La utilización del término «socialista» para definir al sistema venezolano puede suponer un lastre para las izquierdas democráticas de la región.
¿Todo socialismo lleva necesariamente a una situación como la que hoy vive el país gobernado por Nicolás Maduro?
Por Toma?s Straka
Febrero 2018 Nueva Sociedad
Hace casi medio siglo, exactamente en 1969, apareció en uno de los libros más polémicos e influyentes de la literatura política venezolana.
Se trataba de Checoslovaquia, el socialismo como problema, escrito por Teodoro Petkoff.
Ese mismo año el Frente de Liberación Nacional, la alianza entre el Partido Comunista y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria que había intentado reproducir en Venezuela una revolución como la cubana, decidía abandonar las armas y desarrollar una autocrítica sobre su accionar. Algunos guerrilleros e intelectuales comunistas ya habían empezado a dudar de su ideología y de sus métodos tras sus propias experiencias en Europa Oriental, destino de no pocos exilios.
Otros habían comenzado a desarrollar la autocrítica al ver los problemas entre Fidel Castro y la Unión Soviética. Sentían que, de una manera u otra, eran solo piezas en la política internacional cubana.
Sin embargo, la gota que rebasó el vaso fue la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. El socialismo, tal como lo concebían, no sólo no ofrecía más libertad y bienestar a los pueblos, sino que, por el contrario, era incluso capaz de reproducir intervenciones imperialistas como aquellas que habían aprendido a odiar en América Latina.
Algo andaba muy mal en el socialismo real. ¿Para eso hemos arriesgado nuestras vidas? – se preguntaban entonces.
El libro de Petkoff fue un éxito inmediato.Su desenfado, su estilo periodístico y la fama de su autor, célebre por sus evasiones de cárceles militares, lo impulsaron a la palestra pública.
Para 1971 ya había roto con el Partido Comunista y junto a un grupo importante de la Juventud Comunista y otros ex comandantes guerrilleros fundaba el Movimiento al Socialismo (MAS), en un primer momento definido como parte del «nuevo comunismo».
Era el intento de una renovación que entusiasmó a la mayor parte de los intelectuales, artistas, estudiantes y profesores.La resonancia fue tan fuerte que el líder soviético Leonid Brezhnev citó Petkoff en su discurso en el 24° Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética de ese mismo 1971 como uno de los grandes enemigos del comunismo a nivel mundial.
El escritor y político pasó de ser una estrella venezolana a cobrar resonancia internacional. Todo esto viene a cuento porque a casi cincuenta años de estos sucesos Venezuela vive muchos de los peores efectos del socialismo real.
Es una situación que merece ser analizada desde muchos ángulos pero que inicialmente demuestra que el debate planteado por aquel libro -y por toda la obra posterior de Petkoff, que lo llevó a ser uno de los principales opositores a Hugo Chávez- está lejos de carecer de vigencia.
Es una situación que demuestra que el socialismo como problema no se liquidó con la caída del Muro de Berlín y el triunfo de Occidente en la Guerra Fría.
Este no es un asunto reservado meramente para historiadores. El problema sigue vigente y puede afectar, como sucede en Venezuela, a millones de personas.
Las polémicas que se han tejido en torno a Gustavo Pero y Andrés Manuel López Obrador, que puntean en las encuestas en Colombia y México para el momento que se escriben estas líneas, conectan de forma directa con el meollo de este asunto: ¿todo socialismo ha de conducir «necesariamente» a un desastre humanitario como el venezolano, o es posible que haya otro más exitoso?
Las evidencias parecen decir abrumadoramente que sí es posible.
En primer lugar, por las experiencias de las socialdemocracias europeas. Y, en segundo término, por el ciclo de gobiernos izquierdistas que, aunque con una tradición distinta a la socialdemócrata, dirigieron a América Latina en las dos primeras décadas del siglo XXI. Exceptuando el caso venezolano, estos gobiernos fueron más bien exitosos.
