30.OCT.18 | Posta Porteña 1964

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA (16)

Por ColectivoFanniKaplan

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi” (16)

 

Consecuencia de la política criminal del capital y del terrorismo de Estado bolchevique, la cuestión de los abastecimientos era terrible, cuando Pestaña visitó Rusia. Más que de abastecer, el poder de Estado se dedicaba a requisicionar, a hambrear, a imponer la escasez para obligar a trabajar, por cada vez menos objetos indispensables para sobrevivir. 

La izquierda burguesa de, afuera de Rusia, principios de la década del 20 (socialdemócrata y sindicalista…), no creía, antes de conocer directamente la realidad rusa, que un supuesto “gobierno revolucionario” “socialista” pudiera cometer las atrocidades que contaba la prensa de derecha europea y, quienes visitaron Rusia, como Pestaña, fueron a la búsqueda de los elementos para desmentirla. En términos actuales, del siglo XXI, cuando oían la siniestra verdad, atribuían eso a “la teoría del complot”, o de la “conspiración de la derecha”.

Pestaña llega a Rusia buscando Contrarrestar estos efectos era una necesidad. Pero necesidad ineludible. Buscaba por todos los medios conseguir datos y pruebas de la liberación económica del proletariado. Pero no será eso lo que descubrirá, sino la dictadura burocrática y centralista como elemento activo y central para hambrear al proletariado. 

Ese fue el programa real  del leninismo, esa brutal dictadura burocrática era la clave del programa de realización de las tareas democrático burguesas que la socialdemocracia del mundo entero consideraba indispensable en su obra de desarrollo del capitalismo. Esta era la realidad de la “dictadura del proletariado” de los leninistas; una verdadera dictadura capitalista contra los seres humanos de la campiña y la ciudad. Los aciertos y desaciertos de esa dictadura derivados de la burocratización, el verticalismo, la corrupción, la podredumbre de los bolcheviques como partido del orden, son descriptos por Pestaña con singular realismo insistiendo en el uniformizo, la unilateralidad y el cuadriculado típicos de los leninistas, que determinarán unívocamente el período estalinista que le sucederá. El siniestro mundo que Orwell describirá después, como si lo hubiese inventado Stalin, existe con Lenin y Trotsky en el poder.

Pero por supuesto que, el análisis de Pestaña, no es un análisis profundo, sino una descripción de cómo se imponía la dictadura leninista, en la vida de todos los días, contra las necesidades más elementales de los proletarios. A pesar de sus carencias, Pestaña deja al desnudo que la dictadura leninista nunca fue otra cosa que la dictadura del capital contra el proletariado

Luego de leer las notas de viaje de Pestaña, nadie absolutamente nadie puede pretender que el hambre, la burocracia y la corrupción que se generalizaron conjuntamente con el Terrorismo de Estado entre 1918 y 1922, fueran calamidades caídas del cielo, o herencias del régimen anterior, sino la esencia del sistema dictatorial capitalista impuesto por el bolchevismo

COLECTIVO FANNI KAPLAN

Política de abastecimientos 

 

Las luchas feroces sostenidas entre el Gobierno ruso y los campesinos, a causa de las requisiciones de productos que aquél realizaba y que tan ampliamente describiera la Prensa burguesa europea deleitándose en la reproducción de los más insignificantes detalles y que nosotros, a fuer de sinceros, hemos de decir que, antes de estar en Rusia acogíamos con gran desconfianza, era cuestión que nos interesaba conocer en conjunto y en detalle, para, una vez de regreso, poderlas desmentir, o bien justificar, si de ello eran merecedoras. Así pues, apenas cruzada la frontera y puestos en relación con los bolcheviques, procuramos muchas veces llevar la conversación a este terreno, y si bien en estas conversaciones no pudimos obtener aclaraciones explícitas, no por eso dejaron de tener cierta utilidad, ya que nos iniciaron en la cuestión. 

Pero estas simples iniciaciones no bastaban. La misión que nos había llevado a Rusia no podía complacerse con simples sugestiones aisladas. Requería algo más; requería datos completos que pudieran servir de fundamento a juicios firmes. La campaña que la Prensa hacía en todo el mundo contra el régimen soviético, alcanzaba la amplitud de un ataque a fondo. La voz de la reacción se alzaba clamorosa, ensordecedora, estridente, y con pruebas más o menos ciertas, con gran acopio de datos y relación de hechos, insistentemente, se nos lanzaba al rostro de los defensores de la causa rusa acusaciones que ahogaban nuestras voces. 

