04.JUL.18 | Posta Porteña 1923

Democracia y dictadura: el sostén del estado (5)

Por Rodrigo Vescovi/Ecos

 

NdePosta: termina aquí la publicación de este capítulo que hicimos en 5 entregas de :

(Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968–1973 de Rodrigo Vescovi)

 

Capitulo V.2.5

Tortura e interrogatorios

 

«Son hechos normales, de tiempos anormales.»/243 E. CRISTI

La tortura aplicada al enemigo bélico o a quienes quieren subvertir el orden establecido una es práctica muy antigua y se ha dado de muy diferentes maneras. Su forma y su significado, en Uruguay, 1968-1973, estuvieron directamente ligados al modo que el sistema capitalista utilizó para poner fin a su rechazo.

«La tortura estaba en la base del sistema. La dictadura torturó a un ciudadano de cada ochenta. Muchos murieron en la tortura. Ningún torturador ha pasado ni un sólo día entre rejas. En cambio, pongamos por caso, el capitán Edison Arrarte estuvo nueve años en la cárcel, desde 1972, por haberse negado a torturar a un preso político.»/244

Diversos testimonios, de represores y reprimidos, varias investigaciones históricas y la apertura de archivos de organismos como la CIA, muestran el carácter planificado de la tortura en América Latina, a partir de la política surgida en la posguerra, conocida como Doctrina de la Seguridad Nacional. Esta doctrina se basaba en la defensa de la patria y en el restablecimiento del orden nacional para lo cual veían justificado utilizar la tortura y criticaba, más o menos abiertamente, a quienes reprochaban su uso.

«Para sembrar la duda y obtener la paralización aparecerán los que recuerden la obligación de “respetar los dictados de la Constitución y la ley”, como si la independencia nacional no fuera un concepto de trascendencia indudablemente superior a aquéllos, los cuales existen en tanto exista éste.»/245

Desde los primeros años de los sesenta, la tortura jugó el papel de pieza maestra para la defensa de los regímenes imperantes y fue utilizada por casi todos los gobiernos políticos y militares para mantener el poder

Se mire por donde se mire, la tortura fue dramática. Al principio, la población no podía creer que unos «seres humanos» pudieran hacer tanto daño a otros; luego algunos no querían saber y los luchadores sociales hacían todos los esfuerzos por difundir las canalladas que habían sufrido o infringían a sus compañeros detenidos/246  Cuando todo el mundo tomó conciencia de la existencia de la tortura sistemática, el terror se expandió y el miedo pasó a padecerlo todo aquel que realizaba alguna actividad subversiva, quedando algunos paralizados

En Uruguay, al principio la función de la tortura fue, sobre todo, la de saber datos que permitiesen capturar a «los sediciosos». A partir de 1971, al igual que las acciones de los escuadrones de la muerte, cumplió un rol simbólico, ejemplarizante. Se trataba de humillar, vejar y quebrar al prisionero para que traicionara sus convicciones /247 y a sus compañeros; y se utilizaba como advertencia a todos los luchadores sociales y a la población en general

Los siguientes testimonios demuestran que la tortura se aplicaba como castigo, para intentar que el detenido dejara de luchar una vez que saliera de «la máquina», pero antes, debía dar datos. Hay que recordar que en una guerra sin frentes, la información es uno de los aspectos más valiosos. El ex militar García Rivas recuerda que sus profesores le decían que era absolutamente necesaria para obtener información. Cuenta también que las primeras veces que golpeaban o sumergían la cabeza de un detenido en agua no era para hacerles preguntas, sino únicamente para que se fueran acostumbrando. Una vez concluido el período de «ablande» empezaba el interrogatorio.

«Lo primero que se hacía era determinar su estado físico, su grado de resistencia [...]. Una muerte prematura –subrayaba–, significaría el fracaso del técnico. Otra cuestión importante, consistía en saber a ciencia cierta hasta dónde se podía llegar, en función de la situación política y la personalidad del detenido “Es importantísimo saber con antelación si podemos permitirnos el lujo de que el sujeto muera”

Mitrione consideraba el interrogatorio un arte complejo. Primero, debía ejecutarse el período de ablandamiento, con los golpes y vejámenes usuales. El objetivo perseguido consistía en humillar al cautivo, hacerle comprender su estado de indefensión, desconectarlo de la realidad. Nada de preguntas, sólo golpes e insultos. Después, golpes en silencio exclusivamente. Sólo después de todo esto, el interrogatorio. Aquí no debía producirse otro dolor que el causado por el instrumento que se utilizara. Dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa, elegida al efecto. Durante la sesión, debía evitarse que el sujeto perdiera toda esperanza de vida, pues ella podría llevarlo al empecinamiento. “Siempre hay que dejarles una esperanza, [...] una remota luz. Cuando se logra el objetivo, y yo siempre lo logro –me decía– otro ablandamiento, pero ya no para extraer información, sino como arma política de advertencia, para crear el sano temor a inmiscuirse en actividades disociadoras”.»/248

Algunos torturadores no siguieron con exactitud las enseñanzas del profesor Mitrione y fallaron en sus cálculos, o se dejaron arrastrar por el odio, provocando la muerte del interrogado.  « A Pascaretta, obrero y dirigente sindical, se le torturó cada día. Se le dejaba en la misma sala y se le volvía a torturar a la tarde, o al día siguiente de una sesión. Creo que transcurrió un mes hasta su muerte, ocurrió un día entre las once y las doce de la noche. Ese día yo estaba de guardia, el médico certificó la muerte como producto de un ataque cardíaco. Nosotros comentábamos que se podía haber evitado, porque murió por una parte por las torturas, y porque ellos sabían que Pascaretta tenía úlcera y que tenía que tomar ciertos medicamentos que pidió y que nunca fueron suministrados.»/249

La muerte de Pascaretta no fue el punto final de la actuación de las fuerzas represivas. Varios policías de paisano fueron al entierro para continuar la pesquisa entre los apenados familiares y amigos.

Las torturas se llevaban a cabo en diferentes salas de las cárceles, cuarteles y comisarías, pero ante el escándalo que provocaban, dentro y fuera de estos centros penitenciarios, pasaron a aplicarse en lugares acondicionados y aislados exclusivamente para esa tarea. Fue lo que sucedió, en lo que había sido la mayor cárcel del pueblo de los tupamaros, en la calle Juan Paullier

«Una cosa que llama la atención –explicaba Leonel Martínez Platero– es la preocupación de los policías porque no se escucharan los gritos de los torturadores, ponen un disco “nuevaolero” [de moda] […] y cada vez que usan la picana baten palmas y gritan “Twist, twist, twist”. […] Consigo empezar a dormirme, cuando un gallego de la celda de enfrente se pone a gritar como un condenado. Lo habían llevado en una “razzia” y protestaba contra todo dando patadas y puñetazos en la puerta “Torturadores déjense ver sus caras”. “Yo tengo cojones”. “Asesinos”. En el piso de arriba las prostitutas, que como yo, lo oyeron, empiezan a hacerle coro: “Torturadores”, “Asesinos”.»/250

Los interrogadores cubrían la cabeza o vendaban los ojos de los torturados, para –además de incrementar el estado de terror y desamparo– guardar anonimato, ante las represalias que habían sufrido sus colegas.

