10.JUN.18 | Posta Porteña 1916

Mapa de un Engaño

Por Alvaro Diez de Medina

 

El lado Oculto de la Trama Tupamara

 Libro de Álvaro Diez de Medina

Capítulo X  La fe de la ignorancia

 

Retrocedamos ahora un poco.

Mientras Amodio Pérez se abocaba a escribir el que estaba llamado a ser su libro maldito, la historia del movimiento tupamaro daba curso a un nuevo e insólito capítulo: el de una segunda tregua entre la sedición y algunas unidades de las Fuerzas Armadas

 El contexto de esta escena es palmariamente incongruente. El mes de julio de 1972 fue particularmente intenso en la lucha antisubversiva: atentados y robos se sucedían al mismo, apresurado, ritmo con el que las Fuerzas Conjuntas allanaban locales y detenían o abatían a sediciosos como Nelson Berreta (15/7), Eduardo Ariosa Amilivia y Julio Marenales (27/7)

Al tiempo, el Poder Ejecutivo promulgaba la Ley 14.068 o de Seguridad del Estado y Orden Interno: un texto abocado a cerrar el cerco militar en torno a la sedición por la vía de someter sus crímenes a la jurisdicción militar. Los únicos instrumentos constitucionales que habilitaban el estado de excepción o la emergencia en el país eran los del dictado de medidas prontas de seguridad (art. 168, núm. 17) y la suspensión de la seguridad individual (art. 31): ambos habían demostrado ser claramente insuficientes a la hora de enfrentar el desafío subversivo.

 Fue por ello que la violenta jornada del 14 de abril, en el curso de la cual murieran asesinadas por la sedición cuatro personas, y seis sediciosos lo fueran en el curso de la consiguiente represión de las fuerzas de seguridad, franquearon el camino para que el Poder Ejecutivo solicitara, y el Poder Legislativo se viera en la posición de concederle, la declaración de un “estado de guerra interno”: al ocurrir ello, se activó el art. 253 de la Constitución, referido a la aplicación de la jurisdicción militar a delitos cometidos por civiles. La Ley 14.068 daba un paso más allá al transferir el capítulo de los delitos previstos por el código penal ordinario como violatorios de la seguridad o la paz públicas al cuerpo del código penal militar, al tiempo que creaba nuevos tipos penales: con ello, efectivamente se militarizaba el tratamiento judicial de los crímenes cometidos por la sedición

 * * *

La historia de esta segunda tregua no ha sido aún estudiada con el cuidado que merece. Sus alcances fueron revelados por los periodistas Caula y Silva en el ya citado trabajo de 1986, titulado Alto el fuego y, con posterioridad, parsimoniosamente comentados por Eleuterio Fernández en La tregua armada (1987)

 En 2003, el licenciado en historia hispano-uruguayo Rodrigo Véscovi publicó el trabajo Ecos Revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay 1968-1973, en el que, basado en las dos obras anteriores, dedica un revelador tramo de la suya a este tema (págs. 115 a 126)

Será, sin embargo, el importante trabajo periodístico de Leonardo Haberkorn, titulado Milicos y tupas (Ed. Fin de Siglo, Montevideo, 2011), el llamado a abrir la caja de Pandora de la segunda tregua, analizada a la luz de su desarrollo en los lindes del cuartel del Grupo 1 de Artillería del Ejército, ubicado en el Cerro y conocido como La Paloma

* * *

 El silencioso cataclismo que se produjo en los cuarteles Palleja y La Paloma al lanzarse la segunda tregua a fines de julio de 1972 es patéticamente sencillo de narrar.

Los jóvenes sediciosos que eran ahora arreados en masa a esas unidades militares lo hacían cargando el penoso vacío intelectual en el que se formaran.

Hijos de una sociedad económicamente estancada, casi condenada a jugar un permanente juego de suma cero sin más horizonte que la prebenda o el empleo público, conformaban, con algunas excepciones, un contingente errático de estudiantes sin prisa, médicos sin entrenamiento, catequistas de inclinación marxista, vendedores de libros, empleados bancarios, agitadores sindicales, persistentemente alimentados por el ominoso discurrir de una inclaudicable prensa de agitación, incontables manuales de marxismo escolar y espectáculos motivacionales.