Contrarrestar estos efectos era una necesidad. Pero necesidad ineludible. El amor por la Revolución y la libertad del pueblo ruso, si bien eran elementos indispensables para lograr un equilibrio, no podían ser los únicos argumentos esgrimidos frente a las acusaciones para desvirtuarlas. Y si habíamos roto el bloqueo en que a Rusia se tenía y pasado sus fronteras después de muchos contratiempos, se comprenderá que no habíamos soportado vicisitudes y vencido obstáculos por el sólo placer de decir: "ya hemos llegado a Rusia". Esto podía ser una satisfacción, pero no de vanidad personal. La actuación social y la experiencia que de ella habíamos sacado, con el estudio de los hechos históricos, nos había llevado a una conclusión, en la que persistimos; que sin la libertad económica, la libertad política o social, es un mito. Las frases rimbombantes, los enternecedores períodos oratorios de las arengas, más o menos democráticaslas exuberantes y declamatorias declaraciones del hombre, son fuegos de artificio, cohetes voladores, humo que se disipa si no van acompañados de un mejoramiento económico en el pueblo. Cuando el hombre deje de estar sometido económicamente, no habrá dependencia política posible. Cuando la burguesía no tenga agarrado al proletariado por el estómago, sus ideas y acciones estarán impregnadas de libertad

Por ser este nuestro criterio, se comprenderá la atención que venimos obligados a fijar durante nuestra estancia en Rusia, para todo aquello que tuviera relación con la liberación económica del proletariado. En el régimen capitalista, el obrero pasa hambre. A veces, pueblos y comarcas enteras desaparecen diezmadas por ese terrible azote; pero no es porque no se produzca lo suficiente para abastecer a todos. El fenómeno se produce porque la distribución de lo producido es arbitraria y cruel, porque lleva las características de una herodiada dirigida contra el pueblo. ¿Cómo procedieron en Rusia? ¿Acertaron? Vamos a decirlo concretamente. La primera revolución, la de marzo, la que dio el poder a los cadetes primero, y después a Kerensky, no hizo nada para organizar la distribución según un sistema más humano que el que acababa de hundirse para siempre. La situación económica de Rusia, en aquel momento, era ya muy difícil; el hambre y las privaciones más atroces se habían enseñoreado del pueblo; los años de guerra, unidos a las difíciles condiciones en que Rusia se había desenvuelto siempre, contribuyeron grandemente a la acumulación de dificultades. Claro que en Rusia, como en todos los países capitaistas, quien sufrió primero y más intensamente las privaciones económicas que la guerra imponía, fue el trabajador; por lo mismo, los hombres que se colocaron a la cabeza de la primera revolución debieron tender a una distribución más equitativa y más humana en el abastecimiento del pueblo. No lo hicieron y así les fue. 

El período que transcurre desde marzo a octubre, agrava la situación; la empeora en límites casi insospechados. No obstante, esta gravedad, la situación favorecía a los bolcheviques, que les dejaba las manos libres para obrar. Su preocupación principal habría de ser la de producir. Pero si la situación momentánea no ofrecía graves peligros, no cabe duda que los tendría para el porvenir. La desorganización total del comercio, la supresión de todos los almacenes de productos —grandes y pequeños—, la confiscación que el Gobierno hiciera a su favor de todas las riquezas producidas y sin producir, le dejaban plena libertad de acción en el camino que se propusiera seguir. Y para crear cuantos órganos estimara necesarios a fin de organizar la distribución. Estas ventajas, tan favorables, fueron aprovechadas por el Gobierno, y en seguida creó el Comisariado de Abastecimientos, llevando a él comunistas probados y hombres de confianza del partido. 

Lo primero que hizo el Comisariado fue tasar el precio de los productos alimenticios, pues, aunque desorganizado y temeroso, el comercio libre aún existía. Los resultados de esta disposición no pudieron ser más funestos. Como tasaron los artículos a un precio muy inferior al de venta en el mercado, y amenazaron con penas severísimas a quienes no se sometieran a la tasa, desaparecieron del mercado todos los productos y en pocos días se encarecieron en más de un trescientos por ciento. Amenazas, requisiciones, encarcelamientos, hasta ejecuciones; todo se puso en práctica; pero siempre con resultados negativos. Los productos no aparecían, y los que se ofrecían alcanzaban precios fabulosos [1]

Entretanto, en el Comisariado de Abastecimientos se trabajaba activamente. Se acumulaban los informes. A una estadística seguía otra, y a éstas otras y otras; pero la situación alimenticia del pueblo no mejoraba. La especulación estaba a la orden del día. A precio de tasa no podía comprarse ni un alfiler; en cambio, al precio corriente podía obtenerse de todo. Los Soviets de campesinos de la provincia de Moscú, se pusieron al habla con el Comisariado de Abastecimientos y pidieron que se pusiera un poco de orden y de actividad en normalizar las relaciones de compra y venta o de intercambio de productos, entre la campiña y la ciudad. Entre los productos que más escaseaban estaba la leche. Ni para los enfermos se encontraba. Llamaba más la atención la carencia de leche por ser Moscú una ciudad en la que siempre la había en abundancia, debido al espíritu emprendedor de un industrial del régimen capitalista. Hombre de dinero y de iniciativas, unos años antes de la revolución, había organizado la compra de leche en los pueblos limítrofes. Estableció convenios con los campesinos, por los que adquiría toda la leche que produjeran sus vacas, y luego de transportarla en vasijas de su propiedad, la expendía en numerosas sucursales que había establecido en Moscú. Los Soviets de Campesinos pedían que se respetara esta organización, por sus buenos resultados, aunque se expropiara al industrial, como ya se había hecho. Pedían también que el Comisariado de Abastecimientos pusiera uno o varios individuos al frente de la Empresa y con libertad para establecer con ellos el precio de pago. 

