28.NOV.18 | Posta Porteña 1973

A 100 AÑOS DE LA CONTRARREVOLUCIÓN RUSA (18)

Por Colectivo Fanni Kaplan

 

ÁNGEL PESTAÑA “70 días en Rusia, lo que yo vi”

 

El mito de la contradicción capital trabajo

 

En vez de la contradicción histórica entre las clases sociales, la socialdemocracia, en coherencia con su papel histórico burgués, había impuesto el mito de la contradicción capital trabajo. El leninismo haría de la contradicción capital trabajo su religión de Estado, la forma idealizada del capitalismo se embobinaba así en la ideología del trabajo: cuanto más trabajo mejor.

Con esa base toda la sociedad se organizaba en función del trabajo que el capitalismo necesitaba: lo máximo posible. Esa era la clave de la ideología socialdemócrata y por consecuencia, del socialismo bolchevique. La tiranía capitalista fundada en el trabajo, utilizaba para ello el eslogan de “dictadura del proletariado”. Todo despotismo entraba en la “dictadura del proletariado” por más que solo sirviera a imponer las más brutales condiciones de explotación del ser humano. El Código del Trabajo era en realidad (como denuncia Pestaña) la dictadura brutal del capital sobre el ser humano para imponer la obligatoriedad del trabajoel terrorismo de Estado para obligar al proletariado a someterse al trabajo.

La verdadera situación del proletario ruso con esa dictadura bolchevique era la de la esclavitud a secas: con el cuento del socialismo los bolcheviques impusieron un sistema generalizado de esclavitud, tanto en los campos de concentración como en toda la “Gran Rusia”. Con Lenin en el poder, la amenaza del campo de concentración se generaliza a todos los proletarios rusos simultánea y concomitantemente con la obligatoriedad total de los proletarios de transformarse en esclavos “asalariados” en el lugar de ese gigantesco país, que los dictadores oficiales decidieran. La movilización del trabajo, la obligatoriedad del mismo y la imposición del campo de concentración y de trabajo era la tríada de divinidades leninista, combinada con la famosa militarización del trabajo trotskista. ¡Ni aquella mentirosa libertad de vender su fuerza de trabajo, que los proletarios del mundo tenían en otras partes, le dejaban en Rusia a los proletarios! ¡Sólo por elegancia ideológica del lenguaje leninista, es decir burgués, se le podía llamar a dicha esclavitud “asalariada”! Es mucho más adecuado hablar de esclavitud a secas, aunque la misma se inscribiera en el sistema asalariado internacional y la terrorífica campaña de industrialización del capital mundial.

Las respuestas que los bolcheviques dan para justificar lo injustificable, invariantemente contra el ser humano, definen bien las intenciones bolcheviques como la de la más brutal dictadura capitalista, contra la clase trabajadora a la que decían representar.

COLECTIVO FANNI KAPLAN

 

En el Comisariado del Trabajo 

 

Lo habían instalado en el piso alto de unos grandes almacenes del barrio chino, confiscado, como otros muchos, por los bolcheviques. Introducidos por nuestro “cicerone’' e intérprete, a presencia del camarada comisario, impuesto por anticipado de nuestros deseos, nos recibió amablemente. Comencemos por decir, para no defraudar a quienes lean este capítulo y de él esperen las grandes enseñanzas que de un régimen llamado comunista pudieran esperar, que los datos suministrados por el Comisariado del Trabajo no implican novedad alguna. Casi todos, por no decir todos, de algún interés, los conocíamos ya. En cuanto llevamos dicho van consignados. Nuestra impresión sobre la utilidad o importancia del papel asignado al Comisariado del Trabajo fue dubitativa. Creímos, y lo manifestamos sin eufemismos, que se trataba de un organismo de acción secundaria. Pronto pudimos adquirir la seguridad de esta impresión. En las cuestiones fundamentales del trabajo, su intervención era limitada, por no decir nula

La cuestión ferroviaria escapaba a la inspección del Comisariado. Otro tanto ocurría con la Agricultura. Sólo en el aspecto industrial tenía alguna intervención. Y aun aquí, su intervención, como elemento principal o único, quedaba muy restringida por la amplitud que alcanzaban las actividades o funciones del Consejo de Economía Nacional. Diluida así y en diferentes organismos la misión que incumbía al Comisariado del Trabajo, todavía le restaba influencia la misma Confederación General del Trabajo y la Tercera Internacional. 

