29.AGO.18 | Posta Porteña 1944

El lado Oculto de la Trama Tupamara

Por Alvaro Diez de Medina

 

Libro de Álvaro Diez de Medina

Capítulo XVI

Desplegando las alas

 

La historia que hasta aquí narra el manuscrito y sus adulteraciones corresponde a un interludio trágico, pero aún reversible para el país: la sedición ha merodeado su desaparición en medio de gazapos delictivos, y la posibilidad de que sus bríos insurreccionales fueran canalizados hacia otros objetivos, tan distantes como Bolivia, aún estaba en el horizonte.

De hecho, el gobierno colorado de la época enfrentaba un desafío más relevante que el de los activistas tupamaros: la huelga revolucionaria, esgrimida por la estrategia comunista como forma de derribar el orden institucional.

Con la asunción de Jorge Pacheco Areco (1920-1998) a la Presidencia de la República el 6 de diciembre de 1967, el “libro” comienza a delatar los bríos de su editor.

“El Uruguay (manuscrito: liberal) daba sus últimos coletazos, y nosotros oficiábamos de médico forense”, resume su ficticio Amodio. “Las condiciones de la lucha revolucionaria iban fatalmente a endurecerse aún más” y, si la opinión pública no se había volcado de inmediato a favor de los sediciosos el autor ensaya sus explicaciones: “porque no logramos romper el cerco profiláctico (interlineado manuscrito: con el que) nos buscaba marginar el régimen de las preocupaciones populares”, (169) o “porque la izquierda tradicional no quiso acompañarnos, cuando las condiciones les (sic) aseguraban una empresa victoriosa (sic)”, o simplemente porque la sedición no supo “llegar a los anhelos (manuscrito: ni atender los temores del pueblo)”

La versión del “libro” refiere, de inmediato, la polémica ilegalización del Partido Socialista del Uruguay, así como la clausura de varias publicaciones filo-tupamaras con las que diera comienzo la administración Pacheco, y lo hace mencionando a Andrés Cultelli, administrador de una de ellas –el diario Época–, quien se había sumado a la sedición en 1965: la referencia a Cultelli es tomada de la pág. 7 del manuscrito de Amodio, e insertada aquí por su mejor efecto.

Curiosamente, el “libro” no recoge los comentarios formulados por Amodio en su manuscrito, en el sentido de que la ilegalidad a la que fueran relegados por la administración Pacheco algunos grupos y medios políticos de izquierda extrema, habría alimentado la campaña de reclutamiento de cuadros subversivos.

En diciembre de 1967, un inesperado enfrentamiento entre una célula tupamara que buscara discreción en El Pinar (Canelones) y un par de agentes policiales había culminado con uno de ellos seriamente herido de bala, y la desbandada de los sediciosos. El movimiento tupamaro acompañó, a continuación, aquel aún impactante hecho con un comunicado dirigido a la Policía al que, precisamente, diera amplia difusión la prensa simpatizante, en especial el periódico pro-tupamaro Época, ya convertido en una virtual organización de pantalla del movimiento y cantera de reclutamiento de sus integrantes.

No era un texto cualquiera. Refería, en primer término, el episodio de El Pinar bajo la propia luz interpretativa de la sedición, al punto de sostener que los sediciosos que habían disparado contra el agente le habían brindado auxilio médico y, tal vez, por ello salvado su vida. (170)

A continuación, el texto hervía en declamación revolucionaria. La lucha que así se presentaba en público tenía por solo límite “la victoria o la muerte”. Representaba el fin de “la paciencia” y la “conversación”.

Era, en suma, una clarinada de “lucha”. Fue la publicación de este texto, sumada a la publicación, el 4 de diciembre de 1967, del llamado “acuerdo de Época”, en el cual periodistas, accionistas, militantes y amigos del diario, así como las organizaciones FAU, MAPU, MIR, MRO, PS y el grupo denominado de “independientes”, suscribían la promoción periodística de un proceso de “maduración de las condiciones para la revolución en el Uruguay”, en el marco de las interpretaciones hechas por la OLAS en Cuba y la acción armada en Bolivia, todo lo cual llevó al Poder Ejecutivo a disponer la clausura del periódico el 7 de diciembre

Y con él, la administración Pacheco también dispuso la clausura del semanario socialista El Sol e ilegalizó a las organizaciones firmantes del “acuerdo”, ordenando la detención del consejo editorial de Época. Donde el acuerdo de Época hablaba de “destruir el régimen vigente” en lo interior y “liberar al país de la tutela del imperialismo” en lo exterior mediante la “lucha armada”, el nuevo presidente no se había detenido en interpretaciones semánticas. Pacheco Areco había hecho, en suma, su propia interpretación del comunicado tupamaro así como del concierto político que aspiraba a legitimarlo, y lo había hecho al pie de la letra.