 El universo psicológico de este contingente era penosamente unidimensional, y casi podría resumirse con pintar un cuadro en el que una oligarquía fastuosamente rica y obediente a los dictados del imperialismo mantiene sojuzgada, mediante todo tipo de violencias, a la inmensa mayoría de una miserable población.

Bastaba devolver, pues, estas percibidas violencias a los culpables de ellas y a sus instrumentos armados, para que una nueva Jerusalén pudiera ser erigida en la tierra, por manos de los puros de corazón.

 Los también jóvenes oficiales que, a su vez, encontrara la sedición en los cuarteles eran dueños de su propio vacío. Provenientes en su mayor parte de las zonas suburbanas de Montevideo, eran otro tipo de víctimas del mismo estancamiento económico de un país ahogado en reglamentaciones: muchos formaban parte del flujo migratorio de las zonas rurales a las urbanas, del interior a la capital, y si bien su educación era inferior a la de los activistas, no le iban a la zaga en sencillez y pobreza.

Atados a sueldos miserables, olvidados por todas las prioridades, eran ajenos a las agitaciones sociales que sacudieran al país en las décadas anteriores a las de la sedición: cuando salieran de sus cuarteles en mayo de 1972 no tenían siquiera idea de quiénes eran sus enemigos, contando con el solo manto del anticomunismo como motivación.

El encuentro de ambos mundos estaba llamado a producir un impensado efecto. Interrogador e interrogado, torturador y torturado, de pronto hallaron un lenguaje común: el de su miseria, el de su frustración y rencor, el de sus pulsiones conspirativas

Las despertadas por vagos “oligarcas”. La “rosca” /84. Los “peces gordos”. Los “políticos” venales. Los “negociados”. Los “ilícitos económicos”. /85

Y así el mundo se hizo para todos ellos más claro: la miseria del rancho militar, el fracaso de la carrera universitaria, la sujeción a jerarcas remotos, el odio a una sociedad injusta e hipócrita, se dieron la mano en soluciones sencillas, provistas de villanos al uso, expuestos por el didactismo misionero.

Los oficiales tenían a su disposición los papeles que arramblaban en sus ciegos allanamientos: allí se mezclaban carpetas construidas por los jóvenes sediciosos, recortes de prensa, los fascículos coleccionables que por entonces se editaban con entusiasmo, con la documentación robada o decomisada.

 Los sediciosos contaban, por su lado, con el vasto arsenal de sus ensoñaciones conspirativas: nombres que sugestivamente se vinculaban a nombres, empresas a empresas, familias a familias, tejiendo una escondida red en la que una angurrienta oligarquía emboscaba a míseros trabajadores.

Y tenían, claro, la elaborada construcción de una prensa inflexiblemente amarilla, abocada a revelar, como la de Fasano, todos losdías del año o, en el caso de Marcha una vez por semana, la puntual existencia de tan torvas como infinitas tramas de corrupción

Ettore Pierri, el periodista tupamaro detenido en el cuartel Palleja, le ha narrado a Caula y Silva el transcurrir de aquella epifanía colectiva/86

Allí leemos el entusiasmo con el que la idea se toma. La participación en ella de Marenales, del teniente Méndez, del capitán Camacho, de Lucía Topolansky, de los también sediciosos Arturo Dubra y Alejandro Artucio. La formación de “equipos”, a cambio del cese de las torturas a los detenidos.

