11.MAR.18 | postaporteñ@ 1887

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA

Por F.KAPLAN

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”  2

PRESENTACIÓN (POR EL COLECTIVO FANNI KAPLAN)

Vimos en el primer extracto del folleto de Pestaña, un pantallazo de la horrible situación objetiva del proletariado, frente a la entronización bolchevique y la consecuente reorganización del capitalismo. Pestaña constataba: Mientras las paredes estaban revestidas de tela roja los rusos paseaban por las calles semidesnudos.

Queremos señalar que detrás de esa simple constatación se esconde todo el sistema de explotación capitalista que caracterizaría a Rusia bajo la dominación leninista, trotskista, estalinista. Cuanta más miseria para el proletariado y aumento de la tasa de explotación y de ganancia a favor del capitalismo, más importancia adquiriría tanto el terrorismo de Estado como la fuerza del aparato de propaganda bolchevique que consolidaría la religión de la supuesta construcción del socialismo.

Cuanto más se vestía el proletariado de harapos y se lo sometía al hambre y la burguesía bolchevique se consolidaba frente a sus pares imperialistas internacionales, más banderitas rojas con la hoz y el martillo, más retratos de Marx, de Lenin, de Trotsky, de Zinoviev, de Stalin se impondrían por todas partes.

Esos símbolos ocupan el mismísimo lugar que la cruz cristiana o la figura de Cristo… Esa superabundancia de símbolos, cruces, retratos, hoces y martillos sería en lo sucesivo, la forma misma de la religión de Estado marxista leninista, en toda la Unión Soviética y luego en todas partes del mundo en donde el leninismo se importará y dictará la ley el orden. Los gastos de propaganda y de afirmación religiosa será siempre un enorme presupuesto de la burguesía leninista en todas partes. También por eso no había plata para los pobres, la tasa de ganancia del capital exigía darles imágenes y símbolos antes que alimento: cuanto menos pan, más circo.

En este extracto Pestaña continúa describiendo lo catastrófico de la situación de la gente normal (que en el mundo ya se presentaba color rosa y se “vendía” la imagen de “construcción del socialismo”) tocando problemas, sumamente interesantes como el poder, la burocracia, los sectores “mimados” del proletariado como los marinos (que luego serían reprimidos), la “aristocracia” dice Pestaña y las relaciones con los “anarquistas”

En estas líneas se mencionan tres anarquistas extranjeros y/o provenientes del extranjero: Kibalchiche (Víctor Serge), Berman y Emma Goldman. Como muchos socialdemócratas y anarquistas ideológicos, todos habían sucumbido al mito religioso de los bolcheviques como sinónimos de revolucionarios.

De una u otra forma participaron en el mito, lo que los llevó a avalar en principio, con su autoridad ideológica y moral, hasta el brutal terrorismo del Estado Ruso. Victor Serge fue evidentemente, mucho más lejos en esa complicidad con los torturadores y represores bolcheviques, en cambio Berman y Goldman mucho más compenetrados con el idioma ruso, pronto se desencantaron y denunciaron muchos aspectos de la dictadura contrarrevolucionaria bolchevique.

Sin embargo, nunca llegarían a romper con la crítica ideológica y antiautoritaria por lo que en ninguna de sus denuncias llegan a criticar la restauración capitalista propiamente dicha

Ese es el gran defecto de todos los materiales que publicarán en el futuro: solo le reprocharán al bolchevismo la dictadura y el terrorismo estatal, sin ir a la raíz capitalista del modo de producción desarrollado por el leninismo.

Daniel Guerin, adoptó una posición todavía peor, justificando explícitamente el terrorismo de Estado, como se ve parcialmente en este extracto. Guerin repetirá el discurso oficial para defender y justificar la brutal represión del proletariado, achacándole a sus excompañeros absolutamente cualquier cosa y será consciente de la traición que eso significaba con respecto al anarquismo: “oficialmente soy comunista, por lo que no quiero considerarme ante ti como anarquista limpio de conciencia”

Ese alineamiento general se haría como siempre en nombre de las necesidades del trabajo y la explotación y se justificaría en el hecho de que los “anarquistas” por la lucha social y las expropiaciones no se sometían al trabajo.

