22.ABR.18 | postaporteñ@ 1900

Mapa de un Engaño

Por Álvaro Diez de Medina

 

El lado Oculto de la Trama Tupamara

 Libro de Álvaro Diez de Medina

CAPITULO VII

Una obra de confusión

 

Leer a Fernández Huidobro es internarse en un terreno minado.

 Su libro La tregua armada narra los nueve días transcurridos entre el encuentro del 26 de junio en el cuartel Palleja y la recepción, por parte de las FFAA, de la respuesta del MLN el 5 de julio de 1972, como una sucesión de delicadas reuniones, en “segunda o tercera ronda de conversaciones”, realizadas al tiempo que los negociadores detenidos atendían “la propuesta de otro sector del Ejército (...) de tener contacto directo con nuestra dirección”

 Nada de eso hubo, claro, y quien rebate este ensueño literario es el mismo Fernández Huidobro, al referir las inocultables dificultades prácticas enfrentadas por los detenidos a la hora de procurar contactos en las calles de Montevideo.

La obra contiene, sin embargo, una referencia que nos devuelve a nuestra trama: al reunirse con Henry Engler en la esquina de la calle Comercio (hoy Francisco Solano López) y Rambla República de Chile primero, y tras dirigirse con él al local conocido por la sedición como “la quinta de la paraguaya” (una casa, ubicada en la calle Sevilla de Malvín Norte, que era alquilada por un marino mercante “periférico” al que se conocía como El Metralleta, Alfredo Brando /56), Fernández Huidobro deja “constancia de la traición de Píriz Budes y la sospecha fuerte (sic) de lo mismo, que costaba creer aún, en el caso de Amodio Pérez”.

Engler, en tanto, le habría impuesto de la novedad de que Alicia Rey “no había caído, se había entregado”. “Si bien el cúmulo de sospechas había sido muy grande en los meses (sic) anteriores”, escribe Fernández Huidobro, “la comprobación, digamos científica de la traición (de Amodio) pudo darse a partir de la caída de Julio Marenales (el 26 de julio de 1972)”

Pero lo cierto es que, ya a partir de su regreso de las expediciones en compañía del capitán Calcagno a comienzos de julio, Fernández Huidobro trasmitió a los sediciosos detenidos que la entrega de la llamada “cárcel del pueblo” seguiría siendo atribuida a Amodio: Sendic había dispuesto “dejar las cosas como están”

Y, por ende, a partir de esta disposición es que Alicia Rey queda marginada de las tratativas referidas a la tregua: la Coral seguiría la suerte de la Salteña. Suspendidas las visitas autorizadas a los presos una vez Wassen pusiera en movimiento el mecanismo de la tregua, la pareja –ahora ya reunida en el dormitorio de Calcagno– se abocó de lleno a asistir a Méndez en la tarea que Amodio denominaría de “ordenarle los papeles” al teniente, aunque el oficial interpreta en forma diferente: “Amodio está subido a su ego hace muchos años. No está en mi vocabulario decir: ‘arréglame los papeles’ (...) Yo a Amodio, cuando empezamos a hablar con cosas que yo traía, le pedí que me hablara de la historia de la organización para que dijera quiénes eran”

“Es un individuo muy memorioso, obseso y muy detallista”, rememoraría Méndez en 2015. “Problema serio, cuando estaba en actividad, porque la (...) obsesión por el detalle es enemiga del funcionamiento en clandestinidad (...)

No éramos tan bobos como cita Amodio, y sí teníamos conocimiento de la guerra de guerrillas. Nosotros necesitamos información. Saber de qué estábamos hablando. La historia del MLN. Quiénes eran sus ejecutivos. Quiénes eran y cuáles eran las características, las fortalezas y debilidades. En interrogatorios, en ese nivel, a mí me brindó información estratégica, simplemente contando cuáles eran sus características: ¿terminaba en tríadas o células? Mi trabajo con Amodio Pérez fue ese. La primera etapa duró dos meses, y después yo me fui a ordenar, y ese orden nos dio posibilidades de saber qué estábamos hablando” /57

* * *

En el curso de sus conversaciones, Méndez les refirió a ambos que le había expresado a Wassen su interés, nacido de cierta simpatía por su figura, en hablar con el senador frenteamplista Zelmar Michelini (1924-1976).

