11.OCT.18 | Posta Porteña 1958

BOLSONARO Y LA ALTERNATIVA SOCIALISTA

Por ASTARITA

 

Rolando Astarita 10/10/18

El triunfo de Bolsonaro en la elección del domingo pasado ha dado lugar a diversas explicaciones por parte de la izquierda. Haciendo un repaso somero de las mismas, encontramos:

1.     El ascenso de Bolsonaro es el producto de la “conspiración reaccionaria” del Lava Jato; de las manipulaciones de la corporación judicial; y de la tutela de las Fuerzas Armadas, que habrían impedido el derecho de la población a votar libremente a Lula (que tenía el 40% del voto). A esto se habría sumado el apoyo de parte de la gran burguesía, el agro negocio, y la iglesia evangélica. Con estos apoyos, Bolsonaro habría capitalizado el sentimiento anti PT.

2.     El retorno a la democracia siempre estuvo condicionado por la dictadura militar, y las FF.AA. nunca se replegaron totalmente. Su influencia corporativa permaneció intacta.

3.     En esta campaña el PT tuvo que enfrentar a las FF.AA., a los grandes medios de comunicación, al Poder Judicial y a Washington.

4.     La influencia de las Iglesias evangélicas; y el deseo de “orden” de buena parte significativa de la sociedad explican por qué Bolsonaro pudo presentarse como “lo nuevo”, con un discurso moralista en defensa de la familia, contra la violencia urbana, de condena a la corrupción. Así atrajo a la gente desencantada con la política y desilusionada con el PT.

5.     Los medios concentrados inculcaron el miedo y el odio a la igualación social y la ampliación de los derechos humanos, que estarían en la esencia del PT.

6.     Bolsonaro logró capitalizar el sentimiento anti-PT. Este sentimiento anti-PT se debe a que gobernó con el gran capital brasileño e internacional y los partidos corruptos de la burguesía. El gobierno de Dilma Rousseff aplicó un plan de ajuste neoliberal. La corrupción de sus gobiernos también contribuyó al desprestigio de las alternativas de izquierda. El PT traicionó cuando estuvo en el Gobierno y también al no movilizar a los trabajadores contra Temer y contra el fascismo. En la versión estalinista clásica, el PT no traicionó, pero cometió “errores”, como fueron la corrupción y la aplicación “de una política socioeconómica de corte neoliberal”

7.     El triunfo de Bolsonaro se explica por la profunda crisis económica y social, y porque Temer la agravó. En consecuencia, “millones de trabajadores votaron a Bolsonaro abrumados por la crisis y la descomposición de la vida urbana”.

El triunfo de Bolsonaro en perspectiva

Si bien pueden haber sido importantes algunos de los factores mencionados en las anteriores explicaciones, la cuestión central es preguntarse por qué un candidato como Bolsonaro, con sus posiciones misóginas, racistas y homofóbicas, defensor de la dictadura militar y de la tortura, que postula un programa económico que es continuación del de Temer, ha obtenido el 46% de los votos. Y aquí hay que evitar recurrir a peticiones de principio. Esto es, si decimos que ese voto se explica por la influencia de los evangelistas, o de las fuerzas armadas, o de los medios de comunicación, habrá que preguntarse por qué los evangelistas, las fuerzas armadas y los medios de comunicación tuvieron tal poder de convencimiento sobre millones de trabajadores. De la misma manera, si se sostiene que millones de trabajadores votaron a la ultraderecha porque están abrumados por la crisis, hay que preguntarse por qué votaron de esa manera, y no apoyaron a alguna variante anticapitalista y socialista (el Partido Socialismo y Libertad, una organización más o menos “radical”, obtuvo menos del 1% de los votos).

Pues bien, pienso que es necesario ubicar lo que ocurrió en Brasil en una perspectiva más amplia. La misma hace referencia a un fenómeno que ha sido señalado repetidas veces por los medios y analistas, pero que la izquierda parece reacia a reconocer (¿acaso porque desmiente los análisis enfebrecidos del tipo “existe una situación revolucionaria en el mundo”?)

Se trata del ascenso de la ultraderecha y de la derecha conservadora y nacionalista en una cantidad apreciable de lugares. Por ejemplo, si tomamos la situación en Europa, vemos que en las últimas elecciones partidos de ultraderecha obtuvieron el 65% de los votos en Hungría; 54,6% en Grecia; 51,2% en Polonia; 50% en Italia; 49,6 en República Checa; 35,4 en Chipre; 34,3% en Eslovaquia; 32,9 en Estonia; 32,8% en Lituania; 32,7% en Bulgaria. Hay que agregar la Gran Bretaña del Brexit; el 20%, por lo menos, del voto que cosecha Le Pen en Francia; el 25% que recibió el ultraderechista Partido Demócrata Esloveno; y el 17,6% de los votos que obtuvo la ultraderecha sueca en las últimas elecciones. En Hungría, con Víktor Orban, y en Polonia, con  Mateusz Morawiecki, la ultraderecha gobierna en solitario. Y partidos de ultraderecha gobiernan en coalición en Italia, Bulgaria, Austria y Eslovaquia.