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El embeleso pro-comunista que denota el autor del “libro” queda expuesto en el tratamiento que dispensa al informe presentado por Sendic a su regreso de Cuba, producido inmediatamente después del incidente de El Pinar.

El manuscrito de Amodio registra el hecho con su acostumbrada parquedad: “se sigue (en Cuba) con atención la situación uruguaya, no están muy seguros de las posibilidades de la guerrilla urbana, ofrecen cursos en Cuba, vienen unos pocos dólares, imposible recibir armas dado que los soviéticos le cobran el armamento y la economía cubana no permite invertir dólares en armas para el Uruguay, aconsejan unirse con el P. Comunista y proporcionan contactos con organizaciones argentinas” (pág. 19)

El autor del “libro” observa la cuestión desde otro ángulo, según se ve en Fontana 56. Los prometidos “cursos de adiestramiento” son aquí bienvenidos, y las dificultades financieras del régimen cubano son comprensivamente explicadas: “claramente” había la mejor disposición de ayudar al movimiento tupamaro, como lo evidenciaba la formación, en agosto de 1967, de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), tras la realización de la Primera Conferencia Tricontinental de Solidaridad Revolucionaria, “que ya había demostrado en oportunidades anteriores por todos conocidas que se hallaba bien dispuesta a colaborar con la revolución continental”(171)

En cuanto a la recomendación cubana de sumar fuerzas con el PCU, es juzgada “imposible”: “los hechos”, comenta el ficticio Amodio del “libro”, “nos dieron la razón cuando Pacheco desplegó todo el poder represivo del régimen, y los camaradas reaccionaron tibiamente. (Interlineado manuscrito: Sólo el desconocimiento de los cubanos de cuál era la línea del PC uruguayo, hacía comprensible)” esa actitud. La sola referencia a un “desconocimiento” por parte del régimen cubano de la línea política del PCU, cuando ambas formaciones políticas se atenían a pie juntillas a la línea dispuesta por el régimen soviético de Moscú, basta para ilustrar la intención del texto editado(172)

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1968 fue, en este sentido, el año paradigmático de la estrategia comunista en Uruguay.

A continuación del intento cubano por persuadir, en 1967, a los poco impactantes tupamaros en el sentido de abandonar su esfuerzo por lanzar al ruedo una guerrilla urbana y, en lugar de ello, unirse a la guerrilla rural que, desde Cuba, se impulsaba en Bolivia, el PCU, a través de sus organizaciones anexas, constituidas por la poderosa central sindical Convención Nacional de Trabajadores (CNT), la Unión de Juventudes Comunistas (UJC) y la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUU), había logrado mantener al país en un estado de planificada e indeclinable agitación, expresado en una ininterrumpida cadena de huelgas, paros, manifestaciones violentas, ocupaciones, piquetes, en empresas y locales de estudio

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El 7 de agosto de 1968, el movimiento tupamaro secuestró al presidente interventor de UTE, Ulysses Pereira Reverbel, en una operación que tuvo lugar en el domicilio de este, Rambla Wilson 517. El golpe fue ejecutado por Marenales, Rivero Cedrés y Manera, con el apoyo, en otro vehículo, de Falero, Amodio y el conductor, Carlos Tikas Plechas, y dejó por saldo dos heridos: el chofer del vehículo oficial y el secretario de Pereira(173) Maestro, abogado, representante nacional por el Partido Colorado (1955-1959), el artíguense Pereira, de 51 años de edad, era amigo personal del presidente de la República, y uno de los partidarios más firmes de mantener el principio de autoridad frente al sindicalismo activista: por su iniciativa, se había recurrido a la fuerza pública para disolver manifestaciones y piquetes organizados a fin de interrumpir los servicios del ente que presidía desde 1967

