02.NOV.18 | Posta Porteña 1965

Relatos de Amodio (Extraídos del Facebook de HAP- 51/52)

Por AMODIO

 

Relato 51/ 5  octubre 2018


Como responsable de la fuga pedí al Comando General de Montevideo que se me facilitaran los contactos con dos compañeros cuya colaboración consideraba imprescindible: Almiratti y Heraclio Rodríguez Recalde.

Las primeras reuniones las mantuve con el equipo de planimetría que se encargaría de realizar los planos correspondientes para unir el caño que de bajada por la calle Porto Alegre, hoy Víctor Soliño, unía la calle Guipúzcoa con la Rambla. La idea era unir el caño de Porto Alegre con el sótano del Hospital Penitenciario.

La tarde del 24 de febrero de 1972, tenía que reunirme con Heraclio y Almiratti en una casa de Emilio Raña a unos 100 metros de Garibaldi. Era la primera vez que concurriría a ese local y de acuerdo a las normas que recibí de Pablo, el encargado del local en que yo residía en la calle Juan B. Morelli, debía llamar desde una cabina cercana, preguntando por la doctora Elena. Si la respuesta que recibía era “la doctora está atendiendo” podía acercarme a la casa. Si la respuesta era “la doctora no lo puede atender”, era que había dificultades.

Como la respuesta fue la que me daba vía libre, me acerqué al local y llamé a la puerta. Desde la vereda de enfrente, saliendo de una o dos casas al mismo tiempo, una media docena de agentes de Inteligencia y Enlace cruzaron la calle y me detuvieron. Yo lucía en esos momentos un elegante uniforme de sobrecargo de PLUNA y exhibí documentación que así lo refrendaba. Nadie me reconoció como Amodio Pérez – me había quitado el caballete nasal, achicado la boca y cambiado las impresiones digitales de la mano derecha- y como sospechoso fui conducido a Jefatura. Estaba desarmado y no tenía en mi poder nada que fuera comprometedor. Traté de explicar mi presencia en la casa diciendo que un amigo me había dicho que en esa casa vivía alguien que tenía un solar en venta en Lagomar. Con eso justifiqué la tenencia de 3.000 dólares que tenía en mi poder. El verso aguantó unas cuantas horas, hasta que a alguien se le ocurrió comprobar si la foto que había en mi documento se correspondía con la del archivo policial. 
Como no correspondía y algunos funcionarios decían reconocerme, se me hicieron las pruebas de ambas manos y el verso se acabó. A partir de ese momento me dispuse a espera el plazo de 72 horas para ser conducido ante el Juez correspondiente.

Con el dinero que me habían requisado pagué la comida de algunos detenidos como presuntos colaboradores del MLN, conseguí que se nos dejara conversar entre nosotros y que las puertas de las celdas se cerraran solo en horas de la noche. Entre los presuntos colaboradores se encontraba González Guyer, miembro de un grupo que se llamó “comando Acodike”.

Este “comando”, con la pretensión de hacer un operativo que le sirviera como “mérito” para entrar al MLN, había planeado realizar un atentado contra la casa presidencial en la avenida Suárez. Al presidente Bordaberry lo llamaban “el magnífico” y con ese apelativo se dio a conocer el fallido intento.

González Guyer luego dirá que todas las ventajas de las que gozamos en comunidad en esos días se nos concedieron por mi “colaboración” con la policía. Otra cosa que se dirá más adelante será que fui interrogado por varios jerarcas policiales y militares, entre ellos el coronel Trabal, al que habría brindado información sobre el MLN.

Nunca explicaron por qué razón no le informé a ninguno de la fuga que estábamos preparando y que se concretaría casi dos meses después.

 

Relato 52/  8  octubre  2018


A poco de hacerme cargo de la organización de la nueva fuga, y reunido con el Comando General de Montevideo, formado por Alicia Rey, Gabriel Schoeder y Marrero, éste me consultó por el pedido de los presos acerca de la ejecución de Rodolfo Leoncino, en esos momentos al frente de la guardia interna de Punta Carretas. La razón esgrimida fue que Leoncino había dejado morir sin asistencia médica a uno de los presos comunes. Marrero quería saber si la muerte de Leoncino podía incidir negativamente sobre el plan de fuga. Mi respuesta que fue lejos de perjudicarla obraría en sentido contrario, porque ejercería sobre el resto de la guardia una amenaza que no necesitaba explicitarse.

Sin embargo, la opinión mayoritaria fue enviarle un aviso que surtiera efecto como amenaza y evitar su muerte. Unos días después fui informado que un grupo fue a “visitarlo” a su casa y que Leoncino se negaba a cambiar su actitud hacia los presos.

Los que pedían su ejecución desde el Penal se mostraron desconformes con esa resolución e insistieron acerca de su muerte, entre otras razones por una de carácter interno: ante los “gambuzas”-vocablo usado para señalar a los presos comunes- se había prometido una acción de represalia –la “boleta” de Leoncino- que de no realizarse podía acarrear una pérdida del prestigio interno. 

Finalmente se lo asesinó el 27 de enero de 1972, por un grupo de la columna 15, entre los que figuraba Alberto Cía del Campo. Leoncino lo reconoció e intentó huir, siendo alcanzado por la espalda por los disparos realizados por el mismo Cía del Campo, aunque algunos señalan que fue Eduardo Bonomi, quien participó en el tiroteo.

La misma tarde que fui detenido, el 24 de febrero de 1972, el MLN secuestró a Nelson Bardesio, fotógrafo policial, al que Hevia Cosculluela, en entrevista realizada en Cuba con Rosencof señalara como miembro del Escuadrón de la Muerte

Cuando llegué a Punta Carretas Zabalza ya había realizado las gestiones necesarias para ser conducido a su celda. En ella ya estaba alojado Pedro Dubra, detenido en la casa de Emilio Raña. Por Pedro me enteré que la casa había sido allanada tres días antes a mi detención, por lo que ellos no habían concurrido a los encuentros del intercolumnas. La falta a esos encuentros debieron llamar la atención del resto y el aviso debió llegarme con tiempo suficiente para evitar mi caída.

Cuando desde Punta Carretas informé sobre lo sucedido, nos enteramos que el intercolumnas, un mecanismo sobre el que descansaba un gran porcentaje de la seguridad interna, no funcionaba como creíamos. Sin embargo, Heraclio y Almiratti no concurrieron al encuentro, por lo que dedujimos que quien había fallado era Pablo, mi enlace entonces y responsable del local de la calle Juan B. Morelli.

En las reuniones que mantuve con Zabalza, Martínez Platero y Mujica, constituidos como Dirección dentro del Penal, informé no solo sobre el estado de planificación de la fuga. Muchas horas dedicamos al análisis de la situación interna y de las consecuencias que los planes en marcha tendrían, a mi juicio, sobre la Organización. Como consecuencia de mis informes, y aunque no se manifestaron en las reuniones mantenidas, surgieron muchas discrepancias.

Será recién en 2001, cuando Hugo Fontana publicó La piel del otro, que me enteré que Zabalza, por intermedio de un contacto familiar, le envió una carta a la que entonces era su esposa, la que estaba encuadrada en el Collar, donde estaba encuadrado Huidobro.

Tal como Zabalza le relató a Fontana, en la carta se decía que Amodio era un peligro.

No decía el por qué, por lo que es de suponer que era un peligro para los planes que el mismo Huidobro y Sendic estaban llevando adelante, con su complicidad declarada.

(continuara)


Comunicate