28.JUN.18 | Posta Porteña 1921

Democracia y dictadura: el sostén del estado (3)

Por Rodrigo Vescovi/Ecos

 

(Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973 de Rodrigo Vescovi)

 

Capitulo V.2.3:                 Represión A Todo Nivel

 

«–Cumplo órdenes. –¿Y si le dicen que dispare?

–Sólo hago una excepción, mi madre.»/150

La transformación de un ser humano, que padece también la no-vida impuesta por la sociedad del trabajo, en un mero «cumplidor de órdenes» se manifiesta en la respuesta de este militar y caracteriza a los ejecutantes de la represión dictada por la burguesía y el capital /151

Este apartado pretende aportar algunos datos, a futuras investigaciones sobre, el rol de las fuerzas represivas. En esta tentativa se hizo necesario hacer una excepción en los testimonios, se realizó una entrevista a un ex militar, capitán de navío hasta el día del golpe.

Oscar Lebel /152 cuenta su pertenencia y caracteriza a las fuerzas armadas:

«Fueron guetizadas por la propia población uruguaya que siempre miró sobre el hombro a sus propios militares/153 –es un problema que mi generación [castrense] vivió–. A los cuales los hombres del Parlamento ni los borraban si es que no servían, ni les daban una misión, ya que estaban y les pagaban. No hicieron ni lo uno ni lo otro. Los ignoraron olímpicamente. Entonces se guetizó en los cuarteles y juntaron décadas y décadas de rencores. Eso alimentó lo que después sería la explosión. Cuando se dieron las condiciones objetivas, el caldo de cultivo de la crisis, los militares reclamaron un lugar. En aquella época, el rechazo de la sociedad civil a lo militar era tan brutal que nosotros oficialistas, que salimos de la escuela naval en el caso mío, con nivel universitario, teníamos que hacer patria con el sector más desclasado de la sociedad. Porque solamente era milico, que viene de la palabra miliciano, el que no tenía donde caerse muerto de hambre. Los milicos entre otras cosas no votaban, es decir no votaban los delincuentes ni los soldados. Al final uno tenía que sentirse protector de ese sector, pero también sentirse desclasado, lo cual era muy desgraciado. El rechazo era tan visceral y tan brutal que a los cines no entraba un soldado o marinero de uniforme. Los porteros, que seguramente no tenían más galones o más clase social, no los dejaban entrar. Y los soldados aceptaban que se los echara del cine.»/154

Garín, infiltrado más de un año en la marina,/155 cuenta que a fines de los sesenta ese rencor aún se mantenía, a lo que se sumaba la precariedad económica de los soldados rasos, condición que le permitió ganarse la simpatía y confianza de muchos de ellos.

«Cuando llego a las fuerzas armadas, eran muy vulnerables ante el amiguismo, la corrupción y los problemas económicos. Cuando les pagaban a fin de mes, las prostitutas de la Ciudad Vieja estaban esperando en la puerta la salida de los soldados. Habían estado con ellas a crédito. Diez días después de haber recibido el sueldo, no tenían nada. En esa situación no tenían nada, no iban a 18 de julio porque no tenían ni para el autobús. Se quedaban en el cuartel jugando al billar y haciendo más crédito en la cantina. Pero esa situación no les daba la inspiración para cuestionar al sistema.

Yo, a uno le prestaba un día la camisa, comprada el día antes, y me decía:

–Mañana te la devuelvo.

–No, quedátela.

Al otro, que trabajaba en el arsenal, le prestaba mil pesos un día, porque tenía que agarrar el tren para ir a ver a la madre enferma. Volvía y decía:

–Un día de éstos te lo voy a devolver.

–No, dejá, no te preocupes, mi familia tiene plata, tengo una hermana que...

Un jefe que te invita a hacer la pintura de su casa de Pinar, un fin de semana, te quiere pagar y le decís:

–No, no, entre amigos no hay problema.

Poco a poco, con esos medios económicos y con favores […] se presta a que un tipo infiltrado pueda llegar muy lejos. En base a todo eso, es que participo en el inventario del arsenal, doy y presto balas y fusiles a los oficiales que van a entrenar. Te daba autonomía. Nadie sabía si yo sacaba algo. En toda esa debilidad de las fuerzas armadas se basó nuestra organización para infiltrarlas.»

Al estallar la crisis y hacerse más evidente la respuesta social, la soldadesca recibió más atención y mejor preparación, en vista al inevitable enfrentamiento con las fuerzas revolucionarias o «sediciosos y seguidores de Moscú», como le gustaba nombrar a sus adversarios /156

Muchos mandatarios, tanto «democráticos» como «dictatoriales», ofrecieron las instalaciones que tenían en los países donde gobernaban para el entrenamiento «antiguerrilla» y «anticomunista»

Oscar Lebel, en el artículo inédito que obra en el archivo del autor (nº 24), titulado «Las fuerzas armadas como problema», explica la introducción de la ideología antisubversiva, doctrina de seguridad nacional, y los factores que provocaron la intervención militar y los golpes de estado en el Cono Sur de América.

«Al ejército se le falsificó su doctrina y su misión, en aras de la “seguridad”, y todo ello con un criterio de puro cuño neo-capitalista, que en su momento aplicaron los franceses en Argelia y los americanos en Vietnam. De tal modo, las fuerzas armadas fueron convencidas de que “la pureza esencial del pueblo oriental” (sic), estaba siendo contaminada por una minoría, que era definida como marxista, o leninista, o colectivista, o socialista, o como mezcla de dudosa factura gramatical de algunos de estos vocablos. Los militares, a nivel de cruzada, se abocaron a su tarea. Atrás quedaban décadas de humillación y rencor. Con ingredientes tales como la obediencia debida, el deseo de protagonismo y una convicción mesiánica de su misión, todo fue posible para los uniformados. Había multitudes, y en ellas se ocultaban los comunistas. Había pues que golpear mucho y golpear fuerte. Quizá caerían algunos inocentes, pero el gran fin purificador justificaba los medios, pues cuanto más se reprimiera, más posibilidades de eliminar a la minoría subversiva había. Al final, el país, en sus mejores hombres, quedaría agradecido por toda la eternidad a sus ejércitos.»