Escuchó el Comisariado la petición, aceptó la iniciativa y prometió contestar rápidamente la demanda. Los campesinos se retiraron satisfechos, pues creían que iba a solucionarse la cuestión. Pasaron semanas y meses; medio año después se dignó el Comisariado dar la respuesta, manteniendo el criterio de la tasa. El Comisariado de Abastecimientos se ratificaba en mantener el precio de treinta rublos para el litro de leche, cuando en el mercado libre ya se pagaba a doscientos cincuenta, y así, mientras el Gobierno no podía abastecer de leche a la población, el mercado de la especulación rebosaba de este producto. 

Pues bien; este ejemplo, citado con cierta amplitud para que se comprenda cómo procedían los bolcheviques, es el mismo que pudiéramos citar para todos los demás productosEl uniformismo, la unilateralidad y el cuadriculado que adoptaban en una cuestión regían en todas. De aquí la serie de rectificaciones, que llegan a lo inverosímil. Formadas las estadísticas de los habitantes que tenía la Rusia soviética, era preciso esperar que hubiera productos que repartir. Los requisados por el Gobierno al principio, pronto fueron absorbidos, exceptuando los que se pudrieron en los almacenes, esperando la confección de estadísticas, mientras la gente pasaba hambre. 

Convertido el Estado en único comprador de todo lo que se produjese, siguió practicando la requisa y estableciendo las tasas, que burlaban los campesinos, valiéndose de todos los medios: dejando los terrenos yermos o sembrando sólo lo indispensable para ellos; resistiendo con las armas en la mano; ajusticiando y lapidando a los comunistas y soldados encargados de la requisición. La primera forma de acumulación y distribución de productos que el Comisariado de Abastecimientos estableció, fue de lo más pintoresco y absurdo que pueda concebirse. 

He aquí cómo la establecieron. Conocedores por las estadísticas —conocimiento puramente aproximativo, no fundamental— de los productos, lo que cada provincia producía, establecieron en cada capitalidad provincial uno o varios grandes almacenes de productos. El Soviet de cada pueblo, aldea o grupo de “isbas”, formaba estadísticas de lo que cada agricultor había recolectado y el producto íntegro, sin retener el labrador ni la más mínima parte, era enviado por el Soviet a los almacenes de la provincia. Una vez todos los productos de la provincia acumulados en el almacén provincial, los que correspondieran a cada pueblo o aldea, con arreglo al número de habitantes y a la cantidad que, según el racionamiento decretado en Moscú, correspondía por individuo, eran devueltos a la aldea o pueblo de donde antes salieran. Por este novísimo y flamante procedimiento comunista (sic), antes que un campesino pudiera comerse un kilo de legumbres recolectadas en su propio huerto, habían viajado centenares de kilómetros, con arreglo a las sabias disposiciones bolcheviques y leninistas. Pero como el absurdo no puede prevalecer, pues la razón se resiste a mantenerlo, por la protesta de todos los rusos que no eran comisarios, ni jefes, ni dictadores, fueron advertidos de su error y rectificaron. Los errores de la política económica bolchevique son numerosísimos. Cuando la historia los dé a conocer todos, la humanidad quedará asombrada [2]

Si su finalidad hubiera sido el hacerlo mal,  no lo hubieran logrado más cumplidamente. La centralización de todos los servicios de distribución producía daños incalculables y pérdidas más incalculables todavía. 

Los campesinos que veían las torpezas del Estado y sus errores, por las consecuencias y daños que les acarreaban, organizaron la resistencia violenta y se negaron a tratar con él. Pedían, además, que se les pagaran los productos requisados con otros productos, ya que la moneda bolchevique, por el hecho de que la fabricaban sin limitación, estaba depreciada enormemente. 

-—No nos negamos —decían— a producir cuanto podamos, siempre que la entrega de los productos que nos sobren, después de retener aquellos que nos sean a nosotros necesarios, sea a cambio de lo que necesitemos para vivir. A lo que nos negamos es a entregar los productos por un papel moneda que nada vale y a mantener a los miles de zánganos que se esconden en las oficinas del Gobierno, y que son los que nos oprimen y los que nos someten, ya que por cada diputado que nosotros mandamos al Soviet, ellos tienen derecho a mandar cinco. 

Las tasas, pues, no daban resultado alguno. La adquisición por el Gobierno de todo lo producido, las requisiciones y las amenazas, acompañadas con excesiva frecuencia de hechos, no mejoraban la situación; al contrario, la agravaban de día en día. Llegó el momento en que el racionamiento que el Gobierno daba al pueblo quedó reducido a una cuarta parte de lo que cada individuo necesitaba, según datos oficiales. 