«Hoy me sacaron la capucha ¿Cómo voy a llorar ahora justo ahora que tengo ganas de llorar?

¿Dónde esconderé las lágrimas ahora? Ahora que me sacaron la capucha.»251

A nivel general, la información que se pedía al detenido era su historia completa en la organización clandestina; la identificación –nombres, señas– de sus compañeros y de quienes participaron en las acciones que se le imputaban. También se hacían preguntas generales para ver si había suerte: ¿Dónde están las armas, los berretines, la Cárcel del pueblo?/252

Con los dirigentes o fundadores de las organizaciones, el interrogatorio era mucho más exhaustivo, los agentes empezaban pidiendo doscientos nombres aunque, casi siempre, acababan solicitando, al menos, diez.

Una de las peores cosas que le podía pasar a un luchador social era delatar a sus compañeros. Para muchos, significaba traicionar la lucha y su organización/253

Algunos, antes que la delación, preferían morir. De hecho, era casi una consigna de las organizaciones: «Todo militante revolucionario sabe, debe saber, que la causa revolucionaria exige, incluso, la ofrenda de la vida. Es preferible morir, a traicionar»/254

En Argentina, algunos militantes del ERP y Montoneros llevaban consigo una cápsula con un veneno mortal que los «liberara», en caso detención, de la tortura o la traición. Ello no se dio, al menos de forma extendida, en Uruguay./255  Muchos pensaban que la mejor opción, era usar el arma para escapar de esa angustiante situación o morir. Y como dijo uno de los testimonios, «y por lo menos, llevarte a alguno por delante»

«Me preguntaba: “¿En la tortura, voy a hablar o no?”. Por suerte, a mí nunca me agarraron –cuenta Garín–. Pero, si te agarra en ese momento la policía... Me pregunto, ¿quién no habla? Prefería que me mataran. Morir como un héroe y no ir a la cárcel como un traidor.»/256

El hecho de dar alguna información no significaba pasar a ser considerado un traidor –sólo en los primeros años se vio así–./257    Pero la calidad militante se deterioraba y era fácil que los compañeros de organización perdieran la confianza como para seguir peleando, «al más alto nivel», con esa persona. Es preciso tener presente que un dato obtenido de un arrestado, muchas veces, significaba el inmediato calvario de otro combatiente. Por eso, existía la consigna de aguantar, por lo menos, la primera fase de interrogatorios y torturas –uno o dos días dependiendo de la época–, para que los otros integrantes o comando pudieran abandonar el refugio

«La guerra era una guerra de información –explica Montero. Y por eso lo que se hacía era que, o se sobornaba a un tipo de arriba, como se hizo con Amodio, o se machacaba a uno de la base, medio despelotado. Alguien que no tuviera disciplina. Porque la gente disciplinada no podía cantar a nadie [por la compartimentación]. Pasabas cuarenta y ocho horas, decías “sí, estuve con fulano y mengano, pero desde el año 71 no veo a nadie” y de ahí no te sacan ni con la tortura. Y después, había otra gente que tenía hasta a su abuela, porque la metían en la máquina y como no sabía a quién cantar, decía que había hecho el berretín con el compañero de escuela o le reventaba la tienda al vecino [pues declaraba que allí había un cantón militar]. Se dieron barbaridades.»

Uno de los entrevistados explica algunos aspectos de su detención. Tras el maltrato, el acusado es nuevamente interrogado, esta vez sin agresiones físicas. El agente, le informa que pesa sobre él la acusación de asociación para delinquir. El detenido sigue negando cualquier vinculación a un grupo subversivo, pero el militar le informa que detrás de los focos están quienes lo han denunciado y señalado. Incrédulo, le responde: «Ahí no hay presos, son colegas suyos». De repente, se apagan los focos y, efectivamente, distingue a militantes que conocía. Sorprendido, sigue negándolo todo, pero nota que su declaración se complica. Tras el interrogatorio, y en un momento en el que logra estar a solas con las personas que lo delataron, les pide, o más aún, les exige, que cambien su declaración. Todos aceptan menos uno, impidiendo su salida de prisión. Conversa otra vez con ese testigo, aclarándole que sólo él lo inculpa. Finalmente éste cambia su declaración, facilitando su liberación, aunque con proceso abierto. Una vez en la calle, decide irse del país y seguir la lucha en Argentina /258

En el anterior relato se disipan varios elementos que sirven para comprender el funcionamiento de los interrogatorios y las respuestas de los detenidos. Aunque aquí se cuenta un caso de delación, fueron más típicas las inculpaciones a quienes se habían ido al extranjero, ya que los consideraban a salvo. Algunos detenidos, con dos o tres sentencias de asesinato, se atribuyeron más muertes para liberar a otros compañeros sobre los que todavía pesaba la duda. Según uno de los entrevistados, el Gallego Más Más, por solidarizarse con sus compañeros, declaró la ejecución de más personas de las que en realidad mató

Las torturas y las preguntas impedían la tranquilidad de todo luchador social tanto dentro, como fuera de la cárcel. Caso de estar cumpliendo condena, la declaración de un recién arrestado podía involucrarlo en la participación de otra operación ilegal, llevarlo a la «máquina» otra vez y abrirle un nuevo proceso judicial. Por esta razón, cuando alguien se disponía a salir por la puerta del presidio, los otros le gritaban, como chiste tragicómico, «¡Te saltó otra puntita!». En referencia a que un detenido lo había nombrado o se había descubierto alguna pista que nuevamente lo inculpaba. La punta, en general, era algo demasiado vago como para procesar a alguien, pero siempre era preocupante y molesta porque estirando de ella –sobre la base de investigaciones e interrogatorios— podía llegar a vincularse con diferentes delitos.