La colaboración entre las fuerzas represivas internacionales es de larga data, aunque se acentúa en la época de la guerra fría, las luchas por la independencia colonial, la guerra del Vietnam y la toma del poder por la guerrilla en Cuba/157

«Vienen ingenieros a partir de los años sesenta/158 –asegura, el ex general de las fuerzas armadas, Licandro/159–. Dejan de venir cañones, tanques..., y vienen instructores de USA; /160 los equipos antimotín (armas con munición de goma, mangueras que ayudaban a disolver las manifestaciones; la técnica antimotín para controlarlas y disolverlas) […]. Los cursos en USA y en el canal de Panamá era algo abierto. Se iba a estudiar material que aquí no había, el panamericanismo y la Constitución»

Licandro declara haber viajado a Estados Unidos en 1964 y señala que en la Conferencia de Punta del Este de 1967 se decide la participación de las fuerzas armadas en el desarrollo del país, su preparación ante la subversión comunista y se establece una doctrina de acción cívica y seguridad nacional/161

Un año después el informe Rockefeller sugirió nuevos aportes en armas y equipos para los encargados del orden, poniendo especial énfasis en Uruguay.

«Los marinos uruguayos salen de Uruguay con ilusión –cuenta Oscar Lebel–. Primero estuve en Estados Unidos: centrales de tiro, cañonazos muy lejos, cálculos matemáticos muy complicados. Los cálculos que aquí hacíamos en el papel allí los llevábamos a la realidad. Empezamos a ver que éramos protagonistas de la profesión que habíamos elegido. Llegamos [a Uruguay] y ya sabíamos algo más. No éramos marineritos de agua dulce. Empezamos a sentir que era lindo ser escuchado y respetado. Aunque ya no interesaba ir al cine.

–¿Les enseñaban también doctrina anticomunista?

–La doctrina anticomunista la enseñaba desde el diario El País hasta los legisladores, no había que irse fuera. [Pero sí existía en los cursos] una histeria anticomunista […]. Éramos hermanos contra el comunismo, siempre íbamos a estar juntos, todas las fuerzas armadas [de América]. Fuimos domesticados.

–¿También estuviste en la «escuela» Panamá?

–Fui, claro, habría que ver quién no fue a Panamá. De Latinoamérica fueron cincuenta mil oficiales»

También es necesario recordar las amenazas, ante una posible victoria electoral de la izquierda, de intervención directa de las tropas brasileñas.

«El 7 de julio de 1971, en San Pablo, había trascendido la existencia de un plan militar brasileño, llamado “plan treinta horas”, destinado a salvar el Uruguay –ocupación mediante– de los peligros de las izquierdas. Todo ello dentro del contexto geopolítico imaginado por el general Golbery Do Couto e Silva, ideólogo del proceso militar brasileño, y padre de la teoría del “gendarme privilegiado”.»/162

Colaboración internacional que no se dio de forma tan efectiva ni masiva entre los luchadores sociales. Cuando se analiza su derrota, no hay que olvidar el panorama mundial ni los planes de la burguesía. Por ejemplo, al estudiar las razones de la derrota militar tupamara hay que recordar que el estado oligarca, CIA, Pentágono y capitalistas de USA, y otros países, tenían que eliminar al MLN antes de dar otros pasos –ajustes económicos

La colaboración internacional entre las fuerzas represivas era sabida por todos y el debate sobre esto, en el Parlamento, fue común. En su momento, Collazo advertía sobre la invitación del gobierno uruguayo a uno de los tantos «Mitrione» que trabajaron en territorio nacional.

«Por último, señor presidente, una protesta que es la más vehemente imaginable. Se anuncia que va a llegar a nuestro país un policía brasileño de apellido Fleury, que es el jefe del escuadrón de la muerte, hombre que en su país ha matado a más de mil quinientas personas a mansalva, ejerciendo por sí y ante sí, el derecho a fusilamiento cuando no existía la pena de muerte y aunque no hubiera sido juzgado por ningún tribunal. Este monstruo va a ser invitado por el gobierno uruguayo, en estos días, seguramente para que venga a enseñar, según se dice, los métodos que se utilizan en el Brasil, para tratar de ahogar toda protesta de cualquier tipo. Viene tal vez, para enseñar a la policía uruguaya cómo se hace en el Brasil.»/163

Esta preparación antisubversiva abarcaba, según el relato de Licandro, un amplio espectro.

«En 1965-66 estuve como subdirector general de estudios superiores, y se hizo algo importante. Se hizo un relevamiento socioeconómico del país para mejorar las cosas. Cómo se comportaban los movimientos sociales y sindicales […]. El servicio de inteligencia hacía un seguimiento de los que consideraba enemigos: sindicalistas, embajador de la URSS… Nosotros estábamos al tanto, pero al margen del tema “sedicioso”, era más bien policial. El robo de armas no era nuestro tema. Con los sindicatos, sí […]. Había algo urgente que el gobierno necesitaba [solucionar], el conflicto sindical.»

Licandro asegura que, en 1968 y 1969, las torturas eran «a nivel de la policía, no de las fuerzas armadas» y afirma que en «el caso de Batalla, muerto por las torturas [de los militares], se ve el futuro de la doctrina del silencio. No sale denuncia hacia afuera de lo que ocurrió hacia adentro».

Cuando Garín se infiltra en la marina y observa la preparación de los Fusileros Navales para la represión, comprueba que habían sido «educados para la lucha contra la guerrilla, eran la élite»/164 Explica que la preparación era tanto física como intelectual. Respecto al primer punto detalla algunos momentos de estos entrenamientos.

«Prácticas de karate con los prisioneros de Ancap, UTE..., detenidos por las medidas prontas, se entrenaban a golpearlos y torturarlos/165 […] Yo tiraba quinientos tiros por día, con las M16./166 Te tiraban una lata por detrás y cuando rebotaba tenías que meter todo el cargador adentro. Y con el revólver, te tiraban una caja de fósforos atrás tuyo y por el sonido tenías que darle. Eso le pasó a Luis Correa de Juan Lacaze cuando fue a matar a Dos Santos. Lo tenía que matar porque nos había matado a uno, y en vez de matarlo por la espalda o pegarle un tiro en la nuca, como la ETA, le dijo: “Dos Santos”. El tipo se dio la vuelta y le puso una bala en el medio de los ojos.»

Sobre la preparación teórica comenta, como ejemplo, el análisis castrense que se hacía, en estos cursos, de películas y los documentales producidos por las fuerzas de seguridad.