El reclutamiento de “gente experta (sic) en distintas áreas” de entre los detenidos: “éste que es economista (sic), éste que sabe mucho (sic) sobre la industria de la carne”/87

 Pierri fue liberado el 25 de agosto, pero sujeto a regresar periódicamente al Palleja a fin de dar seguimiento al trabajo emprendido. “La única persona que puede conseguir información sos vos”, le habría dicho Calcagno al cronista de Federico Fasano que, naturalmente, regresó, esta vez munido del rico botín de los trascendidos, dimes y diretes de su diario. De pronto la mesa de trabajo se erigió en lo que los detenidos llamaban “la escuelita”: un pizarrón en el que “expertos” deshojados de entre los sediciosos ilustraban a los oficiales sobre los intrincados meandros de la corrupción y los negociados. “Este es el Banco de Comercio (sic)”, dibujaba Pierri en el pizarrón, “y en su órbita giran tales y tales empresas”. Julio Marenales rememorará en 2015 haber estado abocado al “estudio” de las acusaciones levantadas contra el dirigente colorado Jorge Batlle Ibáñez en 1970 y en referencia al manejo de información reservada que habría derivado en compras especulativas de dólares

“Casualmente”, dirá Marenales en relación a los supuestos beneficiarios de la maniobra, “eran todos amigos de Jorge Batlle.

Y, además, no estoy seguro del nombre, había un tal Carámbula, que tenía una empresa de préstamos, que era muy amigo de Jorge Batlle y estaba en el directorio del BROU de aquella época/88

 Nosotros llegamos a esa conclusión, y se iba a hacer una operativa (sic) para traerlo al cuartel (...)” (cursivas mías) /89

“La mayoría (de los “oficiales de baja graduación” que, reconocerá Marenales, eran los que participaban de esta trama /90) me escuchaba sin ningún tipo de interés, con la boca abierta”, se ríe hoy el sedicioso Carlos Koncke, un contador que había asesorado al gobierno peruano del dictador Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y organizaba, en La Paloma, la “capacitación” de los militares, al tiempo que participaba, uniformado, de allanamientos y del decomiso de documentación en empresas o estudios contables. “Yo era el dueño de ‘La Paloma’”, se gloría el mismo Koncke, de quien dice otro sedicioso allí detenido, Armando Miraldi, que era “un tipo brillante”

* * *

El brillo de aquel ejercicio, sin embargo, puede medirse en los aterradores documentos recopilados por Caula y Silva en su libro. Los autores pretenden, naturalmente, sembrar de sombras y suspicacias confabulatorias todo el episodio de la segunda tregua. Incluyen en su obra supuestas actas de interrogatorios en la esperanza de que la acumulación de palabras que ellas registran revivan en el lector todo género de sospechas

No lo logran.

Por el contrario, allí vemos arremolinarse a gente inexperta en todo, analizando con prevención los “swaps” de monedas que no entienden, los “reintegros a la exportación” que no podrían reconocer aunque los tuvieran enfrente, siempre sospechosas “admisiones temporarias”, mezcladas con supuestos contrabandos de ganado, el corretaje supuestamente irregular de seguros, y hasta la amañada gestoría de pasividades.

 * * *

Aquel no fue, sin embargo, un ejercicio meramente académico entre enemigos juramentados de la academia. Es que pronto comenzó, al tiempo que las salidas de presos en misiones exploratorias y reunión de informes, el desfile por las unidades militares de empresarios, profesionales, empleados de comercio, a fin de dar su testimonio frente a lo que había terminado por ser un tribunal veneciano, improvisado entre la soldadesca y los agitadores presos

“Todos” los gerentes de las compañías de seguros, se nos dice fueron arrestados. ¿Habrá realmente sido así? ¿Habrán sido más de dos? ¿Quiénes?

 “Se iba a hacer una operativa (sic) para (traer) al cuartel” a un amigo de Jorge Batlle, refiere Marenales. Haberkorn ha expuesto el caso del industrial Jaime Wegbrait, así como el del contador León Buka/91 Como el innominado contador del ex ministro y banquero Jorge Peirano Facio, como tantos cuyo nombre no se registra, los tres fueron torturados. Y torturados, también por parte de sediciosos

 Así se lo ha confirmado a Haberkorn una integrante de la organización a la que ha llamado “Mónica”, y así el sedicioso Juan Pedro Montero de la Bandera a Rodrigo Véscovi en su libro Ecos Revolucionarios (pág. 123): “después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle”, afirma, “y participamos nosotros en la tortura” /92

“Nosotros vimos torturar horriblemente a un contador de varias empresas”, afirmaría Eleuterio Fernández Huidobro, por entonces otra vez embarcado en salidas del Palleja a fin de obtener el asentimiento de Sendic a la procurada rendición incondicional.

