23.NOV.18 | Posta Porteña 1972

Relatos de Amodio (Extraídos del Facebook de HAP- (66/67)

Por AMODIO

 

Relato 66/ 10 noviembre 2018


Pereira anunció que nos preparáramos para ir al baño. Los que llevaban días en el barracón se acercaron a la puerta y se pusieron la capucha, formando una fila de a dos. Los imité y esperé la orden de salir. Sentí que una mano se apoyaba en mi espalda y me empujaba hacia adelante, cuando la fila se puso en marcha. Tuve que apurarme para alcanzar al de adelante mío y así, tambaleantes, llegamos a unos baños.

La luz era aquí más intensa, ya que un par de ventanas dejaban entrar la luz del día. Cuando nos sacamos las capuchas, pude ver que varios tenían el rostro amoratado y que en sus ropas había rastros de sangre. Detrás de mí estaba Busakre, que se identificó ante mí como integrante de la columna 1, del sector político. Conocí a tu hermano en el BP Color, le dije. Nunca más lo vi.

Rehicimos la fila y volvimos al barracón. Nos permitieron estar sin las capuchas un buen rato, que aprovechamos para intercambiar impresiones e información. Dubra, con el que no había tenido más contacto, se acercó y me condujo hasta la ventana, que en esos momentos estaba abierta de par en par. Nos vamos a ir por aquí, me dijo en un susurro. A unos metros, el soldado de guardia en la puerta del cuartel nos daba la espalda. Puede ser que el primero se vaya, le dije, y con suerte el segundo, pero el tercero la queda. Tenemos que intentarlo, me respondió. Fueron las últimas palabras que cruzamos.

Esa misma mañana un soldado me vino a buscar. Gritó mi nombre desde la puerta y me levanté. Ya habíamos vuelto a la situación anterior: acostados, capucha puesta y luces apagadas. Para levantarme me quité la capucha y me acerqué a la puerta: capucha puesta!!!, me dijo el soldado una vez que estuve a su lado. Agarrándome de un brazo me condujo por una escalera hasta una oficina cuya puerta daba a la azotea. Habíamos subido dos pisos, a juzgar por las vueltas dadas en el recorrido. Allí me esperaban Calcagno y Méndez. Gómez les cebaba mate.

Leete esto, me dijo Méndez, y me acercó un montón de hojas encarpetadas, muchas escritas a máquina y otras manuscritas. Mientras leía, Calcagno me invitó con un Nevada. No fumo rubios, le dije, y Gómez me acercó un Montevideo extra, seguido de un mate. Calcagno me indicó con la mirada que lo aceptara, así que me uní a la ronda.

Tardé como una hora en leerme aquellos papeles y poco a poco fui entendiendo a quién pertenecía lo escrito. Al final, había un informe sobre los integrantes de las direcciones, algunos comandos de columna y un esquema con el organigrama interno.

Son las declaraciones del Tino, me dijo Méndez. Ya me dí cuenta, le respondí. Llegó a un acuerdo con el coronel Trabal, y a cambio de sus declaraciones ya no está en el país. Me quedé esperando que dijera algo más, pero en cambio me acercó otras carpetas, menos voluminosas. Eran las declaraciones de Manera, Huidobro, Rosencof y Wassen. Otra hora de lectura, de mate y de algún cigarro. Méndez y Calcagno, cada uno a mi lado, de vez en cuando me interrumpían para hacer algún comentario sobre lo que iba leyendo. Las hojas tenían anotaciones al margen, claramente visibles y además era evidente que les pertenecían a ellos.

Qué te parece, me preguntó Méndez cuando cerré la carpeta de Rosencof, la última. Nada, qué te voy a decir, que aquí lo tenés todo, le respondí.

Bueno, todo no. Nos faltan muchos detalles, sobre todo de los políticos. Yo solo te puedo confirmar lo de Erro, lo dicen todos, así que yo no lo voy a negar. Sobre los demás conozco lo que se me informó, menos lo de Gutiérrez Ruiz, que lo llevé yo a ver a Bardessio. Del resto, nada. El resto eran Wilson, Zelmar y Seregni. Y los militares? No los conozco. Yo contacté a un tal Ramón, pero no sé quién es, le respondí. El viejo Montañés, dijo Calcagno

 

Relato 67/ 12 noviembre  2018

 

Mientras yo leía las declaraciones, los interrogatorios continuaron. Wolff, que había sido llevado al barracón terminó delatando el plan de fuga que Dubra me había contado a grandes rasgos y Wassen que estaba detenido en el 13 de Infantería, creyó que la Cárcel del Pueblo estaba por caer. Durante los interrogatorios a los que fue sometido, solicitó ser conducido a la unidad en que estuvieran detenidos Wolff y Amodio, con la finalidad de consultar con ellos la posible entrega de la “cárcel” y así evitar una matanza inútil más. Tenía que convencer a Wolff, que de los tres era el único que conocía su ubicación exacta, por su condición de responsable de esa y las otras cárceles del pueblo.

Consultaba conmigo por la relación que manteníamos desde 1968, lo que le daba a él la seguridad de que entendería lo razonable de su planteo: era necesario convencer a los integrantes del local y a los custodios de los secuestrados de que toda resistencia no significaría más que aumentar la suma de muertos que se venía produciendo.

Tanto Wolff como yo entendimos muy razonable su propuesta, máxime cuando Wolff dijo que en la casa había tres criaturas, hijas de los dueños de la casa. Tocaba decidir quién de los tres sería el encargado de la propuesta de rendición. Yo fui descartado enseguida, ya que nada me unía o relacionaba con el local o sus ocupantes.

Wassen entendió que debía ser él como proponente y Wolff se propuso por su condición de responsable del local.

Esto debió haber sido así, si Cristi, al mando del operativo, se hubiese guiado por el sentido común y no por lo que él creyó en esos momentos lo mejor: decidió que fuéramos Wassen y yo, dejando fuera al único que por sus responsabilidades podía tener alguna ascendencia.

Hasta lo que yo pude participar en esa reunión, Wolff le informó a Wassen la dirección exacta y éste la trasladó a los mandos de El Florida.

Era ya de madrugada del día 27 de mayo cuando un soldado vino a buscarme para llevarme a presencia de Calcagno, quien me informó de la decisión de Cristi de ser yo el encargado de la negociación con los custodios de la cárcel del pueblo. Para eso se me hizo vestir un poncho militar y se me proveyó de un casco. Así fui conducido a uno de los “camellos” estacionado en el patio de armas. Allí me encontré con Wassen, equipado como yo.

Durante el trayecto hablamos muy poco, aunque Wassen poco a poco comenzó a dar muestras de inseguridad personal. Yo traté de convencerlo de que la resolución tomada era la más correcta a nuestro alcance, lo que no evitó su desasosiego, máxime cuando llegamos a la esquina señalada, -Juan Paullier y Charrúa- que ya estaba absolutamente copada por el ejército.

Fui sacado del camello y a punta de bayoneta fui colocado frente a la ventana del número 1190 de Juan Paullier. Antes de empezar mi parlamento, escuché a Cristi decir que si había resistencia yo debía ser el primero en morir.


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