28.MAY.18 | Posta Porteña 1911

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA

Por Colectivo Fanni Kaplan

 

ANGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi” ( 8)

 

La dictadura bolchevique contra el proletariado resulta cruel e imponente. Cuanto más se constata la miseria, el caos, la mugre, con calles abandonadas y edificios en ruina, más se constata el antagonismo con la burocracia generalizada impuesta por la burguesía bolchevique en el poder. Nunca antes habían existido tantas personas durmiendo en cualquier calle contrastando con los históricos edificios zaristas vacíos. Colas y más colas, burocracia, desposesión generalizada de los proletarios, brutal y visible aumento de la tasa de explotación social, corrupción generalizada riqueza ostentadora oficial.

Habría que insistir cada vez en el absurdo que fue el seguir utilizando la expresión “comunistas” para dirigirse a los dictadores capitalistas bolcheviques (ver por ejemplo en el extracto de Pestaña que publicamos abajo: “El criterio cerrado y dogmático de los comunistas autoritarios rusos”) Pero por razones obvias haría muy pesada cada una de estas introducciones. 

Hasta bien avanzado el año 1917, los bolcheviques (como los mencheviques y en general todos los socialdemócratas) tenían horror de la palabra “comunista” que solo utilizaban en Rusia los socialistas revolucionarios, de diversas organizaciones maximalistas y antiestatales. Es para esconder su trayectoria democratista y subirse al carro del proceso insurreccional del proletariado, que Lenin propone llamarse de esa manera a mediados de ese año y por supuesto queda en total minoría dentro de su propio partido. ¡Cómo un partido fundamentalmente (social) demócrata pasarse a llamar “comunista”, sin horrorizar a sus propios miembros! Sin embargo, al leninismo le sirvió mucho para camuflarse y poder ser asimilado al proceso mismo de insurrección proletaria en curso. Como se sabe apenas ocuparon el puesto del zarismo, esa terminología se generalizó y se usó y abusó de la misma hasta que todo el aparato del Estado burgués se definió como “comunista”

¡Era el maquillaje indispensable para que el zarismo pudiese renovarse y fortificarse en la militarización necesaria del trabajo que el capitalismo necesitaba! Ahora sí los socialdemócratas estuvieron de acuerdo con ese maquillaje “comunista” También era lógico que los capitalistas del mundo entero empezaran a reconocerse y considerarse en ese nuevo maquillaje. Para el capital mundial en su conjunto el “comunismo” pasó a ser desde entonces, la parte fea e indispensable del desarrollo forzado del capital.

Lo que por el contrario fue lamentable es que muchos revolucionarios del mundo se tragaran el puercoespín entero y llamasen a los bolcheviques y al mismo Estado ruso, con esa denominación contradiciendo la práctica histórica. Dicho elemento ideológico fue determinante en el proceso contrarrevolucionario del siglo XX.

Quienes más contribuyeron al mismo fueron los “anarquistas” ideológicos que repitieron con el mismísimo poder del Estado bolchevique que eso era el “comunismo”, aislando a los verdaderos anarquistas, que se seguían asumiendo como comunistas. La misma utilización por Pestaña, de esa terminología al servicio del capital mundial, muestra hasta qué punto dicho sindicalista se define del lado de la socialdemocracia contra el comunismo y el comunismo anarquista.

Nunca más ese “anarquismo” criticaría el capitalismo bolchevique por su naturaleza de clase, sino que situaría su pobrísima crítica en el autoritarismo de la superestructura política y de diferentes maneras se haría cómplice de la organización y desarrollo “comunista” del modo de producción capitalista ¡Un puerco espín no se vomita así nomás!

Por lo menos en una ocasión teníamos que subrayar lo absurdo (y en última instancia cómplice a pesar de la crítica) que es que en nombre del “anarquismo” los Pestaña legitimen el “comunismo” del capitalismo bolchevique, aunque este extracto de Pestaña sigue mostrando la realidad capitalista y hambreadora de la dictadura leninista.

