Como intelectuales, activistas sociales y académicos, queremos manifestar nuestro profundo rechazo a la gravísima situación de violencia política estatal y de violación de los derechos humanos que atraviesa Nicaragua.
Por la presente, como intelectuales, activistas sociales y académicos, queremos manifestar nuestro profundo rechazo a la gravísima situación de violencia política estatal y de violación de los derechos humanos que atraviesa Nicaragua, responsabilidad del actual régimen de Ortega-Murillo, lo cual se ha traducido en unos trescientos muertos en los últimos tres meses.
La indignación, el dolor, el sentido de frustración histórica son dobles cuando semejante aberración política es producto de líderes y gobiernos que se dicen de izquierda. ¡Qué puede doler más que la ironía de un líder que se dice revolucionario, emulando las prácticas criminales de aquel dictador contra el que se supo levantar! Y esa indignación se hace más intensa aun cuando este panorama de violencia política estatal es completado con el silencio cómplice de líderes políticos y referentes intelectuales (auto)proclamados de izquierda. La connivencia de cierto establishment intelectual –una izquierda oficialista que suele arrogarse la representación exclusiva de la “izquierda” – ha mutado al calor del poder gubernamental en un sucedáneo del más desbocado cinismo.
Denunciar esta situación tan dolorosa como inaceptable, alzar la voz contra los atropellos a los más elementales derechos y libertades que el actual gobierno nicaragüense viene realizando, no es sólo un deber de solidaridad humanitaria, es también un acto y un llamado colectivo a defender la memoria revolucionaria; a procurar evitar la consumación de esta degeneración política en curso.
No hay peor latrocinio que la defraudación política de la esperanza de los pueblos.
No hay peor saqueo que aquel que va dirigido a depredar las energías rebeldes por un mundo justo.
No hay peor imperialismo que el colonialismo interno que se torna violencia opresiva revestido de retórica antimperial.
Todo eso está aconteciendo en Nicaragua. La tierra que fuera símbolo fértil de la esperanza emancipatoria a fines de los años setenta se ha convertido en un campo más de autoritarismo.
Se ha mancillado la memoria de una de las revoluciones más nobles y esperanzadoras de nuestra América, como lo fue y sigue siendo la de Sandino; la memoria de luchas anticapitalistas de un pueblo sufrido pero valiente, ahora pisoteada para (intentar) encubrir la típica violencia ordinaria de un régimen dictatorial más, de esos que sobran y se repiten en nuestra historia. El otrora líder revolucionario, honrado por la confianza de su pueblo, hoy se ha convertido en dictador, ciego de poder y con sus manos manchadas de sangre joven. Tal el paisaje violentamente amargo de nuestra querida Nicaragua.
Alzamos nuestra voz para condenar públicamente la dictadura en la que se ha convertido el gobierno de Ortega-Murillo. Expresamos nuestra solidaridad para con el pueblo y la juventud hoy, una vez más, levantados en resistencia. Para apoyar y acompañar sus exigencias de diálogo y de paz, de poner fin a un gobierno ilegítimo y criminal que hoy usurpa la memoria sandinista. Lo hacemos con la convicción de que no se trata sólo de “salvar el honor” del pasado, sino, sobre todo, de rescatar y cuidar las semillas emancipatorias del futuro, que hoy se han puesto en riesgo.