Con respecto a las puntas e investigaciones a posteriori, llama la atención la cantidad de procesados en 1971, 1972, y 1973 por acciones armadas y actos callejeros virulentos, o meras participaciones en luchas gremiales, a fines de los sesenta. Consecuencia de las delaciones, la intensificación de la tortura, y por el típico proceso: control-represión. En épocas de menos represión, en las que era más difícil condenar judicialmente a alguien, se controlaba y se llenaban archivos policiales que se ofrecían años más tarde a los encargados del orden, las fuerzas conjuntas. Una vez más, se observa la ligazón entre «democracia» y «dictadura». A grandes rasgos se podría decir que, en una etapa denominada democrática –aunque también se procesa, tortura y detiene– a nivel masivo lo que se hace es controlar y recoger gran cantidad de datos. En la segunda etapa, y si es necesario tras un golpe militar, se encarcela y reprime a mansalva. El hecho de que cambien algunos protagonistas de la represión y vistan de verde milico hace que muchos no vean, en la defensa del sistema capitalista, esa continuidad manifiesta.

En Uruguay, el no disipar la continuidad represiva tuvo un coste muy alto. Muchos confiaron en la democracia y no tomaron las medidas de seguridad necesarias. No pensaron que gran parte de los milicos «demócratas» serían los mismos que los «dictatoriales», que la policía «democrática» le daría toda la información y se uniría, directamente, a los militares, que el último gobierno «democrático» sería la antesala del primer gobierno «dictatorial»./259

Un poema describe la vida y la muerte de los principales actores de este apartado: torturadores y torturados.

«El ParaísoLos verdugos suelen ser católicos Creen en la santísima trinidad

Y martirizan al prójimo como un medio De combatir al anticristo

Pero cuando mueren no van al cielo Porque allí no aceptan asesinos

Sus víctimas en cambio son mártiresY hasta podrían ser ángeles o santos

Prefieren ser deshechos antes que traicionar Pero tampoco van al cielo

Porque no creen que el cielo exista.»260

Un relato terrible sobre la resistencia a la tortura es el siguiente:

«Jacinto, quien había superado con grandeza todas las canalladas, todo el repertorio de horror del menú que nutre a las dictaduras, solamente sucumbió a lo inalienable de su condición humana. Cuando terminó su periplo de varios meses en el infierno (que multiplica por cien, en saña y en tiempo, lo vivido por el protagonista de este relato), lo arrojaron incomunicado en el camastro de una celda oscura. Allí estuvo una semana, solo, al cabo de la cual escuchó en la cama contigua el gemido de un compañero de lucha, quien poco a poco le iba brindando confidencias, a la par que le proponía, en lo implícito, la reciprocidad. Jacinto guardó silencio todo lo que pudo, hasta que la necesidad de recordar y revivir el pasado lo instó a derramar en su camarada la confidencia pedida. Una semana después supo que el supuesto compañero era un torturador disfrazado y que sus conversaciones habían sido grabadas.»/261

Si se examina la frase «todo el repertorio de horror del menú que nutre a las dictaduras», nuevamente nos encontramos frente a la polémica disyuntiva dictadura-democracia en la que se ha insistido en esta investigación. Sobre los horrores de la denominada época democrática sobran ejemplos. Período en el que era común, la advertencia de Otero, jefe de policía, «si no hablás, no me hago responsable de lo que venga». Jesús David Melián, detenido en Toledo Chico el 8 de octubre de 1969, tras la toma de Pando, recuerda el momento de ser detenido y las torturas a las que fue sometido.

«Me puso el caño del arma en la cabeza [...]. A éste hay que agujerearle la cabeza ya. [...]. Cuando bajamos de la camioneta, él [Fontana] bajó adelante y nos precedió en la marcha por el túnel, pero deliberadamente, caminaba muy despacio para dejar a sus compañeros sacarse el gusto. En un momento se dio vuelta y dijo con gesto irónico: “Qué barbaridad”. […] Atravesado en el corredor, en medio de un charco de sangre estaba Osano. No podía pararse por la herida y allí estaba tirado... perdiendo sangre, con las manos atadas. [...]. El interrogatorio fue breve, conciso y terminó con una amenaza. “Bueno, no hablen ahora si no quieren, ya los vamos a hacer hablar, hay tiempo”. Me llevan de nuevo al ascensor. Mientras esperamos que suba, me trompean la nuca, los riñones. Yo trato de agarrarme del enrejado, pero terminan por tirarme. Entonces empiezan a saltarme encima, me salía sangre por todos lados. “Hay que llevarlo por la escalera” dijo uno, va a llenar de sangre el ascensor”. “No, dejá, va a ensuciar la escalera, el ascensor ya está sucio” le contestaron. Al entrar al ascensor tuve una especie de desvanecimiento, pero me repuse. Al salir, esperaban a ambos lados de la puerta, dos que empezaron a pegarme en la cabeza, uno sobre la nuca y otro sobre la cara.»

«El oficial iba sentado adelante, junto al chofer –cuenta otro de los detenido el 8 de octubre de 1969–. En el momento de subir, les había dicho que me dejaran tranquilo, que no se hicieran los vivos. Pero en cuanto la camioneta se puso en marcha, el que venía al lado mío inicia un extraño procedimiento: hurgar en las heridas que yo tenía en la cabeza.

–¿Cómo hurgaba? –Me las abría, me metía los dedos, se embadurnaba las manos de sangre y luego se las limpiaba en mi ropa. –¿Los demás qué decían?

–Los demás se reían... Cuando se cansó, empezó a jugar con el revólver. Me lo ponía en la sien, hacia girar el tambor, lo martillaba. Allí sus propios compañeros le advirtieron que se quedara quieto, que me iba a matar. Entonces, cambió de diversión... empezó a decirme al oído las cosas que pensaban hacer conmigo y con mi mujer.»/262

A partir de ese momento y hasta la supresión del Parlamento, una comisión especial de senadores leyó, reiteradas veces, ante las Cámaras las declaraciones de los médicos forenses que confirmaban la aplicación de picana eléctrica en diferentes partes del cuerpo, especialmente: talones, órganos sexuales, e inclusive, ojos; /263 quemaduras de cigarrillos en genitales y ano, nombrando casi siempre a los procesados y a veces el número de quemaduras. En un caso, se denunció que a un detenido le habían aplicado sesenta quemaduras de cigarrillo en el bajo vientre.

En las Cámaras se negaban las torturas. Pero lo cierto era que tras las grandes operaciones antisediciosas se torturaba a los arrestados, como la detención de dirigentes tupamaros que se iban a reunir en la calle Almería. En aquella ocasión, el Consejo de Ministros aseguraba que «los dirigentes de la organización delictiva, recientemente apresados en forma masiva, fueron puestos a disposición de la Justicia ordinaria y sometidos a los más intensos interrogatorios que permite nuestra ley penal»./264

Era evidente que la tortura no era legal, pero nunca se aclaraba qué tipo de dureza permitía la ley en los interrogatorios. «Hablamos de los apremios físicos que sufrían los detenidos, él [el presidente Bordaberry] reiteró su tesis de que había que hacer los interrogatorios con dureza» declaró Ferreira Aldunate /265

El ex militar, Halty, habla de la estrecha relación entre la tortura y la guerra.

