23.JUN.18 | Posta Porteña 1920

Democracia y dictadura: el sostén del estado (2)

Por Rodrigo Vescovi/Ecos

 

Capitulo V.2.2:  Represión A Todo Nivel

 

(Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973 de Rodrigo Vescovi)

Las medidas represivas no sólo estuvieron vinculadas con la cárcel y la tortura, sino con muchos aspectos de la vida cotidiana de aquellos años. El peso de la opresión estatal se sentía en cualquier movilización o actividad política, como por ejemplo en las cargas policiales de las manifestaciones. René Pena cuenta que, en una de ellas, un policía a caballo le rajó su abrigo con un sable y que se salvó de otro corte, debido a que manos anónimas la empujaron hacia el interior de un café del que bajaron la persiana metálica, inmediatamente después de su entrada.

En diversos apartados de esta obra se narran ataques a las movilizaciones callejeras y el arsenal, muchas veces proveniente de Estados Unidos, del que disponían los defensores del sistema/121

Como anécdota, cabe citar la opinión de un manifestante, que en 1968 decía «en cuanto a los camiones lanza agua, la propia policía ha reconocido su escasa eficacia: no aparecieron en ningún momento»/122 Aunque en los años posteriores, sí lo hicieron en alguna ocasión

Otras formas de opresión fueron los seguimientos y las averiguaciones a niveles general y pormenorizado; como por ejemplo, el estudio de la trayectoria política y de los contactos militantes /123

«El Servicio de Información de la Marina a los que más seguía era a los ex. A todos los que se habían ido de sindicatos, Partido Demócrata Cristiano...; a comunistas y socialistas que se iban y no aparecían más. A esos los bloqueaban –declara Garín–. Los aparatos de seguridad perdían gran tiempo en seguirlos porque sabían que a partir de esa persona disidente de todo aquello, no iría más a la derecha sino más a la izquierda y daba [de esa manera] con las organizaciones clandestinas […]. Todas las fuerzas armadas tenían sus aparatos de inteligencia, con los tipos más duros que se infiltraban o espiaban. Nosotros tuvimos en los tupamaros.»

Para motivar la persistencia en los seguimientos, el 4 de marzo de 1971, el Poder Ejecutivo aprobó el otorgamiento del premio Estímulo, que consistía en una cantidad de pesos para los funcionarios policiales que lograsen la captura de «elementos sediciosos»

«Señor molusco caballero lapa. Ya sabés en qué malos pasos ando.

Conocés mis esquinas y mis fobias. Mis bares mis amores mi bufanda.»/124

También fueron famosas, porque levantaron una fuerte oposición, la aplicación del Registro de Vecindad para facilitar la lucha contra la sedición y las prédicas a la delación que efectuaban los defensores del orden

«¿Cómo? Por lo menos observando. Y no le pedimos que se convierta en detective privado, pero sí que esté atento a cuanto sucede a su alrededor, informando sobre transeúntes y automovilistas en actitudes sospechosas, procurando en fin, registrar detalles que pueden ser útiles a quienes tienen la obligación de ser [...] primeros.» /125

En marzo de 1972, un mes antes de la declaración de guerra interna, cuadrillas de UTE colocaron veinticinco mil lámparas en las calles de Montevideo y, tiempo después, el precio de la factura de la luz subió un noventa por ciento. De esta forma, los jerarcas de la compañía eléctrica, no sólo acondicionaban el terreno para la victoria bélica de las fuerzas del orden, iluminando calles y barrios de los que nunca antes se habían preocupado, sino que el gasto de esta operación se lo cobraron a los usuarios/126

Cuando los seguimientos y las investigaciones llevaban a la sospecha de que una persona realizaba «actividades subversivas», el juez –civil o militar según la época– ordenaba el allanamiento del domicilio para encontrar pruebas en su contra o documentos que permitieran iniciar nuevas pesquisas y efectuar más detenciones