17 de julio de 2018
Primeras firmas
Alberto Acosta (economista, Ecuador), Maristella Svampa (socióloga y escritora, Argentina), Raúl Zibechi (ensayista y escritor, Uruguay), Horacio Machado Aráoz (politólogo, Argentina), Hugo Blanco (activista, director de Lucha indígena, Perú), Pierre Salama (economista, Francia), Raphael Hoetmer (historiador, Perú), Roberto Gargarella (abogado, constitucionalista, Argentina), Massimo Modonesi (Unam, México), Edgardo Lander (sociólogo, Venezuela), Arturo Escobar (antropólogo, ambientalista, Colombia-Estados Unidos), Pierre Beaudet (profesor de ciencias sociales, Quebec, Canadá), Gina Vargas Valente (socióloga, feminista, Perú), Decio Machado (sociólogo, periodista español radicado en Ecuador), Horacio Tarcus (historiador, Argentina), Juanca Giles Macedo (educador popular, Perú), Beatriz Sarlo (ensayista, Argentina), Paulina Garzón (activista, Ecuador), Carlos Antonio Martín Soria dall’Orso (abogado, docente y activista ambiental, Perú), Reinhold Sohns (economista, Alemania), Mateo Martínez Abarca (filósofo, secretario de Participación Ciudadana y Control Social, Ecuador), Manuela Lavinas Picq (profesora, Universidad San Francisco de Quito, Ecuador), Yaku Pérez Guartambel (presidente de la Confederación de Pueblos Kichwas de Ecuador –Ecuarunari– y de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas –Caoi–), Ramiro Ávila Santamaría (abogado, Ecuador), Pedro Machado Orellana (Ecuador), Juan Cuvi (Fundación Donun, profesor universitario, Ecuador), Pablo Solon (Fundación Solon, Bolivia), Enrique Viale (abogado ambientalista, Argentina), Boris Marañón (Unam, México), Elizabeth Peredo (psicóloga social, Bolivia), Carlos de la Torre (sociólogo, Ecuador), Carlos Zorrilla (Intag, Ecuador), Carolina Ortiz Fernández (Umsm, Perú), Carlos Castro Riera (presidente del Colegio de Abogados del Azuay, Ecuador), Manfred Max-Neef (Universidad Austral de Chile), Santiago Arconada Rodríguez (activista del agua, Venezuela), Santiago Cahuasquí Cevallos, (antropólogo, abogado, Ecuador), María Fernanda López (geógrafa, Ecuador), Pablo Ospina (historiador, Ecuador)…
(Enviar adhesiones a: declaracionurgentepornicaragua@gmail.com)
39 años tras la victoria de la revolución sandinista en Nicaragua, el país se encuentra sumido en una profunda crisis desatada por protestas contra el presidente Daniel Ortega. ¿Corre el tiempo en su contra?
"El sandinismo histórico ha muerto. Ha sido pervertido sistemáticamente hasta terminar como fachada que sirve para imponer los intereses del clan Ortega. Es un sistema clientelista, que ha sido financiado por Venezuela. Más allá del vocabulario revolucionario, las raíces históricas han quedado sepultadas", sentencia Günther Maihold, vicedirector de la Fundación Ciencia y Política (SWP, por sus siglas en alemán), en entrevista con DW.
Este jueves (19.07.2018) se cumplen 39 años de la victoria de la revolución sandinista en Nicaragua. Sin embargo, el aniversario se ha visto opacado por la profunda crisis que atraviesa el país centroamericano y que ha dejado cientos de muertos en tres meses de protestas contra el presidente Daniel Ortega.
José Luis Rocha, de la Universidad de Marburgo, explica que en la década de los 80 del siglo pasado el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) fue cooptando gradualmente los movimientos sociales en el país. A más tardar en 2007, cuando Daniel Ortega regresó a la presidencia, éstos perdieron su independencia: "Bajo Ortega, el Frente Sandinista demolió el movimiento social en Nicaragua y lo puso a sus pies y a su servicio"
El experto nicaragüense también critica el "empobrecimiento ideológico", es decir el distanciamiento de gran parte de la intelectualidad sandinista, que ha tenido lugar bajo la dirección de Ortega. De los nueve miembros de la histórica dirección nacional revolucionaria, solo tres siguen siendo leales a su gobierno.
En opinión de Günther Maihold, el exlíder guerrillero se ha convertido en un político tradicional, que ha socavado sistemáticamente la democracia a través de acuerdos informales, el acaparamiento de los poderes políticos y el debilitamiento de la oposición. "Impulsado por los intereses políticos y esotéricos de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, se ha aislado cada vez más y distanciado masivamente de la realidad social de sus ciudadanos", sostiene.
José Luis Rocha señala que Ortega siempre ha tenido una personalidad "cenicienta, poco atractiva". El sociólogo describe los discursos de Ortega como "soporíferos" y recuerda que ya en los 80 acostumbraba a llegar tarde y hacer esperar durante horas al auditorio que había convocado.
Sobre todo la brutal represión de las protestas de los últimos meses ha dejado al descubierto el autoritarismo de Ortega. Rocha subraya que, en sus últimos once años de gobierno, el presidente "no solo aplicó un autoritarismo que ha sido identificado a veces con lo peor de los gobiernos de izquierda, sino que también ha aplicado las mismas políticas neoliberales de los gobiernos ultraderechistas de América Latina". "Ya en los 80 había indicios de que no estaba con la cabeza y el alma viviendo la mística revolucionaria, luchando por el cambio social, y luego hubo un deterioro sumamente acelerado", agrega.