«Primero se empezó a torturar para sacar información. En una guerra, hay que ver, hasta cuándo es válida, y hasta dónde se puede llegar. En una guerra todo vale. Pero lo que pasó, en cambio fue otra cosa. Todo se transforma cuando la tortura se hace normal y cotidiana. Luego se tortura para ver si [sabe algo]. Se rompió incluso los límites de la guerra y lo militar, violando los derechos humanos. Es comprensible desde el punto de vista militar, que se torture a Sendic o Huidobro para sacar información, pero a fulano detenido, ¿para qué se le tortura? ¿para ver si sabía algo? Se hizo costumbre.» En cuanto a la reacción y actitudes de los torturados para aguantar y no «cantar», hubo de todo. Desde quien se hacía pasar por delirante /266 o loco, por ejemplo, arrancándose los dientes; hasta quien lloraba delante de sus torturadores, los retaba e incluso enfrentaba /267 Cada preso usó la técnica que supo o pudo y aunque apenas hubo recetas, las experiencias y el aprendizaje ya forman parte de la memoria colectiva de la resistencia.

Una de las consignas más extendidas para cortar con la dinámica “preguntas, golpes, preguntas”, era no decir absolutamente nada, no dar ningún dato.

«Hay una sola manera de comportarse frente a tal situación: aferrarse a la coartada que se había previsto, después callar. La experiencia ha demostrado que cuando se dice algo, por mínimo que sea, alienta a los interrogantes para pretender y exigir más a partir de eso.»/268

Uno de los ejercicios que ayudaban a mantenerse cuerdo, con fuerza y ganas de seguir aguantando, era recordar que hubo un antes de aquel calvario sin tiempo ni espacio. Y rememorar los valores, los amores y la naturaleza para sentir, además, que habría un después. Era preciso no dejarse atrapar por ese ahora sin amor, lleno de odio, irracionalismo humano y raciocinio castrense. De esa forma cuando, el inspector u oficial venían a pedir la firma o los nombres, se podía volver a decir «¡no!» Ver el cielo a través de la capucha, escuchar el balbuceo de otro compañero herido, notar que se conservaba la razón y el control del cuerpo, se convirtieron en los pequeños cambios que, en un contexto de absoluta negación del placer, traían algún consuelo/269

Algunos torturados, como defensa e intento de que no los pasaran por «la máquina», amenazaban a los torturadores con futuras represalias.

«No vas a conseguir nada: No claudico ni me entrego

Debajo del trapo ciego No está ciega mi mirada.

Mirá que sigue la lucha Y sigue el pueblo despierto.

No te suplico. Te advierto: No me pongas la capucha.»/270

No todos los prisioneros pudieron resistir las torturas y algunos delataron a sus compañeros. Ciertas fuentes, aseguran que fue algo bastante extendido.

«No creo –opina Garín– que haya una persona que caiga prisionera en un estado fascista o seudo fascista, como era el Uruguay, que pueda resistir meses y años sin hablar. Eso lo creímos en [la primera] época. Pero luego la historia demostró que de los más duros, alguno había cantado. Habrá muchos que no cantaron, pero una organización, como la nuestra, tenía que tomar como punto de partida para la compartimentación, el hecho de que fácilmente todos podían cantar» «En las torturas, la gente cantó mucho, el daño no lo hizo sólo Amodio, la gente cantó –sostiene Pedro Montero–. Yo me hice el loco y no canté, por eso la gente de mi inmediata periferia no cayó.»

Otros dicen que la enorme información de los infiltrados y traidores, léase Piriz Budes y Amodio Pérez, al haber formado parte de la dirección, fue mucho mayor que la que proporcionaron los militantes de base que no soportaron la tortura. Clara Aldrighi (página 128) considera que la traición de dirigentes podría haber incentivado a la desmoralización de algunos militantes y, por lo tanto, a la delación; y explica que «en una organización basada en un tono moral tan acentuado, la traición puede volverse más importante que la derrota militar».

Una evaluación de los jerarcas militares niega las torturas y deja entrever su ideología castrense. «Una de las constantes registradas en el curso de la acción antisubversiva fue la contradicción flagrante entre los enunciados teóricos de los sediciosos y la realidad práctica de los resultados obtenidos. En su “manual de interrogatorios”, por ejemplo, insisten permanentemente en la necesidad de “no traicionar ni aun a costa de la vida”. La realidad, en cambio, se mostró mucho menos heroica […]. La base de esos repetidos éxitos, a medida que el movimiento va perdiendo fuerza, residió, justamente, en la propensión de sus miembros a informar cada vez con mayor fluidez acerca de las actividades de los demás integrantes de la organización. La “mística del silencio”, a que esta se refiere en sus documentos, quedó rota. Por supuesto que tales hechos debían explicarse de alguna manera y fue entonces que los sediciosos orquestaron una campaña de insidias destinada a presentar a las FFCC como obteniendo las informaciones mediante “torturas”, tan comentadas luego por la prensa internacional con absoluto apartamiento de la verdad.»/271

Hubo varios casos de quiebre personal y delación, en grandes o pequeñas proporciones. No los que se pasaron al otro lado, traicionando su pasado, sus valores y sus compañeros, como fue el caso de Amodio Pérez y Alicia Rey; sino los que, ante el pánico de la «máquina» o cuando estaban siendo torturados, se quebraron y denunciaron a otros.Rafael Cárdenas explica una de las principales causas de resistencia a los interrogatorios más duros, y el quiebre y el aumento de las delaciones a partir de abril 1972.

«En general cuándo se está en una situación de confrontación con perspectivas, con cierto éxito, se tiene una moral alta, y por lo tanto una fuerza interior suficiente como para soportar las torturas, que no es sólo el miedo a la muerte sino el soporte del dolor físico. En una situación de derrota, en la que se ve que la cosa se acabó y que hay caídas masivas, se pierde la moral y la fuerza para poder mantenerse firme.» El procedimiento y las razones que llevan a la delación es un tema tan complicado y alejado a la formación académica de un historiador, que es preferible leer lo que en su día escribieron psicoanalistas que trabajaron con pacientes torturados, algunos resistiendo hasta el final y otros denunciando a sus compañeros. Para ilustrar el segundo caso, el de los antihéroes, se transcriben varios fragmentos de un relato verídico, reconstruido por Maren Ulriksen y Marcelo Viñar, titulado: «Pedro o la demolición. Una mirada psicoanalítica sobre la tortura»:

«A partir de esa incapacidad de imaginar el horror es que va a nacer la catástrofe personal de Pedro [...]. Era pacifista y continuó luchando en el terreno político, en el que no había lugar para las armas: era el juego conocido de una democracia, sólo un poco afectada por la violencia [...] un día, una patrulla militar fue a buscarlo y lo llevó, junto a su mujer, a una prisión militar. Lo tuvieron una semana de pie, sin comer y sin beber, golpeándolo salvajemente y humillándolo [...] debía denunciar a las personas con las que estaba ligado.Pedro era fuerte y resistió. Se lo suspendió por las muñecas atadas a la espalda, hasta que sintió que se desmembraba. Lo sumergieron mil veces en agua con excrementos; se lo torturó con la picana eléctrica. Pedro resistió. La misma indignación frente a la iniquidad y la brutalidad lo ayudó a mantenerse. La comparación entre su vida sana y plena de entusiasmo y el sadismo a cara descubierta del cuartel le permitía todavía discernir entre la vida y antivida.