Tal como refiere Amodio en su manuscrito, la iniciativa de esta operación estuvo a cargo del mismo Sendic, y se basaba en la cercanía de Pereira al presidente Pacheco, a su política “anti-sindical” y, curiosamente, a un homicidio que habría protagonizado en su juventud y en el departamento de Artigas, y por el cual habría cumplido pocos meses de prisión. Estos débiles fundamentos se conjugaban con el objetivo estratégico de hacer una demostración pública de fuerza por parte de la sedición (174)

Amodio, sin embargo, no había acompañado la decisión, cuando ella fuera consultada en un círculo más amplio. La detención de Nell Tacci a mediados de 1967 había debilitado, a su juicio, la estructura organizativa del grupo, sin ser reemplazada por otra, y el enfrentamiento del Poder Ejecutivo con las organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles permitía pensar que una sucesión de actividades de las consideradas como “propaganda armada” sería mucho más productiva para la acción subversiva que un acto de gran visibilidad y potencial represivo (175)

El autor del “libro” edita este tema con entusiasmo. Refiere la oposición de Amodio al secuestro, pero interlinea: “no porque el corrupto dirigente de UTE no recibiera los atributos de idoneidad necesarios –el sadismo represor contra los obreros del Ente no era desconocido por nadie– sino porque…” (Fontana, 59). El que la vida de Pereira Reverbel hubiera estado en grave peligro, como consecuencia de la excesiva dosis de pentotal que se le suministrara al ser secuestrado, se refiere como un “(manuscrito: ajusticiamiento (sic) accidental)”, que obligara al entonces estudiante de medicina Ismael Bassini a practicarle respiración artificial. No satisfecho, el editor escribirá a mano que el vómito que casi mata al secuestrado habría ocurrido “a causa del alcoholismo crónico de Pereira”

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El cruento regodeo del editor gana impulso por una significativa omisión: la de las páginas 21 y 22 del manuscrito, en las que Amodio resumiera sus críticas organizativas de marzo de 1968, firmemente resistidas por el “ejecutivo” del grupo, pero que incongruentemente verá recogidas en octubre de ese año, tras su ingreso formal a ese “ejecutivo”

La omisión no es menor: se trata nada más y nada menos que de la relación de los términos en que transcurriera la llamada segunda convención nacional del MLN (marzo de 1968). La crítica que Amodio formula en su manuscrito a aquel evento es dura. Sostiene que el mismo se basó en un mal sustentado informe, en el que se propuso la esquemática adopción del concepto leninista de “centralismo democrático” en la organización del movimiento: una suerte de círculo vicioso en el que las decisiones se adoptaban al margen del involucramiento directo de los nuevos reclutas de la sedición, y de su formación clandestina.

El “guion Marius” recogía, en este punto, la anotación de Amodio de que la “convención” tuvo lugar con la asistencia de “30 clandestinos y 250 legales” (punto 40 de los identificados, pág. 21 del manuscrito). Amodio, en tanto, aclara que los “periféricos” (o “legales”, tal como agrega entre paréntesis) no incidieron “en nada, ya que su integración es muy relativa”: algo que obviamente el autor del “guion” no tenía claro(176)

Pero el autor del máster resuelve expurgar toda referencia a esta “segunda convención” y, con ella, a los problemas que enumera Amodio en este tramo de la historia del movimiento: el aumento en el número de activistas, con detrimento de su calidad formativa; la súbita irrupción de un contingente “descompartimentado” de activistas de raigambre trotskista, a cuyo frente se designa a Tabaré Rivero; la presentación, en mayo de 1968, de un informe redactado por Alicia Rey, Alfredo Rivero y Héctor Amodio, en el que se propone la efectiva descentralización operativa de tareas y responsabilidades como forma de dar respuesta a los reclamos de los nuevos reclutas, así como a su formación.

Es obvio que quien editara el texto, interesado en exhibir a Amodio como renuente partícipe del crimen que se cometiera contra Pereira Reverbel que, de todos modos, le era simpático, no tenía intención alguna de concederle, al menos, el beneficio de acertar en el planteo descentralizador que finalmente resultara aceptado por la fuerza de los hechos

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La realización del llamado “simposio de octubre” (que tiene lugar a lo largo de varias reuniones, entre el 24 de septiembre y el 2 de octubre de 1968), es un evento que el manuscrito de Amodio destaca. Lo que en esas reuniones se definía era crucial.

