13.SEP.18 | Posta Porteña 1949

Mapa de un Engaño

Por Alvaro Diez de Medina

 

El lado Oculto de la Trama Tupamara

 

Libro de Álvaro Diez de Medina

Capítulo XVII    Victorias que son derrotas

 

Amodio da comienzo en su manuscrito a la presentación del año 1969 con un análisis organizativo del aparato subversivo, anotando que, al inicio del año, cinco de las siete columnas creadas se mantienen en pie: las 1, 5, 10 y 15 en Montevideo, la 7 en el interior del país (187)

La dirección de estas columnas, según el orden que anota, corresponde a Raúl Sendic (7), Héctor Amodio (15) y Eleuterio Fernández (1, 5 y 10), y se estructura en base a criterios de compartimentación de sectores bien diferenciados: político, militar y de servicios. De inmediato, el manuscrito anota los pormenores que rodean la presentación, para su estudio en febrero de 1969, de un documento, al que se llama “4”: un trabajo organizativo que, pese a apuntar a desarrollar la especialización de las tareas subversivas, terminaría por ser mal planteado y poco discutido: su único efecto sería el de prestarse a diferentes interpretaciones por parte de los comandos

 Según la interpretación realizada por Amodio en su manuscrito, en tanto Fernández Huidobro leía el documento a la luz de un predominio de la actuación política, Amodio lo hacía como una orientación en el sentido de formar un “gran aparato militar y logístico” que empleara al sector político como “cantera de reclutamiento”. Sendic, por su parte, habría prescindido de toda prioridad política, sin especializar las tareas militares o de servicios.

El resultado de esta desinteligencia, según la interpretación de Amodio, habría sido el de que, con excepción del período que iría entre octubre y mediados de diciembre de 1969, el peso de la acción insurgente recaería sobre la llamada Columna 15 a su cargo: “esto no se debió al trabajo de Amodio”, apunta, “sino que respondió a un estilo de trabajo que se impuso desde el comando de la columna”, especializado en tareas militares a cargo de Candán Grajales, políticas a cargo de Rey Morales y de servicios, a cargo del mismo Amodio (188)

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 El autor del “libro”, en tanto, preferirá prescindir de este análisis. Manteniendo en su texto el orden con el que Amodio identifica los comandos de las columnas, optará por interlinear que “el tránsito de cargos sigue, se busca con las renovaciones salvar los errores que nos pertenecían a todos por igual”. No satisfecho con ello, toma el 52.o punto del “guion Marius”, referido a la modificación que tiene lugar en el ejecutivo tras el regreso de Manera de Cuba y su inmediato arresto el 21 de marzo de 1969, y en el que se anota el ingreso al mismo de Efraín Martínez, a cargo de la Columna 1, el reemplazo de Amodio al frente de la Columna 15 por parte de Víctor Mansilla (a) Negro, y la designación del mismo Amodio a cargo de “todos los servicios del MLN, manteniendo Sendic la 7 y F. Huidobro la 5 y la 10”

“El cargo”, interlinea, insistente, el autor del “libro”, “se me ofrecía como un tardío reconocimiento” (Fontana, 72)

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El interés organizativo que expone el manuscrito se evidencia en el análisis que hace de una de las crisis internas del “ejecutivo”, producida a mediados de marzo de 1969, en el transcurso de la cual se llegó a sopesar la posible exclusión de Tabaré Rivero de esa formación. El manuscrito anota el origen del problema: una campaña contra Sendic y Amodio, llevada adelante por Rivero en la Columna 5, en la forma “velada y sutil que le era característica”   Si bien Rivero no resulta apartado, ello evidencia de todos modos para Amodio la falta de análisis que exhibía la dirección, el rumbo autonomista que comenzaba a avizorarse entre las llamadas “columnas”, el desinterés en las tareas de formación y contralor.

Hacia agosto de 1969, por ejemplo, el botín obtenido del asalto al Hotel Casino San Rafael en febrero se habría ya evaporado. Y ello no era todo.

El resurgir de una tendencia interna, orientada a ligar la acción tupamara a la agitación sindical dio lugar a la separación del comando de la Columna 10 de Carlos Hébert Mejías Collazo (a) Boris, su trasiego a la rama armada de la Federación Anarquista del Uruguay (FAU), y la segregación de los llamados “sindicalistas” hacia una nueva columna, la 25. Como se ve, no se trataba de algo menor, y el hecho tendría consecuencias: aligerada de sus elementos más díscolos, la llamada Columna 5 ganaría en efectividad; abierto el cauce a la autonomía, sin embargo, los contactos “horizontales” entre columnas serían el germen de lo que luego se llamaría la “micro-fracción”, así como el fortalecimiento del impulso centrípeto de la Columna 7, con base en el interior del país.