«El film tenía que ver con el papel de los ex militantes de los partidos comunistas y socialistas, de cómo iban a la dirección del movimiento guerrillero, sindical, etcétera; al rol de la policía y la Republicana ante las protestas del pueblo; a la ayuda del ejército, tomando las riendas de la lucha contra la sedición, contra el sindicato y a la posibilidad que diera un golpe de estado. Todo estaba previsto en esa película. Es lo mismo que pasó en toda América Latina. Ningún militar estuvo sorprendido cuando se eliminó a los partidos políticos, se dio un golpe de estado y se instauró una junta, porque eso estaba previsto, en esa película, diez años antes.»

Sobre el papel represivo de las mujeres policías y militares se ha investigado muy poco, a través del testimonio de Yessie Macchi se puede tener una idea de ello.

«Estaban muy bien entrenadas y seleccionadas. Se trataba de un cuerpo especializado. En todos esos años no logramos “entrarle” a ninguna. No tengo claro por qué. Tenían una buena base cultural, liceo y algunas hasta estudios de facultad. No provenían de sectores marginales, como muchas mujeres policía. La policía militar femenina era de sectores sociales más altos

Disfrutaban viéndonos sufrir. Eran sádicas, en su mayoría. Jóvenes, menores de treinta años. Un regimiento, serían doscientas o trescientas, no lo sé con seguridad. Muchos de nuestros sufrimientos fueron agregados por ellas, por cuenta propia. Iban más allá de las órdenes que recibían. Creo que en el fondo nunca pudieron entender cómo nos habíamos metido en la lucha, cómo habíamos soportado la tortura y, además, en la cárcel estudiábamos, cantábamos, éramos fraternas. No entendían cómo podíamos, si no ser felices, por lo menos alegres.

La única vez que vi en una de ellas un momento de humanidad, fue cuando me sacaron a mi niña, que tenía nueve meses. El último día que estuvo en la cárcel (debía entregarla a mi familia) la llevé hasta el portón de rejas del sector. Debía entregársela a esta mujer, que hasta entonces había sido lo peor con nosotras. En el portón me despedí: «Paloma, ahora te vas con la abuela, pero ya nos volveremos a ver». En ese momento la milica se puso a llorar: «No sufra, Macchi, no sufra. Usted la seguirá viendo en la visita». Fue la única vez que vi un gesto humano entre ellas.»/167

Un punto importante de análisis y que se hace necesario mencionar, son las contradicciones existentes en el seno de las fuerzas armadas y en las distintas organizaciones policiales.

«Si vieras las contradicciones que hay en el ejército

si hubieras escuchado como discutían alférez y capitán mientras me daban.»/168

Los jerarcas de las fuerzas armadas siempre ocultaron las discordancias en el seno de su institución: «La relación entre oficiales y tropa es paternal, afectuosa, familiar»/169 La verdad es que existía una antítesis latente entre ambos escalafones, como también la hubo entre legalistas-progresistas y torturadores-golpistas/170 Los luchadores sociales, a pesar de su voluntad expresa, no supieron o pudieron explotar esta disyuntiva entre los militares, sobre todo en el caso soldados versus jerarcas.

Para muchos, una de las maneras de vencer a las fuerzas represivas era «explotando la contradicción dialéctica oficialidad-tropas mediante un trabajo político inteligente, capaz de elevar el grado de conciencia de estas últimas y de desatar la insubordinación.»/171

«Soldado, aprende a tirar: tú no me vayas a herir, que hay mucho que caminar.

¡Desde abajo has de tirar, si no me quieres herir!

Abajo estoy yo contigo, soldado amigo.

Abajo, codo con codo, sobre el lodo.»/172

El MLN y los luchadores sociales, en general, intentaron ganarse parte de la tropa policial y militar; o por lo menos neutralizarla, enviándoles mensajes y escribiéndoles poemas:

«A los funcionarios modestos que tiran al aire cuando les ordenan balear obreros y estudiantes, a esos funcionarios que como Germán Garay llegaron al uniforme policial como un empleo más, y como todos los empleos de este país, mal pago, les reiteramos: Uds. no son nuestros enemigos. No nos enfrenten. No actúen contra nosotros. Nosotros luchamos por una patria como la que quiso Artigas, donde los más humildes sean los más privilegiados. Ustedes que son humildes, no actúen defendiendo los intereses de los privilegiados.»/173

«Soldado somos cuñao pensá un poquito en tu hermana si me cagan, t’as cagau; soldado, no hagas macana; todos somos oriental avivate, no seas gil y esa vez, tendrá el fusil una utilidad social.»174

Para R. Noriega algunas acciones de los tupamaros lejos de provocar contradicciones en el ejército y simpatías hacia ellos produjeron el efecto inverso: su unificación.

«Los tupas hicieron que el ejército tomara espíritu de cuerpo. De no ser por eso podría haber sido más neutral y estar más a la expectativa. Pero claro, si a los soldados le matan a un compañero, saltan. Primero creció el odio contra los tupas y después contra todo lo que ellos consideraron “subversivo”.»

Efectivamente, ante la muerte de soldados y policías, los sectores más reaccionarios de las fuerzas de seguridad y de los defensores del régimen primero llamaron a combatir militarmente a la guerrilla y luego a todos aquellos que la permitían o, según ellos, la apoyaban, logrando una cohesión ideológica que años atrás no hubiera sido posible.

«Veintidós cuerpos en veintidós tumbas. Veintidós uniformes vacíos. Veintidós familias llorando... ¿no son acaso veintidós razones más que suficientes para abandonar la dialéctica de las palabras y dar curso a la de las armas? Por supuesto que sí [...] Los traidores están todos ahí. Vivos y coleando. Unos robando. Otros mintiendo. Otros matando. Otros lavando cerebros. Otros coimeando. Y mientras veintidós familias lloran.»/175

En determinado momento, los dirigentes de las organizaciones de izquierda, al igual que abandonaron la contradicción de clases y se enfrascaron en la lucha fascismo-antifascismo, decidieron explotar las contradicciones en el ejército, no entre oficialidad y tropa, sino la que existía entre oficiales «golpistas» y «progresistas»/176

Entre 1968 y 1973, en las fuerzas armadas, hubo varias voces que se alzaron para denunciar los planes golpistas de otros colegas de profesión, así como la politización y torturas que se sucedían en el cuerpo militar/177

El mayor Tomas Cirio, en 1972, escribe una carta al coronel Carlos Irigoyen en la que rechaza los métodos empleados por sus colegas militares.