Colectivo Fanni Kaplan

* * *

El aspecto de Moscú es el de una capital en continuo y agitado movimiento. La estancia del Gobierno con los miles de burócratas que le rodean, hace que la vida se intensifique enormemente, lo que evita que Moscú dé igual sensación de miseria que daba la observación de las demás ciudades de Rusia. En Moscú esta sensación sólo era más débil. Las calles sucias y abandonadas, llenas de baches, intransitables, dificultaba la circulación de los vehículos oficiales. Muchos edificios presagiaban ruina. El Gobierno los confiscó, los cerró; algunos con mercancías y géneros, y así permanecían aún. Los géneros que no han sido robados, se pudren y deterioran en el interior.

Era una nota saliente ver algunos escaparates de comercios de importancia antes de la revolución, conservando aún, aunque cubiertos de una espesa capa de polvo, los objetos que allí pusiera el comerciante para llamar la atención del comprador.

En algunos escaparates se ven objetos de utilidad indispensable, y que no se encuentran en los depósitos sovietistas; pero aquellos que están a la vista, como los que hay almacenados dentro, no se pueden tocar 'porque la estadística no está hecha, a pesar de que hacía cuatro años que la comenzaron. Hemos dicho "los que están dentro", cuando debiéramos decir mejor "los que debían estar", pues es frecuente que, cuando con arreglo a las estadísticas se vaya a disponer de los géneros que hay almacenados en el local, se halla el sitio que ocupaban, mas no los géneros.

Y en medio de tanto edificio cerrado y sin utilidad alguna, veían se dé noche racimos de personas durmiendo en el suelo y en los quicios de las puertas por no tener albergue.

Otro espectáculo deprimente y que representa una pérdida de tiempo considerable y enorme, era el que se daba con los repartos de víveres extraordinarios, ropas o billetes de ferrocarril. Sobre todo, esto último era algo que llamaba la atención de quien no quisiera cerrar los ojos a la realidad. En las estaciones, como en los despachos centrales de billetes y de permisos de viaje, las colas eran permanentes. No era raro encontrarlas de quinientas y más personas. Había quien tenía que pasar dos y tres días antes de poder obtener un billete. Y como no era posible abandonar la tanda sin perder el puesto, o bien habían de comer y dormir por el suelo, o bien relevarse por alguna otra persona. Esto era lo más frecuente.

Esta parsimonia burocrática en el reparto de víveres, ropas, demás efectos y billetes, dio ocasión a una industria bastante lucrativa: la de los eternos permanentes en las colas. La persona que tenía algún vale con derecho a opción a ropas, víveres o billetes, y no pudiera o no quisiera formar cola, se convenía con un profesional y, mediante una prima, permanecía en el turno por el interesado. Como habían de estar allí por uno, les era indiferente estarlo por cuatro o cinco y entre estos cuatro o cinco se aseguraba un jornal. No se crea que esta lucrativa tarea —pues había quien ganaba mucho más en ella que hubiera ganado trabajando— o fuera penosa. Se necesitaba ser de un temperamento especial para ejercerla. Aparte lo que significa pasarse horas y horas en espera, la suciedad de los locales y la promiscuidad entre gente plagada de parásitos, la hacía más penosa y repugnante.

Por curiosidad, entramos un día en uno de los despachos de billetes, instalado en la Plaza de la Opera de Moscú, cerca del antiguo hotel Metropolitano, y aunque era un momento en que la fila no la formarían más de un centenar de personas, la atmósfera era poco menos que irrespirable. El suelo, como las paredes, casi producía náuseas, y allí, y en actitud de espera, habían de pasar los profesionales de las colas, horas y horas para lograr un billete. Estas correrías e investigaciones las hacíamos prescindiendo de todo informe oficial o de los guías e intérpretes que en el hotel se nos ofrecían

* * *

Los preparativos para la apertura del Congreso seguían con inusitada actividad. La llegada de delegados extranjeros, así como del interior de Rusia, daba animación y vida a la capital. En el hotel Dislavoy Divor se oía hablar en todos los idiomas, y se veían rostros que marcaban diferencias raciales. Las reuniones previas que el Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional celebraba, eran cada día más interesantes y apasionadas. Se vislumbraba en ellas lo que más tarde dividiría a los obreros socialistas del mundo.

