19.JUN.18 | Posta Porteña 1919

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA (9)

Por Colectivo Fanni Kaplan

 

ANGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”

 

En estos capítulos Pestaña insiste en el contraste entre el lujo burgués de los lideres “comunistas” del mundo y la miseria del proletariado a quienes se supone se visita, pero entra de lleno en lo que serán los Congresos Internacionales hechos en la capital zarista y organizados por los bolcheviques. Todo es fiesta, espectáculo, banderas, himnos, orquestas que repiten “La Internacional” …, mientras queda bien definido el papel del proletariado militarizado: aplaudir, festejar, admirar, gritar “hurra” y…. seguir aplaudiendo y admirando

Ni que hablar de los niños, están ahí como un regimiento más como parte de ese cúmulo de tonterías apoteósicas y ordenancistas. ¡Hasta los “hurras” para los repugnantes dictadores contra el proletariado, se gritaban luego de la orden de los profesores! No bastaba con haberlos sometido a la más brutal de las opresiones y esclavitudes, a los esclavos y a sus hijos se los obligaba a bendecir públicamente su propia opresión, y además, hacerlo de forma ordenada, obediente, militarizada.

La propaganda, el espectáculo fue la clave del “comunismo” de la brutal oligarquía bolchevique. Como, al proletariado, no le dieron más que trabajo, hambre, miseria y militarización le tuvieron que darcirco. Y ese circo se basaba justamente en el “comunismo” como bandera, como canción de La Internacional, como escudito y sobretodo como sinónimo de endiosamiento de los “grandes líderes de la revolución”, que por supuesto se habían puesto el uniforme milico.

En este texto de Pestaña, lo más remarcable es justamente la capacidad de la burocracia leninista en montar impresionantes espectáculos para someter a las masas, situándose muchas veces a la vanguardia del capitalismo mundial en una época en que Hollywood recién daba sus primeros pasos. Los nazis unos años después intentarían lo mismo, con mucho menos finanzas y consecuentemente, mucho menos éxito. Se nos ocurre que esa “excelencia” del leninismo frente a sus hermanos banqueros del mundo y en particular de Wall Street, a la hora de montar espectáculos, se deba a que mientras estos solo tenían que propagandear el éxito real del centro del capitalismo mundial, los bolcheviques tenían que travestir mucho más la realidad, presentando a la contrarrevolución y restauración capitalista que estaban llevando a cabo, como si fuera la gran sinagoga del “comunismo” estatista. O dicho de otra forma, travistiendo la brutal contrarrevolución leninista, restauradora del capitalismo que imponía hambre, guerra y miseria, como si fueran los primeros pasos de un sistema “socialista”

En el texto de Pestaña se centra aquí, en el tema de los Primeros Congresos de la Internacional de Moscú, llamada cínicamente “comunista”  que serán decisivos en la consolidación del espectáculo del “comunismo”. ¡Cuánto más espectáculo, más se enajena al proletariado de sus propios intereses y se le puede ocultar lo que se discute detrás del telón!  En los Congresos mismos se aprobarán las viejas posiciones socialdemócratas (¡a prepo y sin discusión!) de la Segunda Internacional: el parlamentarismo, el sindicalismo, el electoralismo, el frentismo, el apoyo al desarrollo de las fuerzas productivas del capital, el populismo, el nacionalismo, etc.

Los verdaderos comunistas de todo el mundo, los que escribimos sin comillas, es decir los socialistas revolucionarios, los que proclaman la necesidad de suprimir el Estado burgués, serían expulsados sistemáticamente de todas las estructuras oficiales de esa “Internacional” (como los del KAPD – Partido Comunista Obrero Alemán) consolidando el poder de los Lenin, los Levy, los Zinoviev, los Kamenev, los Trotsky, los Dimitrov, los Stalin, los Serrati…, dedicados ya sus miserables e inmundas rencillas de mafias capitalistas por el poder (véase aquí por lo que se contraponían por ejemplo Zinoviev y Trotsky).  Desde los primeros congresos, grupos de proletarios en todo el mundo comprenden que esa Internacional es una Internacional capitalista y contrarrevolucionaria, como había sido la Segunda Internacional desde su origen.

Colectivo Fanni Kaplan

Recibimiento, apertura del Congreso, mítines y otros festejos

 

Ya estamos en Petrogrado. Los andenes de la estación se hallaban abarrotados de gente. Todos los comunistas de Petrogrado, con el Soviet al frente, se hallaban allí.

Además, las precauciones y la manía de darle a todo aquello un matiz militar y de perfecta organización, hacía difícil la circulación. Todas las colectividades oficiales y oficiosas habían enviado una delegación, lo que daba en conjunto unos cuantos centenares de personas encerradas en el estrecho límite de la estación.