Pedro no sabe cuándo ni cómo comenzó la demolición. Se le gritaba su condición de delincuente y de antipatriota [...]. Hubo un momento en que Pedro comenzó a tener consigo una relación diferente y a darse cuenta de que ciertos pensamientos y conclusiones no parecían proceder de él mismo. “Yo no estoy loco”, se decía, “pero hay otro dentro de mí”. En el inconmensurable tiempo de su soledad, comenzó a hablarse a sí mismo como lo hacía el oficial; se decía cosas referentes a su autoestima, y algo se quebraba en el sostén y la adhesión a los ideales en los que había creído siempre. Algo de lo que existe en todo hombre, y que pomposamente se llama concepción del mundo, comenzó a desarticularse. Temblaba y no discernía sus pensamientos de la propia locura. Poco a poco, comenzó a pensar que sus acusadores tenían razón. En todo caso, ellos hablaban con firmeza; no tenían dudas y vacilaciones como él, que siempre cavilaba sobre la verdad. Se le mostró a algunos de sus antiguos amigos que gemían –serviles y obedientes– y que habían perdido su rango humano. Pedro se sentía infinitamente solo. El mundo de sus convicciones, que antes era claro y vigoroso, se transformaba en una silueta difusa, vaga, casi inexistente, que se iba impregnando con su mugre, su orina, sus excrementos. Sus ideas y su asco se iban mezclando. Só1o quedaba nítida la presencia del oficial, su uniforme limpio, sus botas lustrosas, su estampa segura y su voz aplomada que le decía: “Yo tengo todo el tiempo que necesito, una semana, un mes, un año. Algunos aguantan más, otros menos. Pero ya viste, al final todos aflojan. Hablan. ¿No ves que te conviene?, me ahorrás trabajo y te ahorrás sufrimiento. Si al final vas a aflojar”

El orden del mundo que trasmitía el oficial calaba en su carne. Lo otro, lo de antes, se esfumaba. Lo inmediato y patente era que había dos categorías de hombre: unos estaban limpios, su risa denotaba que estaban vivos, sus voces y sus gestos mostraban que eran seguros. Y en cada acto cotidiano –como el baño, la comida o el reposo– tenían el poder de dar o de quitar. Los otros eran sucios y malolientes, reptaban sintiendo en las pocilgas. Sus voces ya no expresaban contenidos discernibles, sólo la monótona reiteración de gritos de dolor y algún insulto de rabia. Unos eran el triunfo, otros el derrumbe Empezó a creer que esa polaridad era un orden natural que se debía sostener. Tenía coherencia; no era la confusión y la locura. En su espanto, todo orden era verdad, aun el orden fascista. Comenzó a adorar y a querer al oficial, en su eficiencia y su carisma. El otro Pedro que nacía, aceptaba al militar y repudiaba a los suyos y lo suyo En los momentos en que saliendo del anonadamiento se podía rescatar de la fascinación, se preguntaba qué hacer con este traidor, con este nuevo desconocido que había nacido dentro suyo; qué hacer con la fuerza irresistible que lo acorralaba y lo arrastraba a unirse a quienes, en los momentos de lucidez, reconocía claramente como sus enemigos torturadores. Pedro había nacido a otra forma de ser: la irrupción de esta nueva identidad, la tragedia de descubrir dentro de él a «alguien» cuya existencia nunca habría podido llegar a sospechar ni a concebir, le indujo a un tormento psíquico aun más penoso e intolerable que el que surgiera de sus horribles dolores físicos.

Aquella mañana, le pareció bastante obvio firmar el acta que le traía el oficial y que le fue leída rápidamente […]. Y si ya era Pedro un delator, si ya estaba marcado por un estigma por el que iba a ser repudiado por todos los suyos, qué más daba evitar nuevas y espantosas torturas respondiendo algunas preguntas. Asimismo el oficial le parecía bueno, le prometía las cosas que él deseaba: poner fin a este tormento, evitar –si colaboraba– una prisión que era la muerte en vida. Además, Pedro guardó dos o tres secretos esenciales acerca de los suyos y sintió que la resistencia proseguiría, con los que pudieran hacerlo.Pedro quedó tirado en la pocilga; no sufrió remordimientos. Éstos son sentimientos propios de un ser indemne y él estaba destruido; sumido en la indiferencia y el anonadamiento. Su cabeza y su corazón estaban vacíos. Le daba lo mismo una cosa que la contraria. Ya no estaba encendido de vida, sólo duraba en un tiempo amorfo, amargo, indiferente... Casi no se conmovió cuando le hablaron de soltarlo. En realidad, le daba lo mismo. Sólo más tarde encontró las palabras para definir de qué se trataba: lo habían demolido […]. Su rol de padre era incompatible con su condición de muerto vivo, demolido. Buscó al psiquiatra, quien lo escuchó y le dio remedios. Pero lo peor fue el encuentro con su mujer. Él la quería como se quiere al ser con quien se descubre el amor. Ella también estuvo detenida y, presumiblemente, recibió el mismo trato. Pero había resistido. Se le veía en los ojos y en la manera de hablar y comportarse. Sólo el brazo izquierdo testimoniaba el grado del horror. Estaba paralítico: la habían colgado demasiado tiempo. Pedro buscaba su reproche y acusación y sólo recibía como respuesta un silencio dulce y comprensivo. Él la amaba más que a nada; sólo con ella podía anclarse en la vida. Pero ese brazo paralítico –siempre allí– objetivaba la valentía a la que él no pudo acceder. El fascismo había trazado una grieta insalvable dividiendo el mundo de ellos dos, que antes había sido uno solo. Pedro no podía poseerla. Fue esto lo que lo curó de su anonadamiento indiferente: se volvió loco de angustia y desesperación. Las palabras buscaban armonizar la situación, pero el brazo paralítico y el fracaso del sexo marcaban la incompatibilidad. Pedro se fue a otro país.»/272

Este relato del derrumbe de un hombre, demuestra y ejemplifica los casos de delación. Pero hubieron otros «Pedros» que no hablaron, que resistieron y de alguna manera, por eso vencieron. Según varios de los entrevistados fueron la mayoría. Para explicar un caso ejemplificador del funcionamiento de los interrogatorios y de la resistencia a la tortura, se han escogido algunos fragmentos –todos ellos pronunciados por el torturador– de la obra teatral Pedro y el Capitán,/273 de Mario Benedetti, conocedor del proceso que sufrían los detenidos-torturados por la amistad con muchos de ellos.