El criterio cerrado y dogmático de los comunistas autoritarios rusos, no cedía en nada. Amparados en la aureola de la revolución, imponían, no aconsejaban, su política. La diatriba, el sarcasmo y, lo más antipático, la suficiencia que se atribuían de ser ellos solos los que habían hecho la revolución, iba poco a poco preparando el terreno para la escisión que en el campo socialista producirían las famosas veintiuna condiciones de Moscú.

Nosotros, mientras tanto, más atentos al deseo de conocer la realidad que a intervenir en querellas de partidos, no cesábamos de correr por las calles, visitar centros oficiales u oficiosos, preguntar, inquirir, desentrañar el misterio en que el desconocimiento del idioma nos encerraba, para acercarnos lo más posible a la realidad. Por fin, el día diecisiete de julio, nos anuncian que dos días después partiríamos todos los delegados para Petrogrado, pues siendo Petrogrado la cuna de la revolución, querían rendirle un máximo homenaje de simpatía y admiración, celebrando en aquella capital la apertura del Congreso con una serie de festejos y de manifestaciones artísticas que a tal fin habían sido pre-paradas. En Petrogrado sólo se celebraría la sesión de apertura, continuando luego el Congreso en Moscú, para donde regresaríamos el día veintiuno.

Los preparativos para el viaje de los delegados se realizaron con rapidez, no sin que al iniciarse surgiera una cuestión de competencia.

Zinoviev sostenía que, siendo delegados al tercer Congreso de la Internacional, era a ésta a quien competía organizar el viaje, mientras que Trotsky, alegando la inseguridad del país y la posibilidad de un atentado contra nuestras personas, por parte de los contrarrevolucionarios, sostenía que era al Comisariado de la Guerra a quien competía la organización del viaje y de nuestra seguridad personal. Triunfó Trotsky y fue el Comisariado de la Guerra el organizador del viaje.

Se nos comunicó que la salida de Moscú se efectuaría el día diez y nueve de julio, a las dos de la tarde, en tren especial, a fin de llegar a Petrogrado a las diez de la mañana del día veinte, fecha de apertura del Congreso. A las doce del mediodía del designado para la marcha comenzaron a llegar automóviles al hotel Dielawoy-Divot para recoger a los delegados. En el trayecto, y a distancias prudenciales, patrullas de soldados ejercían una estrecha vigilancia. En los alrededores de la estación las patrullas eran más numerosas e impedían al público acercarse a la puerta principal. Las órdenes eran terminantes. En los andenes interiores no había nadie que no fuera delegado componente de la comitiva. Esta era numerosísima. Los delegados extranjeros éramos unos sesenta. Y para la expedición había dos trenes especiales que se llenaron y aun hubo quien viajó incómodamente.

En el andén conocimos a Kamenev, Rikof, Rakosky y otros caracterizados comunistas (sic).

Todo el trayecto estaba guardado militarmente. De trecho en trecho dos centinelas, uno a cada lado de la vía y arma al brazo, vigilaban constantemente. En los puentes había dos centinelas a cada extremo. En todas las estaciones algo importantes se detenía el tren y éramos recibidos a los acordes de “La Internacional”, que sonaba matemáticamente apenas entraba el tren en agujas. En algunas estaciones se aprovecharon las paradas de los trenes para improvisar mítines. Cuando llegó la noche, respiramos. Creíamos que todas aquellas manifestaciones espontáneas, preparadas por el Comisariado de la Guerra, no nos molestarían más. ¡Craso error! Ya de madrugada, y cuando los delegados dormíamos tranquilamente, las bandas de música y los Soviets locales irrumpían en las estaciones entonando "La Internacional'' y dando estentóreos ¡hurras! a la Tercera Internacional.

Eran algo ridículas y grotescas aquellas intempestivas apoteosis. Pero la orden era tajante. El Estado sovietista lo disponía así para que el Comisariado de Guerra pudiera acreditarse de perfecto organizador.


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