La situación era más apurada con la centralización de los métodos de distribución. Centralizados en Moscú todos los censos de la población existente en Rusia, allí se hacía el racionamiento que a cada uno correspondiera. Por tanto, las estadísticas de la producción debían de ir a parar igualmente a Moscú. 

Nos encontramos, pues, de esta manera. Primero: hecha la recolección por cada campesino, éste enviará todos los productos recolectados al almacén de la población —ya sea ciudad, pueblo, aldea o grupo de “isbas"—; segundo: una vez los productos en el almacén, el Soviet local hará un cuadro estadístico, exacto, de los mismos, que ha de trasmitir al Soviet de la provincia; tercero: el Soviet de la provincia remitirá a Moscú, al Comisariado de Abastecimientos, las estadísticas de todas las localidades a fin de que se hagan los debidos cómputos, se ordene el intercambio provincial y se asigne lo que corresponde a cada individuo; cuarto: retornarán las estadísticas a cada Soviet provincial; y quinto: distribuirá el Soviet provincial las estadísticas a cada Soviet local, para que éste proceda al reparto de los productos que a cada componente de la comunidad correspondan. Luego quedan los productos sobrantes. El Soviet local los enviará al almacén acumulador provincial, que los irá distribuyendo según las órdenes que reciba del Comisariado de Abastecimientos de Moscú. Todas estas operaciones requieren pérdida de tiempo y una bicoca; unos millares de empleados, que son, al decir de Lenin, “la plaga más nociva que haya atacado al bolchevismo[3]

Las inconveniencias de esta centralización han sido el ariete más formidable esgrimido contra la política económica bolchevique, y la “nueva política económica” que más tarde, después de nuestro viaje a Rusia, preconizara el mismo Lenin, es la prueba más concluyente de cuanto afirmamos. 

Queremos, no obstante, antes de dar por terminado este capítulo, relatar algunos hechos que son, por cierto, muy instructivos. Por ellos se verán los desastrosos resultados de esa política de centralización de que tanto y tan encomiásticamente se nos ha hablado y se nos viene hablando. La provincia de Moscú produce con preferencia patatas. Las cosechas suelen ser regularmente abundantes. El hambre, que hizo su presa en los habitantes de Moscú, desde que el bloqueo los había dejado reducidos a sus propios medios, se mitigaba algo, durante un par de meses, con la cosecha de patatas. Debido a que en Rusia los hielos no permiten hacer sementeras tempranas, la mayor parte de leguminosas y tubérculos son de las que aquí, en España, se llaman “tardanas”, o sea de las que se recolectan a final de verano. 

La cosecha de patatas en la provincia de Moscú, en el año 1919, fue abundantísima. Los habitantes de la ciudad estaban contentos, pues conocedores de la abundante cosecha de patatas, por las noticias que los mismos campesinos traían a la ciudad, esperaban que el reparto llenara sus necesidades. En la primera quincena de septiembre de aquel año corrió la voz de que los almacenes de provisiones de patatas de Moscú estaban abarrotados de aquel artículo. Todo el mundo esperaba que comenzara en seguida el reparto de patatas. Pero el reparto no se hacía. Y no se hacía porque la misma abundancia de las cosechas obligaba a preparar o rectificar las listas de racionamiento. Los días pasaban. El pueblo, acosado por el hambre, haciéndosele ésta más cruel por no ignorar la existencia de tan rica cosecha de patatas, se impacientaba, temiendo la catástrofe. En el ínterin, el Comisariado de Abastecimientos y el Consejo de Economía Nacional, con su burocratismo centralizado, seguía trabajando, haciendo listas y números, estableciendo informes y cómputos, como si quisiera hacerse cómplice de lo que iba a ocurrir. Y lo temido llegó. El clima dio al traste con toda la matemática y todo el cientificismo centralizador bolchevique, destruyendo en pocas horas las esperanzas que un millón de habitantes hambrientos pusiera en aquella abundantísima provisión de patatas. Las heladas de finales de septiembre, que son persistentes en Rusia y anuncian las primeras nieves del invierno, inutilizó toda la riquísima cosecha de patatas que en los almacenes se hallaban. Precisamente cuando, según los bolcheviques, estaba a punto de terminarse la estadística del racionamiento. Y con el tristísimo dolor de quien tiene hambre y no la puede satisfacer, vieron los habitantes de Moscú cómo de los almacenes tiraban a la calle —porque en la calle se amontonaron— miles y miles de kilos de patatas heladas, inservibles para el consumo. Nada pudo repartirse entre el pueblo. 

