26.JUL.18 | Posta Porteña 1930

Mapa de un Engaño

Por Alvaro Diez de Medina

 

El lado Oculto de la Trama Tupamara

 

Libro de Álvaro Diez de Medina

 

Capítulo XV

Primeros pasos de una pesadilla

 

Algunos de los posibles objetivos de la confección del “libro” de Amodio parecen emerger a poco que la historia de la organización subversiva se despliega tras narrar la depuración que se produce con la salida de la misma de las Juventudes Socialistas y el MIR y lo que aquí he llamado el fin de la “infancia” de la sedición.

El máster, en Fontana 23, es claro: “(T) oda la trayectoria tupamara”, pontifica, “está signada por la propensión al caos interno, (manuscrito: y significativamente). (L) os momentos de mayor eficacia (manuscrito: bélica) y política coinciden con una inolvidable lección, con los momentos en los que la organización fue un objetivo primordial y mantenido a cualquier precio”

El tramo no dice mucho y, al tiempo, mucho insinúa, ya que sostener que “toda la trayectoria tupamara” se resume en un “caos interno” deja de lado la evidencia histórica de que la estructura más eficaz de ejecución con la que contara lo fue la llamada Columna 15, establecida a partir de octubre de 1968, y puesta bajo el control de Amodio Pérez y Rey Morales

Este mensaje encubierto es de inmediato seguido por dos nuevos indicios sobre la ajenidad del autor a su materia: asegura que la sedición, en este punto, se organizó en “células de seis integrantes (...) que dependían en forma directa del comité ejecutivo”, cuando en realidad lo hacían de dos comandos, uno político y otro militar, en tanto expresa que el frustrado asalto a FUNSA, el 22 de diciembre de 1966, fue el evento en el que “se descubrió la existencia del MLN”

Tal como lo indicaría Amodio expresamente en su manuscrito, el 22 de diciembre fue en realidad considerado el inicio formal de la desembozada lucha armada del movimiento tupamaro, en contraposición a las actividades mayormente anónimas mantenidas hasta entonces

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El máster, en Fontana 23, 24 y 25, también incursiona en el cotilleo sexual.

Allí donde el manuscrito de Amodio levanta cargos contra Tabaré Rivero por supuestas desprolijidades en el empleo de materiales robados durante los operativos, o por mantener relaciones con una mujer ajena al movimiento, en atención al riesgo que ello entrañaba para las operaciones subversivas, el autor del máster se lanza al ruedo del detalle entre las relaciones íntimas por breve lapso mantenidas por Amodio con Elsa Garreiro, las imaginariamente mantenidas por Rivero Cedrés con Alicia Rey y, finalmente, las mantenidas por Rivero Cedrés con Garreiro, ubicando en el mundo de las consiguientes “mezquindades burguesas” el origen del distanciamiento entre Amodio y Rivero.

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De mayor relevancia, en tanto, es el tratamiento que el máster, en Fontana 32 y 33, da al planificado y fallido asalto a los funcionarios pagadores de la empresa FUNSA, el 22 de diciembre de 1966. A efectos de ese golpe, los sediciosos habían robado de una vivienda localizada en la calle Yaguaneses, esquina Rambla República de México, y mientras sus propietarios disfrutaban con invitados de un asado en el fondo de la misma, una camioneta Chevrolet color celeste, en cuya parte posterior habían instalado un “blindaje” de cemento, así como cortinas que impedían mirar al interior del vehículo (160)

Cuando la camioneta se dirigía, a las siete horas de la mañana, hacia la intersección de la Avda. Propios y Avda. Gral. Flores, un amigo del propietario del vehículo que, por lo demás, había asistido al asado en el que los propietarios se hallaban enfrascados el día del robo, lo vio, dando inmediato aviso a la Policía. En minutos, un patrullero se lanzó en persecución de la camioneta, enlentecida por el improvisado “blindaje”. En esas condiciones es que dio comienzo un tiroteo entre los funcionarios policiales y los inexperientes sediciosos.

