28.NOV.18 | Posta Porteña 1973

Relatos de Amodio (Extraídos del Facebook de HAP- (68/69)

Por AMODIO

 

Relato 68 /19  noviembre  2018


Cuando los soldados se retiraron me quedé parado frente a la ventana, casi en el cordón de la vereda. Dos o tres pasos me separaban de la casa, sobre la que se proyectaba mi sombra, por efecto de los reflectores que me iluminaban desde atrás. La sombra parecía un espantapájaros grotesco. Hoy recuerdo esos momentos y siento lo mismo que entonces: el reconocimiento de que todo había sido inútil y vuelvo a sentir el peso de la derrota y el fracaso. Reconozco que tuve lástima de mí mismo y que por un instante sentí ganas de darme la vuelta y decir NO, NO LO HARE!!!

Pero lo hice. Avancé los dos o tres pasos necesarios y empecé mi monólogo: “compañeros, esto es el final. Todo está perdido. Entréguense y dejen que los secuestrados salgan vivos”. Nadie me respondió pero intuí que había sido escuchado.

Pasados unos minutos los militares avanzaron en dirección a la casa y ocuparon toda la vereda. Yo seguí esperando una respuesta que nunca me llegó. De pronto mi sombra también me abandonó. Los reflectores cambiaron la dirección de la luz, que iluminó la puerta de la casa. Ruidos de puerta que se abre y alcancé a ver hombres que salían con los brazos levantados y que eran sacados del lugar casi en el aire.

Poco a poco los militares fueron entrando a la casa. Finalmente, alguien vino por mí y me hizo entrar al comedor. Ahí estaba uno de los carceleros, Tiscornia, y el “Pescado” González, sentados en uno de los sillones, como si fueran amigos. Tiscornia me recibió con palabras que me tranquilizaron: “es lo mejor que pudieron hacer. Cualquier otra cosa era un disparate”. González ordenó a un soldado que me llevara de vuelta al camello que seguía estacionado en la esquina. Salvo el conductor, no había nadie más. Me sentaron en el asiento del medio y el soldado que me acompañó se sentó sobre la parte trasera, de cara a la calle. 

Volvimos al Florida. Allí me esperaba Gómez, que antes de llevarme al barracón me dio un cigarrillo y me ofreció una caña. Le acepté ambas cosas y le pedí pasar al baño. Me condujo por los mismos pasillos que hasta entonces había recorrido a los tumbos, mirando el suelo por debajo de la capucha y agarrado al de adelante de la fila. Había en la actitud de Gómez una mezcla de cumplimiento de su función con rasgos de un humanismo algo primitivo, pero quizás ese primitivismo lo hacía más humano. O quizás fuera mi estado de ánimo que me lo hizo sentir así. Cuando llegué al barracón casi amanecía. Apenas había tratado de dormir, cuando nos llegó el desayuno. Pregunté por Wolff pero nadie me pudo decir nada. “Cayó la cárcel del pueblo”, le dije al que tenía más cerca. Rápidamente se corrió la voz y tuve que contestar las preguntas que me llegaron: ¿cuándo y cómo? Expliqué lo mejor que pude y nadie me pidió más explicaciones

A la hora de la comida me condujeron al despacho de Calcagno. Te vamos a sacar del barracón, me dijo. Tus compañeros te condenaron a muerte. Pregunté por qué. Por la caída de la cárcel, me contestó. Yo no fui, le argumenté, como si la responsabilidad fuera suya. Qué querés que haga?, no puedo dejar que te maten. Pero si me sacás lo estás confirmando, le respondí. Es la orden que tengo. A partir de ahora estarás en mi cuarto.

Me bajaron al primer piso. El cuarto de Calcagno estaba siendo modificado, agregándole otra cama. Esta es la tuya, me dijo Calcagno en cuanto llegó. Ordenó a un soldado que le llevara la comida a su cuarto. Traiga para dos, fueron sus palabras. A la orden, le respondieron

Relato 69 /21  noviembre  2018


Sentados en nuestras camas respectivas y con las bandejas sobre las rodillas, nos comimos las raciones de asado al horno con papas que nos trajo un soldado, al que en adelante llamaré “el Petiso” . Este hombre vivía permanentemente en el cuartel y recibió la orden de atenderme en todo lo que yo le solicitara, cosa que hizo siempre, incluso estando pendiente él más que yo acerca de la yerba, tabaco y otras necesidades, como ser llamar a mi familia para darles noticias mías. El tema familiar fue uno de los que tratamos con Calcagno desde el primer momento. Fue así que me enteré de los detalles con que mi padre consiguió que mi tía Elsa intercediera por mí ante su primo, el capitán Carlos Calcagno Gorlero.

Será en 2015, estando en prisión domiciliaria en casa de una de mis hermanas, que tendré acceso a una serie de fotografías de reuniones de militares en la casa de la tía Elsa, en las que aparecen, además del mismo Calcagno, una serie de militares que hoy han fallecido o que aún están detenidos en Domingo Arenas. En una de esas fotos aparece alguien señalado como hijo de Calcagno, lo que me causó una gran sorpresa. Sorpresa motivada porque Calcagno creía ser el responsable de la infertilidad de su matrimonio, lo que le producía un gran desasosiego. Tener un hijo era una de sus mayores ambiciones.
Calcagno era un hombre típico de la formación militar de entonces, en la que prevalecían una serie de valores que los militares creían que les correspondían solo a ellos: la valentía, a veces rayana con la inconsciencia, una hombría mal entendida, lo que lo llevó a participar en desafíos del tipo de beberse una botella de vermouth sin despegar la boca del gollete o a comerse a cucharadas un frasco del adobo destinado a un asado colectivo. Pero a lo que daba más valor era al de la palabra dada.

Yo era un testigo de esa palabra mantenida pese a las presiones recibidas, incluso desde sus propios compañeros de Unidad. Lo que te voy a pedir es tu palabra de que no vas a provechar tu estancia aquí para intentar fugarte, fue su única condición. Cuando le di mi palabra, se quitó la pistola Browning de su canana y la guardó en el cajón de la mesa de luz, junto con el cargador de repuesto. Luego abrió el armario y me mostró la carabina M1 y la metralleta UZI que colgaban en el interior. En varias oportunidades soldados a sus órdenes vinieron a buscarlas y esperaban en la puerta de la habitación a que yo se las entregara. Paradojas de la vida: nunca había tenido un armamento parecido a mi alcance.

En la primera charla, mientras dábamos cuenta del asado, me relató la participación de las tropas a su mando en la calle Amazonas, a las que hizo retirar cuando los elementos policiales iniciaron el tiroteo contra los ocupantes de la casa. También me relató cómo los soldados presionaron a la oficialidad el 18 de mayo para que El Florida se volcara de lleno en la represión, como consecuencia de la muerte de los cuatro soldados. Ahí la cagaron, me dijo. Ya lo sé, fue mi respuesta. Ya viste que el Tino cuenta cuál era mi posición interna. Por eso es que te hicimos el planteo. Podés zafar de todo esto, me dijo y se quedó esperando mi respuesta. No tengo nada que darte. El MLN está liquidado ya. No hay nada que hacer, fueron mis palabras.


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