A pesar del terrorismo de Estado, el propio Pestaña aceptaría parcialmente el punto de vista contrarrevolucionario de Guerin por lo menos, justificando lo que fue el primer período, (justamente el período que fue peor para los revolucionarios y en particular para los anarquistas): “En aquel momento tenía razón Kibalchiche. ¿Podría decirse algo parecido ahora?” Cabe subrayar que a pesar que en el momento del reencuentro Pestaña es crítico y Guerin es apologético del Estado bolchevique, el acuerdo sobre el período anterior se deriva del repugnante acuerdo entre ambos de condenar el anarquismo expropiador, el anarquismo revolucionario como hacía toda la socialdemocracia mundial incluido el bolchevismo

Fue exactamente de esa manera que se aislaba a los proletarios revolucionarios reprimidos en Rusia con respecto al proletariado internacional.

Colectivo Fanni Kaplan

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”  (2)

…Dimos un paseo sin rumbo fijo por varias calles a fin de darnos una idea de la población y de los desperfectos y perjuicio consiguiente que la guerra y la revolución habían producido.

El espectáculo no podía ser más lamentable. Allí donde hubo elegantes y grandiosos comercios, cafés o restaurantes, no quedaba nada. Todo estaba cerrado y sellado por los Soviets de la villa. Los interiores se veían desde la calle, a través de brechas, ventanas desguarnecidas y puertas arrancadas, sucias y polvorientas. Las anaquelerías y estantes de algunas tiendas amenazaban próximo derrumbamiento; los mostradores y enseres, cubiertos de una espesa capa de suciedad, estaban inutilizados para el uso.

¡Y aquel triste despojos que a nuestra consideración se ofrecían, era todo lo que quedaba del esplendor y el lujo, casi asiático, acumulado por la nobleza brutal y cruel de la Rusia zarista!

Las calles presentaban el mismo aspecto lamentable. Por algunas se hacía imposible la circulación. En los tranvías era difícil viajar. La falta de material obligó a reducir el servicio. Por otra parte, el transporte era gratuito, o casi gratuito, y siempre circulaban abarrotados hasta los topes. Debido a esta aglomeración de pasajeros, los lances jocosos y divertidos se sucedían, como recuerdo haber presenciado en Madrid en los buenos tiempos de Romanones.

El aspecto general de las gentes ya hemos dicho cuál era. No obstante, cabe hacer una excepción. La de los marinos.

Los marinos eran la aristocracia del dinero y de los honores. A ellos deben los bolcheviques su exaltación al Poder, pues los de Kronstadt fueron los que iniciaron y casi realizaron el golpe de Estado que expulsó a Kerensky y detuvo la ofensiva de Brousiloff, cuando desde el frente se dirigió a Petrogrado a combatir a los bolcheviques. Los marinos de Kronstadt y los de Petrogrado fueron la fuerza sobre la que se apoyaron los bolcheviques, y en justa compensación gozaban de todos los privilegios que la República Sovietista podía conceder a su benemérito defensor.

Ya tarde, pasadas las nueve de la noche, rendidos y fatigados de tanto caminar, regresamos al hotel. Si no hubiera sido por el cansancio, no nos hubiéramos dado cuenta de lo tarde que era, pues, a pesar de la hora avanzada, era de día claro, una noche blanca, y no había el menor indicio de que fuera a obscurecer. Este fenómeno, que ya conocíamos, pues desde nuestra entrada en el golfo de Finlandia, lo veníamos observando, pero al que no estábamos acostumbrados, nos había hecho perder la noción del tiempo.