 El autor del “libro” también presentaría estos hechos a su aire. Su prioridad es clara: continuar personalizando en Rivero Cedrés los problemas. Así, tras interlinear que Rivero “reinicia sus ‘actividades’”, anota que “otra vez más (...) aprovechaba coyunturas favorables para remociones y traslados, con miras a extraer de su política casera provecho personal” (Fontana, 82)

Otro interlineado le sirve de brochazo en el retrato de su ficticio Amodio: “mal, por lo tanto, podía reprochárseme algo, cuando el MLN, en lo que concernía a mi competencia, estaba dando lo mejor de sí”. Las tintas, claro, también se cargan en los llamados “sindicalistas”, presentados como protagonistas de una de las “mayores fisuras ideológicas en el tiempo que (el MLN) tenía de vida”, en tanto Mejías Collazo es despachado como “(interlineado: llanamente como un) traidor al movimiento” (Fontana, 83)

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El año 1969 representa una nueva marca ascendente en la historia del movimiento tupamaro y, muy particularmente, en el rol que en ella juega Héctor Amodio. Dio comienzo el 16 de febrero con el asalto a la sede de la Financiera Monty, sobre la Avda. 18 de Julio esquina Médanos (hoy Javier Barrios Amorín) de un enlentecido Montevideo de verano: un golpe que, por el camino de ser denunciado por los propios sediciosos, quienes asimismo hicieran entrega a la justicia de documentación de la empresa incautada en el curso de la operación, contribuyera a presentar a la sedición ante algunos sectores de la opinión uruguaya e internacional como una organización empeñada en velar por la moralidad ciudadana. Amodio estuvo a cargo de dirigir aquel operativo, y fue quien planificó la huida a pie del escenario del crimen, algo que aseguró su éxito (189)

A ese golpe siguió, de inmediato, el asalto al Casino San Rafael de Punta del Este, tal vez el más importante de los perpetrados por los tupamaros en términos económicos, y en el que Amodio no tuviera injerencia alguna, al estar a cargo de la llamada Columna 20, o del Interior, aunque contara con la participación, no enteramente revelada, de algún elemento de la Columna 10 de Montevideo, como José Mujica Cordano (a) Emiliano o Pepe, Mauricio Rosencof y Jesús David Melián (a) Martín o El Flaco (190)

Con este atraco la sedición nuevamente cosechó un importante botín, así como el beneficio adicional que les diera reintegrar el dinero destinado a salarios y propinas del personal del casino, en un acto que fuera inmediatamente traducido por la prensa internacional con la equívoca caracterización del grupo como “la guerrilla Robin Hood” de Uruguay. La alta visibilidad de estas impactantes historias de éxito era, empero, escoltada por otra realidad, traducida en una permanente sucesión de violentos asaltos a sucursales bancarias, efectivos policiales, estaciones radiales, así como la instalación de artefactos explosivos, el sabotaje a plantas energéticas, la irrupción en domicilios privados, el incesante robo de vehículos, o el atentado incendiario que destruyera, el 20 de junio, la planta de armado de vehículos de General Motors, al tiempo que estallaban 12 artefactos explosivos en las sedes de otras empresas extranjeras instaladas en el país (191)

En este último caso le cabría a Amodio un rol protagónico: no solo fue quien urdió la operación, de visos ya terroristas, junto con el comando de la llamada Columna 15, sino que participó de la misma como chofer del vehículo en el que llegaran los delincuentes(192) a la planta. El cable del acelerador de ese automóvil terminaría por romperse, forzando a Amodio a ejecutar la huida al tiempo que abría y cerraba la toma de aire. La operación contra la planta de GM pretendía ser una acción de propaganda armada en protesta por la visita a Uruguay del entonces gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller (1908-1979)