«–Mirá Pedro... ¿o preferís que te llame Rómulo, como te conocen en la clande? No, te voy a llamar Pedro, porque aquí estamos en la hora de la verdad, y mi estilo sobre todo es la franqueza. Mirá, Pedro, yo no entiendo tu situación. No es fácil para vos. Llevabas una vida relativamente normal. Digo normal, considerando lo que son estos tiempos. Una muchacha linda y joven. Un botija sanito. Tus viejos, que todavía se conservan animosos. Buen empleo en el Banco. La casita que levantaste con tu esfuerzo (cambiando el tono). A propósito, ¿por qué será que la gente de clase media, como vos y yo, tenemos tan arraigado el ideal de la casita propia? ¿Acaso ustedes pensaron en eso cuando se propusieron crear una sociedad sin propiedad privada? Por lo menos en ese punto, el de la casita propia nadie los va a apoyar. (Retomando el hilo). O sea que tenías una vida sencilla pero plena. Y de pronto, unos tipos golpean en tu puerta a la madrugada y te arrancan esa plenitud, y encima de eso te dan tremenda paliza /274 […]

Y por supuesto hay aquí, en esta unidad militar -que nunca sabrás cuál es– gente que, por principio y sin necesidad de saber nada de vos, no te tiene simpatía, y es capaz de llevarte hasta el último límite. Y no sólo a vos. Ellos, los de la línea durísima, prefieren a veces traer a la esposa del acusado, y cómo te diré, “perforarla” en su presencia, y hasta hay quienes son partidarios de la técnica brasileña de hacer sufrir a los niños delante de sus padres, sobre todo de su madre. Te imaginarás que yo no comparto esos extremos [...] [pero es] una posibilidad, y no me sentiría bien si no te lo hubiera advertido y un día te encontraras con algún orangután, como esos que anoche te dieron sus piñazos de introducción, que violara frente a vos a esa linda piba que es tu mujercita. Se llama Aurora, ¿no? Seguro que en ese caso te quitarían la capucha. Son orangutanes pero refinados. ¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Es cierto que el último veintidós de octubre celebraste tus ocho años de matrimonio? ¿Le gustó a Aurora la espiguita de oro que le compraste en la calle Sarandí? ¿Y qué me contás si llegan a traer a Andresito y empiezan a amasijarlo en tu presencia? /275

[…] A veces llego [a casa] con los nervios destrozados. Las manos me tiemblan. Yo no sirvo demasiado para este trabajo, pero estoy entrampado. Y entonces encuentro una sola justificación para lo que hago: lograr que el detenido hable, conseguir que nos dé la información que precisamos. Es claro que siempre prefiero que hable sin que nadie lo toque /276  Pero ese ejemplar ya no se da, ya no viene. Las veces que conseguimos algo, es siempre mediante la máquina. Es lógico que uno sufra de ver sufrir. Dijiste que no era insensible, y es cierto. Entonces, fijate, la única forma de redimirme frente a los niños, es ser consciente de que por lo menos estoy consiguiendo el objetivo que nos han asignado: obtener información. Aunque a ustedes tengamos que destruirlos. Es de vida o muerte. O los destruimos o nos destruyen. Vida o muerte. Vos metiste el dedo en la llaga cuando mencionaste a mi familia. Pero también me hiciste recordar que de cualquier manera tengo que hacerte hablar. Porque sólo así me sentiré bien ante mi mujer y mis hijos. Sólo me sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel, un sádico, un inhumano, porque habré ordenado que te torturen para nada, y eso sí es una porquería que no soporto.

[Ante la pregunta de cómo uno llega a convertirse en torturador, el capitán cuenta su caso.] Y todo de a poquito. Es cierto que el último impulso me lo dieron en Fort Gulick. Allí me enseñaron con breves y soportables torturitas que sufrí en carne propia, donde residen los puntos sensibles del cuerpo humano. Pero antes me enseñaron a torturar a perros y gatos. Antes, antes, siempre hay un antes. Es algo paulatino. No crea que de pronto, como por arte de magia, uno se convierte de buen muchacho en monstruo insensible, no lo soy todavía, pero en cambio ya no me acuerdo de cuándo era buen muchacho [...]. Las primeras torturas son horribles, casi siempre vomitaba. Pero la madrugada en que uno deja de vomitar, ahí está perdido. Porque cuatro o cinco madrugadas después, empieza a disfrutar»

Para acabar este apartado, a quienes fueron torturados decirles: gracias por haber sobrevivido; a los lectores, una vez más, que siempre sospechen de la historia oficial que a través de los libros liceales enseñó a todos los niños de la dictadura y postdictadura que «la lucha contra la sedición exigió la adopción de medidas de excepción y éstas se cumplieron dentro de los procedimientos democráticos constitucionales»; y a los torturadores, un consejo –«un torturador no se redime suicidándose. Pero algo es algo»– y dos estrofas del poeta Mario Benedetti.

«No pueden entender que exista otra justicia distinta de la que ellos manejaron

no creen que nos neguemos a ser monstruos y que no sea por lástima hacia ellos

sino por respeto a nuestros muertos y vivos por supuesto habrá que fusilar a algunos

no como venganza que es un trasto inútil más bien como profilaxis de la historia.»277

notas : 243. Frase con la que este alto jerarca militar definió las torturas. Huidobro, 1992, 110.

244. Eduardo Galeano: «Los uruguayos firmamos. A contramano, a contramiedo». El País, 11 de noviembre de 1987, Madrid./ 245. Clara Aldrighi, 53.