Después de cenar, y siendo aún de día, nos trasladamos al hotel "Astoria", donde nos esperaba Kibalchiche (Víctor Serge) y demás amigos. Entramos en el despacho de la Guardia y solicitamos se nos dejara pasar, pues deseábamos hablar con Kibalchiche. Acreditada nuestra personalidad se nos autoriza el paso.

Kibalchiche, como Berman y Emma Goldman, ocupaban unas habitaciones de los pisos superiores —cuarto o quinto piso— y como los ascensores estaban inutilizados, hubimos de subir por la escalera. Tuvimos alguna dificultad para hallar la habitación, pues en el laberinto enorme de pasillos y de escaleras no sabíamos orientarnos con facilidad.

A la llegada nos comunicó Kibalchiche que Berman y Emma no estaban, que habían salido, no sabía si el mismo día o el anterior, con una misión oficial fuera de Petrogrado y no podíamos, por tanto, conversar con ellos. Lamentamos esta ausencia y abordamos el motivo de la visita.

Queríamos datos; pero datos fidedignos, datos que no tuvieran ese carácter equívoco y siempre engañoso de los datos oficiales. ¿Para qué deciros que a Kibalchiche debo los mejores informes y críticas más duras contra el centralismo y contra la dictadura del proletariado?

¡Cuando me acuerdo de las palabras y consejos de Kibalchiche para no dejarme engañar por las aparatosas y teatrales informaciones que pudieran ofrecernos los órganos oficiales, y los informes que personas ajenas al bolchevismo me proporcionaran por conducto o indicación suya, me hace reír esa batalla gigantesca que hoy está sosteniendo para sumar a los anarquistas y sindicalistas al carro y acompañamiento del vencedor!

No guía mi pluma el odio ni el sectarismo: pero cuando veo el papel que hoy desempeña el individuo que primeramente me impusiera en las tretas y engaños de los bolcheviques para hacer creer, que lo hecho, no han podido hacerlo de otra manera, y que es preciso imitarlos, si no se quiere ir al fracaso revolucionario, la verdad, pienso, o que Kibalchiche no es sincero ahora, o que ha perdido el espíritu crítico y razonador que le caracterizaba.

Figúrate —me decía— a qué extremos puede conducirnos, contando a donde nos ha conducido ya, el centralismo. Yo soy uno de los altos empleados del Gobierno. Ya lo ves; vivo en lugar preferente. Tengo ración de intelectual y gano uno de los salarios más altos. Además, mi situación de preferencia, por ser el mío un trabajo indispensable a la revolución y al partido, hace que seamos considerados y tengamos una serie de privilegios que no tienen empleados soviéticos de la misma categoría, pero que prestan servicio en otras dependencias. Pues bien; fíjate en lo que te voy a decir.

Cuando llegué aquí, procedente de Francia, traía un par de botas en buen estado. Con un poco de cuidado y algunas reparaciones fueron tirando hasta el invierno pasado. Pero llegó un día que ya no era posible ponerlas en los pies. Materialmente, era imposible. Hacía tres meses, a principio de invierno que solicité de Zinoviev unas botas; me prometió que me serían entregadas; y me hizo el vale para que el almacén las despachara. Corrí durante tres meses sin poder obtener las botas. Cansado y hastiado de tanto engorro, pensé: "Ya no doy un paso más. El día que no tenga calzado me quedo en casa o voy descalzo a la oficina"

Dejé pasar unos días. Pero el frío y la lluvia apretaban y yo sufría enormemente por la falta de calzado. Hablé por segunda vez a Zinoviev, y le expongo el estado lastimoso en que me hallaba. Me hizo un nuevo vale, y además una orden terminante para que me fueran entregadas las botas.

Tuve que pasar por siete despachos diferentes. En cada uno hubo que hacer una operación y registrar las botas que se me iban a dar. Tardé tres días en conseguir se me franqueara el almacén donde estaba el calzado. Y ¡figúrate mi asombro, amigo Ángel, cuando veo que no había más que veinticinco pares de botas en depósito! Y no sólo causa asombro que no hubiera más que veinticinco pares de botas en depósito, sino que para distribuirlas había tenido necesidad de pasar por siete oficinas diferentes servidas por más de cincuenta empleados. La burocracia que el centralismo ha obligado a crear paraliza y destruye toda acción de mejora y de renovación.