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El 9 de setiembre, la sedición secuestró al empresario italiano Gaetano Pellegrini Giampietro (1924), quien será retenido durante 73 días en supuesto respaldo de los reclamos mantenidos por el sindicato bancario contra la gremial patronal (193) Pellegrini era integrante del Directorio del Banco Francés e Italiano, así como de SEUSA, la compañía editora de los periódicos La Mañana y El Diario. Una vez más, Amodio Pérez estaría a cargo de la logística de esta operación, así como de la que rodearía a las negociaciones con los socios, amigos y allegados del banquero a fin de cobrar un rescate a cambio de su vida. Tres días después de producido el hecho, la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay, mayormente controlada por el Partido Comunista, tomó la decisión de levantar el conflicto sindical como forma de deslindar responsabilidades ante algo tan inusitado en la vida del país. El día de su liberación, un demacrado y obviamente desencajado Pellegrini, a quien sus secuestradores llegaron a informar que tanto su padre como sus hijos habían muerto como consecuencia de atentados, y frente a quien habían incluso discutido la posibilidad de ejecutarlo tras el levantamiento del conflicto sindical, exhibiría el rostro más sórdido de la fácil leyenda de la “guerrilla Robin Hood” (194)

Pellegrini había sido secuestrado por un comando integrado por Armando Blanco Katras, Adolfo Wassen Alaniz y el mismo Amodio Pérez, junto con un grupo de apoyo, integrado por Jorge Candán y Alberto Cia del Campo (a) El Beto. Transferido a otro vehículo, el secuestrado fue entregado a un grupo diferente en Lagomar (Canelones), el que lo llevó en un carro tirado por caballos a otro local, donde fue retenido hasta su traslado a una casa en Montevideo.

Producida la captura de Eleuterio Fernández el 8 de octubre, el “ejecutivo” pondría a Amodio al frente de la llamada Columna 5: precisamente la que tenía a su cargo la custodia del secuestrado. Amodio tenía, además, por cometido negociar con el director de La Mañana, Carlos Manini Ríos (1909-1990) el posible rescate de Pellegrini, razón por la cual se abocó a tomar contacto con los custodios del secuestrado, notoriamente alejados de la línea de comunicación con el “ejecutivo”, a causa de la compartimentación y el mal manejo que Fernández Huidobro había hecho del grupo. Empleando teléfonos públicos, Amodio acordó con Manini Ríos un rescate consistente en el pago de dos millones de pesos, a repartir por mitades entre la Caja de Auxilio de Obreros del Frigorífico Nacional y una escuela de Villa García, mediante entrega de cheques que deberían retirar los responsables de esas instituciones, así como la publicación de un manifiesto del Movimiento Tupamaro por parte de los periódicos editados por SEUSA (195)

Ya creyendo tener resuelto el problema del rescate, Amodio dificultosamente llegó a los miembros de la llamada Columna 5 que tenían en su poder a Pellegrini: Juan Carlos Romans Lederman, Héctor Méndez Fernández y Sofía Faget. Amodio se hizo trasladar a la casa donde Pellegrini estaba retenido, y allí descubrió que el banquero estaba alojado en una carpa instalada en el medio del comedor (196)

 Los captores, integrantes todos ellos de la llamada “micro-fracción” sindicalista, sorprendieron a Amodio al negarse a entregar al prisionero, y este haría lo propio, al informarle que le habían anunciado su ejecución, y comunicado el asesinato de su padre e hijos. Amodio logró persuadir con dificultades a los miembros de la Columna 5 de que le entregaran al secuestrado, y aun cuando lo lograra, por entonces supo que los problemas planteados por esta “micro-fracción” habían llegado para quedarse, y representarían un dolor de cabeza para la organización que la armaba y distaba, sin embargo, de ejercer control sobre ella

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La impropiamente denominada “toma de Pando” el 8 de octubre fue la más ambiciosa de las operaciones encaradas por los Tupamaros en 1969: comenzó a ser preparada por la dirección sediciosa en abril de ese año, y se pospuso en su ejecución, inicialmente prevista para setiembre. Involucrando a más de una cincuentena de integrantes de la organización, el golpe contó con el concurso de todas las llamadas “columnas” del grupo. Una vez más, fue coordinado logísticamente por Héctor Amodio y Lucas Mansilla. La Columna 15, en la que también revistaba Alicia Rey Morales, tuvo a su cargo el asalto a la sede de la comisaría de la ciudad y su cuartelillo de bomberos (197)

Técnicamente limitado a copar los locales desde los cuales se velaba por la seguridad pública y las comunicaciones de la ciudad, y orientado, en realidad, a habilitar el asalto a las sedes de los cuatro bancos de la ciudad, el golpe desplegó ingenio y rapidez en su ejecución, pero también se desarticuló a poco de iniciado, poniendo al grupo en la posición de tener que abrirse paso a balazos a fin de huir de lo que terminó por ser un cerco rápidamente montado por las fuerzas policiales que allí convergieran. La jornada de Pando fue, por tanto, un extraordinario ejercicio de osadía y planificación, pero cerró con un balance que el país contempló atónito: tres de los sediciosos, Ricardo Zabalza, Alfredo Cultelli y Jorge Salerno (198) resultaron muertos en el tiroteo, al igual que un viandante (199) y un muy joven agente policial, en tanto diecinueve sediciosos resultaron apresados, entre ellos Eleuterio Fernández, (200) quien así pasaría a reunirse en prisión con Jorge Manera y Julio Marenales, a despecho de la difícilmente controlada ira de los efectivos policiales que los capturaran

