30.JUN.18 | Posta Porteña 1922

Democracia y dictadura: el sostén del estado (4)

Por Rodrigo Vescovi/Ecos

 

(Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973 de Rodrigo Vescovi)

 

Capitulo V.2.4

 

Sobrevivir en la Cárcel

 

«En ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los procesados y penados, persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito.» Artículo 26 de la Constitución /192

En esta obra se ha insistido en los grandes beneficios que extrae de la Constitución la clase dominante detentora del poder. En ésta aparecen las medidas coercitivas necesarias para sofocar revueltas y perseguir a militantes revolucionarios. Hasta 1973, cada vez que fue puesta en marcha la maquinaria represiva, la carta constitucional sirvió de amparo y muchos de los derechos allí salvaguardados dejaron de respetarse

«Se intentaba quebrarte, denigrarte –asegura Ubaldo Martínez, uno de los presos–. En algunos casos las presiones fueron tal que hubo compañeros que llegaron al suicidio y otros que siguen pagando las consecuencias hasta el día de hoy. Si tenías una visita, no podías ir si no te rapaban e ibas con el mono gris. Eso te llevaba a otra época, al fascismo puro.»

El proceso de cosificación del preso era uno de los episodios más peligrosos. Muchas veces, en el momento de la detención, un luchador oía un estridente sonido de sirenas y se veía rodeado de patrullas policiales que no le hablaban, le daban golpes con sus porras y le insultaban: «¡sedicioso!», «¡pitucón!». El arrestado, mientras podía, los miraba y los odiaba. Él era un ser humano y ellos, muy a los pesares, también. Poco después, encapuchado y con las muñecas atadas con alambres de púas, se daban los primeros pasos para transformarlo en cosa, en paquete portable. En la tortura este fenómeno se incrementaba. Cuando el preso estaba en total aislamiento y separado mentalmente de su dolorido cuerpo, lo único humano que veía, vestía de verde milico/193

Así, los pocos objetos que tenía en aquella gran jaula eran de suma importancia, constituían los vínculos con sus seres queridos, con el afuera y con la condición de no preso. La destrucción de útiles podía significar desarraigo, pérdida del vínculo e identidad

El preso estaba encerrado en un mundo que le era ajeno y hostil, en el que debía reorganizar su vida. El uniforme le marcaba su condición de presidiario y un número lo identificaba. Su vestimenta y objetos personales eran escasos, el mínimo necesario que posibilitaba el chantaje de los carceleros: «si no aparece el cuchillo de la última comida habrá requisa», sufriendo por eso un constante sentimiento de despojo.

«Cuando el plantón terminó, nos hicieron pasar al sector [...]. Ante nuestras miradas, un panorama devastador; colchones en el suelo, azúcar con miel entre las sábanas, papel higiénico mojado y deshecho, algodón con dulce de membrillo; la ropa de Cristina mojada, la de Elsa en el duchero. Las pocas frutas (que con tanto sacrificio nos mandaban nuestros familiares) destrozadas sobre las sábanas y frazadas. Todo era caos, desorden, incoherencia, ¿cómo poder entenderlo? ¿Qué dirían nuestras familias si lo supieran? Había que ordenarlo, ponerlo en su lugar, porque a pesar de todo, existía un lugar para cada cosa, eso se hacía imprescindible [...]. Se llevaron las fotos, las cartas, los cuadernos, nuestros recuerdos queridos, todo aquello que nos contactaba con el afuera, nuestras familias y nuestros hijos. Las manualidades de los niños... Entre risas, Antonia festeja, pues había salvado la foto del Flaco porque la tenía “camuflada”. María perdió la foto de Anita, la encontramos partida en cuatro debajo de la cucheta de Aurora. Desde el pico de luz, alto, un muñeco se balanceaba colgado del cuello.»/194

Estas frecuentes escenas carcelarias sumadas a las torturas infringidas a los prisioneros muestran que fueron más sinceras y acertadas las palabras del director del penal de Libertad –«ya que no se ha liquidado a tiempo a los elementos peligrosos para el país, y tarde o temprano habrá que liberarlos, debemos aprovechar el tiempo que nos queda para volverlos locos»–/195, que la volátil oración de la constitución.

Pero no pudieron, fueron muy pocos los que se quebraron para siempre. Los luchadores sociales no sólo sobrevivieron a la cárcel, sino que gracias al compañerismo tanto dentro como fuera de ella, la soportaron con dignidad y hasta en algunos casos con cierta alegría /196 «¡Cómo no sentirme feliz, a pesar de las rejas, si veo que las pichonas ya son dos palomitas!»/197

La emotividad que León Lev manifiesta en la carta dirigida a sus hijas, deja al descubierto que la supervivencia en el presidio se dio gracias a los seres amados. El ambiente carcelario y el imponente movimiento que había fuera, reclamando la libertad de los presos, hicieron el resto. La lucha generalizada contra el régimen, que siguió hasta el fin de la huelga general, proporcionó mucha fuerza. Muchos de los que caían antes de 1972, tenían esperanzas de poder fugarse o de que los tupamaros, o una insurrección popular, los liberase. Tan grande era el optimismo que una presa, con respecto a su defensa jurídica, le dijo al juez: «Cualquier abogado me da lo mismo, porque a mí no me va a liberar la justicia burguesa, sino mis compañeros» /198 Cuando esta prisionera hizo esa declaración desconocía que efectivamente se estaba preparando una fuga. A sus compañeras, que organizaban –silenciosamente– la mayor evasión de presas de la historia del Uruguay, aquella sinceridad no les hizo ninguna gracia.