* * *

Hemos dejado a Amodio Pérez y a Rey Morales en el cuartel Palleja del Batallón Florida abocados a completar el rompecabezas que cientos de pequeños papeles combinan en el retrato organizativo de la sedición tupamara.

 ¿Salieron, asimismo, en las “cuerdas” o patrullas militares, vestidos de uniforme si fuera del caso, a fin de “marcar” o identificar a sediciosos en las calles, o a identificar locales de la subversión? Nadie ha afirmado de Alicia Rey que lo hiciera.

Ya sabemos que se trataba de una práctica corriente: “marcar” en salidas de las unidades militares, o pagar el precio de la tortura. Y sabemos también que muchos intentaron huir del dilema “marcando” locales ya “quemados”. Puede imaginarse que el engaño no debe haber durado mucho.

El sedicioso Julio Listre, partícipe de la fuga del Penal de Punta Carretas conocida como El Abuso, sostiene que Amodio tomó parte de estas expediciones y fue quien lo entregó a las Fuerzas Armadas. Al así declararlo en la sede judicial en la que se sustanciaban las denuncias contra Amodio en 2015, ilustra sobre el modus operandi: “Pregunta: Cuando eran conducidos a marcar personas, ¿eran amenazados en su integridad física y su vida todos, incluso Amodio?

”Respuesta: Sí, creo que se transformó en un mecanismo. Al caer preso, lo llevaban a reconocer gente que andaba por la calle, y la amenaza era que si no marcaba a alguien… imagínese (…)”.

Carlos Martel, otro sedicioso también partícipe de la fuga del penal en 1971 y, como Listre, allegado a Mauricio Rosencof, también acusa a Amodio de haberlo identificado a una “cuerda” militar, y agrega en su testimonio judicial:

“Pregunta: Si a Ud. lo llevaron a marcar. ”Respuesta: Lo más común eran los camellos. Una vez me piden tatucera. Yo había estado en la militancia. Yo di el nombre de una. Se hizo un silencio, me llevan en un camión y estaban arriba mío los pies de los militares, y cuando llegamos resultó que la tatucera no existía, y me dieron una paliza muy grande, y tuve dos simulacros de fusilamiento …”

 “Pregunta: ¿Tiene conocimiento que algún compañero fuera a marcar gente? ”Respuesta: Sí, entre ellos en los camellos era lo más normal el procedimiento. Yo recuerdo a un compañero Nieto Niazo (sic) /93  A él lo sacaron en la calle Colonia, y él se tiró para que lo pisaran, y no lo pisaron. Me acuerdo de eso en el aire

”Pregunta: ¿Salían de particular y uniformados? ¿Si a los compañeros les ponían también uniforme? ”Respuesta: Sí. Las dos formas. Había quien aceptaba. Era muy difícil de aceptar. Yo viví la tortura, y es muy brava, muy degradante (...) (cursivas mías)”/94

*

Los testimonios de Listre, Martel y Héctor Pascual Quartini son suficientes en cuanto a poder determinar el secreto a voces de la subversión: la combinación de torturas y “marcajes” explica la fulmínea destrucción del movimiento

Mauricio Rosencof, en el transcurso del diálogo que mantuviera con Líber Seregni como material de la obra de Fernando Butazzoni, Seregni-Rosencof. Mano a mano (Aguilar, 2002), narró las circunstancias de su detención, el 19 de mayo de 1972

Refiriéndose a quien pasa a llamar “El Hombre del Paraguas”, Rosencof indirectamente le atribuye ser quien “marcara” su presencia en la casa de su propiedad de la calle Nelson que oficiaba de local, y en la que él buscara refugio junto con Ricardo Ehrlich /95

