15.MAR.18 | postaporteñ@ 1888

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA

Por F.KAPLAN

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”  3

PRESENTACIÓN (POR EL COLECTIVO FANNI KAPLAN)

Cuando Pestaña nos hace esta descripción de los campos y ciudades Rusia, los bolcheviques habían ya gobernado como 3 años. La miseria impuesta al proletariado por el zarismo había quedado chiquita al lado de la inmensa generalización de la miseria relativa y absoluta que impondrán los bolcheviques

En 1920 el hambre se había generalizado y llegado a niveles supremos: los negocios y acuerdos de los bolcheviques con otras fuerzas capitalistas e imperialistas hambreaban, literalmente, al proletariado ruso. Las masivas requisiciones de alimentos impuestas por los bolcheviques no beneficiaban tampoco al proletariado urbano, como explicaban en el poder, sino al comercio internacional ruso y por lo tanto a la burguesía imperialista bolchevique. El relato de Pestaña permite vislumbrar esa situación desesperante del proletariado en toda Rusia y comprender hasta qué punto el terrorismo de Estado leninista era la clave de todo el planteo del bolchevismo

Como en todo el siglo XX el poder culpará de dicha miseria a las potencias extranjeras, cuando en realidad comerciaba con ellas y hacía acuerdos de inversión y comerciales. Como se constata en este extracto, el propio Pestaña, a pesar de sus críticas creía que lo peor, como que los trenes se estuvieran pudriendo se lo achacaba al bloqueo y no a los negocios y prioridades de la burguesía y burocracia bolchevique.

El encuentro con Zinoviev es significativo por el comportamiento aristocrático que tenían los nuevos zares de Rusia, que manifiestan abiertamente que han asumido los papeles y propiedades de la aristocracia zarista, como por el contenido claramente burgués de sus dichos. Conviene recordar que Zinoviev, como la mayoría de los bolcheviques no había participado en la insurrección proletaria contra el zarismo, ni contra los gobiernos provisorios (tipo Kerensky) y que hasta el oscilante Lenin había propuesto su exclusión por traidor. Pero sí había sido decisivo en el golpe de Estado que le había dado el poder a los bolcheviques junto a Lenin, Kámenev, Stalin, Trotsky, Smilga…

Estos serán los personajes decisivos del poder internacional de los bolcheviques: Zinoviev será decisivo no solo en el terrorismo de Estado bolchevique, sino que estos grandes traidores a la revolución ocuparán desde el principio los puestos claves de la Internacional supuestamente “comunista”. ¡Zinoviev será su presidente! ¡Lenin le asegurará ese puesto al “traidor” que había propuesto liquidar un año antes!

Pero además de mostrar que el comportamiento aristocrático de la burguesía bolchevique iba junto al sometimiento del proletariado a la mendicidad, este extracto de Pestaña, nos muestra claramente como la contrarrevolución bolchevique empezó desde el principio a llamarle “comunismo” al capitalismo o más precisamente al control total del Estado.

He aquí el verdadero programa contrarrevolucionario de los bolcheviques expresado con total claridad por Zinoviev: “El Estado lo confisca todo, se apodera de todo y dispone de todo…cada individuo, debe colaborar ciega y disciplinadamente en favor del Estado y, en la forma y modo que el Estado le mande… Este es el verdadero comunismo y no el que propagáis los anarquistas” …

Colectivo Fanni Kaplan

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi” 3

En la estación volvimos a presenciar el espectáculo de la mañana anterior, a raíz de nuestra llegada a Petrogrado. Todos los trenes, tanto a la llegada como a la salida, iban pletóricos de gentes andrajosas y miserables, que con sacos, pañuelos grandes, trozos de tela, cestas, botellas y otros utensilios, venían hacia Petrogrado o salían de él, en busca de los alimentos que en la villa no podían encontrar. La única diferencia era que, los que salían, no iban cargados con bultos tan grandes como los que entraban. Las ropas y calzados que utilizaban en sus transacciones con los campesinos, no tenían el volumen de los productos por los que cambiaban, y por eso los bultos eran más pequeños. Nos indicaron el tren que nos trasladaría a Moscú, y pudimos observar que todos sus coches eran de viajeros, en estado lamentable, es cierto, pero eran de viajeros. El coche-cama que nos había llevado desde Reval ya estaba enganchado y dispuesto.

Nos paseamos un momento por los andenes, pero el calor, que ya empezaba a apretar a aquella hora, nos hizo recogernos en el coche. Téngase presente, que habiendo adelantado tres horas los relojes, por razón de economía en la luz, no eran más que las once de la mañana, hora de Europa; por eso decimos que empezaba a apretar el calor.