La derrota de 1972 da un giro a los acontecimientos. El número de reclusos se multiplica y las esperanzas de victoria y de ser liberado disminuyen. Durante la huelga general, en el imaginario colectivo de la prisión, se veía posible la caída del régimen militar y el inminente final del periplo carcelario. «Hubo expectativas –reconoce Ubaldo Martínez– y eran realistas». Hubo, inclusive, quien una vez acabada la huelga seguía considerando su condición de preso y derrotado como una cuestión meramente coyuntural y pasajera

«En 1972 y 1973, e inclusive después, no imaginábamos que la conflictividad social podía ir para atrás –recuerda Ricardo–. Desde el 68 vimos caer muertos o presos a compañeros pero siempre éramos más los que nos sumábamos a la lucha. Pensamos que la terrible represión del régimen no frenaría la avalancha de nuevos combatientes sino al contrario, que tras algún posible parón o repliegue, la lucha en Uruguay y resto del mundo iría cada vez a más.»

La resistencia al régimen, aunque tan sólo fuera protagonizada por un puñado de militantes, siempre fue muy valorada y seguida por quienes estaban encarcelados.

«Mientras hago balance de mis yugos Y una muerte cercana me involucra En algún mágico rincón de sombras Canta el grillo durable y clandestino.»/199

El poema que sigue, como muchos otros, se escribió en hojillas de papel de fumar para escapar a la censura/200 En él se observa la dificultosa contradicción de padecer constantes penurias e intentar no hablar de ellas a sus seres queridos para aminorarles preocupaciones y sufrimiento.

«Decir que no que no hay angustia pelear a brazo partido con la melancolía escribir a la familia “estoy bien querida aquí me tratan bien no te preocupes” cuidar que los pañuelos no delaten y escribir sin faltas de ortografía hacerse el duro la montaña que no hace caso de las lluvias.

Pero si no podés si peor que la picana hay algo que te aprieta la garganta y no alcanzás a ver tu letra cuando escribes, entonces hermano déjate llorar nomás dejá que los recuerdos te invadan te acompañen te maltraten vos en lo más hondo igual sabés que la lucha continúa.»/201

Cuando se recibía a los seres queridos había que disfrutar al máximo los instantes que duraba su estadía e intentar estar bien, resistir y, si entraban los hijos, no llorar.

«Cuando besó a su mujer y a sus hijos, no sintió nada; estaba anestesiado. Más tarde evocaría mil veces ese instante, para mil veces sentir y repetir el afecto allí borrado. Es que su mente había estado tensa como un arco, ocupado por una sola idea. Por una idea urgente: ¿Cómo resistir?»/202

Las visitas eran escasas y necesarias. Por ello, a pesar de la dificultad de comunicación y las malas condiciones para recibirlas, fueran muy esperadas /203 Con la llegada de las «sediciosas» a la cárcel de mujeres, los encuentros entre reclusos y familiares o amigos, cambiaron. Se confeccionó un nuevo locutorio que consistía en una mesada sobre la que se apoyaban ventanillas con triple rejilla, lo que imposibilitaba la buena visión y el contacto físico entre los visitantes y las presas. No existían salas, de vis a vis, para relaciones sexuales. De hecho, pocas veces se consentía un contacto físico entre presos y visitantes. Se permitía la visita con los hijos y, en ciertas épocas, sólo con aquellos que presentaban problemas constatados por un psicólogo /204

Los familiares de los arrestados también sufrieron. A veces tenían que viajar muchos kilómetros para ver a sus seres queridos y, en algún caso, hasta elegir a quién se visitaba. «Mi mujer –dice Ubaldo Martínez– tenía el hermano, el marido y el cuñado presos».

Una de las experiencias más duras era no estar con el compañero sentimental. Numerosos escritos ahondan en ello y fueron cantidad los sueños en los que a pesar de estar separados, por paredes y barrotes, los amorosos estaban «juntos»

«Hoy me fugaría con vos con tu sonrisa apelaría a Merlín a su magia milenaria para volverme pequeño como una cerilla y entrar tranquilamente a tu caja de fósforos.

Me fugaría con vos para probar si es cierto que te amo si no será una ilusión una trampa necesaria otro verso inventando en el techo para ver si es verdad que puedo robar tu congoja que tus ojos y tu boca tienen gusto a naranja.

Después después querida saldría a recorrer (ven caminemos) a buscar ese enchufe ese contacto a dar explicaciones a dar esta vergüenza esta amargura y que los compañeros juzguen a buscar según y cómo a buscar otra veza buscar siempre.»/205

La comprensión de por qué se estaba allí y el saber que cuando «se conspiraba», se podía sufrir un presidio, ayudó enormemente a sobrevivir entre barrotes y hormigón /206

«Estaba concienciado –asegura Montero—que había intentado destruir el estado, que éste me había agarrado y me intentaba destruir. Entraba en lo previsible, estaba preparado. Los que se vinieron abajo fueron los que pensaban que era una película, con los muchachitos buenos y ganadores.»

Un dato a tener en cuenta, que no tiene que ver con el convencimiento, sino con la sensibilidad y menor carga de prejuicios, es que los abrazos –el fraternal contacto físico– también fue un factor importante para vivir el presidio con menos angustia. En la cárcel de hombres no se dio tanto este fenómeno como en la de las mujeres, faltaron allí esas imprescindibles armas de la resistencia.

«Eso ayudó muchísimo –cuenta Yessie Macchi–. Nos acolchonó justamente de lo que era la total despersonalización. Los gestos, el abrazo, el tomarse las manos, el llorar y reír juntas, el teatro que hacíamos, la continua dramatización de nuestras experiencias –en forma de canto, teatro, murga– sirvió mucho para mantener muy vivo el espíritu de lucha, pero también el de identidad personal. Cada una éramos lo que éramos, y cada una éramos mujer, más allá de que te pusieran uniforme, te raparan el pelo, te pusieran un número y no te llamaran por tu apellido. Seguíamos siendo lo que éramos entre nosotras.

En ese sentido es una victoria, pues como uno dijo “si no los matamos cuando pudimos, al menos vamos a volverlos locos”

No pudieron destruirnos, físicamente nos acortaron la vida, eso está muy claro, porque fue muy duro, pero sí es cierto que a nivel afectivo y político, no lograron destruirnos. El saldo de compañeras quebradas en la cárcel fue tan ínfimo que ni siquiera se puede contar.»