A partir de los años 90, Ortega habría empezado a convertirse en acaparador de riquezas. Maihold comparte esta opinión y toma como ejemplo el Canal de Nicaragua, un proyecto que, según él, "viola la soberanía de Nicaragua", pero enriquece a la familia presidencial.
Con su estrategia de mano dura, el presidente nicaragüense ha oprimido masivamente el movimiento de protesta. De ahí que el politólogo de la Fundación Ciencia y Política dude que Ortega se vaya a ver obligado a renunciar en el mediano plazo. Maihold cree que el gobierno es relativamente inmune a las presiones externas y que solo un empeoramiento de la situación económica lo podría hacer tambalear.
"El tiempo corre en contra de Ortega", opina por su parte el sociólogo de la Universidad de Marburgo. "De momento puede apuntarse una victoria militar, pero ha sufrido un fracaso político en la OEA y va a seguir sumando fracasos políticos. El repudio masivo se mantiene y va a continuar siendo un combustible en esta lucha a nivel interno". José Luis Rocha espera que a las sanciones estadounidenses se sumen además sanciones de la UE, así como de partidos y líderes de la izquierda, "que es lo que más efecto puede tener sobre la psicología de Ortega".
Viola Träder (ERS) Deutsche Welle
Sus partidarios celebran ataque virulento lanzado en cadena nacional de TV
Wilfredo Miranda Aburto CONFIDENCIAL 20 de julio 2018
Las viejas y habituales consignas revolucionarias pasaron a segundo plano ante el nuevo grito de los simpatizantes sandinistas este 19 de julio en Plaza la Fe: “¡Daniel se queda, Daniel se queda!”. El comandante Daniel Ortega recibió sonriente los vítores de su masa fiel. De inmediato, lanzó un discurso virulento contra los obispos de la Conferencia Episcopal, a quienes acusó de promover un “golpe de Estado” en su contra. El mandatario celebró el 39 aniversario de la Revolución Sandinista interpretando a su conveniencia la crisis sociopolítica que vive Nicaragua. Pese a las más de 300 muertes registradasen estos meses de protestas, Ortega solo habló de los policías caídos, e incluso llamó “héroe” a uno de los oficiales asesinados en Managua. El comandante Ortega se mostró cruel, confrontativo y, en ciertos pasajes de su arenga, hasta burlesco.
“Yo pensaba que eran mediadores, pero no, estaban comprometidos con los golpistas. Eran parte del plan con los golpistas”, dijo Ortega con aplomo, en referencia a la propuesta de la agenda del Diálogo Nacional que los religiosos le presentaron al caudillo sandinista el siete de junio pasado en Casa de los Pueblos. Los obispos mediadores del diálogo nacional le plantearon Ortega una hoja de ruta democratizadora, en la que los miembros del Diálogo resaltan la necesidad de hacer profundas reformas políticas, en el sistema electoral y judicial, para poder celebrar elecciones anticipadas en marzo de 2019.
Ortega dijo que “la cartilla” leída por los obispos lo impresionó. “Sacaron la estrategia y allí decían: hay que cambiar ya, nos daban un plazo de dos días…Hay que cambiar ya al Poder Judicial, al Poder Electoral, a la Contraloría, a todos los poderes del Estado, a la Asamblea Nacional y hay que quitar al Presidente y adelantar las elecciones. Yo cuando recibí el documento dije, bueno, esto es lo que quieren realmente”, narró Ortega para señalar a los obispos “de golpismo”. Cada vez que el mandatario conjugaba el verbo “golpe”, la masa roja y negra enloquecía.
Ortega aseguró que a lo interno de la Conferencia Episcopal hay obispos “confrontativos” y otros más “moderados”. Mientras el mandatario arremetía contra los religiosos, el nuncio de El Vaticano, Nuncio Waldemar Sommetarg, permanecía en la tarima izquierda muy serio en su sitio.
El embajador del Papa Francisco tenía el rostro severo oyendo las interpretaciones del dictador. Ortega se apoyaba sobre un podio transparente cada vez que pausaba su discurso para recibir la ovación de sus simpatizantes. No mencionó, en ningún momento de sus calumnias contra los religiosos, el ataque que el propio nuncio sufrió junto a los obispos en la ciudad de Diriamba y los ataques a balazos contra la iglesia de la Divina Misericordia.