«El allanamiento de su casa había sido ultrajante: diez milicos manoseando sus objetos queridos. Pero esperar ese ultraje era parte de una lógica coherente con las posiciones que había decidido asumir. Por eso, no gastó mucha energía en indignarse. Por lo menos, se dijo, no nos pasó como a “fulano”, a quien le deshicieron todo. No es lo mismo, reflexionó, ser universitario y de clase media, que ser subversivo a secas, sin esos atributos. Se dijo esto y tenía razón, la posición de clase funciona aun con el enemigo [...]. En la monotonía tensa de esa espera, le dijeron que habían hecho otro allanamiento en su casa. Un dibujo infantil con una cita del Che en el reverso demostraba cómo el fanatismo calaba hasta la adoctrinación de los niños pequeños. Un libro dedicado por el escritor descubierto como jefe guerrillero, pautaba sus nexos con la cúpula de la siniestra organización subversiva.»/127

Los desalojos de los centros ocupados fueron constantes. La miliqueada entraba a golpes y apartando los objetos que bloqueaban las puertas de las fábricas y liceos en lucha. También usaba otros métodos, el más común era el lanzamiento de gases lacrimógenos. Una de las veces el gas fue introducido por un tubo que rompió un vidrio y que provenía de un enorme tanque.

Otra forma de represión fueron los despidos, la suspensión y las listas negras de empleados que se enfrentaban a la patronal o, simplemente, a quienes ésta quería excluir/128 Algunos patrones guardaron –ya fuera por humanidad o miedo a represalias– el puesto de trabajo a quienes tuvieron que cumplir condena en prisión. En cambio, otros les impidieron reintegrarse a su puesto laboral.

Era frecuente, sobre todo tras el golpe de estado, que los acusados de sedición recibieran visitas de control por parte de los militares en sus lugares de trabajo; poniendo en evidencia su implicación en la lucha contra el régimen. De ese período, cuenta Eduardo Galeano:

«Los uruguayos estábamos, y quizás estamos todavía, clasificados en tres categorías, a, b y c. Según el grado de peligrosidad. Hace tres años, en años de la dictadura, el peligrosímetro oficial decidía quién perdía el empleo, quién iba preso y quién marchaba al destierro o la muerte.»/129

En la categoría a estaban los incondicionales del régimen, en la b los dudosos y en la c los enemigos, muchos de los cuales, al ser catalogados de esa manera, perdieron el trabajo o tuvieron poca posibilidad de encontrar uno. Ésta es otra de las causas del masivo exilio de aquel período y una forma en sí misma de represión/130 «Estos son los mismos que cuando estábamos en los cuarteles nos decían “cállense o váyanse”. Y nos amenazaban “o se van del país o se pudrirán en los cuarteles” [...]. Ni nos vamos ni nos callamos.»/131

La censura de todo tipo fue una constante/132 El 12 de junio de 1971, efectivos de la Guardia Metropolitana interrumpen el pase de La Hora de los Hornos, tiempo después se prohibiría su proyección, piden documentos y revisan las pertenencias de los espectadores y también se impidió, a principios de 1973, la película Hair por atentar a las buenas costumbres.

Los diarios podían ser clausurados por publicar fotos de enfrentamientos entre estudiantes y policía, como le ocurrió a El Popular; por informar sobre problemas en el ámbito castrense, así la deserción del capitán y médico militar P. Guerrero, caso de Última Hora; o por transcribir el informe del forense sobre la muerte de un detenido (La Idea, El Eco y Ahora) cuando murió un joven llamado Spósito. En diciembre de 1967, Pacheco clausuró dos periódicos y disolvió varias agrupaciones políticas por «delitos de opinión»

Canciones, obras de teatro, películas y libros fueron constantemente censurados, durante la dictadura constitucional, unas veces por mera paranoia gubernamental y otras porque su contenido defendían, claramente, la causa revolucionaria. En 1969, el ministro de Interior Alfredo Lepro se quejaba, en un artículo aparecido en el diario Acción, de este último fenómeno y de que fuesen los propios autores quienes se lamentaran de la censura de sus expresiones artísticas:

«Esa «guerrilla» está constituida por elementos políticos con técnicas y tácticas divulgadas, explicadas, elogiadas, defendidas y recomendadas desde el periódico a la canción y desde la radio y la televisión al teatro. El hecho inusitado lo constituye, si acaso, frente a esta comprobación al alcance de todos, la protesta de sus autores por la «falta de libertad».»/133

Los decretos y comunicados fueron una forma muy recurrida para anunciar las reprimendas. Por ejemplo, en el Comunicado 48, del 30 de diciembre de 1971, el democrático ministro de Interior decretó la prohibición de toda propaganda oral o escrita sobre huelgas u otras medidas que, directa o indirectamente, «pueda influir en el estado de conmoción pública que vive la República». Meses antes, ya se había advertido a todos los medios de información que debían abstenerse de dar noticias –comentarios, audiciones radiales, reportajes y notas gremiales– sobre resoluciones sindicales de huelgas, paros, ocupaciones de fábricas, peajes, huelgas de hambre, movilizaciones, establecimientos de campamentos sindicales, marchas y mítines de solidaridad con gremios en conflicto, y otras medidas análogas o que transgredieran la norma antedicha. Sobre estos temas, sólo podían publicarse aquellas informaciones y material gráfico que emitía el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

El Ejecutivo, para intentar detener el crecimiento de focos de resistencia en espacios públicos o privados, fue «sacando del armario», o inventando, leyes represivas de la carta constitucional. El Artículo 26 disponía:

«El que, en un establecimiento público o privado, ejecutare cualquier acto o hecho especialmente prohibido, reputado ilícito o considerado contrario a la Constitución por esta ley, o meramente realice, sin que haya obtenido la debida autorización de sus autoridades o de su director, cualquier clase de instrucción, intervención, participación, o actividad que perturbe, altere, pueda afectar, impedir, menoscabar, interrumpir total o parcialmente el orden, la educación, o el normal funcionamiento del establecimiento, siempre que no figure otro delito, será castigado con tres meses de prisión a dos años de penitenciaría. La pena será elevada en un tercio cuando el delito se ejecute o se encubra por un funcionario de la institución o cuando se realicen actividades con fines de proselitismo, agitación o adoctrinamiento.»/134

Otros artículos consideraban ilícito efectuar cualquier tipo de reuniones, asambleas, plebiscitos y elecciones «salvo autorización expresa y fundada del Consejo Nacional de Educación» y «colocar avisos, dibujos, emblemas, insignias, imágenes, leyendas, escrituras o grabados, arrojar volantes»/135

A pesar de la cantidad de prohibiciones, los luchadores sociales se las ingeniaban o se arriesgaban para salteárselas. Un acto público, prohibido por las autoridades, finalmente se llevó a cabo:

«No nos dieron “permiso” para este acto porque dicen los señores de Jefatura que la Resistencia es clandestina. ¡Qué cantidad de clandestinos que somos y además qué clandestinos originales, que estamos todos juntos a cara descubierta!

Estos mismos señores son los que se pasan hablando [...] de que los sediciosos no dan la cara, de que tienen miedo al combate por las ideas, de que tienen miedo a exponerlas libremente y en público [...]. Y ahora resulta que cuando convocamos un acto público con firmas y oradores registrados y público que viene acá y no viene encapuchado, resulta que quieren prohibir el acto. Éstos son los mismos que quieren confundir a la gente, son los mismos que en el período anterior, en el período de la escalada cívica [1971], sacaban el Muro de Berlín y los campos de concentración y querían asustar con los niños que iban a ser separados de las madres [...].

Dicen que hay un Departamento nuevo de Inteligencia e Información para nosotros. Será el Departamento 13, porque no tienen suerte.»/136

Al final del discurso se menciona la forma de operar de los servicios de inteligencia y muestra como cada vez que se constituía una organización, las fuerzas represivas fundaban un grupo de seguimiento.