Mencionemos también a Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas (según Amnistía Internacional, incitados por el gobierno las fuerzas policiales y sicarios han matado a miles de personas bajo el disfraz de una campaña nacional para erradicar la droga). O el triunfo de Trump, un personaje que se lleva de maravillas con los supremacistas blancos, aplica un programa brutal contra los inmigrantes, hace todo lo posible por agredir al medio ambiente y embiste contra el derecho al aborto, apoyado por cristianos evangélicos y conservadores religiosos. Y tengamos presente que en la ex patria del “socialismo real” la inmensa mayoría de los trabajadores apoya las políticas nacionalistas y represivas de Putin.

Estas evoluciones entonces no se pueden explicar por particularidades nacionales. Por debajo de esto tiene que haber una cuestión más general. Y una de las primeras cosas que saltan a la vista es que estos movimientos, partidos y gobiernos se presentan como alternativas a la globalización capitalista. Este es el “universal” que se desarrolla a través de los casos nacionalmente particularizados. No son los particulares los que explican el impulso general, sino al revés, es la tendencia general la que se expresa en los desarrollos nacionales. Pero entonces la pregunta central es por qué la respuesta a la globalización ha sido capitalizada por partidos, regímenes y gobiernos de derecha, y no por la izquierda

La crisis de la alternativa socialista

La raíz del problema está, por supuesto, en la crisis de la alternativa socialista. Es claro, por empezar, que la socialdemocracia –mezcla de fabianismo y keynesianismo de izquierda- terminó asociada con los partidos burgueses tradicionales, aplicando las políticas capitalistas tradicionales. La alianza, en Alemania, de los socialdemócratas con los conservadores de Merkel, es tal vez el caso más representativo.

Pero más significativa y conmocionante para la izquierda fue la caída de la URSS y de los regímenes de Europa del Este. Es que a los ojos de las masas trabajadoras esto se identificó (y se identifica) con el fracaso del socialismo.

De ahí la fuerza que tiene el slogan de “no hay alternativa” (al capitalismo), con el cual la burguesía descalifica cualquier propuesta de cambio social profundo. En varios países del ex “socialismo real” (Hungría y Polonia los más destacados) han tomado fuerza algunas de las expresiones más brutales de la derecha. Agreguemos el giro de China hacia el capitalismo, operado desde la más alta dirección del partido Comunista chino. Algo similar podemos decir de lo ocurrido en Vietnam. Vietnam, que constituyó el máximo referente de la lucha antiimperialista en los 1960 y 1970, terminó siendo el mejor alumno del FMI en los 1990 y 2000 (y hoy es un paraíso de la explotación de mano de obra por parte de grandes multinacionales). Sumemos la trágica desintegración de Yugoslavia: donde se suponía que reinaba la solidaridad y fraternidad entre los pueblos, se desató una brutal guerra nacionalista, con un saldo de incontables víctimas y devastación.

En una nota anterior del blog, escribí sobre esta cuestión: “Los fracasos de los “socialismos reales”, o el actual desastre del “socialismo siglo XXI”, no son cuestiones menores. La izquierda no puede desconocerlos. En 1927, o sea, apenas una década después del triunfo de la revolución, Trotsky pronosticó que una vuelta de la URSS al capitalismo provocaría un retroceso “infinito” en la conciencia socialista de la clase obrera mundial. En 2015, y con las experiencias (y horrores) estalinistas a cuestas, aquel pronóstico de Trotsky tiene validez multiplicada” (sobre estas cuestiones, véase aquí, aquí). En otra nota: “lo que importa es que en la conciencia de millones, el ideario del socialismo se había derrumbado. Y sobre este derrumbe avanzó el “no hay alternativa”, consigna asumida no solo por el neoliberalismo, sino también por la socialdemocracia, los movimientos nacionalistas y por millones de militantes o ex militantes de los partidos Comunistas”.

Para hacerlo más actual, ¿se puede desconocer la influencia desmoralizante y desorientadora de lo que hizo el chavismo en Venezuela? ¿O lo que está haciendo Ortega en Nicaragua? ¿O Syriza en Grecia? ¿O lo que hizo la burocracia “progre-izquierdista” con grandes empresas estatales, utilizadas para saquear las arcas públicas, como ocurrió con Petrobrás?