“Me duele mucho decir esto porque le tengo aprecio a los obispos, les respeto, soy católico. Pero ellos tienen posiciones y desgraciadamente siempre se impone la línea de confrontación, no de mediación”, dijo Ortega.
Ortega se refirió a la jornada de ayuno y oración de exorcismo convocada por la Conferencia Episcopal:“Que exorcicen a los demonios que tienen ahí… que les digan que tenemos que restablecer la paz y estabilidad para que el país siga creciendo”. Ortega terminó su discurso en medio del nuevo grito que se sobrepuso a las viejas consignas revolucionarias: “¡Daniel se queda, Daniel se queda!”. Ortega se presentó como el presidente que había ganado una cruzada armada, cuando lo que ha dirigido es un ataque sistemático contra la rebelión cívica que exige su salida del poder.
Todd Robinson, consejero para América Central del Departamento de Estado, dijo este jueves que Estados Unidos apoya plenamente a los obispos como mediadores y garantes del diálogo nacional.
“Seguimos apoyando los esfuerzos de la Conferencia Episcopal orientados a resolver el conflicto actual, restablecer el respeto de los derechos humanos, y asegurar un futuro más próspero y democrático para todos los nicaragüenses. Valoramos el rol de mediación clave que realiza la iglesia”, aseguró Robinson. “No obstante, nos preocupa que estén siendo objeto de agresiones físicas y desacreditados por el gobierno de Ortega y sus partidarios”.
El funcionario del gobierno de Donald Trump insistió en que la “senda para la paz duradera en Nicaragua sigue siendo las elecciones anticipadas, libres, justas y transparentes”. “Instamos a Ortega a sumarse al diálogo de paz liderado por la iglesia y entablar negociaciones de buena fe”, dijo Robinson.
El acto del 39 aniversario de la Revolución Sandinista fue convocado a las dos de la tarde. La Plaza de la Fe tardó dos horas en llenarse de simpatizantes. Aunque estuvo concurrida, no se desbordó como en 19 de julios anteriores. Los huecos que quedaban eran ocultados con tres banderas enormes (dos roja y negra y una de Nicaragua) para que las cámaras de los canales oficialistas mostraran un lleno sensacional
Al menos en el Ministerio de Gobernación, donde se acreditó a la prensa, los empleados de esa dependencia llegaron a mediodía a reportarse para asistir a la plaza. Los hacían ingresar por el portón trasero del edificio para verificar la asistencia, y luego salieron hacia la concentración partidaria. Ortega aclaró que se trataba de una celebración no solo de los municipios de Managua, y que el 39 aniversario de la Revolución se estaba celebrando en simultáneo en los departamentos del país.
La pareja presidencial ingresó de sorpresa a la Plaza la Fe abordo del Mercedes Benz modelo G63 V8 AMG. Iban de pie, sobresaliendo por el hueco del techo movible del auto. Saludaban a los simpatizantes. Ortega con más efusividad que Murillo. El mandatario, no muy conocido por su carisma popular, se esforzaba por parecer cercano ante sus bases. Presidente y vicepresidenta, marido y esposa, eran escoltados por un contingente de élite: Seis patrullas cargadas de oficiales encapuchados dejando entre ver los cañones de sus fusiles, y otro grupo de antimotines al trote rodeaban el Mercedes del “presidente de los pobres”.
En la tarima central había flores y miembros de la Juventud Sandinista con pañuelitos rojo y negro; los agitaban en coordinación. Fidel Moreno, el secretario de la comuna capitalina y recién sancionado por Estados Unidos, dirigía la puesta en escena con Walkie-talkie en mano. Mientras que Carlos Mejicano, el fiel escudero de Murillo, discutía con el programador de la música para que sonara la pieza adecuada cuando Ortega ya estaba en la tarima saludando a la plaza.
Daniel se queda, Daniel se queda…
Aunque te duela, Daniel se queda.
Sonaba el estribillo de la nueva cumbia de la dictadura, pieza musical que desde hace semanas sus seguidores bailan y publican en las redes sociales bajo la etiqueta “#DanielSeQuedaChallenge”.