Es importante remarcar que la censura y clausura de actos fueron formas de desprestigio, en base al poder mediático, del accionar y pensamiento de los luchadores sociales. En los medios de desinformación de masas se ocultaban las causas e ideas que llevaban a unos seres humanos a empuñar las armas y se informaba al detalle de todo aquello que sirviera para desprestigiar los grupos armados y preparar la justificación ideológica para llevar a cabo la «guerra sucia». En un artículo titulado «Perfil de un tupamaro», aparecido en Azul y Blanco el 22 de febrero de 1972, se avisaba:

«Leprosos en la Orga. Esta enfermedad viene a agregarse a la sífilis, que fuera constatada años atrás en varios integrantes lo cual da una pauta del nivel sanitario de esta organización de asesinos» /137

También lo fue el lenguaje utilizado por los jerarcas del país y sus guardianes, cuando hablaban o escribían sobre sus enemigos.

En un artículo sobre los dirigentes del Frente Amplio denominado «Los cuervos de siempre», aparecido en el diario Acción (dirigido por Jorge Batlle y J. M. Sanguinetti) el 23 de noviembre de 1971, se leía:       «Medradores de la desgracia ajena, están en lo suyo buscando prosélitos por cualquier medio. Tal como lo hicieron cuando murieron jóvenes estudiantes y explotaron sus cadáveres sin el mínimo decoro ni un resto elemental de vergüenza. Estos son los grandes «moralizadores» que quieren salvar al país. Esta gente de mente retorcida [...] que ha envenenado el alma de alguna gente joven y algún día eso será su trágico boomerang.»/138

El 7 de julio de 1969, el gobierno prohíbe el uso de la palabra tupamaro y poco después, otras como célula o comando /139  De ahí que en el vaciado de periódicos oficiales de la época se constate que, a partir de esa fecha, casi cada día haya noticias de «sediciosos» y que no aparezcan los nombres de las organizaciones ilegales. Se referían a ellas de la siguiente manera: «Identificaron en Montevideo otros miembros del mismo grupo delictivo»; «tras el rastro de los conspiradores en Rocha»;/140 foto de Alberto Giménez Andrade y titular «volvió a conectarse con la organización gansteril»;/141 «la guarida adonde cayeron cuatro facciosos»; «un policía fue atacado a balazos y herido por uno de los pistoleros»/142

Otros nombres utilizados para referirse al MLN u otras agrupaciones clandestinas eran «grupo distorsionador de los destinos del país»; «grupo antisocial»; «apátridas» e inclusive «sinvergüenzas»; «malnacidos»; «degenerados»; «monstruos»; «asesinos con sed de sangre»; «fieras que habitan en madrigueras». Hay que aclarar que no se utilizaron estas denominaciones solamente por la prohibición gubernamental, sino también en períodos en que ésta no era decreto/143

 Se referían a ellos, en casi todas las ocasiones, como «terroristas» y «subversivos» para justificar su terrorífica represión diciendo que constituían un peligro para la nación. Fue la forma de desprestigiar a ese sector de los luchadores sociales y una de las herramientas que utilizó la burguesía para aislarlo y enfrentarse a él de aparato a aparato/144

La batalla dialéctica es un elemento más de la guerra social y militar/145 Una vez conseguido este objetivo, sólo quedaba aplastar todo conato de rebelión, metiendo plomo en el cuerpo si era necesario. En abril de 1972, en la «guerra interna» se cometieron varios homicidios a sangre fría, que las autoridades presentaron como muertos en los tiroteos. El Senador Erro fue uno de los que denunció esa situación:

«En la casa de la calle Pérez Gomar las FFCC asesinaron a Schroeder, a Candán Grajales, a Blanco y Rovira. Y eso es verdad, porque no tenían armas; estaban comiendo. Digo además, que cuando tocaron a la puerta del escribano Martirena, éste fue asesinado. Cuando su mujer salió, manos en alto, le dijeron que con ella no tenían problemas, la dejaron caminar dos pasos y la acribillaron por la espalda.»/146

A pesar de casos aislados como los aquí narrados, en Uruguay las fuerzas represivas recurrieron al asesinato muchísimo menos que en Chile y ni que decir que en Argentina/147   La mayoría de las víctimas fueron producto de los enfrentamientos armados y las torturas. No hubo una política genocida de desapariciones y ejecuciones masivas, al menos hasta la aplicación de la Operación Cóndor/148 en 1976. A  partir de ese momento se asesinaron a más de cien luchadores sociales nacidos en Uruguay, gran parte de ellos fuera del territorio nacional.