Ya preso, Rosencof recuerda haber oído al innominado “Hombre del Paraguas” gritar, desde adentro del depósito del Departamento 5: “¡Guardia, guardia, me acordé de otro!” “Él largaba toda la información que tenía, y a mí me la daban con el mazo y con la porra”, concluye. Butazzoni pregunta, en este punto, por el paradero del aludido. “Sigue ahí, en la vuelta”, es la respuesta. Sorprendentemente, Seregni se suma a la curiosidad: “¿Dónde está? Ayer hablábamos con Lilí (Lerena, su esposa) (...) Lilí me preguntaba. ¿Qué fue? ¿Cómo lo compraron?” /96 El “Hombre del Paraguas” ha sido públicamente identificado: se trata de Donato Gabriel Marrero Avero (a) Mauro, exintegrante de la “dirección” del MLN.

Ya Rosencof levanta el velo al asegurar que su “Hombre del Paraguas” “cuando se produjo el décimo aniversario de la muertede (Ramón) Trabal, (fue) el único que salió (...) el único que salió ese día fue él” /97

Pero es específicamente Julio Marenales quien identifica a Marrero como alguien que “señalaba gente”. /98 “Cuando lo interrogaban”, asegura Marenales, “decía: “De eso no sé, pero fulano sabe” y así marcaba compañeros que la pasaban muy mal (...)”

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Asdrúbal Pereira Cabrera (a) Walter, un temprano militante de los llamados Comandos de Autodefensa del Pueblo improvisados por jóvenes estudiantes de medicina a fines de la década de 1960, ha levantado, públicamente, cargos de similar significación. Ha asegurado que, por ejemplo, el sedicioso y activista sindical bancario Víctor Semproni (1937-2016), posteriormente representante nacional por el Frente Amplio, “llegó al extremo de salir vestido de uniforme manejando vehículos militares para detener compañeros”.

Pereira asegura haber recibido esta información de un custodio militar, mientras él mismo y Semproni se hallaban detenidos en el cuartel de La Paloma. Pereira va un paso más allá. Y lo hizo al referirse a una carta dirigida, el 18 de enero de 2010, por el ya Cnel. Orosmán Pereyra a Lucía Topolansky con el alegado propósito de desearle “éxitos” en su ascenso político, y el de su esposo, el por entonces presidente electo de la República, José Mujica. El militar aprovechó la ocasión a fin de recordarle “su detención en el Jardín de Infantes del Liceo Francés que se encontraba en Avenida Italia, portando una granada de mano en su cartera yun revólver 38 cañón corto en su cintura”, así como “la de nuestro futuro Presidente, en la parada de ómnibus de la Avenida de las Instrucciones, donde concurrió al encuentro (sic) en bicicleta y con una subametralladora Uzi colgada al hombro”

“El traslado al Batallón ‘Florida’”, detalla la inexplicable carta, “al igual que el suyo, fue en la camioneta Indio lograda en la captura de la Cárcel del Pueblo, y el percance que sufrimos en Boulevard Batlle y Ordóñez y Canstatt, al pinchar una de las ruedas traseras de la misma (...)”

Claramente, Pereira hacía alusión a un propósito solapadamente extorsivo en la nota del coronel, y en el contexto de lo que llama otras “perlas en el collar” de la colaboración con las Fuerzas Armadas, ya que es versión de militares partícipes de la captura de Mujica a comienzos de agosto de 1972 que habría sido Topolansky quien entregara el “punto de encuentro”, al que Ulpiano acudiera en bicicleta, armado con una subametralladora bajo la campera y portando dos granadas colgadas al cuello/99

Asdrúbal Pereira, uno de los asesinos del comerciante, campeón sudamericano de tiro y coleccionista de armas César Guidet Dotti el 26 de setiembre de 1969, se fugó el 24 de febrero de 1973 del Batallón de Ingenieros No. 1, tomando el camino del exilio en Italia. El Cnel. Orosmán Pereyra ha sido, en tanto, acusado de participar de abusos sexuales contra prisioneras de las Fuerzas Armadas, al igual que el Cnel. Asencio Lucero /100

A diferencia del Cnel. Lucero, quien resultara procesado con prisión en la causa, al Cnel. Pereyra no se le halló penalmente responsable.