Las delicias y aciertos de la economía política centralista no pueden ser más consoladores. Otro caso curioso, digno de no ser imitado, es el ocurrido con la pesca en Petrogrado, en el rio Nevá. Helado este río algunos meses del año, cuando la temperatura permite dedicarse a la pesca y el crecimiento de los peces pequeños marca el período de abundancia, es tanta la cantidad de pescado que da el río Nevá, que basta una caña y unas horas de permanencia en sus orillas para coger unas libras de peces. Pero el Estado bolchevique, preocupado de que nadie en sus dominios tenga inquietudes por su aprovisionamiento, ideó el medio de que todos los petrogradenses tuvieran pescado del Nevá en su mesa. ¿No hubo un rey que quería poner a sus súbditos un trozo de gallina cada día en el puchero? ¿Por qué un Gobierno bolchevique no podía poner un pescado frito para cada uno de los habitantes de Petrogrado? Nada más justo. Obligó a sindicarse [4] a todos los pescadores de Petrogrado, al mismo tiempo que les impuso la condición de vender todo el pescado obtenido, al Soviet de la ciudad. Completó esta medida con la prohibición más absoluta de que nadie pudiera pescar en el río. Se amenazaba a los contraventores de esta última disposición con penas severísimas. Los pescadores profesionales, que eran los integrantes del Sindicato y a quienes se había concedido el monopolio de la pesca en el Nevá, estaban contentos, pues esperaban poderse ganar la vida. Pero ocurrió lo que no se esperaba. Con la obligación que adquirieron al concedérseles el monopolio, iba aparejada la más absurda teoría comercial. El Soviet de Petrogrado tasó el pescado siguiendo las normas llevadas con la tasa de la leche. Fijó un precio muy inferior al que ya alcanzaba en el mercado libre y en las transacciones libremente ajustadas. 

Protestaron los pescadores, quisieron hacer ver al Soviet local lo improcedente de tal acuerdo; pero el Soviet no aceptó sus razones, amenazándoles, en cambio, con penas severísimas, si no se sometían. ¿Resultado? Los pescadores dejaron de pescar; lo abandonaron todo; sólo unos cuantos se sometieron. Pero como lo que estos pocos pescaban, después de retirar la parte que les correspondía, no llegaba a cubrir ni la cuarta parte de lo que necesitaba la población, y como la prohibición a los particulares, de dedicarse a la pesca, subsistía en virtud del monopolio concedido, los habitantes de Petrogrado habían de pasar hambre sin poder lanzar siquiera una cuerda con un anzuelo al río. 

Otro caso parecido al que acabamos de citar ocurrió con los pescadores del lago de  Ládoga. También se les concedió el monopolio de la pesca en el lago, después de obligarles a sindicarse, comprándoles el Soviet de Moscú toda la pesca, al precio de tasa que el Soviet estableció. Como este precio no les compensaba en la medida de sus necesidades, se negaron los pescadores del lago a pescar. Pero como el pescado de Ládoga se consumía todo en Moscú, y por negarse a pescar faltaba en esta ciudad, se decretó la movilización y se quiso obligarles a trabajar por la fuerza. La medida no pudo resultar más inútil ni más contraproducente, Cuando se envió al lago de  Ládoga un comandante con tropas, para someter a los pescadores, éstos habían emigrado en masa, y de unos centenares de pescadores que formaban el Sindicato de la pesca, sólo quedaron una treintena. 

Pero la acusación más formidable que pueda hacerse contra los errores de la política económica bolchevique y de las violencias y extorsiones a que dio lugar, nos la da lo ocurrido con un obrero ferroviario, en la provincia de Sarátov. Padre de numerosa familia, el racionamiento que se le concedía era insuficiente. El hambre, y con el hambre la desesperación, le indujo a tomar una resolución comprensible. Tomó el único par de zapatos que tenía y se fue al campo y los cambió por unos kilos de harina. De regreso al pueblo, descalzo, pero con un poco de harina que aplacara por unos días el hambre de los suyos, fue detenido y confiscada la harina. Todas las súplicas, todas las imploraciones, todos los lamentos, se estrellaron contra la bárbara disposición oficial. Desesperado, corrió a las afueras del pueblo y se colgó de un árbol. 

Casos de estos pudieran citarse a miles. Si lo hemos citado no ha sido por hacer vibrar la cuerda sensible de quien nos lea; lo hemos hecho para dar idea de la profunda tragedia que aquel pueblo ha vivido por culpa de sus dirigentes. Y no se nos venga con que la falta de productos ha sido la causa de tantos estragos; esta es una verdad a medias o media verdad. No negamos que haya habido escasez de productos en Rusia; pero afirmamos que a ello ha contribuido la torpe y a todas luces arbitraria política económica seguida por los bolcheviques. 

Concluimos advirtiendo que casi todos estos datos nos los proporcionó Víctor Serge (a) Kibalchiche, ratificados por otros altos empleados del Gobierno de los Soviets. Decimos esto porque la facundia de nuestros bolchevizantes, que tan pródiga es en fantasear, pudiera muy bien acusarnos de verter especies calumniosas para desacreditar a los dictadores rojos. 