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 El país no había absorbido aún el impacto de la acción armada extendida del centro de Pando a las inmediaciones de Toledo Chico, cuando oiría, el 26 de diciembre, lo relativo al asalto a la sede del Banco Francés e Italiano en la Ciudad Vieja de Montevideo. Una vez más bajo la dirección logística de Amodio, el asalto terminaría por no reportar a los delincuentes nada más que documentos, pero sí exhibía un nuevo nivel de audacia: por más de tres horas, el grupo sedicioso había mantenido bajo su control una sede bancaria en pleno corazón de la zona financiera de la capital, reteniendo a un buen número de rehenes, y sus integrantes habían logrado huir. Para la ejecución del operativo, Amodio había asumido la personalidad de un supuesto “Comisario Silva”, quien llegara a la temeridad de ir a buscar a uno de los gerentes del banco a su domicilio en Pocitos, a fin de que trajera su llave de la bóveda del banco: un acto de soberbia que podría haber desatado una tragedia, de haberse percatado la Policía de lo que ocurría en el local (201)

 Dos días después, otro grupo asaltaría la sede del Banco Comercial, en un golpe que culminaría con el asesinato de un guardia privado, funcionario policial retirado: era la quinta y última víctima policial de aquel año, a las que hubo que sumar tres civiles y cinco sediciosos.

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El análisis que el manuscrito de Amodio hace de 1969 está claramente centrado en la falta de una determinación bien comunicada por parte del “ejecutivo” al resto de la organización en cuanto a no permitir la pérdida de foco de la acción armada en función de la agenda sindicalista de las personas identificadas con el anarquista Mejías Collazo y la “micro-fracción”, empeñadas en reavivar la cuestión en apariencia saldada en 1965

En ocasión de la huelga declarada en la industria frigorífica, precisamente, el llamado “ejecutivo” desestima, según refiere Amodio, la realización de atentados asociados a ese conflicto sectorial, aunque sí acepta llevar adelante lo que denomina “allanamientos” en las viviendas de dirigentes políticos vinculados a la gestión económica del país, línea que quedó reducida a la irrupción en el domicilio del exministro de Ganadería y Agricultura y Trabajo y Seguridad Social, Manuel Flores Mora (1923-1985)

El mismo tema, en tanto, tal como resulta tratado por el autor del “libro” es más elocuente en cuanto a las supuestas ulterioridades perseguidas: el “allanamiento” entendido como una “medida para acentuar la tirantez entre pueblo y gobierno”, (202) o la interpretación del robo de documentos de la casa de Flores Mora el 24 de junio como un “fracaso” de la organización, disimulado por la perplejidad pública ante un golpe que no resultaba explicable a simple vista: Flores no era ya ministro de la administración Pacheco (Fontana, 85)

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 El inmediato estallido, sobre mediados de 1969, de un conflicto sindical en la banca privada que incluyera el dictado de medidas prontas de seguridad y la militarización de los empleados bancarios, abre, por tanto, la ocasión para un nuevo golpe: esta vez, el planificado secuestro de uno de los integrantes de la Asociación de Bancos, Jorge Peirano Facio (1920-2003). Aquí el autor del “libro” es elocuente en sus interlineados: “no fue necesario discutirlo”, escribe. “Toda la dirección acepta (mecanografiado: la medida)”. Y, por si no quedaba claro: “El barco (gubernamental) comenzaba a hacer agua”

El arresto de un integrante de la organización en ese punto preliminar produjo, sin embargo, un cambio de planes, por lo que Peirano Facio resultó sustituido como objetivo por Pellegrini Giampietro, “un móvil que (manuscrito: podía sembrar confusión e indiferencia) popular y (manuscrito: por lo tanto) la necesidad de nuestra parte de hacer comprender la medida (manuscrito: con un mayor esfuerzo de difusión)”