¿“Marcó”, pues, Amodio a gente en las calles, tal como lo aseguran sus acusadores, Quartiani, Martel y Listre, tal como surge era la forzada y corriente práctica entre los subversivos apresados?

¿Por qué lo haría él solo y no Rey Morales, a quien nadie acusa de haberlo hecho?

¿Por qué lo distraerían los oficiales del Batallón Florida de su tarea informativa a fin de embarcarlo en una expedición de pesca de activistas sin importancia operativa, como lo eran Quartiani, Martel o Listre?

Amodio ha intentado dar respuesta a sus tres acusadores en sendos comentarios a sus testimonios judiciales en el libro Condenado (2015): niega haber participado de ninguna de las tres capturas, o de las otras, a las que se hace referencia, por lo demás, de oídas. Al final, y como en todos los casos oficial o soterradamente discutidos, es un claro conflicto de versiones, ya imposible de desentrañar. El caso de Julio Marenales, en tanto, es diferente

* * *

Marenales fue capturado el 26 de julio de 1972 en la esquina de la calle Juan Ramón Gómez y avenida Larrañaga (hoy Luis A. de Herrera), mientras caminaba en dirección a la calle Monte Caseros, en compañía de una sediciosa con la que había concertado un encuentro /101 Al percibir que se acercaba a ellos un “camello”, en el que habría visto a Amodio Pérez “vestido de soldado”, instruyó a su contacto a fin de que abandonara la escena de inmediato.

El “camello” se detuvo.

 Marenales extrajo en ese momento de entre sus ropas una granada, de las robadas por la sedición en el operativo de copamiento y robo del Centro de Instrucción de la Marina, a fines de mayo de 1970. Iba, a su vez, armado con una pistola Walther P-38.

El sedicioso arrojó la granada contra el vehículo militar, en el preciso instante en que salía de él un sargento, armado con una sub-ametralladora M-3. La granada no estalló, y el sargento repelió la agresión, disparando una decena de tiros, tres de los cuales impactaron en Marenales: pierna, espalda. “¡Parece que lo matamos!”, oyó el sedicioso ya caído, mientras fingía un estado de shock que le permitiera, tal vez, intentar una desesperada huida.

 Reducido contra el piso, sentía perder la fuerza, mientras los uniformados lo cargaban al baúl de la camioneta que lo terminó por trasladar al Hospital Militar. Allí tuvo sus primeros contactos con integrantes del Batallón Florida: el capitán Camacho y el teniente Méndez, quienes se aseguraron de que, debidamente vendado, pudiera ser trasladado al cuartel Palleja, en cuya enfermería terminaría por restablecerse. Llegaba a la unidad militar en el preciso instante en que comenzaban los primeros sondeos que harían posible la segunda tregua.

* * *

Amodio da una versión parcialmente coincidente con la de Marenales

 La primera tregua, refiere en Palabra de Amodio (pág. 150) había producido varios encuentros entre oficiales del Batallón Florida y elementos subversivos aún libres: Henry Engler y el capitán Carlos Calcagno, Efraín Martínez Platero y el capitán Luis Aguirregaray

En ocasión de una de las salidas de Eleuterio Fernández, este mantuvo una reunión con Engler en un local ubicado en el barrio de Buceo: mientras ambos sediciosos parlamentaban, el escolta deFernández, el capitán Calcagno, aguardaba en el estar del apartamento.