Aunque no hay que soslayar que contaron con el alza de los commodities -¡aunque ninguno como Venezuela con el boom petrolero de aquellos años!- y que en algunos casos terminaron en medio de escándalos, la posibilidad de respetar las reglas de la democracia, la empresa privada y la disciplina fiscal con políticas de inclusión social, es posible para la izquierda moderna.
En este sentido, se diferencian de aquello que en su libro Las dos izquierdas, Petkoff denominó como la «izquierda borbónica». Es decir, aquella que, como se decía en el siglo XIX de los Borbones, «ni aprende ni olvida».
No estamos en condiciones de decir qué tan «borbónicos» (o «chavistas») puedan ser Petro y López Obrador, aunque sí que de querer serlo no contarían con el viento a favor que supo aprovechar Chávez: ese enorme poder que otorga en Venezuela el control de la única fuente de ingresos del país: la industria petrolera.
Tampoco contarían con la ausencia de contrapesos sociales reales –como un empresariado o unos partidos de oposición potentes– ni tendrían una estrecha alianza con los militares. Chávez no es reproducible sin esas condiciones específicas de Venezuela, sobre todo sin la riqueza petrolera que una vez produjo el llamado «excepcionalismo venezolano» (el país supuestamente próspero, libre y feliz de la década de 1970) y que en buena medida produjo un «nuevo excepcionalismo»
Me refiero al que, de nuevo amparado por el petróleo, se decide por lo que más nadie piensa: una especie de socialismo real en el siglo XXI.
En cualquier caso, Venezuela es un problema para ellos como para cualquiera que se declare de izquierda. Si aceptamos que una política como el Primer Plan Socialista del Desarrollo Económico y Social de la Nación, promulgado por Hugo Chávez en 2007, constituye el único socialismo posible, hay que darle la razón a Donald Trump cuando afirmó que la crisis venezolana no se debe a que el socialismo no se haya aplicado correctamente, sino por el contrario, porque se aplicó vehementemente.
A una década de ese «socialismo bolivariano», Venezuela, sin ser exactamente una economía de corte soviético, ya dibuja una especie de síntesis de las calamidades de los socialismos reales.
La lista, naturalmente, debe arrancar con la escasez de productos de primera necesidad y de medicinas –un hecho que crea las largas filas que fueron el signo distintivo de los países del bloque soviético- pero que incluye otros aspectos distintivos y particularmente patéticos: la gigantesca brecha entre los que tienen acceso a divisas y los que solo ganan en moneda nacional, la dolarización de facto para comprar cualquier bien más o menos importante (una casa, un automóvil, pero poco a poco también operaciones médicas, pasajes aéreos, tratamientos estéticos), un floreciente mercado negro, y la llamada «inflación socialista» similar a la vivida por Yugoslavia en la década de 1960, por Rumania en la década de 1980 o por Corea del Norte entre 2002 y 2009.
Todo esto se combina con apagones y deficiencia en el transporte público y con el deterioro sistemático de las infraestructuras, hasta crear ciudades ruinosas y oscuras como La Habana o muchas capitales de Europa del Este, que rememoran los peores períodos del viejo socialismo real. Esto, por supuesto, se completa con una enorme cantidad de personas intentando salir del país de cualquier manera.
Los temores en el resto de América Latina de que un Petro o un López Obrador escojan un camino «borbónico» no son del todo infundados: tienen ante sí un espectáculo capaz de asustar a cualquiera.
Además, no siempre el resto de la izquierda se deslinda con la suficiente claridad del régimen venezolano. En ocasiones, hasta lo apoya como Podemos en España.
Por eso el «socialismo como problema» sigue estando vigente. Han pasado casi cincuenta años de la publicación del libro de Petkoff y aquello que olía mal en Checoslovaquia y parecía haber muerto dos décadas después, pugna por sobrevivir del otro lado del globo.
Enfrentarlo, por lo tanto, sigue siendo uno de los principales retos de la izquierda moderna y democrática, ya que en eso estriba mucho de su credibilidad y viabilidad en el porvenir. Podría usarse la tesis de Brezhnev, pero invertida: el principal peligro del socialismo es no leer a Petkoff; el principal enemigo del socialismo ha sido, desde siempre, eso que se llamó «socialismo real».