Poco a poco fue organizándose la comitiva. El Comité de la Tercera Internacional, en pleno, se puso a la cabeza. Luego, las distintas personalidades comunistas; a continuación, los delegados y, detrás, todos los estandartes de las organizaciones de la ciudad. ¡Ah! También teníamos allí la banda de música que, apenas organizada la comitiva, atacó ''La Internacional". Pero todo esto había de hacerse en los andenes descubiertos, mientras la sutil lluvia nos iba calando la ropa. La verdad es que resultaba poco cómodo e interesante tanto cúmulo de tonterías apoteósicas y ordenancistas

Puesta en marcha la comitiva y llegada a la plaza que hay delante de la estación, el espectáculo que se ofrecía a nuestros ojos fue por demás ridículo y grotesco.

En ambos lados de la estación, encuadrados en líneas formadas por "hombres y soldados" se hallaban todas las niñas y niños de las escuelas de Petrogrado, con ramitos de flores y hierbas en las manos, mojados hasta los huesos, pues hacía más de dos horas que habían sido llevados allí. De tiempo en tiempo aquellas criaturas, y cuando sus profesores se lo indicaban, gritaban un ¡hurra! a la Tercera Internacional.

Tras de los niños se alineaban miles de obreros de las fábricas, paralizadas por órdenes superiores. A los obreros se les había conducido allí bajo la custodia de sus encargados y Comités de fábricas.

La fila que formaban aquellos párvulos y aquellos adultos, confundidos en un común denominador de inocencia y que durante dos horas estaban soportando la lluvia a pie firme por orden superior, llegaba desde la estación al palacio Smolny, domicilio oficial del Comité de la Tercera Internacional de Petrogrado. Compasión daba ver a los niños con las ropitas pegadas a sus esqueléticos cuerpos, escurriéndoseles el agua por las pálidas y enjutas mejillas y con los ramos pascuales en la mano y gritando los hurras reglamentarios y ordenados. Los tranvías, como la mayoría de los edificios privados y públicos del trayecto, se hallaban engalanados y empavesados con banderas y trapos rojos, con inscripciones alusivas a la Tercera Internacional y a la unión de todos los proletarios del mundo

Por entre las filas aquellas de criaturas menores y mayores y con la parsimonia y lentitud que caminan las comitivas numerosas, bajo la lluvia implacable y silenciosa, nos íbamos acercando a Smolny. Los jardines que rodean el Palacio de Smolny se hallaban invadidos por el público. Los gritos y ¡hurras! a la Tercera Internacional y al Partido Comunista, apenas cesaban un instante. Las bandas de música, tocando “La Internacional”, completaban el cuadro

Aparte el griterío de rigor, los rostros de aquella multitud parecían máscaras impenetrables. Salvo a los comunistas entusiastas, que se les distinguía en seguida por la actividad y alegría de que daban pruebas apenas se oía alguna palabra o algún murmullo. Se veía al momento la violencia moral que, para la inmensa mayoría, delataba su presencia en aquel lugar. La entrada en Smolny y el acceso a la gran sala del primer piso, donde se nos había preparado el almuerzo, era difícil. Los centenares de personas que ocupaban los pasillos interrumpían el paso. El aspecto de la gran sala era deslumbrador. Banderas y cortinajes rojos, artísticamente colocados, daban un tono de atractivo a la majestuosidad del local. Largas filas de mesas, cubiertas de blancos manteles y con numerosos servicios preparados, incitaban a todos a sentarse. En el fondo, y al centro de la sala, se alzaba una tribuna desde la que los oradores, ya designados, habían de dirigir la palabra. Sentarse ante una mesa de aquellas resultaba empresa poco fácil. Los servicios puestos no pasarían de unos quinientos, mientras que el número de comensales se acercaría a dos mil. Por fin, tras algunos apretujones y molestias, pudimos acomodarnos.

Durante el almuerzo, que fue espléndido y abundante —si consideramos el hambre que pasaba la población, que ni pan encontraba—, se repartió a cada delegado un lazo de terciopelo rojo, insignia de los Soviets, y una medalla de plata, acuñada en relieve, con un dibujo alusivo al Congreso y la fecha del mismo

A la hora de los discursos, Zinoviev empezó con la tanda, siguiéndole luego Serratí, por Italia; Paul Levi, por Alemania, y así sucesivamente cada orador por el país que lo delegaba[1]. Cuando ya nos levantábamos todos para dirigirnos al palacio Tauride, antigua Duma zarista, donde debía celebrarse la sesión de apertura, una ovación estruendosa, prolongada, inenarrable, nos hizo fijar la mirada en la tribuna. Lenin acababa de aparecer. Era la segunda vez que lo veíamos desde nuestra visita en el Kremlin. Aquella aparición súbita, instantánea, casi mágica —mucho más teniendo en cuenta que no había viajado en ninguno de los dos trenes y que lo suponíamos en Moscú—, nos impresionó a todos los que no estábamos avezados a los trucos y genialidades en los que son verdaderos maestros los bolcheviques