El paisaje ruso era una cosa monótona y triste. Bosques y más bosques; llanuras y más llanuras; siempre lo mismo. De trecho en trecho algún lago, algún riachuelo y nada más. El abeto es el árbol que abunda por excelencia. A veces se recorren kilómetros y kilómetros de ferrocarril sin ver a un lado ni a otro nada más que las copas de los árboles. Nos dijeron que en verano los incendios son muy frecuentes en esos bosques que cruza el tren. Alimentadas las locomotoras con leña, aunque en lo alto de la chimenea lleven un emparrillado de fuertes barras de hierro, suelen salir numerosas chispas y trozos de leña encendidos que las pulsaciones arrancan violentamente del fogón de la máquina. El calor y los trozos de leña y hojas secas hacen lo demás. Miles y miles de árboles se queman en estos casos, sin que nada pueda hacerse por evitarlo, pues precisa casi siempre cortar el fuego bastante distante del lugar donde se ha iniciado. También vemos desde las ventanillas del tren tristes y miserables isbas de los campesinos rusos.

Las poblaciones grandes de Rusia son muy pocas, si se considera que cuenta con unos ciento treinta millones de habitantes. De población superior a un millón, acaso no haya en Rusia más de dos capitales: Moscú y Petrogrado. De menos de un millón y más de cien mil habitantes, no pasarán de cuarenta. Y de veinte mil habitantes hasta cien mil, no serán muchas más. Todo el resto, hasta los 130 millones de habitantes, se divide en pequeñas ciudades y aldeas. Desde el tren se contemplan continuamente agrupaciones de isbas formando poblados o aldeas.

En cada estación bandadas de niños se acercaban al tren solicitando una limosna, o bien ofreciéndonos mercancías; leche, manzanas y otras frutas, por las que no querían admitir dinero. Si se les daba rublos os decían que no los querían; se les había de dar, a cambio de lo que ofrecieran, un pañuelo, azúcar o sal. Sobre todo, sal. La alegría de aquellos vendedores improvisados, cuando recibían sal a cambio de su mercancía, no tenía límites. Vimos también numerosas mujeres trabajando en la reparación del ferrocarril. Lo eran la mayoría. Sobre los vagones y descargando el balastro, veíanse muchas, desgreñadas y sucias.

En algunas estaciones pudimos observar la causa de las dificultades en las comunicaciones ferroviarias en Rusia. En las vías muertas de ciertas estaciones, veíanse centenares de vagones y docenas de locomotoras fuera de servicio, que por no poder ser reparadas, había necesidad de arrinconar. Es aquí donde se veía la obra criminal e inhumana del bloqueo. Casi todo el material de reparación de los ferrocarriles rusos, venía del extranjero, antes de la revolución. Decretado el bloqueo, no fue posible improvisar ese material, y hubo que disminuir el servicio de comunicaciones ferroviarias por no disponer del material móvil necesario.

Asimismo, pudimos observar la influencia de las ideas religiosas sobre el pueblo ruso. En muchas estaciones había altares o capillitas con iconos, y la mayoría de las gentes, se persignaban las tres veces de ritual al pasar delante del icono. Esto tuvimos ocasión de presenciarlo con muchísima frecuencia, después en Moscú y en el interior de Rusia; pero como en Petrogrado apenas si lo habíamos visto, nos llamó mucho la atención…

A media tarde, nos avisó el camarada encargado del correo diplomático, que era el mismo con quien veníamos desde Reval, que Zinoviev quería hablar con nosotros. Quedamos sorprendidos. Ignorábamos que Zinoviev viajara en el mismo tren. Sí que habíamos observado que a la cola del tren se había adicionado un vagón especial, al que nadie subía ni bajaba, salvo cuatro soldados que, bayoneta calada, se apostaban a un paso de distancia de las cuatro salidas del coche al parar el tren en cada estación y que no permitían acercarse a nadie. Pero, supusimos que sería el servicio de escolta del tren. Luego vimos que era el coche especial de Zinoviev.

Deseosos de conocerle y de estrechar su mano, no nos hicimos rogar. Inmediatamente nos trasladamos a su coche, y quedamos maravillados al entrar. Más que un vagón de ferrocarril parecía aquello un saloncito lujoso de una persona acaudalada. Formaba tres departamentos: uno, que servía de recibidor y comedor, montado a todo lujo, con muebles sobrios, pero buenísimos; otro, que hacía las veces de despacho, con su mesa escritorio, su armario biblioteca y su cómoda cama; y un tercero que era la cocina.

