)
La razón la podemos encontrar en uno de sus discursos más repetidos por aquellos años: “los radicales y el Pro son lo mismo (que los K), pero la derecha neoliberal son los radicales y el Pro”
Sin embargo, el resultado de 12 años de gobierno “nacional y popular” fue el ascenso de “la derecha neoliberal”.
Por lo cual hoy se vuelve a poner en el primer plano el objetivo de derribar “al enemigo inmediato”, en alianza táctica (siempre es “táctica” esta alianza) con el peronismo K y aledaños.
De esta manera, objetivamente se abona el terreno para un nuevo recambio “en las alturas” que preservará el sistema cuando el fusible Cambiemos se funda.
El programa tipo socialismo vulgar (véase aquí) que agitan algunos partidos de izquierda, encaja en esta estrategia. También la idea de que basta con incentivar la lucha por reivindicaciones económicas para que se supere la conciencia burguesa del sindicalismo (véase aquí).
Por supuesto, la táctica de promover cambios de gobiernos burgueses por gobiernos burgueses se aplicó en muchos países y lugares.
Por ejemplo, ¿recuerdan cuando el “triunfo” de la movilización por el “Fuera Collor de Mello” dio lugar a la presidencia de Itamar Franco, y después a Henrique Cardoso?
Para presentar otro caso: durante la década de los 1990 en Jujuy se sucedieron los levantamientos contra gobernadores que aplicaban políticas de ajuste; quienes renunciaban para dar paso a otros gobernadores que seguían aplicando los ajustes. Y así hasta que el movimiento se desinfló, porque no había perspectiva.
A pesar de estas experiencias, muchos grupos siguen reivindicando esta táctica como si fuera la quintaesencia de la política del socialismo revolucionario.
Pero la realidad es que tiene poco que ver con las tradiciones del marxismo. A Marx, por caso, nunca se le ocurrió decir que los problemas fundamentales de la clase obrera inglesa se solucionaban cambiando Gladstone por Disraeli; o a Disraeli por Gladstone.
Más aún, el marxismo jamás planteó como objetivo echar a un gobierno burgués si no hay alternativa socialista. No tiene sentido.
Lo decimos una vez más: el marxismo tiene como eje la independencia de clase.
Esto es, la ruptura de la clase obrera con todas las variantes burguesas y pequeño burguesas, por más “radicales” o “socialistas” que se presenten.
En este respecto, decir que “todos los partidos burgueses son iguales” es una tontería.
El programa de Macri, por ejemplo, no es igual al que defienden Boudou o D’Elía.
Pero esta no es la cuestión principal, sino que ninguno de ellos representa una salida progresista para la clase obrera. Por eso, reemplazar a Macri por Boudou, o por Cristina Kirchner, no es ningún paso adelante para los trabajadores (como no lo fue el reemplazo de CK por Macri). Aunque Macri, Boudou y Cristina Kirchner sean distintos.
En conclusión, hay que desinflar los “triunfos populares”, inflados por la hipócrita demagogia de la clase dominante.
No hay triunfo de la clase obrera cuando solo se trata del vulgar y repetido reciclaje de la dominación burguesa.
Y esto hay que decirlo públicamente, para romper de raíz cualquier posibilidad de conciliación con la oposición burguesa de turno.