246. Desde mediados de los años sesenta se hizo público el trato inhumano a los detenidos. Acto seguido se transcribe el testimonio de uno de ellos, aparecido en el nº 5 de Acción directa por la revolución Social –publicado en febrero de 1974 en Buenos Aires–, en el que se observa lo extendida que estaba la violencia de los milicos a los prisioneros y en el que aparecen las torturas más frecuentes que se aplicaron en el Uruguay: «Durante un mes fui torturado. Las primeras veces mediante asfixia, con los ojos vendados y las manos atadas, mediante la inmersión de la cabeza en un tanque de agua. Eso lo repitieron tres veces durante una semana. El objeto era que, en los intervalos, entre ahogo y ahogo, yo “reflexionara” y aceptara firmar. Algunas veces perdí el conocimiento. Además, durante el tiempo que tenía la cabeza debajo del agua, me aplicaban simultáneamente la picana eléctrica en el cuerpo. [...]. Las otras torturas consistieron en palizas y patadas que me aplicaban estando vendado y atado. Esos castigos, que fueron alrededor de diez, iban seguidos de “plantones”, estar parado sin poder agacharse o moverse en un rincón bajo vigilancia continua. Cada plantón duraba varios días. En el más largo, estuve seis días seguidos de pie. Si apenas intentaba flexionarme, me castigaban nuevamente. –¿Cómo pudo soportarlo? Aunque parezca increíble, la resistencia del ser humano en esos casos se multiplica y si bien quedaba como adormecido o acalambrado, podía resistir sin desmayarme. El verdadero dolor venía después del plantón, en los pies y en el resto del cuerpo, como terribles pinchazos. –¿Cuántos compañeros cree usted que habrán pasado lo mismo en el Uruguay? –En el mismo período, aproximadamente dos mil sufrieron el mismo régimen de torturas que he señalado, sobre siete mil detenidos en total. Por supuesto que entre ellos hubo casos peores. Muchas veces, casos en que se rompía el intestino; tanto de hombres como de mujeres, al introducirles hierros y palos por el ano o vagina. En otros casos, se aplicó el caballete, que consiste en horquetear a un hombre o una mujer sobre un caballete común de madera o hierro con los brazos atados y todo el cuerpo pesando sobre la entrepierna. –¿Hubo casos de muertes por tortura? –Sí, hubo casos de muerte por asfixia en el tacho o a golpes»

247. Se buscaban otros fenómenos degradantes relacionados con la tortura, como la suciedad y la desnutrición, para que el prisionero (y otras personas como los propios soldados) identificara sus ideas con su estado de debilidad, de derrota, de culpabilidad y hasta de fetidez.

248. Huidobro, 1992, 46. Es preciso recordar que los alumnos tuvieron que cambiar de profesor porque este fue ajusticiado por los tupamaros.

249. Testimonio del desertor de las fuerzas armadas, Hugo Walter García Rivas. Víctor, 71

250. Marcha, el 17 de abril de 1970. /251. VVAA, 1981, 9.

252. A veces comprobaban lo que el detenido declaraba. Leonel Martínez Platero, cuando fue arrestado en 1969, aseguró que no había participado en la toma de Pando, sino que había pasado una temporada en una pequeña casa en el balneario Shangrilá. Esa declaración hizo que los policías dejaran de torturarlo y que fueran con él hasta el lugar en cuestión. Cuando rodearon la casa, golpearon la puerta y vieron a una pareja de ancianos, la inocencia en persona, se dieron cuenta del engaño. Lo llevaron hasta el mar y amenazaron con ahogarlo

253. «El tema del secreto y la delación son el eje desde el cual el detenido vive su experiencia. Orgullo de “haber resistido” o vergüenza de “haberse quebrado”. El primero, lo dejará solo en su heroísmo cuando le toque convivir con quienes han delatado. El otro, lo llevará a una crisis en su pertenencia al grupo y al quiebre de su autoestima. Los sentimientos de vacío, fracaso, desvalorización, culpa y resentimiento, son el terreno propicio sobre el cual el sistema carcelario continuará su tarea». VVAA, 1995, 60.

 254. JCJ de las FFAA, 421.

255. Aunque también hubo casos parecidos. En la época de la tortura más masiva, en la que varios luchadores sociales murieron, y se dieron varios intentos de suicidio, hubo quien guardó cuchillas de afeitar como un preciado tesoro para cuando el sufrimiento físico y moral fuera insoportable. Velázquez, un preso de la OPR 33, intentó sacarse la vida rompiendo una botella. Pero los desesperados gritos de auxilio de los otros reclusos, hicieron que los guardias abrieran las puertas y socorrieran al detenido.

256. La entrevista a Garín continuó con el siguiente comentario: «Además, que a ti [por ser un infiltrado o un “militar traidor”] lo más seguro que te limpiaban, o eras al que más torturaban. O sea, que si venían a por ti, ¿estabas dispuesto a tirar?

 257. «Al principio se consideraba una cosa espantosa –explica Juan Nigro–. Luego, gracias al cambio en la línea oficial de los tupas, se minimizó.» De hecho, en un documento escrito por la dirigencia tupamara, con motivo de las negociaciones y entregada a Huidobro el 1 de julio de 1972, admitía: «Rendición por futuras bajas masivas logradas en base a una escalada en la tortura, la descartamos, porque ahora trabajamos con el criterio de que el que cae, canta, y evacuamos los locales que conoce.» Lessa, 52.

258. Era 1974, cuando las FFCC permitían, o mejor dicho, hacían la vista gorda a la salida de procesados al extranjero. Tenían la teoría que era positivo que gran parte de los «sediciosos» salieran del país, que ya tenía sus cárceles llenas; y como hemos visto, en una situación nada fácil para las autoridades. Después, debido a cambios en las jerarquías castrenses, el exilarse se hizo mucho más complicado y casi todos los procesados o perseguidos tuvieron que hacerlo de forma clandestina

259. En Argentina, este fenómeno aún fue más grave. Llama la atención que, en Argentina y Uruguay, u otros países que pasaron por las denominadas dictaduras como en España, los luchadores actuales vuelven a pensar que esas «democracias» no los torturarán ni los encarcelarán y por eso no toman medidas de seguridad. Se vuelve a confiar en la «democracia», se sigue sin ver la ligazón, orgánica, con la «dictadura». Se olvida que podrán cambiar algunos personajes, pero que los archivos policiales serán los mismos, y seguramente los utilizarán, en momentos de mayor confrontación social, los elementos más duros e inhumanos de la represión

260. Benedetti, 1986, 28/ 261. Maren y Marcelo Viñar, 1993, 31

262. Testimonios obtenidos por María Ester Gilio y publicados en el semanario Marcha, el 17 de abril de 1970. De hecho, todos los apresados en Pando, que no ejecutaron en el momento de la detención, fueron torturados. «José María Latorre, a su salida de la comisión narró para Marcha, los tremendos castigos y torturas a los que fue sometido. “Me detuvieron en Pando, acusándome de haber participado en el operativo Pando. La verdad es que yo era aspirante a un concurso de la fuerza aérea [...]. Me castigaron brutalmente tres días consecutivos. Uno, en Pando y dos, en la jefatura. Se me propinaron puñetazos y golpes con una cachiporra. Pasé dos días sin comer y me siguieron golpeando brutalmente, caía al suelo y ahí mismo me golpeaban ¡Fue horrible! Mis torturadores son el comisario Cabrera, un hombre grande y pelado, Campos Hermida y Justo Rodríguez Moroy. Me sentía y estaba tan mal que me llevaron al Hospital Militar, donde quedé internado dieciséis días. La pierna izquierda no la podía mover, pues me tiraron por las escaleras de la jefatura. Se me practicaron en el hospital tres encefalogramas por los brutales golpes recibidos en la cabeza. De allí, pasé al Gior donde estuve quince días más. Luego quedé en libertad, y cuál no sería mi asombro, cuando al llegar a las calles Colonia y República, me detuvo un coche policial. De inmediato reconocí a mis torturadores; éstos me dijeron que la próxima vez no me detendrían, sino que me matarían. Por esas razones solicité asilo en la embajada de México». Citado en el artículo «Prueba de torturas» publicado en Marcha el 6 de febrero de 1970