¿Por qué los trabajadores brasileños, por caso, deberían entusiasmarse con el capitalismo de Estado? ¿Por qué los trabajadores de Santa Cruz, para citar otro caso representativo, deberían considerar “progresistas” a los gobiernos K de esa provincia? Para explicarlo con otro caso histórico: ¿se puede concebir algo más desolador para un militante comunista, argentino, cuando en 1976-1977 se enteraba de que Fidel Castro, el PC cubano, la URSS y su propio partido apoyaban a Videla? ¿O para un maoísta cuando supo que el gobierno Chino estuvo entre los primeros en reconocer a Pinochet, después del golpe militar? ¿O para un ex combatiente sandinista ver y vivir lo que está haciendo hoy Ortega?

Es imposible desconocer estas cuestiones a la hora de explicar la situación que atravesamos. Con el condimento, para agravar la crisis ideológica y política, que buena parte de la izquierda en las últimas décadas consideró progresista cualquier forma de política nacionalista burguesa. Por ejemplo, cuando fue el ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas hubo gente de izquierda que saludó a Ben Laden como un “revolucionario”. Cuando el triunfo del Brexit, partidos de izquierda dijeron que se había producido un avance en la dirección anti-capitalista (aquí, aquí, aquí, aquí)

Con una lógica parecida, muchos izquierdistas, e incluso marxistas, ayudaron a la exaltación nacionalista en Cataluña y fomentaron la división en la clase obrera española (aquí). Así, fomentaron el nacionalismo frente a la mundialización de la explotación capitalista. Esto es, justo cuando presentar la alternativa socialista e internacionalista era más urgente y necesario. Aunque puestos a ser nacionalistas, no hay nada como un buen fascista para fomentar el odio xenófobo (que siempre va de la mano del machismo y del racismo).

Pienso entonces que es muy limitado explicar el triunfo de Bolsonaro por la crisis económica, o la violencia social. Después de todo, la crisis debería abonar el terreno para el avance de la crítica marxista. Pero si con la crisis ocurre exactamente lo contrario, estamos en un problema. Y si cuando los trabajadores se desilusionan con el socialismo burgués, en lugar de girar a la izquierda, giran a la derecha, de nuevo estamos en un problema. Por eso, es una tontería decir que la dificultad para el socialismo reside en las iglesias, las FF.AA., Washington o los grandes medios.

¿O se piensa que se puede avanzar al socialismo con el beneplácito de las iglesias, las FF.AA., Washington y los grandes medios?  Además, si frente a la mundialización del capital la izquierda abraza a la nación burguesa, ¿qué queda del internacionalismo socialista? La respuesta es que poco y nada.

Por otra parte, esta situación no se supera con meros llamados a la lucha. En este punto recuerdo que cuando caía la URSS, gente de izquierda pronosticaba que, inevitablemente, estallaría una revolución obrera y socialista, que barrería no solo con la burocracia, sino también con todo atisbo de restauración capitalista. Lo mismo se dijo sobre los países del Este Europeo. Por caso, algunos llegaron a afirmar que con las masas movilizadas y organizadas en Solidaridad, era imposible que en Polonia volviera el capitalismo.

Luego, cuando todo indicaba que el capitalismo se extendía por todos lados, el diagnóstico fue que apenas los trabajadores lo sufrieran en carne propia, volverían a los ideales de Lenin y Trotsky. Siempre con la convicción de que la experiencia generaría conciencia socialista. Pero la cosa no se demostró tan sencilla, y hoy millones de obreros del ex bloque soviético votan por la derecha nacionalista. Los ideales del internacionalismo socialista parecen enterrados bajo una pesada losa de inmundicia nacional-estatista.

Naturalmente, la agitación por demandas cotidianas y la participación en las luchas son necesarias e imprescindibles. Pero hay que tomar conciencia de que por sí mismas no darán lugar a la reconstitución de un programa y una estrategia socialista correcta. Las experiencias con gobiernos de derecha de las masas trabajadoras pueden dar lugar a gobiernos del llamado centro-izquierda, que a su vez vuelven a ser reemplazados por gobiernos de derecha. Fue la función de hecho que cumplió la “tercera vía”, cuando se presentó como alternativa al “neoliberalismo tatcheriano reaganiano” de los 1980, para dar paso luego a la ola de los nacionalismos xenófobos. Alternancias de este tipo no se pueden descartar en el futuro, ni en Brasil ni en otros países de América Latina.

Necesitamos poner el debate ideológico en el primer plano. Y hay que enfrentar las cuestiones sin excusas ni palabrerío izquierdista consolador. En este respecto, para terminar, reproduzco un pasaje de una de las notas antes citadas: “… es necesario elaborar una perspectiva sobre la base del análisis crítico de las experiencias pasadas. (....)... la reconstrucción de un ideario socialista no podrá efectuarse pasando por alto estos estudios y debates. Por eso también, hay que ser consciente de que estas cuestiones exigirán tiempo y una intensa lucha y enfrentamiento con la ideología burguesa dominante. Y por sobre todas las cosas, una actitud abierta a admitir el problema y la necesidad de encararlo de frente, y con toda honestidad intelectual”


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