Como se ha mencionado, acierta Yessie Macchi cuando comenta que fueron pocos «los quebrados». Eso no significa que, como cualquier fenómeno intenso o traumático, la cárcel, en algunos casos, provocó secuelas de por vida.

Un militante, años después de haber sufrido un cautiverio de una década, se levantó de madrugada en su casa, para ir al baño. Pero se detuvo delante de la puerta de la habitación, sin salir. Medio dormido, empezó a orinarse encima. Su compañera se despertó, vio lo sucedido y preguntó:

–¿Qué hacés, qué te pasó?

–Estoy esperando que el guardia me abra la puerta.

Las situaciones difíciles sirven para comprender la globalidad de las personas. Para estudiar y conocer los luchadores sociales, es imprescindible investigar su resistencia y comportamiento en la cárcel.

Graciela Jorge escribió Historia de 13 palomas y 38 estrellas. Fugas de la Cárcel de Mujeres, basándose en fuentes orales y en su propio recuerdo, en el que varias ex presas cuentan su presidio y sus fugas de 1970 y de 1971. Después de esos años, las condiciones de las penitenciarías fueron mucho más duras

La autora relata los pormenores de la rigurosa planificación cotidiana, los horarios de discusión, trabajo, estudio y, también, diversión. Algunas presas políticas solían madrugar y así aprovechar el silencio del amanecer para leer o escribir cartas mientras tomaban mate, que también preparaban para las que aún dormían. A las ocho, cuando se levantaban las otras, practicaban gimnasia durante una hora. El resto de la mañana cada una, exceptuando las encargadas de limpieza y cocina, hacía lo que quería, teniendo en cuenta la recomendación de «no echarse para no rayarse» (no estirarse en la cama y emparanoiarse con su situación personal). Un grupo de reclusas, por ejemplo, ensayaba una obra de teatro. Por la tarde, hacían reuniones políticas en pequeños grupos o participaban en los talleres de trabajo. Por la noche, charlaban. Luego, dormían por grupos en grandes habitaciones. Dos presas guardianas, /207 una a cada extremo, pernoctaban con un ojo entreabierto para que no se produjeran «irregularidades». También vigilaban que no entraran dos mujeres a la vez al baño y a la ducha. El temor a la homosexualidad y al autoplacer era tal, que para ocultarles su propia desnudez las obligaban a ducharse cubiertas con una túnica. Esta medida fue la primera que las presas políticas desobedecieron.

«Y las humillaron con delectación Qué mujeres lindas tienen los calabozos Qué hermanas silenciosas corajudas.» /208

La llegada de las luchadoras sociales, que rápidamente se entendieron bien con las presas «comunes» –condenadas por hurto, contrabando, rapiña, falsificación o por matar al marido–, subvirtió el orden del Centro Penitenciario San José /209

«Mis dos cárceles fueron una experiencia muy importante porque tuvimos un contacto permanente con las presas sociales que existían en las cárceles –cuenta Yessie Macchi–. Quiere decir que estando presas, en ningún momento dejamos de militar [...]. En el año 69, en mi sector creamos una red con ellas que nos posibilitó la fuga.»

Algo parecido sucedió en Punta Carretas y otras cárceles del país, en las que las autoridades notaron cómo los encerrados, con la llegada de los presos por luchar, empezaron a cambiar ciertas pautas de comportamiento y pensamiento /210

La intervención del ministro del Interior, el miércoles 12 de abril de 1972, poco antes que se iniciara la guerra abierta, muestra esa preocupación y reclama la rápida apertura de una cárcel exclusiva para la subversión.

«El preso común obtiene del sedicioso ayuda en comestibles, dinero, abogados, reclutamiento para integrar las organizaciones sediciosas, capacitación para la mejor forma de ejecutar delitos y/o las declaraciones a la policía y a la justicia. Todo esto está comprobado y obra material de prueba en el Ministerio a nuestro cargo […]. Señalo, además que hay dificultad para encontrar quien quiera prestar servicios en los establecimientos carcelarios. La gente pide que se le dé de baja, y la razón es, aparte de los magros sueldos y las dificultades de todo tipo, el temor. El recluso sedicioso ejerce, evidentemente, por muchísimas razones, una superioridad tan manifiesta que podríamos decir que manda en el penal. Por esos estamos absolutamente convencidos de que no puede permanecer un día más, un minuto más, en establecimientos comunes, para alojamiento de presos comunes, por las condiciones generales de falta de seguridad y por todas esas carencias y deficiencias a que yo aludí.»/211

Una de las medidas, para intentar disminuir los «focos subversivos» en las prisiones, fue desperdigarlos. Pero al poco tiempo, los encarcelados hacían nuevos compañeros. «Formaba parte de un grupo muy joven que nos gustaba trasnochar y teníamos siempre temas para charlar. Para no molestar a las que estaban durmiendo, nos íbamos al lavadero y allí permanecíamos hasta que nos cansábamos de hablar.»/212

Otra argucia de las autoridades para dificultar la vida comunitaria de los reclusos era propiciar su desestructuración, cambiándolos de lugar constantemente. Al trasladar a los organizadores de la correspondencia interna de la población carcelaria, ésta cesaba hasta que otros la reorganizaban. Los cambios de centros penitenciarios también tenían otro motivo: «te mandaban tres meses a un cuartel, tres meses a otro, siempre cambiando los compañeros que estaban contigo, nos iban mezclando, ellos lo llamaban el entrevero, para la descompartimentación», afirma Ubaldo Martínez, uno de los encarcelados más veteranos. Rondaba los cuarenta. La mayoría de los presos por luchar tenían algo más de veinte años. En la cárcel de mujeres había chicas de apenas dieciocho y de más de treinta años. En 1971, el número de presas aumentó, mujeres de las FARO, la OPR 33, el Movimiento 22 de Diciembre y, sobre todo, del MLN. A fines de 1972, en el penal de Libertad, había unos ochocientos presos, cuatrocientos guardias y personal administrativo.