Tras el desmantelamiento material de mediados de 1967, la organización debería definir si optaba por centralizar la toma de decisiones, recoger el planteo descentralizador formulado por Amodio y Rey en mayo, o recoger el planteo de Sendic en el sentido de centralizar la dirección política, dándole autonomía operativa a las distintas unidades. Cuando, días después, la posición centralizadora sostenida por Marenales y Fernández Huidobro se viera debilitada tras el arresto del primero el 8 de octubre, se optará por definir un plan de acción, y al cabo descentralizar su ejecución en siete columnas.

Para Amodio, y según su manuscrito, esta decisión está en la raíz del impulso operativo que el MLN-T protagonizará en 1969. El foco del “libro” será, sin embargo, otro.Se detendrá, primero, en las acusaciones que Alicia Rey formulara contra la dirección en general, y contra Manera y Marenales en especial, en razón de sus actitudes “machistas” (Fontana, 53), y volverá sobre “situaciones intolerables como la provocada por Rivero contra Elsa Garreiro” que, en este punto, parecían ya superadas.

Es notoria, pues, la insistencia del editor en censurar a Rivero, a través de las expresiones de su ficticio Amodio (177)

Marenales, comentando el texto del “libro” en este punto sostendrá que su autor “omite decir que él también pidió la baja en esa oportunidad”, algo que hubiera sido aceptable para una minoría a la cual “Amodio y Rey no ofrecían confianza”. Juzga, naturalmente, el rechazo de esta supuesta solicitud como un “gravísimo error”

Pero Amodio no solicitó su baja en ocasión del llamado “simposio”, sino que ya lo había hecho unos meses antes, y en ocasión de plantearse los conflictos con Rivero Cedrés y Topolansky. En esta ocasión, nada se deliberó en relación a él, y prueba de ello es que una semana después de cerradas las deliberaciones del “simposio”, pasó a integrar efectivamente el “ejecutivo” de la organización. Con otro énfasis, el análisis del “simposio” en el texto estará localizado en la consideración de la renuncia presentada por Sendic al “ejecutivo”. La motivaba tanto su deseo de participar activamente de las acciones armadas, como el hecho de que no se le hubiera consultado, antes de proceder a la liberación del secuestrado Pereira Reverbel el 11 de agosto de 1968.

Bajo esta luz, pues, el eje de la versión pasa a ser el de la crítica del Amodio conjurado por el autor del texto, dirigida a Sendic por el hecho de representar un “papel de ofendido (...) (manuscrito interlineado: atrincherado en el ultramilitarismo(178) y el tremendismo”), abocado a establecer la “institucionalización del caos” (Fontana, 54)

De esta forma, el editor ha expurgado del texto toda crítica al centralismo operativo, efectivamente representado en ese momento por Manera, Marenales y Fernández Huidobro y verdadero tema central de aquel “simposio”

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“La moción aprobada” por el simposio, según resume el “libro”, “no significó un cuestionamiento de los criterios organizativos que habían salido de la II Convención Nacional” (Fontana, 55). Esto es clara y exactamente lo contrario de lo que afirma Amodio en su manuscrito, al relatar cómo el “simposio” termina por adoptar una fórmula “ambigua”, de autoría de Andrés Cultelli,(179) por la cual se dispusiera la adopción de una “descentralización progresiva”. Tal fórmula daría, por lo tanto, vuelta a los “criterios organizativos” de la segunda “convención”, al disponer la inmediata organización de dos columnas, encabezada la primera por Aníbal de Lucía Grajales (a) Raúl, Leonel Martínez Platero y María Elia Topolansky(180) (bajo control, en el “ejecutivo”, de Marenales), y la segunda por Falero Montes de Oca,(181) Bassini y la esposa de Fernández Huidobro, Nelly Graciela Jorge Pancera(182) (bajo control, en el “ejecutivo”, de Fernández Huidobro y Sendic) (pág. 25). Amodio y Rey, proponentes del curso de acción que así se había adoptado, resultaban desplazados (183) Marenales en sus anotaciones presenta este hecho como una sanción, similar a otras anteriores, y en ratificación del hecho de no ser dignos de “confianza política para ser designados cabezas de columna”… pese a que la situación incongruentemente se revertiría en forma drástica pocos días después