Muchas de las cuestiones que afectaban a los Sindicatos y al trabajo, se planteaban, discutían y solucionaban en principio, sin que el Comisariado del Trabajo tuviera intervención alguna. Es verdad que, luego, para darles la forma legal, precisaban su visto bueno y su aquiescencia; pero sólo se pedían cuando ya la cuestión estaba completamente prejuzgada. Por eso, nuestra misión estuvo pronto cumplida; sólo se nos dio estadísticas, que no reproducimos por su interés puramente interno, transitorio o circunstancial.  En líneas generales, se hallaba en estas estadísticas el número de obreros parados en distintos períodos del año; su aumento o disminución; subsidios concedidos a los parados y ancianos; accidentes del trabajo y otros asuntos parecidos. Entre la serie de datos que nos suministraron llamó nuestra atención el hecho de que, habiéndose fijado un límite a la edad de incapacitación para el trabajo, fuera preciso un informe facultativo y técnico que precisara la absoluta invalidez, sin el cual podía el Comisariado del Trabajo dedicar al anciano a otro trabajo compatible con el resultado del informe. 

Aprovechando esta visita, nos propusimos aclarar una duda. En poder nuestro teníamos un ejemplar del Código del Trabajo — Código draconiano y brutal, que impone deberes a los obreros, pero no les concede ningún derecho— y quisimos saber qué aportaciones llevaron a él los Sindicatos y qué participación o colaboración tuvo el Comisariado. Parecía increíble, y seguimos en la misma creencia, que un Comisariado obligado a defender los intereses de los trabajadores y que se dice y afirma estar regentado por obreros, suscribiera aquel Código. Cuanto pudimos saber acerca del particular, nos llevó a la conclusión de lo que ya presumíamos: que el Código del Trabajo ruso era la obra del Partido Comunista y de sus hombres, entre los que también se encontraba el comisario. 

Cuando se nos habla de la “dictadura del proletariado” para justificar lo injustificable y se tiene ante la vista el famoso Código del Trabajo ruso, se nos pone en el trance de tener que preguntar si es que todos los proletarios rusos, o sus hombres representativos, estaban locos al suscribir aquel documento. En ningún país de régimen capitalista existe una legislación tan rígida y tan contraria al interés de la clase trabajadora. Quien emprenda la tarea de traducción de este Código proporcionará a los trabajadores de habla española el mejor alegato contra el régimen bolchevique. 

Ellos, tan cuidadosos de dar a conocer su literatura y política, callan y nada dicen de su literatura económica y de su legislación. Interpretan a Marx a su sabor. Los guerreros del materialismo histórico, los cantores de la lucha de clases que reducen todas las aspiraciones del pueblo a resultados químicos estomacales, los que se dicen llamados a redimir al pueblo de toda dependencia económica, ejerciendo la dictadura proletaria (?) para lograrlo, es inexplicable que silencien la mayor parte de las disposiciones del trabajo obligatorio. 

Nada dicen en sus propagandas del famoso Código del Trabajo; han silenciado, también, todo lo referente a la movilización de los trabajadores; parece, según ellos, que estas cosas no interesan al proletariado mundial. En cambio, a nosotros nos parece todo lo contrario. Es más, creemos que el nervio de la revolución está ahí, en las disposiciones que garanticen y aseguren la plena libertad de los trabajadores; en la forma de organizar el trabajo; en la estructura social que haga imposible la explotación del hombre por el hombre y la sumisión de una clase a otra clase. 

Porque, ¿cuál es la verdadera situación del obrero ruso frente a la legislación bolchevique y, consecutivamente, a la movilización? La de un esclavo, la de un hombre a quien se imponen deberes sin concederle ningún derecho. Cierto que esos deberes se disfrazan con la paradoja de ser hechos en su beneficio y nombre; pero la realidad es más ingrata que las elucubraciones y fantasías bolcheviques, descubriendo el engaño y poniendo al desnudo la añagaza. 

¿Dictadura del proletariado? Veamos

Una vez inscrito el obrero en las secciones de su oficio, funcionando en la Bolsa del Trabajo, queda a la entera disposición del Ministerio del Trabajo. Si por necesidades de la producción, reales o ficticias, pues a él no se le explican, el Ministerio acuerda que debe marchar a prestar sus servicios a Odessa, aunque habitualmente resida en Moscú, y allí tenga su familia, el obrero ha de partir sin poder oponerse a la orden que se le da. Es un obrero movilizado en nombre de la dictadura del proletariado, por lo que ésta dispone de él a su antojo. 

Si una vez en Odessa acuerda el Ministerio que el mismo individuo debe marchar a prestar sus servicios a Tobolsk, o cualquiera otra población siberiana, ha de partir inmediatamente, a la hora y día que el Ministerio le señala. El obrero en estas condiciones, es un juguete mecanizado en manos del Partido Comunista. Puede disponer de él a su antojo y capricho, cuando quiera y como quiera. 