La desaparición de personas en Uruguay fue temporal y por lo tanto muy diferente. Los detenidos, para sus familiares, desaparecían, durante semanas o meses, porque no se sabía dónde estaban, si presos en una cárcel del interior, siendo interrogados en la comisaría del barrio, encerrados en un cuartel de la capital o torturados en alguna casa privada. Este fenómeno se dio, sobre todo, entre 1972 y 1973, y esposas, padres y amigos de los arrestados peregrinaban de cuartel en cuartel preguntando por sus deudos. Al no obtener respuesta, aguardaban la salida o entrada de prisioneros encapuchados para intentar reconocerlos por su fisonomía. Un grupo de compañeros se coordinaron para averiguar el lugar en el que Ricardo estaba encerrado; una amiga suya esperó, en la entrada de un cuartel, hasta confirmar allí su presencia en ocasión de un traslado; en un momento, llegó un camión militar y descendieron los detenidos; cuando éstos, encapuchados y esposados por la espalda, formaron una fila, se dio cuenta que uno de ellos estaba parado con la pose típica de su amigo, gritó su nombre y éste, para demostrar que era él, dio un paso hacia la izquierda, saliéndose de la fila y volviendo a entrar.

«Los camiones del ejército, sin toldos, recorren la ciudad, entre un cuartel y otro, con su carga de prisioneros esposados y encapuchados, personas sin rostro sobre los que no conviene hacer preguntas. En la calle usted mira hacia abajo, disimula, como si esos camiones, esos encapuchados, esos hombres y mujeres contra la pared, abiertos de piernas, no existieran, y apresura el paso, con un suspiro de alivio porque no vive en ese edificio, porque no es ésa su parada, porque simplemente no le tocó. Y de noche podrá asistir a la síntesis de tanto despliegue, cuando los compases de la marcha militar anuncien el comienzo de la “cadena” y la voz le diga cuánto trabajo se ha invertido, cuánto coraje se ha desplegado para que usted pueda dar gracias, la patria está siendo rescatada, la democracia está siendo resguardada y la tranquilidad está siendo asegurada.»/149

Una de las formas de opresión más general fue la militarización de la vía pública. Soldados que descendían de una furgoneta, frente a una parada de autobús, y apuntaban con sus armas a los allí presentes para que se pusieran contra la pared e identificarlos; vigilaban, desde azoteas, un allanamiento, para evitar la huida de «sediciosos»; recorrían los barrios más recónditos de la ciudad encima de sus vehículos; entraban a fábricas o centros de estudios, obligando a quien estuviera en su interior a poner los brazos en alto; ostentaban sus armas y violencia en plena calle, golpeando toda oposición.

notas

121- «Había que incluir ciertos equipos para el control de motines y disturbios, que tenían prioridad. Me refiero a los cascos de plástico, entregados a la Metropolitana y al Escuadrón Especial, creados dentro de la Dirección de Seguridad por iniciativa de los asesores, para su uso exclusivo en las labores de patrullaje de la avenida 18 de Julio. También se incluían escopetas antimotines, que tanto luto llevaron a Montevideo. Cabe señalar que los asesores, al entregarlas, aclararon al Comando de Investigaciones que tuvieran cuidado, ya que tenían un alcance superior al normal. La tercera categoría comprendía los “agresivos químicos”. Eran granadas de gases, utilizadas por la Metropolitana. Existían dos clases: las CN y las CNS. Unas eran de tipo lacrimógeno común, las otras contenían elementos químicos que atacan el sistema nervioso. Sólo en 1967 entregaron a Uruguay un total de 17.800 de estas granadas, según mis cálculos más bien conservadores.» Hevia Cosculluela, 199

