17.NOV.18 | Posta Porteña 1970

Relatos de Amodio (Extraídos del Facebook de HAP- (61/62/63)

Por AMODIO

 

Relato 61 / 29  octubre  2018
 

El 19 de mayo la situación era realmente angustiosa. Ya está confirmada la caída de toda la infraestructura de las columnas 10 y 15, se conoció la detención de Píriz Budes, producida una semana antes y se sospecha de la detención de Wassen.

La repercusión de la muerte de los cuatro soldados ha sido totalmente negativa. El local de “la gorda Teresa”, en Manuel Haedo da cobijo a cinco clandestinos y a los habitantes de la casa, la misma Teresa y su hija, Graciela Dry. El local se había utilizado para recibir a los fugados de Punta Carretas, poco más de treinta días antes. Estaba conectado a un gran ramal de las cloacas, por lo que ofrece una evacuación rápida. Se montaba guardia día y noche, detrás de una ventana que daba a la calle. Finalmente, lo tan temido sucede: estando yo de guardia se produce la llegada de un vehículo de la Marina. Eran las cinco de la tarde

En pocos segundos Alicia, Wolff, Rodríguez Ducós, Mujica y yo mismo estuvimos dentro del berretín. Se nos unió Graciela, no así su madre, quien creyó que el berretín resistiría la inspección. Pero los navales vinieron con los datos concretos de la ubicación de la tapa de hormigón y trataban de romperla mientras mostros pasábamos a la cloaca. Del conjunto, el único que recordaba las señales dejadas el día de la fuga era yo, que era el segundo en la marcha de ese día, guiado por Clavijo, “El Percherón”. Los reuní a todos y les expliqué mi plan: trataría de conducirlos en sentido contrario, en dirección a la Rambla de Pocitos.

Luego de cuatro horas, ante el precario estado físico de Alicia –le habían quitado el yeso de su pierna unos días antes de la reunión con Marenales y Sendic- hicimos un alto. Subí por la escalera que terminaba en la tapa situada en la parada de ómnibus a la altura de la Rambla y Miguel Barreiro. También era parada de taxis. Situado en el lugar, sabía que a unos doscientos metros había una zona de las utilizadas por el personal municipal para efectuar limpiezas y reparaciones, situada en una explanada que siempre se mantenía seca. Resolvimos que Wolff y yo saldríamos por la boca, apretaríamos a uno de los taxistas simulando estar armados e iríamos a buscar ayuda. El resto nos esperaría en la explanada.

Cuando Wolff y yo aparecimos por la tapa, causamos terror entre quienes estaban en la parada. Aprovechamos el estupor de uno de los taxistas y lo obligamos a conducir. A pocas cuadras lo hicimos bajar y Wolff se puso al volante. Luego de dar varias vueltas estacionó el taxi y me ordenó bajar. Caminando fuimos a la casa de Aramís, cuyo nombre conoceré en 2013, cuando mis cartas a los diarios. Era Marcelo Estefanell

Relato 62 / 30 octubre  2018


En casa de Estefanell, Wolff y yo pudimos ducharnos y ponernos ropa seca. Comimos algo y decidimos que dadas las horas no nos convenía movernos de inmediato. Wolff me pasó la dirección y la contraseña para entrar al bar Santiso, situado frente al mercado Agrícola. Allí me dirigí apenas amanecido. Como era costumbre el bar estaba lleno y mi presencia no llamó la atención. Me hicieron pasar a la trastienda y asomando la cabeza por la tapa del berretín me recibió Efraín Martínez Platero. Con éste organizamos enseguida un equipo para rescatar a los compañeros en Pocitos. El recorrido por las cloacas nos insumió unas tres horas y cuando llegamos al sitio convenido no encontramos a nadie. Volvimos a La Comercial, desandando el camino, señalado en varios puntos para no equivocarnos.