Abordamos esta cuestión ampliamente al conversar con el camarada Comisario del Trabajo. Y cuando le decíamos que nos parecía absurda y arbitraria la movilización obrera, sin dejar de reconocer que, a veces, y acaso para un oficio, fuera necesaria, pero cruel como sistema, nos  contestó que sin ella el triunfo de la revolución fuera imposible, pues muchos obreros se negaban a trabajar en una profesión, prefiriendo otra, lo que desequilibraba la economía nacional. 

Reconocimos justo el alegato; pero rechazamos las premisas que él sentaba. Dijimos que nos parecía más racional convencer al obrero u obreros especializados en una profesión y precisos en otra localidad de aquella donde residieran habitualmente, que precisaba su concurso en otro lugar y, aunque temporalmente, fuera a prestarlo. Pero que tomar una medida general y tan rigurosa, no lo comprendíamos. 

Así, el Gobierno, que debe ser el único autorizado a organizar la vida política y económica del país en nombre de la Revolución, tiene más libertad de disponer las cosas, evitándose dar explicaciones. En estos casos, afirmaba, precisa la más ciega, la más completa y absoluta obediencia de todos a las disposiciones del Estado obrero. Obrando como dice, no se lograría esa finalidad. 

Cierto, objetamos; pero el obrero tendría más libertad, se sentiría más hombre en el conjunto de la lucha por el lanzamiento de la revolución, tomaría una parte más activa para identificarse con ella, ya que se reclamaba su concurso y no se le imponía, no se le obligaba a que lo prestara. En situaciones graves, afirmábamos, raro será el individuo, más bien pudiera considerársele anormal, que se negara a cooperar a la obra de liberación del pueblo, que viene a ser, en suma, su propia liberación. 

—¿Olvidan, acaso, se nos contestó, que la contrarrevolución no cesa en sus ataques; que la burguesía desposeída conspira a diario para retornar al pasado; que contra el Partido Comunista, se concitan todas las fuerzas de oposición, y que el Partido ha de hacerles frente por todos los medios? 

—Entonces, replicamos, la movilización, ¿más que una medida de orden económico para organizar la vida del país es una medida política dirigida contra los partidos políticos o sectores que no acepten los puntos de vista comunistas? 

— [Oh!, no]; de ninguna manera. La movilización va contra todos, y todos deben someterse a ella. Los comunistas del partido como los demás. No existen excepciones. 

Sonreímos ante esta afirmación y la dimos por buena. 

—Nos interesaría saber —dijimos—, qué actitud adoptó el Comisariado del Trabajo frente al Proyecto presentado por Trotsky de organizar la Rusia productora sirviéndole del tipo de la organización militar. 

Según nuestros informes, Trotsky proponía dividir a Rusia en diez regiones militares, dando la misma división al trabajo. De esta guisa, el soldado y el obrero quedarían sujetos a una misma organización, aunque prestando, como es natural, servicios diferentes. 

—De completa conformidad si el Partido lo hubiese aceptado. 

—Entonces el Comisariado del Trabajo, en sus múltiples y variadas actividades, sigue la trayectoria que le marca el Partido Comunista. Y como hace lo mismo la Confederación General del Trabajo, el obrero no puede, en el régimen de su dictadura, hacer su voluntad, sino la del Partido, algo paradójico nos parece todo esto. 

—Porque no han vivido en Rusia, ignorando que aquí, la organización y el Partido Comunista, están de completo y común acuerdo. Yo mismo—dijo el comisario del Trabajo— aunque soy miembro del Partido, no fui designado por él para este cargo, sino por la Confederación General del Trabajo, 

Al crearse este Comisariado, el Partido pidió a la organización que designara ella misma el individuo que lo debía regentar, y en su nombre y representándola estoy yo aquí.

—Razón de más para que nos extrañen las disposiciones que referente al trabajo se toman. 

La movilización de los obreros, el Código del Trabajo y toda otra serie de medidas tomadas para organizar la producción, y que reputamos contrarias al interés colectivo de los trabajadores, no creemos las hubiera sancionado teniendo libertad de opción. Pero como esta libertad nos parece que le falta, suponemos lo demás. 

—Atravesamos circunstancias difíciles y no puede concederse esa opción a que hacéis referencia. 

—Sin embargo—objetamos—, violentando la voluntad de los trabajadores, no podrán armonizarse sus aspiraciones con la obra de Gobierno, y muchísimo menos con el espíritu de la revolución. Los efectos de esta política de violencias serán negativos. 

A cada violencia, moral o física, del Gobierno contra el proletariado, imponiéndole normas en cuya preparación y adopción no participa, responderá con una mayor resistencia pasiva, cuando no violenta, y el divorcio entre el Poder Comunista y el obrero será más acentuado cada día. 

—No; porque nuestra política se impondrá. 

Partimos. Nuestra desilusión no tenía límites. Salíamos convencidos de la inutilidad del organismo que acabábamos de visitar. 

Ángel Pestaña


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