Aplausos y vítores para el comandante a quien no lo acompañaba ni un jefe de Estado en el acto del 19 de julio.De sus aliados incondicionales, Cuba y Venezuela, vinieron sus cancilleres. De la isla Bruno Rodríguez, un tipo con un discurso anclado al hilo conductor del antiimperialismo. Rodríguez fue el único que mencionó la resolución de condena al régimen de Ortega aprobada este miércoles por la Organización de Estados Americanos (OEA). El canciller de los Castro deslegitimó al organismo interamericano.
Más joven que el Cubano, Jorge Arreaza, alta ficha del chavismo. Arreaza comparó la crisis nicaragüense “con la que vivimos el año pasado en Venezuela”. El canciller chavista culpó a todos en su país por la violencia que dejó 112 muertos en 100 días de protestas, menos al gobierno de Maduro. Incluso, Arreaza —que detesta el intervencionismo yanqui— prometió que los chavistas estarían dispuestos a venir a Nicaragua a defender la soberanía
Al acto también asistieron los diputados orteguistas, encabezados por Wilfredo Navarro. Representantes de los poderes del Estado, y la comandancia del Ejército de Nicaragua que se ha mantenido al margen de la crisis, según ellos han insistido. La jefatura de la Policía Nacional no podía haber faltado. El sancionado por Estados Unidos, el comisionado mayor Francisco Díaz, estaba muy quieto en su asiento. Cuando Murillo presentó a los invitados especiales y mencionó a la Policía, la multitud ovacionó a los uniformados, sobre quienes pesan la mayoría de las denuncias de los asesinatos de manifestantes pacíficos.
Ortega leyó los nombres de los oficiales caídos durante esta crisis. “Fíjense bien, dicen que la lucha de ellos era cívica, que la protesta de ellos era cívica, entonces… ¿Quién mató al Comisionado Mayor Luis Emilio López Bustos de la Policía Nacional?”, preguntó el mandatario. La masa respondió al unísono “los golpistas”. Así sucedió con cada nombre de los oficiales caídos. En la lista de Ortega no hubo espacio para ninguno de los estudiantes y ciudadanos asesinados por policías y paramilitares
En cambio, Ortega siguió señalando a los obispos y acusó a la iglesia de ser cómplice de la violencia. “Hay que decir la verdad, yo no sé si todos los obispos, quiero creer que no todos los obispos, quiero creer que el Cardenal (Brenes) no sabía nada de esto, pero muchos templos fueron ocupados como cuarteles para guardar armamentos, para guardar bombas y de ahí salir a atacar, y asesinar”, dijo Ortega.
La vicepresidenta Rosario Murillo presentó en el acto Amada Pineda Arauz, madre de Francisco Ramón Pineda, asesinado en Managua, el mismo día que la familia Pavón fue quemada viva en el barrio Carlos Marx. Ortega entregó a Amada Pineda Arauz la Orden Augusto Sandino, y llamó “héroe” a la víctima. Según los ciudadanos, Francisco Pineda era un paramilitar asesinado en represalia por la población.
Aunque Ortega no menciona por su nombre a estos grupos irregulares, si lanzó un exhorto a ellos: “Hay que luchar por la paz con inteligencia, hay que luchar por la paz sin odio; hay que luchar por la paz fortaleciendo los mecanismos de autodefensa, para que no sean asesinadas nunca más las familias sandinistas, ni sean incendiadas nunca más las casas de los sandinistas”.
El dictador también se refirió a la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, pero de forma breve. “Es la cara falsa de los golpistas, es la máscara de los golpistas”, la definió. Sin embargo, el grueso del ataque se lo llevaron los obispos. Cuando no atacó a los religiosos, se burló de ellos.
Raúl Zibechi/Brecha 20 de julio 2018
Sin ética la izquierda no es nada. Ni el programa, ni los discursos, ni siquiera las intenciones tienen el menor valor si no se erigen sobre el compromiso con la verdad, con el respeto irrestricto a las decisiones explícitas o implícitas de los sectores populares a los que dice representar.
En este período en el que todos los dirigentes de la izquierda se llenan la boca mentando valores, resulta muy significativo que se queden apenas en el discurso. La ética se pone a prueba sólo cuando tenemos algo que perder. Lo demás es retórica. Hablar de ética o de valores cuando no hay riesgos, materiales o simbólicos, es un ejercicio hueco.