El autor del máster es frondoso allí donde Amodio no lo es: el comunismo, al levantar el conflicto, “nos deja en blanco”, según escribe a mano. La “prensa reaccionaria desplegó una campaña contra nosotros y nuestra supuesta (sic) inhumanidad por tener en cautiverio a un hombre que calificaba como bienhechor del país, pero todo el pueblo fue (manuscrito: enterándose) que mientras nosotros teníamos secuestrado a Pellegrini, dándole un trato digno y humano (sic), el gobierno encarcelaba a miles (sic) de militantes, a los que sometía a todo tipo de vejámenes (sic)”. “A menudo”, se desespera esta vez en forma manuscrita el autor, “todo lo que ganábamos en la guerra armada, ellos lo reivindicaban en la guerra sicológica” (Fontana, 85, 86)

El manuscrito de Amodio contrasta con toda la inversión emocional y pasmosa ambigüedad moral del autor del “libro”, esa que le lleva al punto de considerar “digno y humano” haber torturado psicológicamente y reducido a Pellegrini a una figura espectral en apenas 73 días, llevándolo a abandonar inmediatamente el país tras su liberación, sin que volviera a él hasta 1990. Amodio, por contraste, secamente concluye: “La dirección del MLN resuelve no liberar (a Pellegrini). Muchos funcionarios bancarios han sido despedidos y muchos han estado detenidos. La patronal bancaria, en persona de uno de sus integrantes, vinculado además a intereses financieros internacionales, sufrirá también las consecuencias del conflicto” (203)

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El manuscrito de Amodio encierra, a la hora de analizar la operación de Pando en pocas líneas, conceptos que permiten comprender el rumbo que la organización sediciosa comenzaba a transitar a partir de aquel año. En forma “no muy clara ni definida” parece ir cobrando perfil la denominada “teoría del doble poder”, que suponía ir dando volumen organizativo al grupo alzado en armas, de tal forma que fuera adquiriendo, a los ojos de la opinión pública, una nueva legitimidad en el empleo de la fuerza. Del mismo modo, iría surgiendo la denominada “teoría del hostigamiento” (que otras fuentes denominan “Línea H”), consistente en fulmíneos ataques a blancos mayormente identificados con fuerzas de seguridad.

Estos incipientes conceptos, la necesidad de evidenciar “el desarrollo organizativo” alcanzado, y los requerimientos económicos de la acción sediciosa son los elementos que, a juicio de Amodio, fundamentan la acción de Pando. La evaluación que Amodio hace de la que insiste en denominar “toma” de la ciudad (ya determinamos que la ciudad en sí nunca resultó tomada, sino apenas copadas algunas de sus entidades) es clara: militarmente fallida, también lo es en lo político, y por algunos días. Esa situación, a su juicio, se revierte a medida que los detalles del operativo se hacen públicos: la precisión desplegada por los sediciosos, así como la dura represión policial, habrían revertido la suerte política del operativo

El “hostigamiento”, pues, de fuerzas de seguridad parecía validado en la práctica, y es el que explica los atentados que, a poco de producida la operación de Pando, se perpetran contra efectivos de la recientemente creada Guardia Metropolitana. A partir de este punto, pues, el foco de su atención lo será la obtención de recursos, descansando en el accionar de la llamada Columna 10, la única que no había sufrido bajas en Pando (204)

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El autor del “libro” ha resuelto, en este punto, dar un tratamiento radicalmente distinto a las postrimerías del operativo de Pando. Se impone aquí una explicación preliminar a fin de entender qué procuró destacar en este punto nuestro anónimo autor.

 La traumática liberación de Pellegrini Giampietro había dejado en evidencia, ante los ojos de Amodio, que el grupo de los denominados “sindicalistas” de la llamada Columna 5, y sus nexos horizontales en la llamada Columna 25, estaban enfrascados en revivir el antiguo debate de 1965, zanjado con el abandono que de la organización hicieran los integrantes del MIR y las Juventudes Socialistas

Se trataba de una cuestión de honda importancia: la desechada primacía de una organización política sobre la armada, que ahora parecía volver al tapete

Amodio propone al “ejecutivo”, tras el operativo de Pando, una solución radical: disolver las denominadas columnas 5 y 25, por lo demás mayormente inoperantes, así como dar de baja a sus integrantes. A su juicio, las críticas formuladas a la dirigencia por lo que llamaban “conducción suicida” del operativo, habían dado a los voceros de la línea “sindicalista” (entre los que menciona a Enrique Carlos Rodríguez Larreta Piera Muñoz, Romans Lederman, Sofía Faget, Susana Alberti, Héctor Méndez y Washington de Vargas Saccone) la oportunidad de iniciar una campaña contra el “ejecutivo”, en soterrado concierto con Tabaré Rivero

Pese a resistir inicialmente lo propuesto por Amodio, el “ejecutivo” finalmente decide disolver ambas columnas, así como distribuir a sus integrantes, algo que estos resistieron, forzando la apertura de un debate interno que, finalmente, fuera zanjado cuando los comandos informaran que la base militante se mostraba proclive a expulsar a los díscolos.