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El 8 de octubre de 1968 la Policía detiene a los sediciosos Julio Marenales, Leonel Martínez Platero y Carlos Rodríguez Ducos. La caída de los tres se debió a una torpeza de Alberto Candán Grajales, quien perdiera un rollo de fotos a la salida de una casa de fotografía perteneciente a uno de sus primos. Encontrado por un transeúnte, y entregado a la Policía, el rollo contenía fotografías de sediciosos que iban a ser usadas en la falsificación de documentos de identidad. No fue, por tanto, un despliegue de elaborada pesquisa policial el que llevara al comisario Alejandro Otero (1931-2013) a disponer una estrecha vigilancia del vecino laboratorio fotográfico (184)

Marenales, Martínez y Rodríguez fueron así capturados al llegar al laboratorio a bordo de una camioneta Volkswagen azul empleada por la sedición, y que era una copia, en todos sus registros, de otra, idéntica, de propiedad del “periférico” socialista Mario Jaunarena y su esposa, Yenia Dumnova(185)

El laboratorio arrojaría otras pistas a la Policía: bajo una ampliadora se había escondido un relevamiento del casino del Hotel Carrasco de Montevideo, el que se dejó en su lugar, como forma de alentar la prosecución del plan, según pronto pudieron determinar los sediciosos, al comprobar que el casino era fuertemente vigilado. En la madrugada del 29 de noviembre de 1968, y tras verificar que las autoridades habían interrumpido la vigilancia del casino, seis personas tomaron por asalto la tesorería, huyendo con un botín estimado por las autoridades en 25.000 dólares. La dirección del operativo, a cargo de la Columna 2, había recaído en Falero Montes de Oca, quien le encomendara a Amodio el relevamiento del blanco elegido así como la planificación logística del operativo: las visitas de Amodio, en compañía de María Teresa Labrocca Ravellino (a) Lía, al casino estarían en el origen de las murmuraciones que, más adelante, le atribuirían gustos sofisticados, sobre todo en su vestimenta.

El golpe había resultado exitoso. Si bien al día siguiente la Policía logró, en el curso de un allanamiento en la vivienda de Labrocca, (186) encontrar armas, volantes y bolsas vinculadas al robo, lo cierto es que la sedición se había hecho de una importante suma de dinero, estimada en seis millones de pesos, que pronto distribuyó entre las columnas y el “ejecutivo”, y que le permitió, según escribe Amodio en su manuscrito, “capear un poco la situación planteada por la caída de Marenales”. El editor del “libro” se tomará, sin embargo, el trabajo de adornar esta situación. “(Interlineado manuscrito: a mí me correspondió la planificación y organización del asalto, y decidí tomar) personalmente (interlineado manuscrito: la dirección del operativo) que se desarrolla en forma impecable”, escribe. “(Interlineado manuscrito: fue) posible cumplir impecablemente el objetivo… no solo había sido un éxito (interlineado manuscrito: como operativo) sino que además había sacado al Movimiento de la penuria económica” (Fontana, 70)

El Amodio que emerge del texto es caricaturescamente vanidoso, y no se detiene ante la posibilidad de atribuirse méritos de mayor impacto que el real. La faena del autor se completa al referir, a continuación, el cerco y arresto de un contingente sedicioso en las inmediaciones de Pando (Canelones), producido el 11 de diciembre de 1968: allí cayeron arrestados Falero, Pedro Dubra Díaz, Corina Devita Decuadra, Jesús Rodríguez, Líber y Aníbal de Lucía Grajales (a) El Kaki, Ismael Bassini y el “cañero” Alvear Victorino Leal incautándose además armas, documentos falsificados, bombas, granadas así como pertrechos médicos y mecánicos.

Mientras el manuscrito de Amodio destaca que la virtual caída de uno de los comandos dejaba en evidencia los errores organizativos a los que se referían sus críticas y las de Rey, el autor del “libro” rápidamente personaliza el ataque. La mirada del manuscrito de Amodio está claramente puesta en el error que, a su juicio, suponía mantener en idénticos recintos el sector armado y el de servicios; la del autor del “libro”, en enfatizar la responsabilidad que del fracaso cabía a Raúl Sendic. Así insiste: “(Interlineado manuscrito: Sendic trataba de defender su mito, a costa de su valor revolucionario, y pensaría que reconocer errores de alguna manera lo ‘humanizaría’”. Y sugestivamente suprime el comentario hecho por Amodio en el manuscrito, en el sentido de que, tras beneficiarse de la lección arrojada por este tropiezo, Fernández Huidobro “por inexperiencia y apresuramiento” procedería luego a “transformar la descentralización en autonomía” (Fontana, 70)