Todos recordamos la gesta del Che en Bolivia, cuando en vez de ponerse a salvo de las balas enemigas retornó al lugar del combate para ocuparse de un compañero herido, sabiendo que era más que probable que perdiera la vida en esa acción, sin ningún sentido militar pero rebosante de ética.
Ante nosotros tenemos la segunda oportunidad de que la izquierda latinoamericana se redima de todos sus “errores” (entre comillas porque se abusa del término para encubrir faltas más serias), condenando la masacre que están perpetrando Daniel Ortega y Rosario Murillo contra su propio pueblo. La segunda, porque la primera sucedió dos décadas atrás, cuando la denuncia de Zoilamérica Narváez, la hijastra de Ortega, al denunciar abusos sexuales de su padrastro.
El silencio actual de las principales figuras de la izquierda política de la región y de la izquierda intelectual lo dice todo. Un extravío ético que anuncia los peores resultados políticos.
Culpar al imperialismo de los crímenes propios es absurdo.
Stalin justificó el asesinato de sus principales camaradas porque, dijo, le hacían el juego a la derecha y al imperialismo. Trotsky fue asesinado vilmente en 1940, cuando su prédica no podía en modo alguno poner en peligro el poder de Stalin, que en esos años contaba con el visto bueno de las elites mundiales para contener al nazismo. ¿Cómo puede ilusionar a los jóvenes una política que se para sobre una alfombra interminable de cadáveres y de mentiras?
¿Cómo pudo José Mujica guardar silencio durante tantos meses –mientras en Nicaragua morían cientos de jóvenes, y ante la carta abierta de Ernesto Cardenal– hasta pronunciar al fin algún tipo de crítica a Ortega?
¿Cómo pueden algunos connotados intelectuales latinoamericanos justificar la matanza con argumentos insostenibles o con un silencio que los convierte en culpables?
¿Qué los lleva a pedir la libertad de Lula sin revolverse contra el gobierno de Nicaragua?
En este período tan negro para la izquierda –como aquel de los juicios de Moscú, que liquidó todo vestigio de libertad en la Unión Soviética– es necesario rascar hasta el fondo para encontrar explicaciones.
A mi modo de ver, la izquierda pasó de ser la fuerza social, y política que pugnaba por cambiar la sociedad a resecarse apenas como un proyecto de poder. No “el poder para”, sino el poder a secas, el tipo de relaciones que aseguran la buena vida para la camarilla que lo detenta.
Fue a través de la lucha por el poder y la defensa de éste que la izquierda se mimetizó con la derecha. Hoy se argumenta con la lucha contra el neoliberalismo como excusa para no abrir fisuras en el campo de la izquierda, con la misma liviandad que antes se argumentaba la defensa de la URSS o de cualquier proyecto revolucionario.
Pocos pueden creer que entre 1937 y 1938 hubiera un millón y medio de rusos aliados a las potencias occidentales (todos miembros del partido), que fue la cifra de condenados por la gran purga de Stalin, de los cuales casi 700 mil fueron ejecutados y el resto condenados a campos de trabajos forzados. Si ese es el precio a pagar por el socialismo, habrá que pensárselo dos veces.
Estamos ante un período similar.
Los progresismos y las izquierdas miran para otro lado cuando Evo Morales decide no respetar el resultado de un referendo, convocado por él, porque la mayoría absoluta decidió que no puede postularse a una nueva reelección.
No quieren aceptar que Rafael Correa es culpable de secuestro en el “caso Balda”, ejecutado por los servicios de seguridad creados por su gobierno y supervisados por el presidente. La lista es muy larga, incluye al gobierno de Nicolás Maduro y al de Ortega, entre otros.
Lo más triste es que la historia parece haber transcurrido en vano, ya que no se extraen lecciones de los horrores del pasado. Sin embargo, algún día esa historia caerá sobre nuestras cabezas, y los hijos de las víctimas, así como nuestros propios hijos, nos pedirán cuentas, del mismo modo que lo hacen los jóvenes alemanes increpando a sus abuelos sobre lo que hicieron o dejaron de hacer bajo el nazismo, escudados en un imposible desconocimiento de los hechos.
Será tarde. Son los momentos calientes de la vida los que moldean actitudes y definen quiénes somos. Este es uno de esos momentos, que marcará el porvenir, o la tumba, de una actitud de vida que desde hace dos siglos definimos como izquierda.