122- «En Francia –añadía el mismo manifestante–fueron utilizados, en combinación con el plantel de perros, de la siguiente forma: arrojaban un líquido impregnado de una sustancia fuertemente olorosa, cuyo tufo saturaba las ropas y la piel de las personas alcanzadas por el chorro, durante varios días. Luego eran lanzados a la calle los perros, a rastrear ese olor, y así eran detenidos muchos manifestantes, varias horas, y aún días después de los hechos. Pero aquí, la policía no dispone de la cantidad de perros suficiente como para emplear ese método positivamente.» Bañales y Jara, 1968, 99. En Uruguay, las fuerzas del orden utilizaban perros al patrullar como elemento de intimidación y protección, sobre todo, ante un hipotético enfrentamiento cuerpo a cuerpo. «Si estabas con un grupo de compañeros y veías pasar a tres milicos, te daba la impresión de que eran más accesibles que si iban acompañados de tres perros policías», declara Ricardo

 123-  «Esa temporada, Ariel Collazo pasó una semana de vacaciones en una casita de su padre ubicada frente al restaurante. Noriega montó un gran operativo para complicar al diputado en algo que permitiera chantajearlo o, en todo caso, presionarlo e incluso desprestigiarlo. Dos mujeres del aparato paralelo se hospedaron en un hotel de Maldonado, en espera de órdenes. Se instalaron micrófonos y una cámara en la casita. Se le siguió día y noche. Mi función se limitaba a establecerme como centro de contacto e informar de las entradas y salidas de Esteban, nombre clave asignado a Ariel. No se logró nada.» Hevia Cosculluela, 223

124. Del poema «Hombre que mira al tira que lo sigue», Benedetti, 181

125. «Primero –sigue el texto– librando a cara descubierta una lucha contra enemigos sin rostro y sin nombre, que no atacan de frente, y que terminan prefiriendo las cárceles de la República, con forenses, jueces, abogados y visitas, antes que perder la vida que tanto publicitan ofrendar». Demasi y Rico

126. Algo parecido sucedió en la compañía de teléfonos. «Los uruguayos que aplaudieron la asistencia yanqui en 1966, alegando que iba a perfeccionar la red telefónica del estado, estaban en su mayoría lejos de imaginar que al poco tiempo su privacidad estaría en manos de los “escuchas” telefónicos al servicio de los asesores extranjeros, o que esa misma asistencia técnica sería impartida como asesoramiento a los torturadores fascistas resentidos desequilibrados que desgarran a su país.» Hevia Cosculluela, 261

127. Maren y Marcelo Viñar, 1993, 23, 27. En una prisión uruguaya, un preso escribió un poema inspirado sobre el registro de su domicilio: «Mi casa fichada y dada vuelta / mostrando sin vergüenza las tripas / violada en las entrañas / hollada de botas y de esquirlas. / Mi casa así / en pelotas / con el aldabón metido en las costillas / con sus cañerías huecas con sus telas de araña deshechas. / Mi casa digo / con el asombro vanidoso de su único inquilino. / Mi casa qué hermosa. / Mi casa qué linda. / abierta al sol y las banderas / como trofeo de guerra / arrebatado al enemigo.» VVAA, 1981, 31.

128.  El 23 de marzo de 1972, ocupación en Delne, como protesta por la suspensión de cinco trabajadores que usaban el pelo «muy largo»

129. Del artículo: «Los uruguayos firmamos. A contramano, a contramiedo». El País, Barcelona, 11 de noviembre de 1987

130. Sobre el exilio se han escrito numerosos trabajos y realizado varias películas, como El exilio de Gardel, Made in Argentina, que ilustran las dificultades, nostalgias y sueños de quienes lo vivieron

131. Intervención de Gerardo Gatti en un acto público de la ROE. Compañero, 12 de enero de 1972

132. No hay que olvidar la censura de frases, fragmentos o cartas enteras de los presos a sus compañeros, amigos y familiares, o viceversa. Ricardo, en una de carta desde la prisión, hace referencia a esa medida de control. «Escriban en imprenta, a veces no entiendo la letra y tampoco la censura entiende.» Texto nº 25, archivo del autor.

133. Clara Aldrighi, 52

134. Citado de un panfleto titulado «Unidad Universitaria». Texto anónimo sin referencia bibliográfica. Archivo del autor. Texto n.° 23.