En la esquina de Avda. Burgues y Bella Vista, la camioneta se estrelló contra un árbol, y los sediciosos intentaron huir bajo cobertura de un tiroteo, oportunidad en la que cae muerto el joven sedicioso Carlos Flores Álvarez, de 23 años y padre de tres niños. Los demás, entre los que se cuenta quien abriera fuego contra la Policía junto a Flores, Nell Tacci, huyeron a pie. Amodio formó parte del frustrado golpe (161)

Su prevista función era la de dar cobertura al asalto. Desde su motocicleta pudo, por tanto, testimoniar la violenta persecución de la camioneta y el choque contra el árbol. La primera persona en ver el cadáver de Flores, se detuvo lo suficiente como para que Andrés Cataldo y Nell Tacci se montaran al rodado, sobre el que todos ingresaran, por la calle Ramón Márquez, al hotel de alta rotatividad El Lido. Allí, Amodio se quedó con las armas de Cataldo y Tacci, en tanto estos huían a pie. Amodio lo hizo por la entrada que el hotel tenía sobre Avda. Burgues. Los sediciosos se reencontrarían, más tarde, en el local de José L. Terra esquina Larrañaga (162)

Al armamento que los delincuentes llevaban en la camioneta, pronto se le sumó el que la Policía encontraría en el domicilio de Flores, donde se tropezarían por lo demás con indicios que les permitirían un segundo allanamiento, en un inmueble que servía de improvisado polígono de tiro. Ya basadas en declaraciones de la enfurecida viuda de Flores, (163) las autoridades también procederían al arresto de otros complotados con él, en la sede de una “Comunidad Juvenil Eduardo Pinela”, ubicada en la calle Heredia 4440, así como en un local que oficiaba de imprenta clandestina, donde se encontraran planos de la red cloacal. Forzados así a pasar a la clandestinidad, los subversivos montevideanos entre los cuales se encontraban Amodio y Rey se vieron de inmediato privados de sus tres locales más importantes, de la posibilidad de buscar refugio en sus domicilios, así como de los vehículos de los que se valían hasta entonces. Apenas un rancho en Solymar (Canelones) y un sótano en las cercanías del Parque Rodó quedarían inmunes a las redadas que la Policía emprendiera, basada en indicios obtenidos durante la investigación, así como en testimonios de los detenidos

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 Este importante revés es el que emplea el autor del máster a fin de dar rienda suelta a su particular interpretación de los sucesos, desde una perspectiva aparentemente ajena al movimiento, y en contraste con la versión del propio Amodio

Así, en Fontana 32, la muerte de Flores es convertida en un motivo de violento enjuiciamiento del “ejecutivo” por parte de Amodio, el que levanta acusaciones de “irresponsabilidad y aventurerismo” en el curso de una supuesta “tensa reunión”.

 El Amodio así imaginado clama contra “la temeridad como criterio político”, y centra la acusación en Marenales, Rivero y Sendic, “y muy especialmente Sendic”: solo que si el autor hubiera sido verdadero protagonista de este momento, hubiera sabido que Marenales y Manera estaban, en ese punto, distantes y abocados a mantener su apariencia de legalidad en la redacción del diario Época, en tanto Sendic se había mantenido al margen de la organización del frustrado asalto.