Ni aún así el “ejecutivo” daría el paso reclamado por Amodio, en el sentido de expulsar a Méndez, Romans Lederman, Rodríguez Larreta, Faget y Daniel Ferreira-Ramos Scaltritti, por lo que primó el concepto de sancionar a Méndez con seis meses de suspensión, y distribuir a los integrantes de las dos columnas bajo los comandos políticos de las restantes

 La decisión probó ser infeliz. Cuando, a fines de 1970, el problema volviera a asomar la cabeza, forzando la expulsión de los “sindicalistas”, la conducción del MLN ya entraría en colisión con un mayor número de disidentes, en mengua de su unidad de acción: algo que Amodio había previsto un año antes

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El anónimo autor del máster (Fontana, 89, 90) está cabalmente informado de estos pormenores y, en líneas generales, suscribe el punto de vista de Amodio. Pero lo hace con un énfasis característicamente propio. Así, trae al tapete las supuestas recriminaciones que los “sindicalistas” levantaran desde las columnas 5 y 25 en las postrimerías del operativo de Pando, basadas en una alegada “conducción suicida” del “ejecutivo”: el “sindicalismo”, según ya se refiriera, era la disidencia tupamara que procuraba hacer retroceder los postulados del movimiento tupamaro a las vísperas de la llamada “primera convención” de 1966, que había resuelto hacer de la sedición un aparato exclusivamente armado y no, como ahora volvía a plantearse, darle carácter de brazo armado de una organización política

El autor del máster en este punto interlinea que los cuestionadores “sindicalistas” contaban a su favor con “factores propicios”, entre los que destaca la “gran desmoralización que había cundido entre los militantes” (Amodio claramente veía este punto bajo una luz diferente) y, más reveladoramente, la “(interlineado: alianza oportunista del) grupo revanchista de Rivero Cedrés”, quien así hace su reingreso, de la mano de la obsesión del redactor. El mismo amplía su alegato, explicando las protestas por el pedido de disolución de las columnas formulado por Amodio al “ejecutivo”, a raíz de lo que llama un “foco divisionista dentro del cuerpo del MLN, que era necesario arrancar de raíz cuanto antes”. Se incluye, por lo demás, un comentario crítico hacia la conducción “vacilante e ineficaz” de la llamada Columna 5 por parte de Eleuterio Fernández (205)

En este punto, el autor opta por detallar los supuestos pormenores que habrían rodeado la disolución de las columnas: la disyuntiva que se le abrió a los militantes en el sentido de sumarse a la redistribución en otras columnas o su baja de la organización; el comentario interlineado que pone en boca del ficticio Amodio: “mientras tanto, seguía ganándome enemigos entre los que debían ser acusados de microfracción”, la extensa reunión de “delegados de los comandos” en la que se expresaran críticas “(interlineado: incisivas) y peligrosas”, revelando una manuscrita “acción corrosiva” que volvía necesario “ganar posiciones”

Esa reunión habría culminado con la solicitada suspensión de Romans, Héctor Méndez, Sofía Faget, Ferreira-Ramos Scaltritti y Rodríguez Larreta, quienes “(interlineado: acaudillaban) los grupos de (interlineado: “orientación”) sindicalistas” (206)

El texto refiere, a continuación, que el único suspendido, y por seis meses, resultó ser Méndez, para pasar, nuevamente, al perfil petulante del narrador: “el tiempo me iba a dar elocuentemente la razón a mí”. ¿Cómo? En ocasión de la forzosa expulsión de los “sindicalistas”, “en enero de 1971”, (207) hasta cuyo punto continuarían afectando la estructura del MLN al extremo de “intentar un enfrentamiento gansteril con nosotros, para barrernos del camino”. “Muy confusa”, se arrebata el autor, “debía ser la idea que tenían de la revolución y de la conducta de un revolucionario, para confundir la lucha popular en un país aplastado por la represión y el imperialismo, con un enfrentamiento intestino entre gánsteres rivales (y aquí el texto continúa en forma ilegible en el máster, por lo que no aparece en ninguna de las versiones publicadas a partir de 1995)” (Fontana, 90)

notas

187) Blixen, en su libro Sendic, reiteradamente refiere a esta reestructura como obra de su biografiado: claramente no lo fue, sino que resultó consecuencia de la transacción arribada en el “simposio” de octubre de 1968. Las siete columnas (1, 3, 5, 6, 7, 15 y 25) dieron, por tanto comienzo a sus actividades el mismo día, e igualmente financiadas por el equitativo reparto del botín robado en el Casino Carrasco (seis millones de pesos). El “simposio” dio inicio en setiembre, y culminó en octubre