«Con los ojos y oídos tapados casi hasta volverlos dementes; que se apliquen “picanas”, “submarinos”, “plantones” interminables, golpes feroces y cobardes? –y denuncia a todos los que hayan asesinado a un detenido mediante torturas–. Se ha dicho que, en algunos casos, las víctimas lo fueron por torturadores [...]. Por ello deben ser castigados en forma ejemplar quienes (una minoría pequeña, estoy seguro) han mancillado el uniforme del ejército usándolo para encubrir sus desbordes, sus tropelías y su sadismo. Y sus nombres deben ser conocidos por el pueblo, como delincuentes que son, ya que ello se sale de la órbita disciplinaria, regida, ella sí, por la reserva con que deben protegerse la disciplina y la subordinación.»/178

En diversos espacios, las fuerzas represivas y los luchadores sociales entraron en contacto directo. Uno de esos lugares fue la cárcel y otro, las empresas cuando eran militarizadas. Según un testimonio, cuando los soldados intervinieron su fábrica, a pesar de las explicaciones de los obreros, tuvieron una comprensión demasiado pobre y parcial del conflicto que se estaba viviendo. Ubaldo Martínez, otro entrevistado, no sólo se sintió incomprendido por parte de los militares sino también odiado, porque debido a sus huelgas y resistencias obreras, los soldados, «de estar rascándose en el cuartel o haciéndose una fajina», tuvieron que ponerse a trabajar en serio. «Eso sí –matiza Ubaldo Martínez– de lo que robaban, más los pluses de sueldos, se llenaron los bolsillos». Andrés, añade: «Desde que se pusieron a cargo de la lucha antisubversiva cobraron más plata, y cada año en servicio se contabilizaba por tres, por eso querían hacer durar la dictadura».

En la entrevista al ex militar Halty se descubre la visión del cuerpo castrense sobre los luchadores sociales/179

«Hay que tener en cuenta que el ejército tiene que identificar su enemigo. Esa identificación caía en el movimiento guerrillero. Al movimiento obrero se le dio un rol parecido, pues para la mentalidad militar subvertían el orden, todo lo que provoca desorden lo ve mal, para ellos lo principal es el orden. Hubo mucho trabajo psicológico, para incrementar el odio. Primero el enemigo fue la guerrilla,/180 luego la izquierda en general; en plena dictadura, los enemigos eran los políticos y los partidos.

–¿Al movimiento guerrillero se le califica de comunistas?

–Sí, y de ser extranjerizantes.

–Los militares no saben las diferencias entre un MLN y un PC, sin embargo reprimen en épocas separadas, ¿por qué?

–Sí, a los tupas en el 72 y al PC, y la otra izquierda, en el 76.»

Al investigar las causas de la diferencia temporal en la persecución de los diversos grupos políticos se consultó a Garín.

«–¿Por qué tardan hasta el 76 en reprimirlos?

–Por la venta de carne. Si tocaban al PC, se les bloqueaba la venta de carne a URSS […]. Sabíamos que les tenían mucho más odio a ellos que a nosotros –dice el tupamaro Garín–. Odiaban a los PC. Los veían como vende patrias, a nosotros no/181 Creo que se ensañaron con el PC. Fue dramático, triste, se desmoronaron [...].

Se le inculcaba el amor a la patria, la libertad, Artigas. Decían que la Universidad era una fábrica de hacer bombas. Les inculcaban el odio a los sindicatos e izquierda. Todo lo que fuera izquierda era comunista y venía de la URSS. En ese entrevero podían decir que Gutiérrez Ruiz era comunista y enviar a un escuadrón de la muerte a matarlo, porque había tenido contacto con uno de izquierda o su hijo con un tupamaro. La caza de brujas provoca el exilio porque todos eran sospechosos. Era difícil que uno no tuviera un primo, hermano o vecino que no estuviera metido.»

En su testimonio, Garín, recuerda el papel de cuerpos coercitivos extraoficiales: los escuadrones de la muerte, que lo mismo secuestraban a un «sedicioso» para interrogarlo bajo torturas, que le quemaban la cara con ácido a un joven como reprimenda por su actividad gremial. Sus acciones se centraron en «asustar» a la periferia y a la red de apoyo de los grupos armados y, sobre todo, en buscar la reacción de la guerrilla con el fin de derechizar y desestabilizar el sistema parlamentario. Sabían que las reprimendas contra tupamaros no disminuiría el número de adherentes al MLN. La fuerte motivación por el combate y la extendida radicalidad de sus militantes provocó que éstos en cambio de abandonar la lucha política exigieran a su organización una reprimenda.

Con el fin de «guatemalizar» el país, ensuciar la guerra e incrementar y extender el terror, los escuadrones agregaron, a los cotidianos atentados y anterior desaparición de Abel Ayala, un nuevo método: el asesinato

Huidobro, en una de sus obras, /182 relata uno estos episodios. A la misma hora de la madrugada, del sábado 3 de julio de 1971, en la que se descubría la fuga de las treinta y ocho presas, se descubrió el cuerpo acribillado de Manuel Ramos Filippini, junto a los volantes del Comando Caza-Tupamaros/183 Un grupo parapolicial lo había secuestrado en su casa, torturado y quebrado los brazos.

Por éste y otros episodios, varios componentes de los escuadrones de la muerte fueron ajusticiados por los tupamaros. Las autoridades, por el contrario, les rindieron homenaje. J. M. Sanguinetti, por aquel entonces ministro de Educación y Cultura y dos veces presidente del gobierno tras la dictadura militar, se refirió a ellos como «uruguayos caídos en el cumplimiento del más glorioso de los deberes […] hombres humildes del país uruguayo […] hoy despedimos a estos cuatro hermanos»

Uno de los fenómenos más complejos de entender es cómo vivieron los milicos su transformación en torturadores. El relato de uno de ellos, García Rivas,/184 quien desertó tiempo después, resulta nos aproxima a aquella realidad. Sus declaraciones evidencian que los torturadores no fueron grupos fanáticos de ultraderecha actuando por su cuenta, sino una estructura centralizada del aparato estatal. Por otra parte, las torturas siempre se practicaron con asistencia médica para evitar la muerte del detenido, el consiguiente escándalo social y el hecho de que el fallecido, como apuntaba uno de los maestros de la tortura, «pudiera llevarse información». Este ex militar reconoce haber presenciado el interrogatorio de Rosario Pequito Machado, torturada con la técnica del «submarino» en el «tacho», un bidón cortado por la mitad lleno de agua con una tabla para estirar sobre ella a la detenida, tapada con una capucha impermeable. Se la iba sumergiendo y tras un día de «ahogos» se la colgó desnuda, con las manos esposadas, en un gancho que bajaba del techo, durante cuatro días. Éste declara que, cuando se desmayaba, la reanimaban y la volvían a colgar. Tras participar en estas prácticas, este testimonio manifestó sentir, como otros militares, mucha confusión y remordimientos. Cuando salía de la compañía y hablaba con sus colegas de estropicios, coincidían en «que hacían algo que no estaba bien». Pese a estas consideraciones, García Rivas afirma que negarse a torturar implicaba ir contra el Código Penal Militar y se castigaba con la cárcel, razón por la cual no desobedecían las órdenes. Si alguno mostraba debilidad o reticencias era obligado a endurecerse, por ejemplo, recorriendo cloacas. Los superiores querían que nadie pudiera decir: «Yo nunca torturé»/185