***

Las requisiciones, con la existencia de la Cheka, son las dos páginas negras de la política bolchevique. Hemos insinuado en capítulos anteriores la resistencia, unas veces pasiva y otras violenta, que el campesino ruso opuso siempre a la política de requisiciones. ¿A cuántas ascienden las víctimas? No pudimos, aunque lo procuramos tenazmente, ni aproximadamente conocer su número. Vimos gráficos relacionados con la cuestión. Poseemos fotografías de aldeas y pueblos destruidos por negarse a entregar sus productos; pero nuestros informes no pasan de aquí. Las requisiciones son la consecuencia lógica de la política de abastecimientos seguida por los bolcheviques. 

¿Cuándo se establecieron las requisiciones? ¿Cómo se hacían? En los primeros momentos de la revolución, las requisiciones no tenían razón de ser. El campesino, al igual que el obrero de la ciudad, cambiaba cuanto tenían y lo entregaban todo, a veces hasta lo indispensable para ellos. El instinto de solidaridad en el pueblo, en la gran mayoría, dio resultados magníficos. Pero cuando la acción oficial intervino queriendo regularlo y ordenarlo todo, surgió la pugna consiguiente. Al ordenar el Gobierno la clausura del Comercio y las requisiciones de los productos para hacer las estadísticas, paralizó toda transacción dando lugar a la penuria. 

Como la prohibición oficial era absoluta, toda infracción fue castigada; pero las infracciones eran necesarias ante la escasez cada día en aumento. Antes de ordenar el cierre del comercio, debió el Gobierno tener preparado el instrumento que lo suplantara, que cubriera la necesidad que el comercio cubre, ya que, a pesar de cuanto se diga contra el latrocinio comercial, se ha de reconocer que cumple una necesidad en la mecánica distributiva de productos en los pueblos modernos. Pero no ocurrió así. El Gobierno bolchevique, inflado de teorías, pero sin ninguna noción de la realidad, suprimió el comercio sin tener en funcionamiento el órgano distributivo que lo reemplazara. La consecuencia inmediata, perentoria, de esta medida, fue la paralización más absoluta en las transacciones diarias, siendo sus efectos más sentidos en la casa del obrero. 

Verdad que el Gobierno acordó establecer grandes almacenes distribuidores de productos; pero la eficacia de estos almacenes no podía conocerse hasta después de requisicionados los productos, inventariados y llevados a los almacenes. Esto había de tardar en realidad unos días, y como en el hogar proletario, tanto en Rusia como en los demás países, se vive al día, cerrados los comercios, no tuvieron donde proveerse. La [actitud] inmediata fue buscar en la especulación, en lo que los bolcheviques llamaron ya desde un principio la especulación, pero que era una necesidad imperiosa, lo que no podían encontrar en parte alguna. Las Cooperativas jugaron en ese período de transición un gran papel; pero eran insuficientes. ¿Cómo podrían ellas, que apenas pasaban de ser unas decenas, abastecer a una población de casi un millón de habitantes? El cambio de productos de manos a manos, clandestino y oneroso, adquirió formidable alcance, acostumbrándose los campesinos a la usura, pues la clandestinidad les favorecía. Cuando pasadas unas semanas se abrieron los almacenes compradores y distribuidores que el Gobierno había organizado, el remedio resultó peor que la enfermedad, pues el campesino, engolosinado con las ganancias fabulosas de la venta clandestina, no quiso vender sus productos al Soviet y al precio que les señalaba. Entonces se acuerdan las requisiciones. Se quiso curar un mal con otro mal mayor. En tanto que las requisiciones no salieron de la ciudad, que se limitaban a la confiscación de todos los productos a ella traídos para la venta o almacenados y escondidos en depósitos, la cosa no tuvo consecuencias lamentables. Estas vienen después. Paralela a esta acción de Gobierno, de confiscación y requisición a toda fuerza, viene la de tasa de los productos a los precios que acuerda el Soviet de cada villa, siguiendo las instrucciones que se reciben de Moscú. 

El campesino, por no someterse a unas ni a otras, organiza la resistencia pasiva. No entrega sus productos; los esconde primero. Entonces, los bolcheviques, organizan desde el Gobierno la ofensiva contra el campesino. Organizan grupos de individuos, otras veces de soldados, al mando de comunistas probados y pasan de pueblo en pueblo requisando y confiscándolo todo. El campesino pasa de la resistencia pasiva a la resistencia activa. Hace frente a los grupos y soldados encargados de la requisición. Pero aun no surgen los choques sangrientos. La resistencia activa consiste en dejar una parte de la tierra sin cultivar, disminuyendo de esta manera, el acerbo común. A esto contesta el Gobierno con medidas de rigor, llegando en muchos casos a la ejecución de los individuos más refractarios. El resultado no pudo ser más lamentable, pues el campesino pasó de la resistencia activa sin violencias a la resistencia activa y violenta. 