263. Una de las consecuencias de la electrocutación del ser humano es la sequedad corporal. Un detenido denominado Hugo, tras ser torturado con la picana eléctrica, sintió el efecto de la total deshidratación tirado en una misma celda junto a su compañera, le pidió que le humedeciera los labios.

 264. Actas de la Asamblea General del 10 de agosto de 1970./ 265. Silva y Caula, 1986, 149

266. Como se ha comentado anteriormente y como cuenta el propio Henry Engler en la página 63 del libro escrito por Clara Aldrighi, él no disimuló los delirios, los tuvo de verdad y según él eso le ayudó a sobrevivir: «Mis delirios religiosos (yo me había convencido de que era el nuevo Mesías) me permitieron en buena medida soportar prácticamente cualquier cosa: hambre, sed, la mugre, la falta de lecturas, dormir en el piso en pleno invierno, los golpes, las palizas gratuitas en Navidad, en Año Nuevo o los 18 de mayo, en conmemoración de la muerte de los cuatro soldados»

267. Ricardo cuenta el caso de un preso que se burlaba de sus torturadores y les decía: «Pero que me vienen con la picanita, a mí, eso no me hace nada, no sean boludos, tomá (y les pegaba una piña)». A aquel preso, como a los otros, lo reventaban, pero él, ante la administración directa de muerte, respondía una y otra vez con la misma técnica y diciendo: «¿Pero no se cansan mariconas, si no me hacen nada, bueno sí, siento unas cosquillitas, ¡¡jua, jua, jua!!»

268. Manual del interrogatorio del MLN, de más de veinte páginas, que se fue perfeccionando a lo largo del tiempo. La primera edición es de noviembre de 1969 y la última del mismo mes de 1971. JCJ de las FFAA, 421.

269. «Pepe comienza a tener una relación inédita, bizarra, con su cuerpo: siente que no le pertenece más; cada vez que intenta reapropiárselo, los dolores son demasiado fuertes. Sólo le queda, entonces, elegir entre renegar de su cuerpo –alienación que lo horroriza– o concentrar toda su atención en un estudio minucioso de las posturas menos insoportables y del tiempo durante el cual puede tolerarlas. Para Pepe, ese juego obsesivo es fundamental. El control voluntario de sus músculos, de su vejiga y de sus intestinos es la tarea más importante que haya tenido que cumplir. Destinar tanta energía a ese control, sólo es imbécil en apariencia; ello le permite puntuar ese tiempo infinito sin volverse loco». Maren y Marcelo Viñar, 1993, 47. 270. Benedetti, 1986, 284

271.JCJ de las FFAA, 2. En la misma página y a continuación se asegura: «Torturas reales fueron, en cambio, las aplicadas a los secuestrados, mantenidos en condiciones infrahumanas increíbles en las llamadas “cárceles del pueblo”». En base a testimonios y documentos ofrecidos en este trabajo se podrá verificar la falsedad de éstas y anteriores declaraciones. Lo único verídico que se dice en esta página es lo que sigue a continuación, pues es una realidad que todo prisionero sufre cuando se le deja en el «apartamiento [...] de todo índice de vida y de tiempo, en jaulas subterráneas». Pero otra vez mienten cuando añaden: «supone el morboso intento de provocar el desequilibrio y la locura». Pues ese no fue para nada el objetivo de los guerrilleros con sus secuestrados, y sí, en cambio, el de las fuerzas armadas con los suyos. Recuérdese al respecto la voluntad manifiesta por el director del penal de Libertad de volver locos a los reclusos

272. Maren Ulriksen y Marcelo Viñar, 1993, 34-39 /273. Benedetti, Pedro y el Capitán, 1979.

274. Con estas primeras palabras, EL CAPITÁN, el torturador, logra que el detenido se cuestione su comportamiento militante. La política es la causa de sus años en prisión, del sufrimiento de su familia y de la pérdida de todos sus bienes. Para EL CAPITÁN razón suficiente para dar marcha atrás, colaborar con la policía y, de alguna manera, arreglar su situación personal

275. Este fragmento muestra las amenazas que hacían los interrogadores, consistentes en torturar a los luchadores sociales en presencia de sus hijos –algo que se llevó a cabo tanto en Brasil como, y en menor medida, Uruguay–, y cómo demostraban saber hasta el más mínimo detalle de la vida del detenido, para que éste pensara «para qué resistir si ya lo saben todo, hasta lo que me deben estar preguntando». Por supuesto que eso sólo era un truco. Había muchas cosas que las fuerzas represivas ignoraban, y lo siguen haciendo hasta el día de hoy, razón por la cual mucha gente se salvó. No pudieron demostrar nunca tal acusación o tal hecho, se quedaron para siempre con el seudónimo de un tupamaro y jamás conocieron su verdadero nombre. Tras estos párrafos la obra sigue explicando una propuesta repetida a muchos presos. Colaborar pero quedando bien con sus compañeros, que no se enterarían de que lo había hecho. Otras veces hicieron lo contrario. A pesar de la negación del torturado en colaborar, corrían «la bola» de que había hablado, como venganza a su resistencia y para enrarecer el ambiente militante. En Argentina, cuando los militares detenían a un grupo sospechoso, torturaban a mansalva a algunos de sus miembros y soltaban enseguida al resto. Así lograban levantar sospechas hacia ellos y provocar una pérdida general de confianza entre la comunidad de lucha. Siguiendo con el drama escrito por Benedetti, apuntar que tras varios días de sesiones y torturas, Pedro empieza a hablar, pero no para colaborar sino para intentar comprender el monstruo que tiene enfrente, que no obstante, es un ser de su misma especie animal. «El Capitán» en un desgarro de sinceridad hacia sí mismo y su prisionero, cuenta su drama. El porqué de la insistencia en que el detenido hable, su proceso personal de conversión en torturador y su profunda enfermedad a la que ha llegado, para excitarse sexualmente con su esposa tiene que recurrir a los recuerdos de prisioneras torturadas.


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