Terminada la ovación, que fue coronada con tres ¡hurras!, Lenin dirigió la palabra para decir brevemente que nos encamináramos hacia el Palacio Tauride, donde la sesión del Congreso daría comienzo en cuanto llegáramos los delegados. El desfile hacia el Palacio Tauride fue tan penoso y tan impresionante como el que nos había precedido a Smolny. La lluvia caía de nuevo y la carretera se hallaba cubierta por centenares de niños y de hombres que habían de aguantar a pie firme hasta el final para dar los ¡hurras! consabidos y obligados. El conseguir el acceso al antiguo salón de sesiones de la Duma, constituía una hazaña de caracteres épicos. Centenares de personas se agrupaban en los pasillos y saloncillos deseando poder ocupar un sitio en la tribuna pública. Los delegados, a quienes la insignia les abría el paso por todos los sitios, necesitaron del concurso de los soldados para poder llegar hasta el salón.

La atmósfera era poco menos que irrespirable. Aunque la mañana era lluviosa, el calor se dejaba sentir. Un calor impregnado de humedad, más mortificante en aquella ocasión por la exagerada concurrencia de personas. En cada uno de los escaños destinado a los delegados, se hallaban colocados los diversos efectos que se le destinaban. Había una cartera con la inscripción del acto que se celebraba y la fecha del Congreso, bloques de papel para tomar notas, lápices y un tomo encuadernado de la revista "La Internacional". La mayoría de estos tomos estaban escritos en alemán y en inglés. En francés apenas había algún ejemplar

Zinoviev dio por comenzado el Congreso con un discurso de salutación a los delegados, a todos los presos y perseguidos en el mundo por los gobiernos capitalistas y burgueses, deseando que el próximo tercer Congreso de la Tercera Internacional pudiera celebrarse en Berlín, Viena, Sofía, París o Londres, después de haber derribado el odioso régimen capitalista e implantado el comunismo y la dictadura del proletariado. Sólo tomaron parte en esta sesión de apertura los delegados que el Comité había designado de antemano. Finalizó con un discurso en ruso de Lenin, que no se tradujo seguidamente a ningún idioma por lo avanzado de la hora.

En lo que había sido antigua repostería y salón-café de la Duma, se nos sirvió una comida propia de príncipes, si tenemos en cuenta la situación rusa del momento.

Terminada la comida, partimos hacia una explanada de uno de los barrios de la capital, sitio señalado para la inauguración, con nuestro concurso, de unos monumentos y una plaza alegóricos a la revolución.

Finalizada esta ceremonia, tornamos hacia el centro de la ciudad para dirigirnos a la plaza Ouritzky, antes plaza de Invierno, donde debía celebrarse un grandioso mitin internacional, para lo que se había levantado una tribuna delante de la puerta principal del Palacio de Invierno. La multitud congregada en la plaza sumaba muchos miles de personas, y como la tribuna se había levantado junto a la fachada del Palacio mismo, se vio en seguida que la mayoría del público no oiría a los oradores. Se obvió el inconveniente improvisando tribunas sobre autos que se colocaron en distintos extremos de la plaza. Terminado el mitin nos dirigimos al Palacio del Trabajo, en una de cuyas salas se nos sirvió la cena, teniendo ocasión de visitar despacio el edificio y los diferentes organismos e instituciones en él establecidos. Entre las nuevas instituciones visitadas se hallaba el Club Rítmico y Declamatorio. Se enseñaba a los alumnos y alumnas danzas rítmicas, plásticas y declamación

"El número de alumnos fue considerable al principio—nos dijo una de las profesoras—pero disminuye cada día. No porque decaiga la afición, ni por falta de amor a las artes rítmicas y declamatorias; es la necesidad económica, el tener que procurarse elementos indispensables a la subsistencia, lo que disminuye los alumnos.

"Aquí en el círculo —continuó— se da una ración a cada alumna y alumno que concurre; pero una ración no basta a su sostenimiento, y menos aún para aquellos de nuestros educandos que tengan familia o alguien a quien atender, lo que es frecuente. Esperamos, no obstante, que esta situación mejorará y que nuestros alumnos vuelvan para crear una verdadera generación de artistas eminentes."Al fondo de la sala había sido levantado un tablado, en el que una banda de música amenizó la cena con un escogido concierto, empezándolo y terminándolo por "La Internacional", que la mayoría de los delegados y presentes acompañó con la letra y que todos escuchamos en pie. Los comunistas probados la acogieron saludando militarmente.