Por la tarde, revisando los planos vimos que en la zona había otra explanada como la que yo había señalado. Pensando que los compañeros podían haberse confundido, decidimos volver a hacer el recorrido. Cuando estábamos a punto de salir, nos llegó la noticia de la detención de Alicia. Un compañero creyó oír su nombre por la radio policial. Fue entonces que comencé a culparme por haberla dejado y salir a buscar ayuda. La última imagen que tenía de ella, alejándose a gatas por aquellos caños, con las manos y las rodillas despellejadas, se me comenzó a hacer insoportable. Lloré en aquellos caños más que lo que había llorado por los compañeros muertos el 14 de abril. Seguramente Efraín recuerde esos momentos y sus palabras de consuelo. Tampoco encontramos a nadie y decidimos volver.

De vuelta en El Santiso, encontramos allí a los compañeros y pudimos conocer lo sucedido. Por la misma boca por la que salimos con Wolff, entró un contingente policial. Dado el estado de Alicia habían avanzado pocos metros y ella se había quedado atrás. La policía oyó voces y comenzó a disparar, hiriendo a Graciela en la espalda, de manera leve. Ante eso, Alicia decidió entregarse y así hacer posible la fuga de los demás. El resto avanzó unas cuadras y abandonó las cloacas a la altura de Scossería y la Rambla. El Santiso estaba lleno de compañeros y muchos no me conocían, pero todos valoraron el gesto de Alicia y trataron de consolarme. Mujica fue especialmente expresivo, tanto, en sus gestos como en sus palabras. Desde el entrepiso, Marenales, que contemplaba la escena, le dijo a Sendic: “Sabés? Cada vez le tengo más asco” En La piel del otro, Hugo Fontana recoge esas palabras de Marenales.

Relato 63 / 01  noviembre 2018


Antes de nuestra forzada salida de casa de Teresa, yo había manifestado a Mujica mi decisión de pedir la baja del MLN. Cuando llegué al Santiso, el Ejecutivo, por boca del mismo Mujica, estaba al tanto de mi decisión. La detención de Alicia rompió el escaso vínculo que me unía a mis compañeros e hizo mi decisión irreversible

A mí alrededor se fueron formando grupos de compañeros que querían conocer mi opinión sobre la marcha del MLN. Desde el entrepiso los miembros del Ejecutivo observaban lo que ocurría. Finalmente, me llamaron para discutir mi pedido de baja, en una reunión tan breve como violenta. Ninguno manifestó una palabra sobre el gesto de Alicia. Ni siquiera Engler, que se había formado junto a ella, ni el mismo Sendic, que la conocía por su militancia común en el Partido Socialista

Yo entendía que el Comité Ejecutivo debía renunciar, ya que había cometido gruesos errores, tanto políticos como militares, por haber actuado con superficialidad, por haber permitido desde el propio Comité Ejecutivo la destrucción del MLN. Creía que la misma responsabilidad le cabía al Ejecutivo anterior, ya que por no discutir a fondo los problemas alentaron las actitudes divisionistas de Sendic, propiciando salidas de conciliación que ambientaron el caos. Sin embargo, se actuaba como si todo estuviera bien. 
Aunque no había locales, armas ni dinero y los pocos militantes con experiencia estaban desconectados, a juicio del Ejecutivo, todo se solucionaba con un cambio de mentalidad. Lo fundamental era convencer a la gente que si no había locales ni bases de operaciones, de ahora en adelante se funcionará en las cloacas y se actuará a los ponchazos. La situación en el interior era catastrófica. Todas las prevenciones que durante meses habíamos planteado sobre el segundo frente se habían cumplido, sin que nadie le adjudicara a Sendic la más mínima responsabilidad. 

La respuesta del Ejecutivo fue tan breve como terminante: “a quien ha ocupado los puestos de responsabilidad que vos ocupaste no se le puede dar la baja” dijo Sendic. “Mándenme a Chile, para resolver el tema de los documentos”, fue mi respuesta. Finalmente, ni una cosa ni la otra. Ya tenían una decisión tomada y se le encomendó a Wolff ponerla en práctica: debía conducirme a un local conocido como Planimetría, un apartamento ocupado por los arquitectos que habían elaborado los planos para realizar el Abuso. No tenía encuadre alguno, por lo que mi función se limitó a las labores de cocina, para atender a Wolff y al mismo Estefanell, que se convirtió así en el único nexo con la Organización.
Todo terminó el 23 de mayo, cuando una patrulla del Florida llamó a la puerta, en la madrugada, conducida por una compañera detenida horas antes.


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