188) Tras el descalabro de Pando y la captura de Eleuterio Fernández, en noviembre de 1969 las columnas 1, 5 y 25 pasan bajo supervisión de Amodio, y la Columna 10 bajo supervisión de Efraín Martínez. Las 3, 6 y 7 se unificarán en una nueva: la 7, supervisada por Sendic y Lucas Mansilla. Más adelante, veremos los problemas planteados por las columnas 5 y 25

189) El golpe a la Financiera Monty tiene por una de sus protagonistas a Lucía Topolansky Saavedra (a) La Tronca o La Tronquita, funcionaria de la institución. En 1969, tenía 22 años de edad. Blixen, en la pág. 162 de su libro Sendic anota que, por entonces, su biografiado estaba en Montevideo “interviniendo como apoyo en la sustracción de armas y documentos de un juzgado penal donde está radicado el expediente de la ‘infidencia’. También participa en el apoyo al copamiento de la Financiera Monty”. Nada de ello es cierto. La acción del juzgado procuraba robar armas incautadas en procedimientos policiales: nada tenía que ver con el caso de la llamada “infidencia”, y fue de responsabilidad de la Columna 1, a cargo de Jorge Manera y el mismo Amodio, y coordinada desde un local ubicado en avenida Italia, esquina Isla de Gaspar, en tanto el operativo de la “Monty” estuvo a cargo de la Columna 15

190) Melián huiría de Uruguay, con rumbo a Chile primero y, desde 1977, a Colombia e Italia

191) No todos estos crímenes eran de responsabilidad del MLN. Tanto el MRO, como el MIR, la FAU, FARO, o el OPR-33, fueron protagonistas de varios de estos atentados

192) Entre los que se contaban Teresa Labrocca y Jorge Candán Grajales

193) Nada personal: Setenta y tres días en manos de los Tupamaros, Polo, Montevideo, 1996. Los delincuentes que tomaran parte de este operativo eran Adolfo Wassen, Armando Blanco Katras y Héctor Amodio, respaldados por un grupo compuesto por Jorge Candán, Alberto Cia del Campo y Néstor Peralta Larrosa (a) El Gordo Pablo (quien sería herido y capturado el 4 de julio de 1970, al atentar contra un funcionario policial, custodio del subsecretario del Interior)

194) El extravío que revela este caso queda en evidencia con solo indicar que el por entonces arzobispo coadjutor de Montevideo, Mons. Carlos Partelli (1910-1999), se negó a intervenir en él, invocando la opción preferencial por los pobres que, interpretaba, era el mensaje central y excluyente de la doctrina católica. Meses después, se sabría que la casa en la que Pellegrini fuera retenido en condiciones tan espeluznantes se había encontrado bajo control de una célula subversiva de 22 integrantes, dirigida por un sacerdote salesiano salteño: Indalecio Olivera (a) Jacinto, Darío o El Negro, de 34 años de edad, a quien un efectivo policial heriría mortalmente en un tiroteo ocurrido el 14 de noviembre siguiente, a resultas del cual cayera muerto el mismo agente, Juan Antonio Viera Piazza

195) Tanto la Caja como la escuela rechazarían ser beneficiarios del pago del rescate, en tanto el manifiesto, redactado por Amodio y Samuel Blixen, solo sería publicado por el diario La Mañana, en una edición prontamente confiscada por las autoridades. La administración Pacheco dispondría, además, el interrogatorio policial de los representantes de SEUSA que hubieran negociado el rescate con la sedición, el mismo Manini Ríos y Eugenio Baroffio, en un paso que no tuvo ulterioridades. Blixen no hace, curiosamente, mención a este hecho en su trabajo sobre Sendic

196) La casa estaba ubicada en la calle Caonabó 255, esq. Blvr. Manuel Herrera y Obes, Nuevo París, y había sido alquilada por el sedicioso Héctor Juambeltz Rodríguez, de 23 años. Amodio nunca llegó a saber dónde estaba ubicada, en razón de las medidas de seguridad aplicadas para su traslado al lugar (compartimentación)