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Julio Marenales, en sus anotaciones de Mate amargo, saca una conclusión del texto así elaborado: es “otra ensalada de Amodio destinada a denigrar a Sendic y enaltecerse él”. A partir de ese punto, empero, reconoce que Amodio asciende en la organización y en la misma medida en que ella recibe golpes represivos. Esto, y la supuesta “ceguera” de Sendic y Fernández Huidobro ante la “aparente eficiencia militar de Amodio”, habrían llevado a ambos a desestimar nuevas “denuncias” –que no detalla– de supuestos grupos y militantes contra Amodio y Rey Morales. Pero, una vez más, Marenales parece perder el hilo lógico. La supuesta “eficiencia militar” de Amodio se funda, notoriamente, en este momento en el resultado del asalto al casino del Hotel Carrasco… decidido, sin embargo, cuando él ya había pasado a integrar el “ejecutivo”. Las supuestas “denuncias”, en tanto, se muestran poco creíbles: en este momento, Rey Morales está a cargo de la coordinación de tres grupos de militantes “periféricos”, estrictamente compartimentados del resto de la organización, en tanto Amodio ha sido puesto en control del servicio de documentación que producía las falsas cédulas de identidad que daban cobertura a los militantes clandestinos, actividad que desarrollaba en estrecho y único contacto con Alfredo Rivero Cedrés, hermano de Tabaré

¿Por qué Marenales omite, en 1995, recordar en voz alta a los integrantes de la organización que tan tempranamente habían percibido la amenaza supuestamente representada por Amodio, al punto de denunciarla?

???

169/ El autor parece haber descuidado el hecho de que suene por lo menos curioso leer que un grupo alzado en armas resienta el que el gobierno contra el que se alza lo “margine de las preocupaciones populares”

170/ Tal duplicidad argumental pasaría a ser una de las más persistentes características del discurso público tupamaro. Sus víctimas serán, en sus narraciones, invariables objetos de inmediatos cuidados humanitarios, en tanto las de sus filas serán también invariablemente “rematadas” o, alternativamente, abandonadas a una prolongada agonía

171/  Esta relación deja en evidencia lo incongruente del texto del “libro” editado que publica Marius en La tiranía de la miseria (pág. 147), al atacar a la URSS por su condición de “bolches de la boca para afuera e imperialistas del bolsillo para adentro”

 

172 / Al comentar el texto del “libro”, Marenales naturalmente expresa perplejidad. Le atribuye a Amodio el hacer “una ensalada muy personal y caprichosa por un lado y por otro escribe por encargo”… de sus captores militares, según se infiere. Por ello, Marenales recuerda la política de “auto-abastecimiento” de la sedición, en especial en materia “de finanzas”: con lo que afirma que la sedición se bastaba económicamente con el producto de sus rapiñas. Recuerda el hecho de que los tupamaros no fueran invitados a participar de la OLAS, así como la opción local por una guerrilla urbana y su renuencia a sumar fuerzas a la boliviana, en línea con lo sugerido desde Cuba. Acertadamente infiere que el texto procura “‘probar’ la injerencia cubana en nuestros asuntos”, a despecho de lo que verdaderamente refiere en este punto el manuscrito de Amodio Pérez

173 /Una premeditada e inexplicable distorsión, reiterada en varias fuentes, y por el propio Marenales, ubica a José Mujica entre los secuestradores. No tuvo papel alguno en este delito

174/ Pese a la profusión de panfletos arrojados por los activistas en diferentes puntos de Montevideo, e incluso notoriamente distribuidos junto con las ediciones de periódicos de izquierda, en los que abundaban los supuestos fundamentos ideológicos del crimen, el movimiento subversivo hizo lo indecible para, al tiempo, ridiculizar y denigrar personalmente a Pereira: publicitó su condición de homosexual, se burló de su perfume y de sus modales, de su voz y aun de las humillaciones que padeciera durante su reclusión. El “hombre nuevo” era, por ende, muy parecido al viejo.

175/ Marenales comentará que Amodio se opuso al secuestro “porque en ese entonces se oponía a todo”, en razón de hallarse “postergado”: se trata de una interpretación curiosa, habida cuenta de que, por estas fechas, Amodio juega un papel de sostén de la dirección tupamara en su necesidad de retomar el control sobre una organización debilitada tras el incidente que tuviera a Nell Tacci por protagonista.