Todas las medidas de control no eran sólo para quebrarlos sino por un miedo real a las fugas, a la gran cantidad de funcionarios sobornados y/o atemorizados; y a las resistencias que habían protagonizado en las prisiones y antes de ser capturados. El recuerdo de Ubaldo Martínez ilustra a la perfección ese temor: «No nos dejaban tener transmisores porque se dijo que si no, en un mes, transmitíamos para el exterior». Aunque esto pueda parecer exagerado, no es así. Hay que tener en cuenta que la cárcel era un lugar más desde el cual resistir a la opresión del estado, una «trinchera» más del campo de batalla, en la que tenían todas las de ganar los defensores del régimen, pero donde los luchadores sociales lograron importantes victorias.

El preocupado ministro del Interior advierte, en su ya citada intervención parlamentaria, los «problemas» que causa el recluso «sedicioso».

«Este tipo de preso, aún en cautiverio sigue trabajando para la organización criminal, recluta presos comunes, los alecciona, los ayuda con abogados, dinero y toda clase de suministros. En la cárcel se gestó el homicidio del inspector Rodolfo Leoncino y el intento de homicidio del vigilante Ruben D’Albenas, quien sufrió diez heridas de bala; de ahí han partido y parten las amenazas a funcionarios y sus familiares, y es seguro que en el establecimiento penitenciario se ideó la fuga del señor José Almiratti, el 26 de mayo de 1971; del señor Raúl Bidegain, /213 el 17 de julio del mismo año; la fuga masiva de 111 reclusos sediciosos y comunes el 6 de setiembre de 1971.»/214

Al estudiar la vida carcelaria es obligatorio mencionar las tentativas de evasión. Entre 1968 y 1973, hubieron varias masivas, tan espectaculares como eficientes /215

 También hubo algunas individuales, como fue, entre otras, la de Alberto Cecilio Mechoso, conocido como el negro Pocho. Las que dieron más que hablar fueron la del 8 de marzo de 1970, cuando se evaden trece mujeres; la de abril de 1972 en la que se escapan quince tupamaros y diez «presos comunes» por un túnel –realizado de la red cloacal hacia el hospital de la cárcel– y sobre todo, las del 30 de julio de 1971, en la que se fugaron treinta y ocho presas y la del 6 de setiembre de 1971, denominada El Abuso, en la que recobraron la libertad más de cien reclusos. El hecho de que de estas cuatro evasiones, tres se consiguieran mediante galerías subterráneas, provocó que la nueva cárcel de alta seguridad (el penal de Libertad) fuera un edificio sobre elevado con un basamento compuesto por columnas y alejado de cualquier centro urbano.

Para ilustrar el ingenio y la desesperación de algunas personas encerradas se detallan dos de esas fugas. La de las trece tupamaras y la de Mechoso/216

La primera fuga de presas, llamada Julia por ellas y Operación Paloma por el resto del MLN, ocurrió en «la Casa del Señor», en medio de la misa. Llama la atención la astucia del plan, pero sobre todo la sencillez y la facilidad con las que lo llevaron a cabo. Es notorio que en 1970 la represión no era tan dura y efectiva como dos años después, cuando una evasión de esas características no se podría haber logrado porque las puertas de salida no estaban tan al alcance de la población reclusa.

Se invitó a todas las presas políticas a participar en el proyecto, pero algunas, como las de la ROE, declinaron la invitación porque les quedaba poco tiempo de condena. Resulta curioso que algunas reuniones para organizar la huida debido a la estricta vigilancia se hicieron entre tres mujeres sentadas alrededor de una mesa y varias, debajo de ella, tapadas por el extenso mantel.

El 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, un comando tupamaro inició el plan de apoyo, desarmando a los guardias por donde iban a salir sus compañeras y conduciendo una «ambulancia» hasta allí. Las reclusas debían sortear las dificultades para abrir la reja que las separaba del espacio habilitado para el resto de la población. Una vez pasado este obstáculo debían correr hacia la salida donde les esperaban sus compañeros.

«–¿Pero, adónde van?

–A llevar flores a la Virgen, hermana.

“Apuramos el paso hasta llegar al patio de la Virgen, la que llevaba el ramito lo arrojó frente a ella y comenzó la carrera hacia la puerta.Entramos en el ala de atrás del altar y la iglesia se llenó del sonido de nuestros pasos. El piso estaba resbaloso”.

Un tropel de pasos retumbó atrás del altar rompiendo pésames y credos, y apareció una tromba que removía los cimientos y elevaba los techos, bajo la mirada espantada de la monja que prendía los cirios y que levantó los brazos en un gesto de desesperación.

Trece palomas corrían –¿volaban?– hacia el cielo de la puerta abierta, frente a las pétreas figuras empotradas en las paredes y sentadas en los bancos. Afuera esperaba el sol deslumbrante del verano.La ambulancia estaba en marcha, Espronceda al volante. “Nos tiramos, diría que nos zambullimos, unas sobre otras.”»/217

Sólo dos presos pudieron fugarse de un cuartel. Uno de ellos, Alberto Cecilio Mechoso, el dirigente de la OPR 33 que hoy figura en la lista de desaparecidos, huyó el 21 de noviembre de 1972. Las principales razones que lo indujeron a planear una fuga desesperada fue su filosofía de vida para estos casos –«lo primero que debe pensar un preso es cómo fugarse»– y la administración de muerte a la que estaba siendo sometido. Por su cara flaca y demacrada, los soldados le llamaban «el viejo», aunque sólo tuviera treinta y cinco años. La primera vez que se vio en un espejo, tras la tortura, no se reconoció. Estaba hinchado, deformado y había envejecido muchos años en apenas unos días. A pesar de que orinaba sangre, no tenía sensibilidad en la mano derecha y dos de sus costillas estaban hundidas debido a las patadas de los oficiales; se pudo escapar. Días después de su fuga, él mismo contaba cómo lo hizo