197)  Se ha mencionado, en especial por Pablo Brum, en su libro Patria para nadie, Planeta, 2015, que Amodio habría llegado demorado al operativo, lo que no es correcto: era el coordinador de la operación y, por tanto, esta no daría comienzo hasta tanto llegara y diera la señal de inicio de la misma. Pese a los problemas en obtener un Peugeot 203 en sustitución de la motocicleta con la que había planeado llegar a Pando, finalmente lo hizo apenas unos breves minutos después de la hora prevista, en compañía de Manuel Marx Menéndez (a) Enrique, y a su señal, mediante un pañuelo blanco, es que los demás confabulados comenzaron a actuar

198)  El 15 de noviembre de 1969, un comando tupamaro asesinaría a balazos al integrante de la Guardia Metropolitana Ruben Zembrano Rivero, partícipe del cerco policial de Pando, a quien los delincuentes atribuían la muerte de Salerno: otro ejercicio de la llamada “Línea H”, mediante el cual la sedición pretendía neutralizar, precipitando el temor terrorista por su vida y la de sus familiares, a las fuerzas de seguridad

199)  Carlos Burgueño Rodríguez, un joven desempleado de la industria papelera a quien el día anterior le había nacido su segundo hijo, Diego. Su muerte no sería la única violencia que padecerían su viuda e hijos, ya que su casa sería luego blanco de pedreas y pintadas, efectuadas por organizaciones periféricas a la sedición, en tanto la presión sediciosa sobre la justicia actuante procuraría, sin éxito, atribuir la muerte de Burgueño a los disparos del agente policial que repeliera a los delincuentes

 200) “La prisión del Ñato sería (…) beneficiosa para Héctor Amodio”, anota Blixen en su libro Sendic (pág. 178). ¿Por qué? Fue sustituido por Efraín Martínez Platero, y las columnas a su cargo fueron puestas bajo supervisión de Amodio: algo probablemente ya previsto por él mismo y la dirección. “A partir de Pando”, concluye el autor en la misma página, “las Fuerzas Armadas comenzaron a ‘prepararse’ para la guerra contra los tupamaros”: una afirmación sin evidencia alguna que la respalde

201) La relación que Blixen hace de este episodio en su libro Sendic (pág. 179) es, cuando menos, especiosa: su historia alcanza un registro triunfalista en relación a lo que fuera un fracaso y hubiera podido ser una tragedia, y se despliega de tal manera que el lector concluye, erradamente, que Sendic tuvo algo que ver con el episodio, de responsabilidad de la Columna 15. El autor claramente escribe una historia para el Delfín

202) El manuscrito de Amodio sostiene, en este punto, la insólita tesis de que los “allanamientos” tupamaros eran, en realidad, una respuesta a los allanamientos de que eran objeto los activistas sindicales

203) Al relatar a su cancillería, el 25 de noviembre de 1969, la embajada de la República Argentina en Montevideo los detalles de la liberación de Pellegrini, el informe especifica que, en opinión del secuestrado, “los integrantes del movimiento (tupamaro) forman un grupo heterogéneo, tanto respecto a su ubicación ideológica como a su nivel socio-cultural (...) no parecen existir ideas muy definidas en la dirección (del MLN) acerca de los objetivos últimos a lograr, ni sobre la estrategia a aplicar a ese efecto”. Tal, puede concluirse, es el balance de la víctima en sus tratos con integrantes de la denominada “micro-fracción”‹http://desclasificacion.cancilleria.gov.ar/userfiles/documentos//MOU_URUGUAY/47AH000701_00278a47AH000701_00283.pdf›

204) La que al comienzo fuera llamada Columna 1, a cargo de Eleuterio Fernández, demostró en Pando las limitaciones de este, basadas en sus aspiraciones de formador político, y su poca atención organizativa. Sus reclutas provenían del mundo estudiantil, además de los jóvenes católicos del interior que se reunían en torno al sacerdote subversivo Juan Carlos Zaffaroni. Ya hasta el intento de copamiento de Soca, Fernández Huidobro no tendrá más protagonismo militar

205) Analizando este tema, el manuscrito de Amodio había distribuido equitativamente las responsabilidades entre las omisiones de Eleuterio Fernández y la falta de control del “ejecutivo”

206)  El suspendido fue, finalmente, Méndez. Y el autor del máster omite mencionar la pulseada entre el “ejecutivo” que no sabía que allí enfrentaba una emergente tendencia interna, y el grupo que, acusándolo de “aventurerismo”, pretendía imponer una línea “correcta” de acción al MLN. Rodríguez Larreta no integraba, en tanto, los comandos

207) Por parte del “ejecutivo” que asume en agosto de 1970, y tras la caída de Almería


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