176/ El trabajo de adulteración del manuscrito original de Amodio por parte del “guion Marius” se percibe aquí con claridad. El texto que se elaborará sobre este punto refiere a la inmediata adopción, por parte del encuentro, de la política de “centralismo democrático (...) con lo cual damos un paso decididamente adelante”. En su manuscrito, Amodio se refiere a tal “centralismo democrático”, defendido por Manera y Marenales, en los siguientes términos: “se presenta como la panacea para la solución (sic) de los problemas internos, pero dado el grado de desarrollo y de formación política de los militantes, se convierte nada más que en una conjuración mágica que elimina todas las discusiones”

177/ Problemas que el anónimo editor refiere a un “movimiento revolucionario (...) que comenzaba a ser decisivo en el destino del país”… pese a estar discutiendo qué tipo de estructura adoptaría, y tras haber recién ejecutado su primer secuestro

178/ Marenales hará de este punto un alegato recurrente: atribuir a Amodio el vicio del “ultramilitarismo”. Pero ello hace perder el foco en los hechos que hablan por el “simposio”: un debate en torno a la forma organizativa que debía darse el grupo, con prescindencia de un debate sobre una supuesta “tendencia militarista”, por lo demás contradictoria con la oposición expresada por Amodio al secuestro de Pereira Reverbel

179 /Junto con Alfredo Rivero Cedrés, los únicos “legales” asistentes a la reunión

180/ Rey Morales narró que, en un aparte, Topolansky le manifestó su coincidencia con el planteo formulado por la primera en el “simposio”, así como su decisión en el sentido de votar en contra del mismo, en razón de habérsele ya ofrecido la dirección de un nuevo grupo

181/ El Grandote: único integrante de columnas partidario de la descentralización propuesta

182 /El texto del máster menciona, al igual que los “guiones” que le sirvieran de tutor, a Graciela Jorge como Graciela Pancera, y ello basta a Marenales para identificar “la mano militar detrás” del mismo, aunque no para preguntarse por qué lo haría, conociendo bien a la sediciosa como lo hacía.

183/ Como se ve, resulta desmentida, tanto por el manuscrito como por el máster, la versión que Fernández Huidobro da en el Sendic de Blixen en cuanto a que en ese setiembre “el Bebe y el Ñato resolvieran (sic) (…) dar de baja a Amodio y a Alicia Rey Morales”, supuestamente reimplantados por intercesión de otros asistentes, y resultando en la designación de Amodio como “miembro de la dirección”. Nada en esa relación es cierto

184/ Este episodio tendría una interesante y sintomática derivación, a la hora de urdirse la leyenda tupamara. José Mujica, en sus conversaciones con Miguel A. Campodónico (Mujica, Ed. Fin de Siglo, 2009) propondrá un comentario en el sentido de que, años después e “hilando más fino”, él y Fernández Huidobro habrían vinculado a Amodio con la voluntaria entrega a la Policía de los archivos fotográficos, tesis que también característicamente desliza Fernández en escritos y entrevistas. Interrogado al respecto Julio Marenales (Marenales. Diálogos con el dirigente histórico tupamaro, Sergio Márquez Zacchino, Argumento, 2010), sin embargo, espontáneamente exclamaría: “¡No, no fue Amodio! Fue Candán. Eso nunca se dijo, pero es así”. Como se ve, tampoco es cierto lo que afirma Blixen, en Sendic (pág. 152) en cuanto a que Marenales, Martínez Platero y Rodríguez Ducos fueran aprehendidos “durante un tiroteo” y cuando viajaban en una camioneta fácilmente rastreable al local de “Marquetalia”, que en razón de ello fuera incendiado por la sedición el 13 de octubre siguiente

185/ El ex-funcionario diplomático socialista Jaunarena mantenía una estrecha amistad con Marenales. Su amplio apartamento en las inmediaciones de la plaza Gomensoro de Montevideo, así como sus constantes viajes al exterior en calidad de intérprete para organismos internacionales, le habían permitido brindar, junto con su esposa, refugio, apoyo material y logístico a los guerrilleros, incluida la emisión de programas radiales clandestinos. Aunque periférico, el matrimonio Jaunarena tendría un rol muy activo en su apoyo al MLN, y abandonaría el país en mayo de 1972

186/ Quien, como consecuencia, pasara a la clandestinidad


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