«Estaba flaquísimo. Pude doblar dos barrotes largos para que mi cuerpo pudiera pasar y corté el tejido metálico (empapelado para impedir la visual) que había detrás. Entonces quedó abierto un angosto agujero. Me deslicé y pasé por una ventana de balancín que daba al exterior del barracón. A un metro tenía los reflectores y a diez metros estaba la custodia, bien armada. Tenía que trepar a los árboles que se alinean a lo largo de la pared del barracón para ganar la cornisa. Me jugué el todo por el todo y tuve suerte. Me trepé a la copa del árbol con el sentimiento angustioso de que, en cualquier momento, la guardia podía descargar sus ráfagas de metralleta. Y me pasé de una de las ramas a la cornisa, que era muy angosta. Sobre ella me fui arrastrando poco a poco, temiendo que el ruido pudiera sobresaltar a los guardias. Así me aproximé al linde con la calle. La cornisa era demasiado alta para saltar desde ella al suelo. Pasé de un paredón de bloques, guarnecido arriba con vidrios de botellas rotas. Desde allí me descolgué, desde unos cuatro metros, los vidrios rotos me desgarraron las manos. Caí al suelo a unos tres metros de los guardias. Me salvó la sorpresa. Sentí que gritaban “alto”, varias veces, y sentí el cerrojo de los fusiles en los segundos que me llevó trepar el último tejido y saltar a la calle. No sé si tiraron. Esos son segundos de agonía y no escuché ningún tiro. Sólo sé, que de golpe, estaba en la calle y corría enloquecidamente hacia el Cementerio del Norte. Salté un muro, corrí tropezando con cosas que no veía hasta que me caí en una tumba abierta, donde me quedé un rato recobrando el aliento. Escuchaba las alarmas y veía los haces de luz que empezaban a barrer la zona. La violencia de la carrera me ahogaba y manaba mucha sangre, sobre todo de una de las manos, pero un instinto animal de conservación me empujaba a continuar. Seguí hasta el arroyo Miguelete y en sus aguas llenas de basura, me introduje. Tragué mucha agua, caminé como cinco cuadras dentro del Miguelete. Era agua podrida pero yo ni lo notaba. Salí a un campo. Tuve entonces la certidumbre de que me había salvado. Todo lastimado y mojado, me quedé tirado un momento, boca arriba, sobre las hierbas del baldío. Sentí que me volvía la vida al cuerpo.» /218

Hasta la completa militarización del país y, sobre todo, de 1968 a 1972, en el ámbito de los luchadores sociales hubo una fuerte discusión. Por un lado, estaban los que negaban la existencia de presos políticos o decían que sólo debían llamarse de esa manera a los sindicalistas y militantes de partidos legales detenidos en aplicación de las medidas prontas de seguridad o en la intervención castrense de una empresa en conflicto. Para éstos, combatientes como el fugado Alberto Mechoso, eran meros terroristas. Por otro lado, estaba la tendencia combativa y los tupamaros que veían como preso político a todo aquel que había sido apresado por enfrentarse al régimen, incluyendo a quienes habían empuñado las armas contra él.

«Al respecto, la consigna de los sectores más conscientes del proletariado que expresaba esto /219 era la de “liberar a los presos por luchar”. Contra ello, jugando con la ignorancia de sectores menos conscientes del proletariado, el capital, intentó diferenciar los “presos buenos” de los “presos malos”, los que no son culpables, los sindicalistas, de los delincuentes. Los principales grupos políticos que llevaron esta política adelante fueron las estructuras controladas por el PC (CNT, FEUU, CESU, El Popular, FIDEL), o grupos que nunca rompieron completamente con el stalinismo como los GAU, o los distintos grupos de trotskistas y en general, el Frente Amplio. Como en tantas otras oportunidades se le negaba el carácter de “políticos” a miles de presos y se los aislaba en base a la defensa de los presos “gremiales”, “sindicales”. De esta manera la represión contra todos los sectores de vanguardia del proletariado, se cubría con los derechos democráticos y el terror de estado seguía desangrando al proletariado, hasta que pudiese barrerlo de la escena histórica.»

Ante la acusación de éste y otros testimonios, León Lev fue consultado sobre la cuestión. Su respuesta fue tajante.

«Nosotros los concebimos siempre como luchadores y presos políticos. Nunca los dejamos de ver como luchadores políticos. En ese sentido no caímos en las falsas polémicas que se dieron en otros países. Es más, cuando nos llevaron al penal de Libertad, las fuerzas armadas creyeron que iban a hacer un experimento atómico enfrentado a los comunistas con los tupamaros.»/220

Tal vez, cuando se preguntó a León Lev, recordó sólo lo sucedido tras el golpe militar, cuando ya todos veían como políticos a la globalidad de los miembros de las organizaciones revolucionarias y de izquierda. Los otros entrevistados sí recordaban esa polémica y en particular la visión del PC.

«Ellos, por ejemplo –manifiestó Héctor Rodríguez–, a los presos de la guerrilla no los consideraban presos políticos. Era un criterio muy equivocado»/221

De 1968 a 1972, la cárcel sirvió para realizar valoraciones y reorganizar estrategias de lucha. No balances de la derrota, pues no se estaba en esa situación, sino reflexiones sobre las acciones que no habían salido bien –que habían provocado, en más de una ocasión, la detención de militantes– y discusiones de fondo que tan poco se hacían en el agitado exterior. En 1970, en los centros de detención para hombres, los tupamaros, por ejemplo, se organizaban según sus columnas de origen y debatían proyectos que comunicaban a la dirección que estaba fuera. Así fue como los componentes de la Columna del Interior, recreo tras recreo y sentados en la hierba, idearon el plan Tatú. La propuesta lanzada por Zabalza se le había ocurrido durante su preparación guerrillera en Cuba, charlando con los cubanos sobre resistencia vietnamita. Por su parte, los presos de las FARO confeccionaron el plan Ñandú (véase el apartado «Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales»). Hoy sorprende que «los sediciosos» pudieran realizar asambleas regulares; siguieran con la preparación político-militar y formaran grupos de estudio como el CIDE (Comisión de Inversiones y Desarrollo), que disponía de un archivo con materiales sobre la reforma agraria y proclamaba una revolución rural

«Se daban cursos de todo –recuerda Ricardo–. Duarte sobre la historia del movimiento obrero, Leopardo Telechea sobre tenencia de la tierra y reforma agraria, Cardelino daba matemáticas (álgebra y lógica), creo que Ariel Collazo hizo algo de asesoramiento jurídico y yo hice algo de objeto y método de la crítica de la economía».