La única manera de escaparse de la dinámica castigar o ser castigado era desertar y, como muchas otras personas, irse del país para evitar posibles represalias. Pero la inmensa mayoría de los miembros de las fuerzas coercitivas no tuvo ni la valentía, ni la calidad humana de los luchadores sociales, que prefirieron, en casi su totalidad, exiliarse antes que colaborar en cualquier aspecto de la represión. Ser torturados antes que dar la información que propiciara la detención e interrogatorios de otros. Derrotados, pero coherentes. Golpeados, pero sin perder la humanidad.

García Rivas asegura que casi ningún militar optó por la deserción, lo que atribuye a dos razones: la incapacidad para la vida civil, la necesidad de ganar un sueldo para mantener su hogar, y el temor a ser torturados. Si él decidió desertar, fue porque sentía que se estaba volviendo loco. Había dejado de ver a los pocos amigos que se había hecho antes de torturar. En sus ratos libres, se iba a su casa y se encerraba/186

Montero, uno de los torturados, comenta: «Se hicieron bolsa ellos también, porque la tortura significa hacer bolsa; jode a todo el mundo, al que tortura y al que la recibe»

«Torturador y espejo No escapes a tus ojos Mirate

Así Aunque nadie te mate Sos cadáver

Aunque nadie te pudra Estás podrido

Dios te ampare O mejor Dios te reviente.»/187

Los militares tenían la obligación de torturar, si un superior lo ordenaba, y algunos lo hacían contra su voluntad y principios; pero es necesario recordar que la deshumanización castrense, el bélico contexto y el odio al enemigo, también produjeron seres con ansias de agredir y humillar al adversario.

«Todos querían seguir pegando. Eran cerca de cien personas aullando y golpeando […] tanto querían darnos que se pegaban entre ellos [...]. Algún compañero me comentó después, que la policía debía estar dopada. Le parecerá extraño, pero muchos lloraban. Yo creo más bien que tenían un ataque de histeria colectivo. Parecía que el dejar pegar a todos era una especie de premio concebido a funcionarios cumplidores. Sí, exactamente, hasta funcionarios administrativos venían a pegarnos.»/188

Henry Engler, uno de los prisioneros más maltratados y que más contacto tuvo con los milicos debido a su largo presidio y su condición de rehén, se encontró con dos actitudes militares diferentes frente a la tortura. Asegura (Clara Aldrighi, 64) que por un lado estaban los oficiales que lo hacían con un aparente dolor de conciencia.

«Solían venir a explicar que la tortura era un mal necesario, usado para obtener información. Algunos de ellos me dijeron, más de una vez: “¿Cómo podríamos seguir viviendo, si después de todas estas torturas; no termináramos todos juntos, codo con codo, reconstruyendo el país?” [...] Por lo menos se planteaban que lo que hacían era asqueroso».

Henry Engler cuenta que por otro lado estaban los que practicaban la tortura sin la menor apariencia de dolor de conciencia o remordimiento. «Después vino una camada de individuos que leía Mein Kampf y que jugaban a su pequeño Auschwitz. Esos gozaban de la tortura y aplicaban el maltrato como rutina».

En cuanto a los soldados rasos asegura:

«Los soldados fueron en buena medida entonces los que llevaron a cuestas el honor del ejército. Muchos de ellos, gente sencilla de campaña, trataron de suavizar, cuando era posible, la situación nuestra. Incluso a riesgo de terminar como nosotros. Muchos de ellos nos trataron como enemigos, pero dignamente. Después hubo los que querían hacer mérito demostrando claramente cuánto nos odiaban, delante de sus superiores.»

Para finalizar este apartado, es necesario mencionar que las fuerzas represivas tenían sus propios teóricos y órganos de difusión. En 1972, debido a todos los acontecimientos explicados en el apartado cronológico, surgieron dos importantes publicaciones que ilustraban el pensamiento y las ansias golpistas de un vasto sector militar.

Uno de estos órganos de información nacidos en el calor de la batalla, y en plena excitación triunfal, por las embestidas castrenses a la guerrilla, fue El Soldado; la continuación de la Revista Orientación, allí se reflejaba la corriente ideológica predominante de los oficiales del ejército y la fuerza aérea. Se denominó de esa manera por los significados asociados a la palabra soldado, patriotismo, servicio y desprendimiento.

«El Soldado en la forma que fue concebido, como elemento aglutinante, generalizador de las tres fuerzas y bajo cuyo nombre se identifiquen [sic] todas las jerarquías, está tratando de cumplir su cometido y busca cada vez más la superación profesional de todos los integrantes de las FFAA.»/189

Otra fue una publicación clandestina, denominada El Rebenque, cuyo primer número se distribuyó a partir del 9 de julio de 1972, y en el que se dejaba claro que el papel de las fuerzas armadas no se acabaría tras derrotar a los tupamaros.

«Pero esta vez –advertía el editorial– no tenemos que incurrir en candidez, tenemos el deber de consolidar nuestro triunfo, triunfo que es el de la felicidad del pueblo uruguayo. Y esta consolidación nos será mucho más difícil porque los intereses corruptos son mucho más poderosos que nuestros actuales enemigos [...]. Es el momento –reclamaba—de empezar a poner coroneles en ministerios y entes autónomos como oficiales de enlace con las FFAA [...]. La presión social que sufre el país exige que se deje de hablar tanto y se replantee en forma inmediata e implacable, las medidas a tomar con los ya famosos “delincuentes de guante blanco”. Ellos son los culpables de los cantegriles, del analfabetismo creciente, de la sociedad de la campaña, de la desocupación, de la entrega de la enseñanza al cáncer comunista, de la existencia de asesinos tupamaros y de otro centenar de flagelos.»/190

Una publicación que recoge la ideología de los militares y de los defensores del sistema capitalista de Uruguay y del mundo entero es el libro titulado La Subversión. Éste se centra en el estudio del enemigo interno: la sedición. A la que veían como el caballo de Troya y de la que decían, alegóricamente, que se introduce en el hogar, aparentando ser un miembro más de la familia, para traicionarla y destruirla. Este libro en su presentación explica:

«Todo ser vivo –y la nación es un ser vivo– debe, si quiere subsistir, defenderse contra todo aquello que pueda dañarlo, en sí mismo, como desde afuera. Es ilusorio contar con una situación providencial tal que garantice que el cuerpo social no podrá nunca enfermarse.