Generalizamos la charla sobre otras muchas cuestiones; algunas no las referiré ahora porque tienen lugar adecuado en otra parte; pero sí expondré las que procedan.

Nos enfrascamos en una conversación interesante, analizando la acción de los anarquistas en la revolución y me enteré de hechos que procuraré resumir lo más concretamente posible.

—La labor de los anarquistas en la revolución—comienza diciendo Kibalchiche— es interesantísima y merece que los anarquistas de Europa y del mundo entero le presten la mayor atención. Mira si lo merece, que pudiendo ser un factor decisivo en la marcha de la revolución, han quedado (fíjate que digo han quedado, y no hemos quedado, ya que pertenezco al Partido, y oficialmente soy comunista, por lo que no quiero considerarme ante ti como anarquista limpio de conciencia), han quedado reducidos a girar en torno al Poder bolchevique, y aceptar la dictadura del proletariado o ser carne de presidio. Ya ves que la diferencia es notable.

Sabes bien que, en Rusia, antes de la revolución, la mayoría de los grupos anarquistas, a causa de la miseria del país, que no permitía destinar recursos para la propaganda, se había generalizado la lucha en asaltos a mano armada a bancos o a personas portadoras de grandes sumas, parte de las cuales se destinaban luego a la propaganda.

Este sistema, que tiene la ventaja de no obligar a realizar esfuerzos económicos muy considerables en favor de las ideas, es de resultados totalmente negativos y perjudiciales para la moral de los individuos. Sí es cierto que la función crea el órgano, y en este caso se confirma plenamente, la función de asaltar y atracar determinó en los individuos todos que la realizaban, hábitos de expropiador impenitente. Y si el riesgo que corre a cada momento el individuo dedicado a tales menesteres, desarrolla en él el valor hasta elevarlo a la última potencia, también es cierto que destruye en él todo sentimiento de organización y de cohesión para cualquier obra que no sea aquella que, poco a poco, ha ido modelando su temperamento.

Y así se vio en Rusia, en los primeros momentos de la Revolución, que los grupos anarquistas fueron los primeros en batirse y dar la cara al enemigo; que más tarde, en el golpe de Estado que derribó a Kerensky y dio el Poder a Lenin, de ellos partió la mayoría de las iniciativas, batiéndose siempre en los lugares de más peligro. En la defensa misma de Petrogrado, cuando Yudenich llegó con sus ejércitos a los arrabales de la ciudad, cuyas trincheras has visto tú mismo desde el coche, ellos estuvieron en primera fila y ocuparon los puestos de más peligro y de más compromiso. Arrastraron al pueblo a las trincheras y en ellas estuvieron hasta el último instante, mientras Lenin, Trotsky, Zinoviev y compañía, tomaban prudentemente el camino de Moscú. Pero después de esto, después de la heroica defensa de las trincheras y de batirse valerosamente, ya no se les vio por parte alguna. Se encerraban en sus casas o en sus clubs, y vengan y vayan discursos, sin irrumpir enérgicamente en el prosaísmo de una realidad que era, en aquellos momentos, muy superior a toda concepción abstracta de las ideas…

La crueldad que a los bolcheviques se achacaba en Europa también fue motivo de nuestra conversación.

—Es cierto —me dijo—. No dudo que en muchísimos casos fuera innecesaria; pero no lo fue siempre. La Comisión extraordinaria, ese tribunal que preside Djerzinsky, el Robespierre del bolchevismo, es una cosa espantosa. Se detiene, encarcela, juzga y fusila sin dar al reo tiempo para que se defienda; ni puede enterarse siquiera de las verdaderas razones que motivan su muerte. Hay casos verdaderamente monstruosos. Te relataré algunos…(continúa)


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