Fue entonces que Engler le habría sugerido a Fernández asesinar a Calcagno, y así librarse de volver al cuartel, algo que aquel rechazó, por inconveniente y peligroso. Al volver a la camioneta, empero, Fernández Huidobro no tuvo mejor idea que narrarle a Calcagno lo que venía de suceder. Este, a su vez, no demoraría mucho en compartir la historia con sus camaradas del Florida, despertando la ira de su amigo, el capitán Aguirregaray, quien aseguraba haber visto a Engler por la calle en reiteradas ocasiones, y en todas se había forzado a mirar hacia otro lado, de acuerdo a lo pactado en ocasión de la tregua. “Lo veo todos los días en Larrañaga”, le comentó a su vez a Amodio

* * *

Aquel 26 de julio Amodio había, según su relato, obtenido autorización de los mandos del cuartel a fin de visitar a su madre, convaleciente de una flebitis/102  Escoltado, pues, por el capitán Aguirregaray, y vestido con una “chaqueta y un pantalón caqui” por encima de sus prendas, /103 el detenido estaba en el vehículo desde el cual fuera avistado Marenales. Según la versión de Amodio, fue Aguirregaray quien atisbó a Marenales entre la gente gritando, de inmediato: “¡Mirá! ¡Ahí está Engler!”, al tiempo que frenaba el vehículo y descendía de él /104

Iba a recriminarle su amenaza a Calcagno. Amodio habría intentado, sin éxito, retenerlo. “¡No! ¡No es Engler! ¡Es Marenales y lo va a matar!”, habría gritado, al tiempo que se cerraba la puerta del vehículo tras Aguirregaray.

El sargento que estaba sentado junto a Amodio, en tanto, comprendió instantáneamente la gravedad de la situación, y emergió, armado con su sub-ametralladora y como una exhalación de la camioneta, por su costado izquierdo. Y fue entonces que la granada golpeó contra el vehículo

* * *

 “Al capitán Camacho yo le dije”, refirió Marenales en la sede del juzgado penal, ‘me apuntaló (sic) Amodio ’. Y yo dije: ‘sáquenme los ojos si no fue él’. Tengo la confirmación del capitán Camacho que quien iba vestido de soldado era Amodio Pérez. Yo lo había visto dentro del vehículo”. En resumidas cuentas: solo tenemos la palabra de Amodio como respaldo de la versión de Amodio, y solo tenemos la supuesta palabra del capitán Camacho como respaldo de la versión de Marenales /105

Notas

84/ El término había sido acuñado por los adherentes al Movimiento Nacionalista Revolucionario de Bolivia en 1951, como una forma despreciativa de identificar a los profesionales y políticos que aseguraban el poderío de los grupos familiares que controlaban la riqueza minera del país. Fue importado poco después a Uruguay por el dirigente socialista uruguayo Vivián Trías (1922-1980), y tornado en moneda corriente del discurso público de los grupos de izquierda por parte del periodista Federico Fasano

 85 / Aún frustrado por el fracaso de esta segunda tregua, el hoy Cnel. Luis Agosto amargamente concluye en 2011 ante Haberkorn: “Lo que sí sé es que, indiscutiblemente, el poder económico sigue hoy en el mismo lugar que entonces: llámese Opus Dei, llámese Masonería, llámese grandes familias de estancieros, llámese Secta Moon (...)” (Milicos y tupas, pág. 172). Julio Marenales, a su vez, declara el mismo año en una sede judicial, que los detenidos procuraban “trabajar la cabeza de los oficiales políticamente” (Condenado..., pág. 178)

86/ Alto el fuego, págs. 234 a 239

87/  El profesor de historia y ávido lector Armando Miraldi rememora, con candor: “Les decíamos a los militares: hay un hombre que escribe en el diario El Día y sabe montones (sic) sobre el tema de la carne. Y entonces ellos se hacían traer todos los artículos” (Milicos y tupas, pág. 141)

88/ Se refiere al dirigente colorado Felisberto Carámbula, padre de los militantes comunistas Marcos y Gonzalo Carámbula. ¿Conoce siquiera este vínculo en 2015?

89/ Condenado..., pág. 180.

90/ Condenado..., pág. 178.