—Es una de las confiscaciones hechas por el Gobierno soviético —nos dijo Zinoviev viendo que nos fijábamos atentamente en estos detalles—. En Rusia, en tiempos del zarismo, era corriente que los grandes duques, príncipes y grandes propietarios, viajaran en vagones de su propiedad. De iguales comodidades disfrutaban cuando hacían travesías por los ríos navegables. En el Volga, que me gustaría visitaran, se contaban a docenas los vaporcitos de lujo. Este coche, ha sido puesto a mi disposición por el Gobierno, como presidente actual de la Tercera Internacional y miembro del Comité político del Partido Comunista. Perteneció a un Gran Duque, que lo ha reclamado varias veces inútilmente. Ni éste, ni ninguno otro, serán devueltos. Son de propiedad del Estado y el Estado los utiliza para su servicio.

Y prosiguió, cambiando de tema: —Les he llamado para conversar un rato y para invitarles a cenar conmigo. Ya se ha dado orden al cocinero de que prepare la cena para todos. Por el momento nos servirán el té. Puesto que del cambio de ideas que tuvimos con Zinoviev, hemos de tratar ampliamente en otro lugar, nos limitaremos aquí a dar un ligero resumen nada más.

Zinoviev nos pidió informes del movimiento social y político de los respectivos países allí representados por las delegaciones. Expusimos lo que creíamos justo y pertinente, y él nos habló de Rusia, de su personal entusiasmo por la Revolución, de lo que el Partido había hecho por ella y de la obra que pretendía realizar. Y, finalmente, nos cantó las excelencias de la "dictadura del proletariado", sin la cual, la revolución sería imposible en cualquier país. El comunismo, sobre todo el bolchevizante, según Zinoviev, era el mágico talismán, el sésamo, la panacea que ha de dar al hombre la felicidad.

Me atreví a objetarle que no comprendía qué clase de comunismo era el implantado en Rusia, ya que, según mi creencia, el comunismo era sólo posible en la fórmula de "a cada uno según sus necesidades, y de cada uno según sus fuerzas", y que, además, creía que, en un régimen comunista, el salario, y menos el salario con categorías, no se avenía con lo que yo entendía comunismo. —Que haya treinta y cuatro tarifas de salarios, y que los funcionarios del Estado trabajen seis horas, mientras la jornada legal de las fábricas es de ocho, no me parecen prácticas de comunismo —añadí.

—Ya sé que sois anarquista —dijo sonriente—, y que, por ello, estáis un poco impregnado de ideas pequeño-burguesas; pero veréis, veréis apenas os pongáis en contacto con nuestros medios, cómo os compenetráis con la práctica del verdadero comunismo. Además, la práctica del comunismo —prosiguió— no puede hacerse en gran escala. Nada más que a favor del Estado, no a favor del individuo.

El Estado lo confisca todo, se apodera de todo y dispone de todo en favor de la comunidad [1], que en este caso es el país entero. El país, o mejor dicho, cada individuo, deben colaborar ciega y disciplinadamente en favor del Estado y, en la forma y modo que el Estado le mande

Como todos los beneficios de esta colaboración revierten en favor del Estado, éste los reparte luego según el servicio o la importancia del servicio que cada uno le haya prestado. Este es el verdadero comunismo, y no el que propagáis los anarquistas.

—No lo comprendo —repliqué—. A mi parecer, eso no tiene nada de comunismo. A lo más, es el colectivismo que el socialista belga Vandervelde defiende en una de sus obras. Aquí hay un patrón el Estado; y un proletariado: el pueblo.

Y si el obrero ha de trabajar mediante un estipendio cualquiera, y el suples de lo que produzca no puede distribuirlo como a él le plazca, ni disponer de él según acuerdos que libremente pueda contraer, y sólo ha de aceptarlos en la forma que el Estado quiere entregárselos, no hay comunismo; no hay más que un colectivismo más o menos radical. Esto es todo. Mientras haya clases, diferencias sociales o categorías, el comunismo no es posible. Y aquí hay, si no clases, por lo menos categorías, desde el momento que los salarios no son iguales y que cada obrero ocupa la categoría que el Comité de Fábrica le concede.

—Ya os convenceréis —me respondió— de que estáis equivocado. — Y la conversación tomó otro giro.

1] Esta es la mayor falacia de la burguesía bolchevique. Nunca el Estado, que es el capital concentrado y actuando como fuerza dictatorial puede actuar “a favor de la comunidad”, porque en ese caso se negaría como Estado. El Estado existe precisamente como comunidad ficticia, como comunidad del capital, por la necesidad misma del capital de ejercer la dictadura contra la mayoría de la comunidad humana. (Colectivo FK)


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