En la cárcel de mujeres, el pensamiento revolucionario también se siguió cultivando y profundizando.

«“Me sorprendió la vida política que puede haber dentro de una cárcel, mucho más que afuera, donde la dinámica de los acontecimientos no nos dejaba tiempo para largas discusiones”. “Adentro estaba el tiempo para hacer lo que antes no podíamos: lecturas sistemáticas, teatro, largas discusiones políticas. A la luz de lo que tuvimos que enfrentar en los años siguientes, recuerdo aquella época como buena”

“Yo no le di mucha importancia a la discusión política, sí a los principios, a mantenernos unidas, pero sabía que no determinábamos nada, que afuera había una dinámica independiente”.»/222

Pero, una vez asumida la derrota, y símbolo inequívoco de ello eran las prisiones llenas, los balances se realizan sobre fondos de culpa, tristeza e impotencia /223 Otros, sin embargo mantuvieron el compañerismo y profundizaron el análisis. Demostraron, al fin y al cabo, que la comunidad de lucha se podía seguir manteniendo entre las rejas /224

El intento de asumir con naturalidad la vida carcelaria y el humor fueron otras herramientas de resistencia al presidio. Lo lúdico se transformó en arma contra los barrotes /225 Las mujeres, por ejemplo, llegaron a improvisar guerras de agua y los hombres, ocasionalmente, dejaban fermentar la fruta para luego emborracharse con su jugo.

Superar la idea de que uno allí «estaba perdiendo tiempo, mientras la vida pasaba» también ayudó a soportar la condición de preso. Muchos se entregaron a la lectura y casi todos leyeron más que en el resto de sus vidas. Los que no sabían leer, como los hermanos de Chela Fontora, tempranos cortadores de caña, aprendieron.

En la cárcel de mujeres funcionaban varios talleres: en el de cuero se confeccionaban cinturones, carteras, monederos, billeteras y posamates; en el de lana, tapices y bolsos bordados; en el de trapo, juguetes de tela, muñecas patilargas y payasos para colgar en la pared. El comité de familiares se encargaba de facilitar la materia prima y después vender los productos, para solventar los gastos del suplemento alimenticio que daban a las presas y los pasajes de quienes las visitaban viajando desde el interior.

Otras veces las artesanías no eran para la venta sino para regalar, ya fuera a los propios familiares –cuando alguno cumplía años o con motivo de una visita– o a los luchadores sociales que, como ellas, estaban presos. En una ocasión, enviaron a Punta Carretas gran cantidad de puntos de libro de cuero con dibujos de colores.

Los hombres también hacían artesanías. Los que tenían cierta habilidad para pintar, pintaban y enseñaban a otros a hacerlo. Eran típicos retratos para que los retratados obsequiasen a sus familiares /226 Y los que sabían cantar, cantaban. «Aníbal Sampayo –recuerda Ubaldo Martínez– cantautor detenido por ser del MLN “pintaba” la realidad del interior [del país]». Cada uno ponía sus saberes –economía, medicina, gastronomía– a disposición de los demás.

Las ex presas cuentan que cocinaban de la mejor manera posible para que la estancia carcelaria fuera lo más agradable y humana posible. Los hombres opinan lo mismo.

«Eso se notaba en la comida –explica Ubaldo Martínez, quien dice que– durante el afloje –período de menor dureza— los presos eran quienes organizaban la cocina y fue cuando se comió bien en Libertad, a pesar de lo que pudieran robar los soldados.»

«La cocina se hizo bien» afirma Montero, encargado durante un tiempo de ello /227 En una ocasión, tras lavar ollas y fogones, se dispuso a limpiar la enorme marmita. Para ello subió por una pequeña escalera, bajó por otra y una vez dentro de la olla empezó a fregar los restos de arroz con leche. A las cuatro de la tarde se acababa el turno de cocina y había que volver a las celdas, él no lo hizo y se disparó la alarma: «Pedro Montero desaparecido»

«Lo que pasó es que había que limpiarlo todo. Cuando estaba todo limpito, me estiré, ahí calentito y me quedé dormido –recuerda Montero–. Daban las alarmas por todos lados. Había un despelote de la gran siete, adentro del penal. Cuando vienen a hacer el arroz con leche de la mañana, abren la marmita, tiran un balde de agua y me despiertan. Y digo:

–¡A la mierda! ¿Qué pasó aquí? –¡Te están buscando por todo el penal!

–Bueno, que se jodan, yo estaba aquí. Sabían que estaba aquí, estaba limpiando la marmita y me quedé dormido. Nos levantamos a las cuatro, así que no jodan.»

La llegada masiva de presos políticos transformó la vida de los reclusos, profundizando los lazos de compañerismo. La principal resistencia de los presos fue la solidaridad entre ellos/228 Llegaron a socializar casi todo lo que enviaban los familiares, amigos y lo que recibían de las movilizaciones por su liberación –fábricas en huelga, ocupaciones de liceos, manifestaciones–. Si la cárcel de entonces fue más dura, debido a la tortura sistemática, en las penitenciarías uruguayas actuales –en las que siguen existiendo los malos tratos–/229 la gran mayoría de los reclusos carecen de aquella solidaridad y fuerza interior que generaron los presos por luchar /230 Pero, pese a la buena convivencia, también vivieron problemas propios de una situación de encierro/231 y derivados de viejas rencillas políticas.