Fernando Butazzoni, escritor, 65 años
Alejandro Ferrari / Brecha 20 de julio 2018
Oficial del Ejército Sandinista en el Frente Sur y luego en Managua en 1979. Corresponsal de guerra en 1983 en la zona fronteriza de Nicaragua con Honduras. Algunas de sus crónicas fueron recogidas en su libro Nicaragua: noticias de la guerra (Banda Oriental, 1986).
La situación en Nicaragua era terrible a fines de los años setenta y el pedido de solidaridad de los sandinistas fue muy concreto. Tenían una situación política muy favorable y una posición operativa muy inestable, estaban empantanados en una especie de guerra de trincheras sin armamento suficiente y sin artillería. Pidieron ayuda y yo sabía algo de artillería, así que decidí ir, como muchos otros latinoamericanos.
Para mí el sandinismo significaba lo que ellos decían: un movimiento de liberación nacional para sacarse de arriba una dictadura terrible y feroz, que le chupaba la sangre a los nicaragüenses como ninguna; un movimiento que además era pluralista, democrático, participativo, combativo. Esa era la revolución. Cuando el Frente Sandinista tomó el poder, en el gobierno de reconstrucción nacional que se formó estaban representados desde socialdemócratas hasta empresarios liberales.
Esa revolución tomó el poder, sacó a Somoza, liberó a los presos, le dio de comer a la gente –cosa que fue muy importante en ese momento– y prometió elecciones. Prometió y cumplió, organizó elecciones. Primero las ganó, luego organizó otras y las perdió, entregó el poder y esa fue la revolución sandinista; ahí terminó la verdadera y estupenda historia.
La situación actual me provoca una profunda tristeza y una gran indignación. Primero, porque todo el mundo sabe, incluida la dirigencia política de la izquierda uruguaya, que Daniel Ortega es un ladrón y un corrupto.
Segundo, porque el pueblo nicaragüense no se merece tener ese tipo de gobiernos casi bananeros. Y tercero, porque se ha cometido una masacre de gente.
Y todo por quedarse atornillados al poder y porque saben que no tienen para dónde escapar porque el cúmulo de robos y de corrupción es tan grande que a los 15 días de haber abandonado el gobierno van a tener que comparecer ante la justicia.
No soy experto en relaciones internacionales ni diplomacia, pero han sido vergonzosos el silencio y la pasividad del Frente Amplio, el chiflar y mirar para otro lado. No sé si fue para preservar la unidad, pero ese tipo de unidad asentada en la sangre de gente inocente no sirve para nada y es una vergüenza. Es cierto que ha habido algunas personas y grupos que se han manifestado, pero en general creo que ha sido vergonzosa la actitud.
Yo soy un cero en la izquierda, pero me parece muy triste que se ocupen de Lula, de los muertos en México y de la situación en Cataluña y no se ocupen de un gobierno latinoamericano, que nosotros contribuimos a instalar y a sostener y que ahora está cometiendo esta masacre. Esto descalifica totalmente a esta izquierda.
La juventud y el pueblo nicaragüenses siguen en las calles exigiendo la salida de Ortega. La semana pasada hubo masivas jornadas de protesta y el segundo paro nacional. Al mismo tiempo, recrudeció la represión de las bandas gubernamentales, que ha elevado la cifra de muertos a más de trescientos cincuenta. Las "negociaciones" promovidas por la Iglesia no evitan que avance la movilización popular revolucionaria para derribar a la dictadura.
Miles de nicaragüenses tomaron nuevamente las calles de Managua, Jinotega, Estelí, León, Granada y Masaya, entre otras ciudades, para exigir el cese de la represión en todo el país y la dimisión de Ortega. Fueron tres jornadas de protesta en el proceso de rebelión popular iniciado el 18 de abril ante el intento del gobierno de imponer una reforma previsional pactada con el FMI, que finalmente debió retirar. Pero este primer triunfo fortaleció al pueblo nicaragüense para seguir la movilización pidiendo que se vaya Ortega.