91/ Ver: “La tregua y su componente anti-semita”, El Observador, 28 de mayo de 2016

92/ Pedro Montero (a) Perico remitiría, desde España, donde reside, y en ocasión de la publicación del libro de Haberkorn, una carta abierta al diario ElObservador donde ataca al periodista, curiosamente por haber citado en su trabajo a Véscovi. Afirma, airado, no haber estado entre los torturadores (tal como lo insinúa su empleo de la primera persona del plural en el comentario a Véscovi), pero concluye: “entre los centenares de presos torturados, presuntos integrantes o colaboradores del MLN-T, solo un reducido grupo –menor a cinco personas– participaron en ese juego maléfico de colaboración para la tortura” (“Los insultos de Haberkorn II”, La República, 4 de junio de 2011)

 93/ Se refiere al sedicioso José Félix Nieto Gnazzo, fallecido en prisión, en 1984. Fue partícipe del violento copamiento del domicilio del empresario Arturo Lerena Acevedo en noviembre de 1970, ocasión en la que fuera detenido por la Policía. Ana Elena Puga, sin embargo, en su trabajo Memory, Allegory and Testimony in South American Theater (Routledge, 2008), asevera que Nieto falleció ya en libertad, en 1985.

94/ Testimonios extraídos de las actas transcriptas en Héctor Amodio Pérez, Condenado... (2015)

95/ “A la primera cachetada, dio la dirección”, asegura Rosencof. Curiosa conclusión, ya que se trataba de la propia casa del “soplón”, en el barrio Atahualpa.

96 / Curiosa familiaridad ya no del general, sino del matrimonio, con un integrante del movimiento sedicioso con el que él aseguraba no tener otro contacto que los ineludibles en el juego político

97/ Marrero estaba casado con la posteriormente representante nacional frenteamplista Carmen Beramendi, sobrina del Cnel. Trabal.

 98 / Sergio Márquez Zacchino, Marenales. Diálogos con el dirigente histórico tupamaro, 2010, pág. 87.

99/ La bicicleta le habría sido luego entregada a un joven soldado, residente en una zona tan alejada del cuartel Palleja que le hacía incurrir, con frecuencia, en sanciones disciplinarias por sus llegadas tarde.

100 / Pereyra es el único militar que aseguró en la sede judicial que Amodio Pérez era “quien dirigía los operativos contra el MLN-T, que salía a hacer recorridas en vehículos militares, y que era él quien señalaba gente en la calle”, contradiciendo el testimonio de sus colegas, y el de Lucero, quien, al igual que los demás militares citados a declarar, aseguró que “no denunció a nadie” y “no participó de los interrogatorios”

101/ Una inexplicable razón (también sintomática de la improvisación aluvional con la que se ha estudiado el ciclo tupamaro) ha llevado a que por años tanto el protagonista como las crónicas personales y de prensa, invariablemente ubiquen el lugar de la captura en una inexistente calle “Leandro Gómez”. Fuentes militares ubican, por lo demás, el punto de captura en la esquina de la calle Emilio Raña y Avda. Luis A. de Herrera, y no en la intersección de la calle Juan R. Gómez y Avda. Luis A. de Herrera

102/ No se trataba de algo infrecuente. Haberkorn narra, en Milicos y tupas, pág. 144, el caso del detenido Carlos Koncke, quien era trasladado por el propio Cnel. Ramón Trabal a veces a su domicilio ubicado en la calle Canelones esquina avenida Francisco Soca, a fin de que pasase la noche con su familia.

103/  En todas sus referencias a este episodio, Amodio afirma haber estado vestido con una chaqueta de uso militar.

104/  Aguirregaray no confundió a Engler con Marenales en base a un inexistente parecido físico, sino en razón de haber asumido, en sus anteriores avistamientos de Marenales por las calles, que se trataba del aún no bien identificado Engler.

105/ En cuanto a la acusación levantada contra Amodio Pérez respecto a su posible participación en interrogatorios de detenidos, y aun en supuestos apremios físicos contra ellos, la misma no se funda sino en trascendidos de terceras personas, así como su desmentido lo hace en declaraciones de oficiales del Batallón Florida. En la sede judicial, Marenales declaró: “Yo no recuerdo haber hablado con alguien que dijera que cuando lo torturaron estaba Amodio ahí, pero en las conversaciones he oído decir que ha golpeado a algunos compañeros. Son rumores que tengo”. (Condenado..., pág. 179)


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