«Incluso allá, cuando estábamos presos –rememora López Mercado– no había buena relación con él [Mejías Collazo, de la OPR33, poco antes integrante del MLN]. Esas cosas que vos las mirás con los ojos de hoy y te preguntás, por qué teníamos que estar tan mal con un excelente compañero.»

El mantenimiento de las mismas estructuras organizativas –operantes en el exterior– dentro de la cárcel, ocasionó varios problemas.

«No es que no hubiera problemas, teníamos discrepancias, por ejemplo: la verticalidad de las compañeras que ejercían la dirección del MLN, pero los discutíamos y los tratábamos de sobrellevar. Recuerdo que una compañera propuso una dirección interna rotativa. Yo la apoyé y tuvimos discusiones importantes con otras compañeras que opinaban que no se podía improvisar, que seguíamos en guerra y la cárcel no era una isla y las responsabilidades de afuera seguían siendo válidas”.»/232

Otra de las polémicas giró en torno a qué actitud tomar frente a la organización del penal. La disyuntiva se centraba entre colaborar o no con las tareas internas. «“En el 2B estábamos en la dura, no trabajar. El 2A planteaba trabajar para tener más posibilidad de movernos” cuenta Zabalza.»/233

«Intentaron seguir compartimentando en la cárcel. Estuvieron controlando, inclusive con grupos de trabajo. Fue jodido eso –sentencia Montero–. Yo no trabajé nunca. Nos venían a hacer fabricar chesqueros o trabajar para la construcción, y yo les decía: “¿Construir cárcel?, ustedes están locos”.

–Pero ¿quién quería eso? –Había todo un ritmo de colaboración, para hacer una cárcel modelo. Y decía: “¡Qué carajo hacer una cárcel modelo. Estamos en una cárcel de alta seguridad, de lo peor que hay en América Latina y ustedes quieren hacer una cárcel modelo de esto. Tiene un consumo de tranquilizantes más alto que el que tiene cualquier loquero del Uruguay y están diciendo..., no me jodan hombre”. Me quedaba durmiendo, haciéndome la paja. Me acuerdo que los comentarios eran: ¿Cuántas pajas te hiciste hoy?»

«Que los soldados cocinarían y repartirían la comida a los presos, se evidenció como utópica muy rápidamente –explica Blixen–. Para las autoridades carcelarias resultó más cómodo dejar que los presos organizaran la cárcel, se encargaran de los trabajos, mientras ellos detectaban, por la vía de la observación, el funcionamiento político, e individualizaban las jerarquías mediante un trabajo de inteligencia. Al principio, ese método de trabajo represivo tuvo expresiones burdas. Por eso, Marenales afirma, que en los primeros meses de 1973, “teníamos un buen funcionamiento en el piso. Hasta hacíamos informes para los milicos”. ¿Cómo, cómo? “Habían puesto entre nosotros, que éramos todos ‘pesados’, a un gurí que no conocíamos. Le preguntamos: ‘¿Qué estás haciendo aquí?’

Y nos dijo: ‘A mí me dan dos sopapos y cuento todo. Creo que por eso me pusieron aquí’”. Los presos y los carceleros fueron aprendiendo con el tiempo a ser más sutiles en aquella simbiosis represiva totalmente demente. Pero la carrera no fue pareja: además de la desventaja represiva, los presos debían lidiar con una crisis interna: la situación de desconfianza y resentimientos por la derrota militar que se expresaba, entre otras cosas, en ochocientos presos en una cárcel. Recién cuando Sendic llegó al penal se intentó resolver, simultáneamente, un problema político y un problema de seguridad. Contra la opinión de algunos, en el sentido de que quienes habían brindado información en la tortura eran objetivamente traidores, Sendic opinaba que “el que cantó es objetivamente flojo. Lo que tenemos que averiguar es por qué es flojo y por qué aflojó, y apoyarlo para que se afirme”. Y a partir de esa definición impuso un criterio: en un plano debía admitirse una primera separación de aguas, de un lado los “verdes” [carceleros] y del otro lado los “grises” [por el color del uniforme de los presos]. Pero en lo que tenía que ver con la seguridad y con el funcionamiento había que distinguir tres categorías: los colaboradores con el enemigo; los militantes débiles, pero que mantenían el compromiso, y los que habían sorteado con éxito la prueba de la tortura. “Lo prioritario era restañar las heridas y reordenarnos. Teníamos que andar despacio, poner distancia para analizar la derrota”, dice Marenales. “El planteo del Bebe apuntaba a recuperar a los compañeros. Nos sentíamos abrumados porque se nos responsabilizaba (a los ‘viejos’) de lo ocurrido. El criterio que se impuso fue: no aislar, solidaridad, compañerismo, fraternidad.”»/234

A pesar de las contradicciones vividas entre rejas, casi todos los testimonios recuerdan que siempre intentaron humanizar las situaciones de agresividad y algunos problemas graves. Teniendo en cuenta que para la mayoría la prisión fue una novedad, se puede afirmar que en este aspecto se consiguieron logros importantes.

«“Los uruguayos jóvenes no estábamos preparados para vivir lo que nos tocó en el principio de los setenta.

Estábamos muy lejos de una guerra, o de una cárcel. No teníamos modelos. Conocíamos por el cine los campos de concentración. De las mujeres que estuvieron allí, sabíamos poco, sin embargo, vivimos con naturalidad lo que nos tocó.”»/235

La cárcel también sirvió para que los enemigos entraran en contacto directo

«No es lo mismo el enfrentamiento de esquina a esquina, planificar una acción, montar “una cuerda” o aguardar en una “ratonera”, que convivir diariamente ya no con un ser anónimo, sino con alguien. Dejar de ser “un alias” para tener nombre y apellido; con alguien que deja de ser “una bestia” y resulta que también es hincha de un cuadro de fútbol, que se acuerda de la hija, que silba un tango y que, sin capucha mediante, mira a los ojos.»/236

Algunos soldados entrevieron el carácter del combate revolucionario que libraban los luchadores sociales. Reconocían y, en cierta medida, admiraban la persistencia y sacrificio de los detenidos. Pero, la gran mayoría, incluso admitiendo ese valor, pensaban que si éstos realizaban operativos y expropiaciones, era para conseguir estatus y beneficios económicos.