Una adjetivada referencia al papel jugado por la viuda de Flores y los dos sediciosos que, con sus declaraciones a la Policía, facilitaron las redadas (Héctor Nieves y Araquel Saradanián (164) permite, al autor del máster, nuevamente centrar la atención del lector en el tema de la traición y no en los errores organizativos que exhibiera el inicio, demasiado temprano en la jornada, del operativo

“Por primera vez”, abunda el autor del máster, “la policía (interlineado: conseguía romper) el hilo protector que nos envolvía (sic), y que nos hacía distantes e inalcanzables a su persecución”

Solo que tampoco era así: hasta el 22 de diciembre, la Policía en realidad no sabía de la existencia de un grupo subversivo en andamiento. Publicar, en 1995, que la Policía “conseguía romper” tal hilo es, por tanto, un anacronismo, tal vez destinado a dejar bajo una luz más favorable a las autoridades policiales de 1966

Arrebatado ya por su ebriedad retórica, el autor del máster comete, en este punto, el error de incluir supuestas reflexiones de índole existencial, despertadas en el Amodio de su creación en ocasión de su pasaje a la clandestinidad. “La muerte deja de ser la invitada de las grandes acciones para convertirse en la compañera de todos los días”, se escribe a mano en el texto. “El amargo sabor de la impotencia y la derrota (...)”, se vuelve a incluir. “Simultáneamente a la (dactilografiado: experiencia de la clandestinidad) llegaba el honroso reconocimiento de revolucionario que me tributaba la Policía”

Basta leer el manuscrito de Amodio de 1972 para comprender cuán ajeno es su estilo de esta almibarada prosa (165)

Marenales, precisamente, cae en esta trampa y, al anotar el “libro” que publica en Mate amargo comenta el “disparate” incluido en referencia al frustrado asalto a FUNSA. “No hubo”, anota, “asalto a FUNSA”: ¿cómo podría no saberlo Amodio, quien precisamente fuera el primero en ver a Flores ya muerto, desde la motocicleta en la que daba respaldo a la operación?

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La comparación entre las versiones dadas por el máster y el manuscrito de Amodio en referencia a la entrevista mantenida por este con el dirigente socialista y abogado de la UTAA José Díaz Chávez (1932), a comienzos de 1967, es otra revelación. En tanto Amodio refiere el encuentro como un intento por buscar apoyo logístico en el PSU tras el tropiezo del 22 de diciembre, seguido de la colaboración finalmente obtenida del Partido Comunista, el autor del máster intentará que la censura de la conducta socialista sea más enfática, y el agradecimiento a los comunistas más rendido

Amodio critica la deserción socialista de aquella hora. Habla de su “mala fe” y “deshonestidad”, así como de las “gárgaras con la palabra revolución” que los socialistas dispensan a quienes iniciaran el camino de la lucha armada (166)

Pero el Amodio del máster va más allá: hablará de “la mediocridad política y el desconocimiento de las más elementales reglas de la solidaridad revolucionaria”, de “mezquindad”, de “oportunismo estúpido” (167)

Una oferta comunista de alojamientos clandestinos o “enterraderos” para los sediciosos había sido, en tanto, formulada por Mauricio Rosencof, quien terminaría por sumarse al movimiento tupamaro. Amodio, en su manuscrito, valora esa actitud como un bienvenido apartamiento comunista de su línea “conservadora”, aunque matiza el juicio: el auxilio, escribe con cautela, podría ser una “estrategia del PC para aislar a los miembros de la dirección del MLN-T y del resto de las bases y, como contrapropuesta, se plantea que esos enterraderos sean para alojar a los militantes de base, cosa que el PC acepta” (168)

 No es así como lo dispone el autor del máster. Para su Amodio, el “gesto” comunista “(manuscrito: aunque tan solo sea calibrada desde el punto de vista moral) resalta su condición de revolucionarios, por más que en la práctica política muchas veces parezcan (sic) no serlo”. “El salvavidas”, se entusiasma, “es agarrado en el aire, y el Partido Comunista se convierte en el salvador del MLN en esta emergencia

(Manuscrito: Las relaciones con el Partido, a partir de aquel instante, nunca perderán de vista el respeto y la consideración. Se acepta el ofrecimiento, aunque se decide que en los domicilios proporcionados por los comunistas solo se alojarán militantes de base, y esta condición se plantea como un doble requisito de seguridad: para ellos y para nosotros)”