En otro lugar de este libro ya hablamos de los instrumentos contundentes con que el campesino se defendía, limitándonos ahora a señalar el caso solamente. ¿Qué hizo el Gobierno bolchevique? ¿Qué medios puso en práctica? ¿Cómo pretendió resolver una situación violentísima, llegada a tal extremo por sus errores? Ordenó medidas más rigurosas y más violentas y trató al campesino en enemigo común. Dio amplias facultades a las comisiones encargadas de la requisición, ordenándolas que se apoderaran de todo sin contemplaciones. Llegó a más: cuando se vio impotente ante la resistencia de los campesinos y que, además, las gentes encargadas de la requisición, retrocedían temerosas, les concedió el veinticinco por ciento de lo requisado, como prima. 

El efecto fue mágico. El hambre hizo lo que acaso la conciencia rechazara. Las requisiciones se hacían ferozmente. Más que los mandatarios de un Gobierno que iban a cumplir una misión sagrada, caían aquellas hordas en los pueblos como bandas de conquistadores en rapiña, ansiosos de botín y de riquezas. Lo confiscaban todo; se lo llevaban todo; se apoderaban de todo. Cuando ya no tenían nada más que llevarse, se llevaban incluso lo que corno racionamiento correspondía a la misma familia de casa. 

Cuando en nuestra excursión por el Volga preguntamos a los campesinos, huyendo del acompañamiento oficial, y les pedíamos nos detallasen hechos de las requisiciones, no nos contestaban siquiera, pero la cólera asomaba a sus ojos y cerraban los puños en señal de amenaza. Fue tan lucrativa la tarea de requisiciones, que hombres bien colocados y con emolumentos elevados en otras dependencias estatales, las abandonaban y solicitaban ser destinados a los grupos encargados de la requisición. 

En uno de los viajes que hicimos,  se cruzó el tren que nos llevaba con otro en el que viajaba uno de esos grupos. El jefe, el encargado del grupo, era un doctor en medicina que abandonó su clientela y clínica para aceptar aquella misión. Como los dos trenes habían de esperar en aquella estación más de una hora, tuvimos interés en conocer detalladamente la misión del grupo, y nos trasladamos a su vagón para preguntar. Fuimos recibidos por el jefe. Contestó a nuestra pregunta que la requisición era una necesidad, porque el campesino, imbuido de ideas pequeño- burguesas, no quería entregar sus productos al Gobierno, y sí vender- los en el mercado libre o en la especulación para obtener gran- des beneficios. 

—Y a ustedes—le preguntamos—, ¿cómo les reciben los campesinos? 

—Ya se lo pueden figurar. Nos reciben de mala manera. Imposibilitan cuanto pueden nuestro cometido. Se oponen a toda requisición de lo que poseen. 

— ¿Y cómo proceden ustedes al hacer las requisiciones? ¿A quién se dirigen primero? 

—Nosotros ya tenemos asignado de antemano el lugar o lugares donde debemos obrar. Llegados, reclamamos en seguida la presencia del Comité Soviético del lugar; inquirimos de él quiénes son los labradores refractarios a la entrega de los productos; dónde los guardan y en qué cantidad, aproximadamente. Cuando tenemos una lista bien detallada de los campesinos incursos en esas faltas, acompañados de un piquete de soldados rojos, cuya compañía reclamamos del puesto más cercano al lugar donde debamos obrar, vamos de casa en casa reclamando la entrega de los géneros ocultados. 

— ¿Y si se niegan a entregarlos? 

—Detenemos al recalcitrante; lo conducimos ante el Soviet local y lo encerramos en la cárcel. 

— ¿Y si resiste aun? Y si a pesar de la detención y encarcelamiento persiste en no entregar los productos, ¿qué hacen ustedes? 

Registramos la casa, los lugares donde sospechamos y que se nos han indicado como lugar de la ocultación, hasta que los encontramos. Se dan casos en los que el campesino, después de unas horas de detención, confiesa voluntariamente lo ocultado. 

— ¿Tienen ustedes algún derecho de comisión o de prima en la parte de los géneros que descubren? 

—Si voluntariamente, al ser requerido por primera vez el campesino entrega los productos, no; pero si se niega y con nuestras pesquisas los descubrimos, entonces tenemos el veinticinco por ciento [5].

— ¿En este caso tendrán ustedes gran interés en descubrir las ocultaciones? 

—Es de suponer, aunque tengamos más interés por ser mandato y orden del Gobierno. 

— ¿Y cómo es—objetamos—que siendo usted doctor en medicina y faltando médicos en el frente de batalla para curar a los heridos ha preferido esta ingrata tarea y no la derivada de su profesión? 

—Todas son necesarias al triunfo del comunismo y al combate de la contrarrevolución. Y para ésta precisan hombres inteligentes y afectos a la política comunista, 

—De acuerdo. Pero hombres afectos a la política comunista hay muchos, y algunos muy inteligentes, que podrían a maravilla cumplir esta misión, sin que a ella vinieran los que son necesarios en el frente de batalla, como los doctores, por ejemplo, y que no pueden ser sustituidos por la especialidad de su profesión. 

—En todos lados se sirve al Partido—nos contestó. 