Varios oficiales admitieron a algunos padres de presos, que sus hijos eran «buenos muchachos» que, aunque equivocados, estaban plenamente convencidos de lo que hacían y actuaban de forma honrada y altruista. Pese a esta visión positiva de los luchadores sociales, los maltratos físicos y psicológicos fueron una práctica habitual. Tal era el grado de agresión y las pésimas condiciones carcelarias, que el 24 de enero de 1971, el gobierno –que decía asegurar las garantías individuales con el fin de que hubiesen unas elecciones limpias– negó la visita de la Cruz Roja a los penales /237

Otros enemigos con los que los luchadores sociales presos entraron en contacto fueron los jueces quienes, aplicando la ley, los condenaron a la cárcel. La mayoría de los acusados de conspirar contra el estado negaron toda vinculación con las organizaciones subversivas, pues aunque consideraban legítima la participación en ellas, sincerarse con el enemigo equivalía a cumplir una larga condena. Rafael Cárdenas, fue una de las excepciones.

«En 1972, cuando el juez me preguntó qué pretendía participando en el MLN, le contesté “cambiar las estructuras del país”. Hizo un gesto de sorpresa, se ve que los otros no le decían eso, tratarían de disimular. Y con el psicólogo de la cárcel, que cada tanto te citaba para ver en qué grado habías evolucionado tu manera de pensar, pasó lo mismo, siempre fui sincero. Así que en 1976, tras cumplir la condena de atentado a la Constitución en el grado de colaboración, en cambio de soltarme me enviaron al cuartel como precaución. Entonces con mi compañera resolvimos, ya que yo había nacido en España, pedir el asilo político a través del consulado español. Del cuartel me llevaron directamente al puerto donde tomé el barco.»

En septiembre de 1973, las fuerzas conjuntas tomaron como rehenes a dieciocho prisioneros tupamaros, quienes habían formado parte de la dirección externa o interna –de la cárcel–, además de haber participado en las negociaciones de 1972 con los militares /238 La medida fue tomada para descabezar la dirección en la prisión; impedir una nueva aproximación entre los tupamaros y los oficiales, y con ello, el inicio de nuevas negociaciones; por mero castigo, lucro y como chantaje militar: «en el caso de darse una “invasión” de los tupamaros en el extranjero, serían ejecutados». Casi todos ellos permanecieron hasta 1984 en diferentes cuarteles y lugares –aljibes, piscinas de sal y mini-celdas, denominadas perreras– apropiados para encerrarlos e intentar quebrarlos /239

«Los cubículos fueron denominados “perreras”, porque el preso sólo podía salir de ellas en cuatro patas: “Tenían 1 metro 20 de altura y no podías acostarte totalmente, ni siquiera en diagonal. La puerta era de chapa que se levantaba y se bajaba. Tenían orden de golpear permanentemente la chapa”. En ese espacio, sin lectura, sin visitas, casi sin bañarse, Sendic permaneció tres meses, entre diciembre de 1973 y marzo de 1974, los meses más calurosos, y quizás por ello lo sacaban al rayo del sol, en la cancha de pelota de mano, pero con una capucha de gruesa tela de paño que le cubría toda la cabeza. A la hora de la comida le abrían la tapa de su “perrera” y le dejaban el plato en el suelo, lejos, para que tuviera que acercarse como un perro; la comida venía en mal estado, con moscas revoloteando. A veces comía, a veces no.

Además, tenía serias dificultades para masticar. Decidió no concurrir al dentista desde el día que, en una revisada, Sendic hizo un gesto de dolor. “Usted no se quejaba cuando mataba gente” dijo el dentista, y Sendic le colocó un certero y fulminante puñetazo en la mandíbula.

Fue castigado brutalmente y uno de los golpes, un culatazo en la ingle, le formó una hernia. Dada la actitud de los médicos militares, Sendic ideó una solución casera: una bola de pan, o de papel higiénico, que sujetaba la hernia, apretada por una faja. “Todo lo que había leído en Papillon era pálido frente a lo que me hicieron”, le contó a Guillermo Chifflet. Según Zabalza, fue en Colonia que Henry Engler, Octavio, se deterioró psíquicamente, /240 y fue donde Sendic pasó los peores momentos del aislamiento, «estuvo a punto de perder la razón». Zabalza y Marenales también pasaron por las «perreras» de Colonia, pero coinciden en que Sendic llevó la peor parte.» /241

En el apartado «Torturas e interrogatorios» se observa que toda la solidaridad y vida cultural-política no fue suficiente para contrarrestar el sufrimiento del torturado, no sólo cuando recibía golpes o electricidad, sino en todo el proceso de encierro e incertidumbre, «¿hoy tocará?» /242 La cárcel fue dura, muy dura, sobre todo, durante la denominada dictadura. No porque entonces fuera más severa que de 1968 a 1973, que sí lo fue en el caso de los rehenes y otros detenidos, sino porque el clima social del país era de angustia y miedo.

Los mismos gobernantes de la salida de la «dictadura», reconocieron las condiciones infrahumanas de la cárcel. Y en esa comprobación, en la que se insinuaba el reiterado régimen de aislamiento y las permanentes torturas aplicadas a los prisioneros, declaraban que cada año de condena se computaría por tres. Así evitaron la amnistía general. Sesenta y cuatro condenados no fueron amnistiados por estar acusados de delitos de sangre.

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las notas de esta entrega por razones de espacio, se publican aparte, sepan disculpar gracias

continuará


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