El jueves 12 de julio hubo multitudinarias marchas y plantones en las principales ciudades convocados con el lema "Juntos somos un volcán". Durante la jornada, "¡que se vaya Ortega del poder!", "¡qué pide el pueblo, que se vaya el carnicero!", "el pueblo de Nicaragua está cansado de esta dictadura", fueron algunas de las consignas gritadas o levantadas en pancartas. El viernes 13 tuvo lugar el segundo paro nacional de 24 horas, convocado por la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia -que reúne a empresarios, académicos, estudiantes, campesinos y organizaciones civiles-, y respaldado por las cámaras patronales, que rompieron con el régimen al ver el peso de la movilización. Se sumaron el 90% de los comercios, supermercados, centros comerciales, grandes distribuidoras de alimentos, bancos y gasolineras, mientras las avenidas se mostraban vacías pese a que el gobierno garantizó el transporte público. Para el sábado se organizó una caravana de vehículos que recorrió los barrios de Managua que están bajo asedio de las milicias de encapuchados de Ortega.
La oleada de terrorismo orteguista no se detiene
En las últimas semanas Ortega puso en marcha una "operación de limpieza" con el objetivo de desmontar las alrededor de doscientos barricadas y bloqueos de carreteras que se levantaron en todo el país como forma de protesta y defensa frente al accionar violento de las bandas del gobierno. En medio de esa ofensiva, el domingo 8 de julio tuvo lugar la matanza de 21 personas en los municipios de Diriamba y Jinotepe en Carazo, a unos 40 kilómetros de Managua, seguida de una ola de secuestros de jóvenes y referentes sindicales y campesinos. Al día siguiente, hasta un grupo de obispos católicos que se acercaron como mediadores fueron agredidos por las bandas gubernamentales, junto con periodistas y para-médicos.
Según el informe más reciente de la Asociación Nicaragüense Pro-Derechos Humanos (Anpdh), entre el 19 de abril y el 10 de julio se registraron más de 350 muertos (en su mayoría jóvenes entre 18 y 30 años) y 2.100 heridos. Hay además unos 260 desaparecidos: las llamadas "fuerzas combinadas" del gobierno ejecutan un plan de "cacería" casa por casa en busca de opositores.
La represión continuó durante el fin de semana. El viernes 13 fuerzas paramilitares asaltaron el campus de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), ocupada por un centenar de estudiantes desde hacía más de dos meses, y asediaron durante horas la iglesia contigua en la que se refugiaron los jóvenes. Hubo otros dos muertos y decenas de heridos. El domingo al menos diez personas murieron en tres ciudades del Pacífico. La ola terrorista llevó a que la poeta y escritora nicaragüense Gioconda Belli, ex guerrillera sandinista que viene denunciando internacionalmente al gobierno de Ortega, advirtiera en una entrevista con una agencia de noticias alemana que "en Nicaragua se puede producir un genocidio sin precedentes en América latina".
El dictador no quiere negociar. El pueblo tampoco.
Los ataques recrudecieron días después de que el presidente afirmó que no dejará el poder ni adelantará las elecciones, y tildó de "golpistas" a todos los que se manifiestan en su contra. Pero ¡que se vaya Ortega! sigue siendo el grito en las calles de Nicaragua pese a la sangrienta represión gubernamental. Incluso en localidades como Masaya, que fueron bastiones de la lucha del sandinismo contra la dictadura somocista en los ´80 y que hoy son símbolo de la resistencia contra el ex guerrillero sandinista, los pobladores se atrincheraron el último viernes para impedir que una caravana que lideraban Ortega y su mujer, Rosario Murillo, no pudiera ingresar en la ciudad.
Desde la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional repudiamos la represión de Ortega y denunciamos a la "mesa de diálogo" que encubre el plan del imperialismo, la Iglesia y los empresarios por una salida negociada para anticipar las elecciones generales, impunidad para Ortega y que siga una economía al servicio de los de arriba. Amplios sectores de la juventud y del pueblo desconfían del "diálogo" y por eso ha seguido movilizándose. Incluso sectores como los de Masaya desconocieron, semanas atrás, el llamado a levantar los "tranques" (los cortes de calles y barricadas).Llamamos a la más amplia solidaridad con el pueblo nicaragüense por ¡abajo Ortega! ¡Libertad a los presos políticos! ¡Justicia para las víctimas y plenas libertades democráticas! Por la formación de comités de autodefensa popular! Por una coordinadora de la juventud y el campesinado que organice la movilización popular revolucionaria para terminar con el gobierno patronal y represivo de Ortega y avanzar por un gobierno de los trabajadores, los campesinos y la juventud.
18 de julio de 2018
Mariana Morena
Miembro de la Unidad Internacional de los Trabajadores (UIT-CI)