Nepo, por su parte, le había dicho que ellos estaban en condiciones de organizarle al joven oficial un encuentro, si es que ello le interesaba. Alicia, en tanto, había sobre oído una conversación entre Wassen y Fernández Huidobro, en la que se mencionara un supuesto “satanazo”. Atando cabos, la pareja coincidió en que la sedición podría intentar el secuestro o el asesinato de Méndez, como forma de garantizar o punir los resultados de una negociación. “No se te ocurra ir”, le dijeron en el curso del siguiente encuentro. “Te van a matar”

 Los periodistas Caula y Silva, en Yo no soy Amodio Pérez (Ed. B, Montevideo, 2015) sostienen que esta historia es inverosímil: “una simple llamada telefónica” le hubiera bastado a Méndez a fin de provocar el encuentro con Michelini. Solo que Méndez era, en ese momento, apenas un teniente segundo de 23 años, para quien requerir un encuentro con un senador era, en 1972, una ardua tarea, y ciertamente imposible mediante “una simple llamada telefónica”

“De ser cierto el extraño operativo”, concluyen los desencantados Caula y Silva, “la intuición de Amodio para desbaratarlo configuraba toda una delación (sic) del accionar de sus excompañeros” (op. cit., pág. 81)

Algo similar ocurriría en el caso del Tte. Cnel. Legnani, a quien Amodio de inmediato advirtió que no se hiciera ilusiones respecto a lo que Fernández Huidobro y los otros detenidos pudieran obtener de sus expediciones a la “quinta de la paraguaya” y otros locales. No quedaba, insistía Amodio, nada que rendir. Los detenidos estaban meramente comprando tiempo, y ninguno de los activistas que aún gozaban de libertad aceptaría entregarse incondicionalmente a las Fuerzas Armadas.

Cuando, a comienzos de julio, la sedición diera su respuesta al planteo militar, Legnani no tendría más remedio que reconocerle a Amodio que había estado todo el tiempo en lo cierto. Fue entonces que le dio el burlón apodo con el que le conocerían, de ahí en más y mientras durara su estancia en el Batallón Florida: “Mandrake, el Mago” /58

* * *

Aún en 1997, Fernández Huidobro sorprendentemente siente del caso consignar su carencia de explicaciones para el fracaso de aquella primera tregua entre las Fuerzas Armadas y la subversión. El 8 de julio de 1972, las Fuerzas Armadas desestimaron, según era de prever, lo actuado y, si bien quedó en el aire la posibilidad de mantener el estado de alivio en el trato a los prisioneros, la realidad es que el envión desmantelador de la acción antisubversiva era ya indetenible y, con él, sus terribles consecuencias.

La desarticulada sedición continuaba dando palos de ciego: bombas incendiarias (8/7), ataques a efectivos policiales (10/7) y militares (8/7), violentas rapiñas (12/7), robos (6/7)

Las unidades militares, por su parte, apuraban el dominó de sus capturas: la de la esposa de Raúl Bidegain Greissing, Cristina Cabrera Laport (a) Claudia, la muerte del estudiante de medicina Aurelio Fernández Peña /59 (8/7), la prisión de decenas de sediciosos en los departamentos de Soriano (8/7), Florida (11/7) y Montevideo (15/7), además de la caída de locales, en los que las Fuerzas Armadas hallaran armas, proyectiles, documentos, joyas y dinero.

“Hubo hombres de todos los ‘bandos’”, seguirían mitificando en 2013 Caula y Silva al comentar este momento en idéntica línea que la de Fernández Huidobro, “que no supieron ver en su cabal dimensión (sic) que el diálogo ya iniciado, entre quienes combatían con las armas en la mano, pudo haber sido una chispa que generara el tantas veces reclamado ‘encuentro nacional’ que, como tal, debía contemplar y amparar a todos los sectores –sin proscripción alguna– cobijados bajo la República Oriental del Uruguay” /60

Notas

56- Hermano de la “colaboradora” Silvia Brando, primera esposa del periodista y escritor pro-tupamaro Eduardo (Hughes) Galeano (1940-2015), quien fuera editor del semanario Marcha. El “colaborador” que pusiera el local al servicio de la sedición, ya identificado como tal por las Fuerzas Armadas, invocaría, poco después y ante efectivos del Batallón 9º, su condición de partícipe de la tregua a fin de ser alcanzado por la inmunidad convenida entre la sedición y los militares partícipes de la misma. Su alias en la sedición era Fuche: El Metralleta era su apodo, en razón de su tartamudeo.

Silvia Brando convivía, en compañía de su hija, en ese local con Carlos Tikas Plechas (a) El Pelos, subversivo que participara como chofer del primer secuestro de Pereira Reverbel; estuvo a cargo de la comunicación entre columnas y fue luego vinculado al asesinato del Guardia de 2da. Clase (GM) Carlos Rubén Zembrano el 15 de noviembre de 1969. En 1974 se exiliaría, y hoy vive en Barcelona: “cuando la lucha se hace larga y se endurece, se aleja”, le diría Eleuterio Fernández a sus captores militares en 1977, refiriéndose a él (María Urruzola, Eleuterio Fernández Huidobro. Sin remordimientos…, 2017, pág. 60)

57- Condenado. Preso político en democracia, Héctor Amodio Pérez, Ediciones de la Plaza, Montevideo, 2015

58- En conversaciones privadas, Legnani reconocerá que los consejos de Amodio le salvaron, en más de una ocasión, de dar pasos en falso sobre un terreno que le era completamente desconocido.

59-Homicida del agente policial Aidis Pérez Melo (3 de junio de 1971)

60- Alto el fuego. La obra completa, pág. 198.


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