Ni las personas físicas, ni las personas morales, pueden contar con tal suerte de inmunidad milagrosa.

Frente a la agresión subversiva, que constituye una enfermedad de la nación uruguaya, debe concluirse que el primer papel de la defensa es y será siempre, el de proteger las bases fundamentales de la sociedad, construidas y ratificadas por el pueblo, contra las perturbaciones que puedan amenazarlas, porque las enfermedades del cuerpo social son como las de los seres humanos: es menester prevenirlas y atacarlas cuando se manifiestan

La amenaza más grave contra el cuerpo de la nación es el peligro de intrusión de ideologías extrañas a la mentalidad popular que, basándose en el poder, sea mental o económico, de sus adherentes pretende propiciar y justificar la destrucción total de lo existente como precio de un mañana utópico nunca bien definido. El pueblo debe entonces asumir la responsabilidad de su propia defensa para desenmascarar y destruir las múltiples formas de tal clase de agresiones.

Así se define una doctrina y se perfila una mística, de las que resulta que para el pueblo oriental, la democracia, aún reconociendo el concepto de relativismo filosófico en que se funda, no lleva implícito el germen de su propia destrucción, puesto que su defensa constituye el principal objetivo para garantir y hacer posible la sobrevivencia de la nación y el progreso que necesita y persigue.»/191

notas

150. Estas palabras de obediencia pertenecen a un soldado raso. La fuente de información es de uno de los testimonios, Coto, con quién se charló sobre el tema de estudio, en numerosas ocasiones.

151. En cualquier investigación sobre fuerzas represivas habría que analizar la predisposición previa a lo militar, el orden y lo patriótico de muchos de los integrantes de las fuerzas represivas y la falta de recursos de ese sector de la población que nutre el estamento más bajo de la jerarquía castrense. También hay que tener en cuenta que gran parte de la tropa que protagonizó la represión de los setenta provenía del interior del país y de familia sin bienes. Se transformaron en milicos sin saber dónde se metían y, aunque lo nieguen sus superiores, para obtener un salario: «El soldado uruguayo no es un mercenario [...] tiene ideales patrióticos». JCJ de las FFAA, 1976, 10.

152. Oscar Lebel se hizo famoso porque el día del golpe de estado, desde el balcón de su casa y con el uniforme puesto de capitán de navío, protestó contra la intervención militar y gritó: ¡Viva la democracia! Fue detenido e inició una huelga de hambre que duró diez días. Según Alfonso Lessa «Lebel había participado de la gestación del Frente Amplio y luego fue una de las personas de mayor confianza de la familia de Seregni durante su prisión. Incluso a pedido de la esposa de Seregni, Lily Lerena, guardó las armas del presidente del FA para evitar que el hallazgo de las mismas pudiera causar mayores problemas al general preso.» Lessa, A., 155.

153. Esta sentencia, sobre el trato histórico que recibieron los militares en Uruguay, la comparten muchos de los entrevistados. «Un país adonde después de 1904 tuvo al milico en el cuartel, [como] el perro atado en el fondo; [donde] el milico es despreciado» reconoce Mujica.

154. Oscar Lebel afirma que el desprecio hacia lo militar continuó inclusive al finalizar el gobierno castrense. «De pronto todo terminó y llegó la democracia. Generaciones enteras de oficiales se enteran estupefactos, de que el pueblo no les agradecía nada, que las jerarquías y sus genuflexos seguidores civiles, estaban envueltos en sospechas de corrupción y seguridades de desprestigio, y que por sobre todo, estaban solos de toda soledad. Y comienzan a darse cuenta que –parafraseando a Artigas–, el ejército profesional, o es el numen del “pueblo reunido y armado” o no es nada. Porque un ejército que actúe como fuerza de ocupación de su propio país es eso, nada.» Texto nº 24, inédito y sin referencia bibliográfica. Archivo del autor.

155. Garín nunca torturó a ningún prisionero. Inclusive en una ocasión, un importante militar le dijo a varios dirigentes sindicales, poco antes de subir a la embarcación en dirección a Isla de Flores, que allí los matarían. Él, pensando que eso podía pasar, cargó la metralleta y se prestó a acompañarles para salvarlos

156. De todas formas, inclusive tras el aumento de salarios de los mandos superiores, muchos miembros de las fuerzas armadas siguieron mostrándose corruptos. Uno de los testimonios recuerda que uno de los clandestinos más buscados del país se vio atrapado en un control de carretera y como tenía los bolsillos llenos de dinero, cuando el oficial lo reconoció, le dio todos los billetes, que era varias veces su sueldo, y oyó: «Bueno, que pase»

157. A pesar de la coordinación de las fuerzas armadas del Cono Sur, que dio resultados como el Plan Cóndor, el ejército de cada país tuvo su modus operandi. Mujica recuerda un breve diálogo entre militares argentinos y uruguayos que escuchó cuando estaba detenido en un calabozo de Uruguay. «Si estos tipos estuvieran en la Argentina ya hacía rato que habrían desaparecido», concluyó un milico argentino. Y cuando los tipos se van, un oficial [uruguayo] dice: «¡Son una mierda!». Y Mujica, sorprendido, matiza: «¡Y eran los fachos nuestros!». En Uruguay, los militares eran todos profesionales, no había ni hay obligatoriedad de prestar servicio militar. De todas formas, teniendo en cuenta la experiencia argentina, no se puede decir que hubiera habido menos represión, menos efectividad y más derrotismo o deserción de haber contado el ejército con tropa que estuviera haciendo el servicio militar obligatorio de 1968 a 1973