—Y usted—seguimos—, ¿vino aquí mandado por el Gobierno, por algún Soviet de provincia, o solicitó usted el puesto? 

—Lo solicité voluntariamente. 

— ¿Y por qué no solicitó ir al frente de batalla, a Polonia, donde se bate el Ejército Rojo en defensa de la Revolución? 

—A ustedes nada les importa, nos contestó un tanto amoscado. 

La llegada de un personaje comunista de nuestro séquito y su intervención cortó el diálogo, que se hacía por demás interesante, descubriéndonos la razón y el porqué de muchas cosas. A instancias de este personaje se nos mostraron las cantidades de productos requisadas, que no eran pocas, y se nos habló también de la cantidad que con arreglo al tanto por ciento concedido a los requisidores les correspondía. Que tampoco era despreciable. Estos productos, que debían ser llevados a Moscú, y puestos a disposición del Comisariado de Abastecimientos, hacía ya muchos días que circulaban de un lugar para otro siguiendo las evoluciones y zigs-zags que debía hacer el grupo requisidor. Antes de llegar a destino, era muy posible que la mitad se quedaran en el camino. El hambre incitaría a ello; la corrupción haría lo demás. 

Ángel Pestaña


[1] Parece increíble que un partido que se pretendía inspirar en lo que decía Marx, cometiera el mismísimo error que todos los monarcas y dictadores, pretendiendo sustituir los valores socialmente determinados, por un decreto político, como si el capitalismo y la ley del valor pudiese someterse a sus caprichos. Como Marx había previsto, los dictadores no pueden controlar el capital, sino que al contrario es el capital quien controla a los dictadores y estatistas y éstos actúan a su servicio. Los leninistas quieren dirigir el capital con la dictadura política, pero es el capital el que dirige la dictadura política de los bolcheviques (NOTA del Colectivo FK)

[2] En realidad “la humanidad” (o mejor dicho la gran mayoría de los proletarios del mundo) nunca se enteraron de la verdad: todo quedó enterrado bajo la etiqueta funesta y cínica de “país socialista” que tanto convenía a la burguesía de todos los países, al capital y al Estado mundial. ¿Acaso no se dijo que gracias a ese “socialismo”, del cual nunca se reveló la verdadera realidad, Rusia habría dejado de ser un país atrasado y fue reconocido como una gran potencia imperialista? (Nota del Colectivo FK)

[3] El cinismo de los leninistas es inconmensurable. Hasta se dan el lujo de criticar como un horrible mal lo que ellos imponen como necesario para el desarrollo del capital, sin “darse cuenta” que son los típicos métodos capitalistas de requisición del productor directo para Estatizar la distribución lo que produce esa plaga. O dicho de otra manera, se quejan de las consecuencias de lo que ellos imponen como necesidades del desarrollo económico. El leninismo, como toda la socialdemocracia no concibe otros métodos de administración que los de centralización burocrática y despotismo Estatal… y contra viento y marea imponen burócratas y más burócratas, estadísticas centrales y más estadísticas, reduciendo toda la distribución a un problema de funcionarios administrativos. ¡Y luego se quejan de que ese mismo despotismo sea un mal y una plaga nociva! (nota del Colectivo FK)

[4 ]Si ya en el siglo XIX muchos Estados y hasta la Iglesia Cristiana habían patrocinado la sindicalización generalizada de los proletarios como forma de estructurar, organizar y dominar al proletariado, en el siglo XX se pondrá de moda la obligatoriedad sindical hasta para trabajar. En esto los bolcheviques serán un modelo, prontamente imitado por el fascismo, el nazismo, el frente populismo y las diferentes variantes de populismo en general. (Nota del Colectivo FK)

[5] ¡25 %! No se trata de nada anecdótico, sino de la expresión misma de la dictadura policial existente en toda Rusia en 1920. Los represores, no actuaban por las supuestas ideas socialistas, bien por el contrario, eran todos mercenarios. La ventaja comparativa que habían tenido los bolcheviques, con respecto a otras fuerzas burguesas de la socialdemocracia, había sido que habían tenido mucho más dinero para financiar tanto la propaganda como la militancia. Desde abril del 17, los bolcheviques pagaban a sus agentes, a sus cuadros, a sus redactores, a sus espías, a sus propagandistas, a sus agitadores, a los miembros de sus estructuras...y desde que tuvieron el poder, a sus milicos (aunque hubieran sido zaristas) a sus militares (ídem), a sus jueces y fiscales. La Cheka se constituyó de esa manera dándole comisión a los torturadores y desaparecedores sobre lo que expropiaban en los allanamientos y requisas, aunque evidentemente este tipo de gente ni siquiera respetaba los porcentajes asignados y muchos fueron juzgados después, por sus propios “camaradas comunistas”, por corrupción, es decir, por aumentarse los porcentajes durante los procedimientos (Procedimiento muy similar, por otra parte, al de los milicos del Cono Sur, más de 5 décadas después, en su cruzada democrática conocida como el Plan Cóndor) (Nota del Colectivo FK)


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