En varios de los intermedios, una pareja de bailes típicos rusos nos dio a conocer muchos de los del país. Inútil decir que nos complació a todos por la novedad del espectáculo para algunos y el arte con que fueron ejecutados para todos. Me dijeron que la pareja que había bailado, marido y mujer, oriundos de una de las provincias centrales de Rusia, era considerada como la mejor pareja de bailes típicos que había en todo el país. Terminada la cena nos dirigimos hacia el lugar donde estaba emplazado el edificio de la antigua Bolsa, delante del cual iba a representarse, en plena noche, un espectáculo de gran vistosidad, alusivo a la lucha de los trabajadores contra el capitalismo. El acceso al pórtico de la Bolsa, se hace por unos escalones de piedra, y en estos escalones y en el pórtico, que es muy amplio, tuvo lugar la representación

La obra o espectáculo se componía de varios cuadros. En los primeros se veía a la clase trabajadora hundida en la más abyecta esclavitud, mientras que los patricios y aristócratas se divertían y gozaban. Luego, al proletariado en revueltas contra los dominadores, para suprimir la esclavitud, siendo vencido y tratado duramente.

En otros, se presentó ya al proletariado semi-industrial, con sus gremios, en pugna abierta contra las ordenanzas de los reyes y señores feudales, llegando en los restantes a la organización de los partidos socialdemócratas, a las Organizaciones obreras, al Manifiesto Comunista de Marx y Engels, alcanzando, por último, el periodo anterior a la guerra europea.

Al momento de declararse ésta, aparecieron en la escena centenares de figurantes, que en la mímica—pues el espectáculo era mímico—, se dirigían a los intelectuales— en aquel caso los dirigentes de la Segunda Internacional— para que lanzaran el grito de ¡guerra a la guerra!, y contestaran a la guerra con la insurrección universal. Al no ser escuchados, cunde entre ellos el desaliento, y se entregan en brazos del capitalismo que, ufano y vencedor, los convierte en carne de cañón. Entonces surgen los bolcheviques, quienes despertando al pueblo y llevándolo a la lucha, hacen la revolución triunfadora y comunista. Terminó el espectáculo con una apoteosis, en la que tomaron parte centenares de comparsas. La estrella roja apareció en el espacio conducida en su descenso hasta el pueblo por los bolcheviques, cual signo auroral de redención. Todo el espectáculo se desarrolló bajo torrentes de luz enviada por potentes reflectores.

Cerca de las dos de la madrugada terminó la representación, a la que habían acudido miles de personas. En los autos, que ya nos esperaban, partimos para la estación, pues por la escasez de alojamientos en la villa, dormiríamos en las camas de los vagones.

Se nos dijo, antes de acostarnos, que probablemente se organizaría una excursión a Krostand, pero no llegó a realizarse. Casi toda la mañana del día siguiente la pasamos en la estación. A cada momento llegaban órdenes acerca de lo que había de hacerse. Cerca de las doce del mediodía se nos comunicó que, definitivamente, a las dos de la tarde, retornaríamos a Moscú.

El regreso fue más tranquilo. Nada de comisiones soviéticas; nada de discursos ni de mítines, y, sobre todo, ni una sola vez "La Internacional", ¡que ya era algo! No terminaremos esta relación sin advertir que durante toda nuestra peregrinación del día 20 por Petrogrado, todas las banderas de los Sindicatos, Cooperativas, Clubs y organismos oficiales y oficiosos, con millares de personas, nos acompañaron continuamente; pero no por acto voluntario, sino por decreto especial del Soviet de la ciudad. Todas las fábricas, talleres, obras, oficinas y demás dependencias cesaron en el trabajo y los obreros que en ellas tenían ocupación, como los niños de todas las escuelas, fueron conducidos, guiados por sus Comités de Fábricas y por sus profesores, a presenciar la llegada de los delegados extranjeros y a servirnos de acompañantes en nuestra peregrinación por la ciudad.


[1] Subrayamos como curiosidad que los 3 personajes que inauguraron los discursos oficiales de la Tercera Internacional Zinoviev, Paul Levi y Serrati eran conocidos en sus respectivos países por sus posiciones contrarrevolucionarias y denunciados como tales. Zinoviev, que sería el presidente de la Internacional) había defendido los diferentes gobiernos, parlamentos y sindicatos oficiales del recambio burgués desde febrero de 1917 y se había opuesto al movimiento insurreccional y sovietista (hasta el propio Lenin había propuesto su expulsión) del proletariado en toda la “Gran Rusia”. Paul Levi era denunciado por el ampliamente mayoritario Partido Comunista Obrero Alemán como personaje siniestro y contrarrevolucionario notorio por defender el parlamentarismo, el frentismo y el sindicalismo. Serrati era el enemigo jurado de los comunistas revolucionarios italianos por defender el parlamentarismo y el electoralismo contra la acción directa del proletariado.


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