158. «En los años sesenta –añade– [se da] un cambio conceptual del empleo de las fuerzas armadas. Al fracasar la Junta Interamericana de Defensa, se sustituyen por las Conferencias de Ejércitos Americanos, [con su] reglamento interno, sistema de información. Así el Pentágono da la doctrina política para el continente». También explicó que con la llegada a Uruguay de la denominada «ayuda mutua», llegó el material de defensa y los instructores, y que entrenaron en el Colegio Interamericano de Defensa de Panamá y Estados Unidos. Mencionó, además, escuelas militares en Francia y España. Una fuente proveniente de la asociación Madres de Plaza de Mayo aseguró que había una en Suecia

159. Licandro asistió al colegio Interamericano de Defensa en Washington, fue jefe de la región militar nº3 y director general del instituto militar de estudios superiores, dónde se cursaba la asignatura «aporte para una doctrina de guerra anticomunista». En 1968 aún ejerce como militar, luego pide el retiro voluntario, pasando a retiro efectivo en marzo de 1969, cuando se levantan las medidas prontas de seguridad. Es procesado por los delitos de asonada, desobediencia, etc. Engrosa las filas del Frente Amplio en las elecciones de 1971 y es detenido el 9 de julio de 1973, por asistir a la manifestación contra el golpe militar

 160. Contó que, entre las fuerzas armadas uruguayas, había cierto resentimiento y cuestionamiento de la soberanía por la ayuda de Estados Unidos pero se aceptaba por tener el material. Por su parte Julio Halty cuando se le preguntó: «–¿Se hacían clases especiales, con profesores extranjeros, para enfrentar a la subversión? –Sí –contestó–, pero no eran generales»

161. A pesar del adoctrinamiento y cursos en Estados Unidos y Panamá, impartidos por especialistas estadounidenses, en parte de las fuerzas armadas de países como Perú y Bolivia, en algún período, se da una política «antiyanqui». Se adoptan medidas antiimperialistas, reformistas, con expropiaciones de empresas de capitales estadounidenses. Inclusive militares, que habían asistido a esos cursos son forzados, por las circunstancias y la lucha popular, a «descubrir» realidades que muestran como culpables a los grandes capitales de Estados Unidos y otros países, y ver que la no adopción de reformas sociales de un mejor reparto de la riqueza desembocaría en insurrecciones. Las pugnas internas, el trabajo de la CIA en todos los ejércitos, y la naturaleza misma de las fuerzas armadas provocaron que cada política antiimperialista durara poco o fuera abortada antes de llevarse a cabo

162. Oscar Lebel, Las fuerzas armadas como problema, (sp). Texto nº 24

163. Actas de la Asamblea General, 19 de noviembre de 1969, A. G., 37

 164. Además de los Fusileros Navales (FUSNA), que eran militares, y el grupo de asalto del Cuerpo de Granaderos que eran policías, se crearon dos organismos contrainsurgentes, el Servicio de Información de Defensa (SID) y el Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas

165. Este dato es contradictorio con el testimonio de Licandro, quien decía que en esa época la tortura era sólo patrimonio policial. La realidad fue que los policías hasta 1971, al estar encargados de la lucha antisubversiva, eran los que realizaban los interrogatorios y las torturas. Los militares se limitaban a dar palizas esporádicas, reprimendas a detenidos bajo las medidas prontas de seguridad y maltratar a detenidos. En septiembre de 1971, cuando el gobierno les encomienda acabar con la resistencia armada al régimen, la tortura se vuelve más brutal, más masiva. El militar pasa a convertirse en el nuevo protagonista de las torturas. «Es verde / pero murmura / es verde / pero habla / es verde / pero interroga / es verde / pero tortura.» VVAA, 1981, 23

166. Este dato desmiente aquel rumor que hubo entre los luchadores sociales respecto de que las M16 se rompían después de los dos mil tiros

167. Clara Aldrighi, 223

168. VVAA, 1981, 8

169. JCJ de las FFAA, La Subversión, 10. Así que –según la Junta de Comandantes en Jefe– era por «amor» que les hacían caso a los oficiales y torturaban a los prisioneros, no era por «obediencia debida» ni porque si no cumplían las órdenes los encerraban o echaban del cuerpo. ¿O acaso la tropa también tenía afecto por el orden capitalista que la explotaba? Que cada uno saque sus conclusiones y que algún día «la tropa» se digne a dar su testimonio sobre todo aquello

 170. Manuel Hevia Cosculluela, de los servicios de espionaje cubano, estuvo infiltrado –desde 1962 hasta 1971– entre los agentes de la CIA que operaron en Uruguay. A través de su testimonio se observa el entramado policial que organizó la central de inteligencia estadounidense para evitar la reproducción de focos revolucionarios en el Cono Sur de América y algunas de las contradicciones internas. En un documento escrito en junio de 1972 en La Habana, páginas 232 y 233 de su libro Pasaporte 1133, cuenta cómo, en el cuartel Centenario, el mayor Albornoz, aduciendo medidas de seguridad, negó la licencia de salida a un soldado –que la había pedido para ir a visitar a su hijo enfermo–, mientras todos los días salían soldados para terminar la construcción de la residencia del propio Albornoz. La tropa entera se solidarizó con su compañero. El jefe militar les recriminó por el hecho. Pero los soldados, lejos de amedrentarse, casi lo linchan. Varios oficiales se unieron al motín. Por lo que Albornoz lo comunicó a la Jefatura de Policía. Partieron en su ayuda grupos de choque de la Metropolitana, pero al enterarse de que su misión consistía en someter a los rebeldes del cuartel, se negaron a llevarla a cabo y regresaron a la unidad. Al día siguiente, los amotinados se rindieron y el gobierno, para no incrementar las contradicciones en los cuerpos defensores del sistema, no se atrevió a tomar medidas drásticas

171. Documento tupamaro. JCJ de las FFAA, 584

 172. De la canción Soldado, aprende a tirar, de Nicolás Guillén, popularizada en Uruguay por Daniel Viglietti

173. Huidobro, 1992, 99. Como se desprende del mensaje tupamaro hubo varios casos en los que policías, desacatando órdenes, optaron por no agredir a los luchadores. Roberto recuerda una manifestación de 1967 en el que su perseguidor, un agente a caballo y sable en la mano, le dijo: «¡Corra muchacho, corra que no le quiero pegar»