El panegírico pro-comunista del autor es inocultable, llevándolo, en Fontana 38, al extremo de concluir, en referencia a los tupamaros, que “(N) osotros permanecimos en el Uruguay y la historia, (manuscrito: que fue otra de la que ellos quisieron), se encargará de abrir los juicios necesarios. El MLN tenía una función que cumplir en la tierra que le había dado nacimiento; en buena medida, esa función se cumplió”

El verboso escriba había así descuidado el hecho de que Héctor Amodio Pérez hubiera tomado, en 1972, la resolución de escribir su libro precisamente para desmentir este punto y, con ello, proponer una justificación a su trayectoria y sus actos

Notas

160) Todo lo cual se hiciera en el local de José L. Terra esquina Gustavo Gallinal, al que la sedición llamaba “el taller”, y cuya cobertura era un taller de mecánica y electricidad. No debe confundirse con el local ubicado en José L. Terra 2461, cuya fachada era una academia que impartía cursos de inglés y contabilidad, y la sedición llamaba “el club”

161) Blixen, en su libro Sendic (pág. 135) asegura que Rivero Cedrés, quien no habría intervenido en el operativo a raíz de haber sido recientemente suspendido en razón de los problemas generados por su acoso sexual a Elsa Garreiro, “tenía una premonición”. “El Bebe estaba en contra, pero no tenía una posición tajante. Rivero, en contra, y algunos argentinos; otros compañeros estaban a favor”. Otra fantasía. El exempleado de FUNSA Tabaré Rivero fue precisamente quien proveyera de los informes para el operativo. Sendic buscó apenas asegurarse de que el robo de la nómina no representara un trastorno para los trabajadores de la empresa, en tanto los sediciosos argentinos no integraban formalmente la organización, ni lo harían, con la sola excepción de Andrés Cataldo. Y todos ellos, por cierto, participaron del operativo.

162) La aceitada versión de Blixen (pág. 136) refiere a que Nell “se hizo conducir (sic) en una moto hasta Pocitos” (¡!), en tanto “Amodio se quedó entreverado entre los mirones”. El autor es realmente cuidadoso con sus detalles

163) Un tramo característicamente olvidado de esta historia es el que le cupo a la madre de Flores, quien, tras enterarse de la muerte de su único hijo, perdería la razón. El primer autor que ha analizado esta destructiva dimensión personal y familiar del movimiento subversivo, enfocado en las mismas familias de los terroristas, es Leonardo Haberkorn (Historias tupamaras, op. cit., pág. 162 y ss.)

164)  A quien el autor del máster se refiere como “Anaquel Saradaniún”.

165) Un obviamente desbordado Marenales anota aquí refiriéndose en realidad al autor del “libro”: “no merecen comentario las ridiculeces que afirma Amodio”

166) El PS negó toda ayuda, exigió la renuncia de Marenales y Manera al partido, y pidió la lista de los afiliados involucrados en la emergente sedición: tal el origen de las renuncias que, en masa, se producirán en febrero de 1967

167) Según el autor del “libro”, Díaz habría requerido a Amodio la “renuncia de todos (los sediciosos) que continuábamos aún afiliados, con la sola excepción de Raúl Sendic”, ante lo que anota Marenales que “fueron los compañeros que continuaban como integrantes del Partido Socialista quienes renunciaron por razones de seguridad. No lo habían hecho antes”. Solo que, en realidad, los renunciantes eran quienes se hallaban en la clandestinidad, por lo que las mentadas “razones de seguridad” carecían ya de sentido. Fue en relación a los integrantes de la sedición que aún operaban en la legalidad que se ocultó la información a las autoridades partidarias, y ello sí por razones de seguridad

168) De hecho, en reportajes radiales Amodio ha destacado que la primera asistencia recibida por entonces provino de la FAU, hasta la aparición de Rosencof, quien en representación del PCU, aportara el local ubicado en la calle Espartero, esquina Feliciano Rodríguez, al que la sedición conocería como el “apartamento uno”


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