135. Citado de la octavilla de la nota anterior.

136. Intervención de Gerardo Gatti en un acto público de la ROE, publicada en Compañero, 12 de enero de 1972.

137. Clara Aldrighi, 42

138. Clara Aldrighi, 37

139.  Otras palabras censuradas fueron: «”extremista”, “subversivo”, “delincuente político”, “delincuente ideológico”, […] [y se ordenó que se] sustituyeran […] por otros tales como “reo”, “malviviente”, “delincuente” y “malhechor”. Debido a esta situación parte de la prensa empieza a denominarlos “innombrables”». Caula y Silva, 1986, 68. También se les denominó “los que te dije” “los tucutucu”. «Había que agradecerle al presidente una iniciativa que encendía la sonrisa popular en medio del malhumor depresivo». Blixen, 178

140. El País, Montevideo, 5 de febrero de 1970

141. El País, Montevideo, 6 de febrero de 1970

142. El País, Montevideo, 13 de febrero de 1970

143. Se pueden encontrar gran cantidad de escritos de historiadores, caso de Coolighan y Arteaga, 568, que se refieren a los grupos guerrilleros y luchadores que utilizaban la acción directa, como «movimientos violentistas»

144. El desprestigio del enemigo en Uruguay, como sucede en el resto del mundo, es algo más antiguo aún que la propia formación del país. «Quien hoy es nuestro máximo prócer [Artigas], en su momento fue: “bandolero”, “anarquista”, “salteador de caminos”, “terrorista”, “enemigo público de la humanidad”, “delincuente”, “contrabandista” y “sanguinario”». Caula y Silva, 1986, 73

145. No eran mucho más aduladores los denominativos de los luchadores sociales cuando se referían a sus opresores. Los calificativos que usaron los estudiantes entrevistados por Marcha, el 13 junio de 1969, nº 1452, para definir a los gobernantes fueron: «títeres», «gorilas disfrazados» y «hombres solos, sin agallas y sin personalidad». Amaya habla del puritanismo lingüístico de gran parte de los luchadores sociales y especifica que para calificar al enemigo no usaban insultos ni palabrotas. Todavía recuerda cuando fue llamada por la dirección del 26 de Marzo y recibió una severa reprimenda por haber pintado en una pared: «Fachos hijos de puta», al estar consternada por un nuevo ataque del Escuadrón de la muerte. «Me ordenaron que borrara lo de hijos de puta»

146. Caula y Silva, 1986, 35

 147. Éste fue el país en el que más se recurrió al asesinato de opositores del régimen, treinta mil desaparecidos afirman los organismos de derechos humanos. En Chile también fue habitual la ejecución de militantes, se habla de dos mil desaparecidos. En Uruguay, hubo unos treinta, entre 1968 y 1978. Hubo más desaparecidos uruguayos en Argentina, casi un centenar, que uruguayos en Uruguay. Películas como Garage Olimpo, La noche de los lápices o Missing describen la política genocida que consistía en la desaparición de luchadores sociales

148. Forma con la que se denominó el plan de seguridad coordinado por los servicios de inteligencia de Chile, Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, basado en un sistema centralizado de intercambio de información, y que comprendía extradiciones clandestinas, amenazas secuestros y asesinatos de luchadores sociales que en su huida se instalaban en otros países del continente sudamericano, y en algún caso inclusive norteamericano. Para profundizar sobre esta trama de algunas de las fuerzas de seguridad del capital léase Operación Cóndor. Del Archivo del Terror y el asesinato de Letelier al caso Berríos de Samuel Blixen (Ed. Virus, Barcelona, 1998) que en su contraportada dice: «El descubrimiento del Archivo del Terror de Paraguay en diciembre de 1992, permite reunir las pruebas definitivas respecto a la certeza ya antigua: «la coordinación represiva del Cono Sur, que a mediados de los setenta había montado una estructura supranacional entre dictaduras, seguía vigente y funcionaba, ahora en democracia, no sólo para controlar a los movimientos populares sino también para proteger a los militares perseguidos por la justicia»

149. Blixen, 249     (continuará)


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