174. Rosencof, 1987, 115

175. Clara Aldrighi, 40.

 176. «En el Uruguay, los famosos oficiales progresistas, o peruanistas tuvieron su máxima expresión en los comunicados 4 y 7 (de ahí el nombre de cuatrosietiestas) de principios del 73. El PC los considerará los salvadores de la patria y los tupamaros soñaban con operaciones conjuntas con ellos. El jefe de tales salvadores según decía el PC, era el Goyo Álvarez a quien luego soportaron, como máximo director del estado que los torturaba. Ironías de la historia.» Texto anónimo sin referencia bibliográfica. Texto nº 2. Archivo del autor

177. En Argentina, tras la dictadura, en la segunda mitad de la década del noventa, entre militares también hubo contradicciones con respecto a que si fue o no correcto torturar a los prisioneros. Según Halty en Uruguay «no se va a dar lo del arrepentimiento […] Con la autocrítica del 85, tuvieron suficiente. –¿Qué dijeron? –se le preguntó. –Que habían perdido todos los puntos de referencia». Sin embargo, aproximadamente, un año después de estas declaraciones de Halty, Jorge Tróccoli asume su condición de torturador y reconoce el trato inhumano dado a los detenidos durante los interrogatorios del FUSNA. Este sujeto cuenta que era un guardiamarina repleto de sueños sobre barcos, viajes y navegaciones, que se le rompen en 1967, cuando se enfrenta a la realidad al reprimir a los trabajadores de UTE y Ancap. En 1969, lo hace con los bancarios y en 1971 es instruido para participar en «la guerra contra la subversión». En 1974 se convierte en un «profesional de la violencia» y asume la lógica de la tortura, elaborada por políticos y jefes militares. El testimonio de este ex torturador fue transcrito por el semanario Brecha, en 1996, que publicó en el mismo número un artículo titulado «Míster Hyde» en el que se detalla su participación en las desapariciones en Argentina (Orletti, ESMA...). www.chasque.apc.org/brecha/3020.html

178. Caula y Silva, 1986, 108-109

179. A pesar de que cuando se le realizó la entrevista, era el secretario del también ex militar Seregni, entonces el político más relevante del Frente Amplio; hizo una larga justificación del ejército. Se basó en las peleas que se mantienen desde milenios. «El ejército será necesario, hasta que los hombres vivan sin pelearse». No es tan curioso que un ex militar justifique al ejército. Lo curioso es que muchos de los luchadores sociales torturados por militares justifican y defienden las fuerzas armadas uruguayas, por ejemplo frente a unas de América «porque éstas estarían bajo órdenes de Estados Unidos». En aquel período muchas de las organizaciones también veían imprescindible la existencia de unas fuerzas armadas. Para PC y CNT, así como para muchos guerrilleros no era necesario destruirlas, ni cambiar sus jerarquías, sino darles un cariz nacionalista y antiimperialista, populista, o socialista y progresista

180. El siguiente testimonio de Seregni advierte sobre un cambio sobre la visión militar respecto a los tupamaros: «La guerrilla no se visualizaba entonces (en 1968 cuando él era jefe de la Región Militar nº 1) como un problema candente; más, en el ejército, como en toda la sociedad civil, se vivían sentimientos contradictorios. Las primeras acciones de los tupamaros se miraban con cierta admiración.» Blixen, 167

 181. Otro testimonio manifiesta que muchos miembros de las fuerzas represivas respetaban a los tupamaros como enemigos porque de acuerdo con sus códigos y, militarmente hablando, iban de frente. El incremento de odio y persecución de los cuerpos coercitivos hacia algún sector de los luchadores sociales fue cambiando, al igual que fue variando la cúpula militar y el propio rol de las fuerzas represivas. Por supuesto que también había diferencias individuales de un militar a otro. «”Varias veces me preguntaron por qué la marina no mató a Sendic. Y yo respondí que tenemos otros valores. Era un enemigo, pero no se podía actuar con odio”, comentó en una conversación sobre el tema González Ibargoyen. Con el mismo criterio, ya siendo comandante en jefe, obligó a retirar los retratos del cabo Fernando Garín –un tupamaro encubierto que resultó fundamental para el copamiento del Centro de Instrucción—que se repetían en el FUSNA, junto al letrero de traidor.» Lessa, A., 64

182. Huidobro, La fuga de Punta Carretas, 1993

 183. «El subcomisario Delega y Washington Grignoli fueron directos ejecutores del asesinato […]. Algunos de los Comando Caza Tupamaros, como el capitán Mato, el inspector Víctor Castiglioni o el comisario Campos Hermida, aparecen denunciados en violaciones a los derechos humanos durante la dictadura» Blixen, 237-238

 184. Víctor, J. (seudónimo de varios autores), Confesiones de un torturador. Ed. Laia/Paperback 1981

185. Halty, en cambio, declara: «Eran los oficiales quienes estaban a cargo de ellas. Los ayudaban algunos subalternos de confianza, conocidos, elegidos». «¿Qué pasaba si desacataba una orden?», se le preguntó. «A mí nunca me dieron u obligaron a cumplir órdenes inmorales. No me las daban por algo», contestó

186. Tras finalizar una sesión de tortura, un detenido le dijo a su torturador: «Quiero que me expliques qué siente un ser humano cuando hace lo que vos hiciste conmigo? –Muchas veces lo pienso... cuando llego a casa –le contestó él». En su relato, García Rivas narra sus experiencias como militar y cuenta otras características de la vida en los cuarteles durante la década de los sesenta y setenta. Reconoce su inicial extrañeza al enterarse de que los «sediciosos» no cobraran nada por realizar su actividad subversiva. Explica que él y la mayoría de los soldados, vivían en barrios donde ser milico estaba mal visto, por lo que pasaban bastante vergüenza. Sus memorias también se refieren a las clases que recibían tanto los militares de Uruguay, como otros invitados de El Salvador, Guatemala y Costa Rica; y a un manual de operaciones antisubversivas –seguimientos, vigilancia…– creado por el OCOA (Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas). Cuenta que de Amnesty Internacional se decía que era una organización integrada por comunistas y subversivos, que pretendían desacreditar al gobierno uruguayo. Reconoce haber estado presente en el secuestro y asesinato de un luchador social en Porto Alegre y que recibió órdenes de no comentarlo con nadie, ni siquiera con otros militares

187. Benedetti, 1986, 307

188. Testimonio del tupamaro Jesús David Melián, publicado en el semanario Marcha, el 17 de abril de 1970

189. «Editorial», El Soldado, nº 136, enero-febrero-marzo 1994, 1

190. Lessa, A., 71

191. JCJ de las FFAA, 12-13

continúa


Comunicate