16.DIC.19 | Posta Porteña 2076

LA TAREA DE SÍSIFO -Ensayo sobre las dificultades para superar el capitalismo-

Por SIRIO López Velasco

 

Dificultades culturales para superar al capitalismo

 

Sirio López Velasco Diciembre de 2019

Segunda parte y final

En A.Latina hay que considerar las dificultades culturales inherentes a la llamada “cultura occidental” que expandió el capitalismo a todo el mundo, las inherentes a las culturas indígenas y negras (obviamos aquí otras importantes pero minoritarias, como la asiática, muy presente en algunos núcleos poblacionales de nuestras tierras), y las derivadas de la apuesta intercultural propia al nuevo orden socioambiental poscapitalista al que aspiramos.    

La cultura occidental que diseminó el capitalismo está marcada por el egoísmo individualista, la indiferencia recíproca y aún la violencia hacia otros.

El egoísmo individualista es un reflejo de la atomización recíproca entre los productores que son víctimas del trabajo alienado en el capitalismo, una de cuyas expresiones es la alienación en  relación al otro ser humano; y si la misma opone a capitalistas y asalariados (con intereses opuestos en lo relativo al monto del salario, a la duración de la jornada laboral y a las condiciones de trabajo), también opone a trabajadores entre sí (que se enfrentan, a pesar de que los sindicatos históricamente intentan impedirlo, como competidores en la búsqueda y en la conservación del trabajo, que siempre pueden perder a manos de otro asalariado), y también entre capitalistas (por su oposición en la competencia y en la búsqueda de financiamiento, aunque se puedan aliar temporalmente, por ejemplo, para enfrentar como clase a los asalariados)

Es obvio que esa cultura del egoísmo individualista se opone a toda formación colectiva de las voluntades, tanto en lo relativo al censo de las necesidades, como a la elaboración y ejecución del Plan de producción y distribución que las satisfacen. Una complicación particular en ese contexto es la aceptación del principio que reza “de cada uno según sus capacidades y a cada uno según sus necesidades, respetando los equilibrios ecológicos”, pues el mismo implica que alguien con mayor capacidad de producción no necesariamente va a recibir más del producto social a causa de eso; así si sus necesidades (por ejemplo por tener una familia menor y/o sin enfermedades crónicas) son menores que las necesidades mayores de otro de menor capacidad que él (y que por ello contribuyó menos a la formación de aquel producto), recibirá menos que ese segundo.

En lo que tiene que ver con las culturas indígenas y negras, su pasado comunitario (que es presente fuerte en muchas comunidades, en especial las indígenas)  facilita la instauración de la organización productiva-distributiva poscapitalista que arriba hemos bosquejado. Pero también estas culturas presentan insuficiencias que deben ser superadas, como lo es la posición inferior de la mujer en la trama social, en la que, al igual que en la cultura occidental, el machismo es milenario.

Y además hay que notar que hoy el capitalismo ha logrado penetrar en varias de esas comunidades, y las inoculan con el deseo de ganancia y de lujos, aunque sea al precio del trabajo alienado y de la devastación de la salud de la naturaleza humana y no humana, contradiciendo la propia visión anterior del “buen vivir”

En lo relativo a la solidaridad intercultural en un orden socioambiental ecomunitarista hay que destacar la dificultad de identificar los temas y terrenos en los que cada cultura debe ser complementada por la otra, mediante un diálogo desprovisto de subordinación o de invasión no deseada.

Así por ejemplo, en pro de la salud humana, hay que pensar en la adopción por parte de las comunidades indígenas de la parte indispensable de la medicina occidental por parte de las comunidades indígenas para vencer enfermedades (a veces contagiadas por los propios blancos) para las cuales la medicina indígena no tiene soluciones suficientemente eficaces; pero resulta evidente que en perspectiva intercultural ecomunitarista esa adopción sólo puede ser resultado de una libre elección informada por parte de las comunidades indígenas, en un diálogo intercultural solidario.

Ahora bien, para que ello sea posible, los blancos (o sea, los portadores de la cultura occidental) deben aprender las lenguas indígenas que tienen a su alrededor (y esto varía de país a país), para que haya un verdadero diálogo, con comprensión del Universo de los pueblos indígenas y las comunidades negras. De ellas tienen muchísimo que aprender en lo relativo al trato preservador-regenerador de la Pacha Mama, evitando toda devastación y contaminación irreversible (sin que en estas palabras vaya una idealización falsa de tales comunidades, pues ellas también han sido a veces escenarios de aquellos nefastos acontecimientos).    

A su vez, esas comunidades tienen que estar abiertas a cambiar hábitos, por ejemplo en el trato de la mujer (como se está empeñando en hacerlo la cultura occidental), a partir del convencimiento de las exigencias de un nuevo orden socioambiental que supere el capitalismo, y que no es un simple regreso al estado de esas comunidades antes de la Conquista (o del comercio negrero), porque es innegable que hay recursos tecnológicos desarrollados por la cultura blanca (por ejemplo la informática e internet) que se revelan como indispensables a esta altura de los tiempos para la organización de la sociedad poscapitalista.

En ese contexto hay que incluir el problemático uso consensuado de los recursos naturales, porque, por ejemplo, puede que en función del Plan nacional que a todos satisface,   deba ser afectada una floresta que una comunidad indígena pueda querer preservar intocada a toda costa en función de su tradición cultural; pero esa afectación nunca podrá hacerse sin el consenso de dicha comunidad indígena, so pena de traicionar el corazón mismo de la sociedad intercultural poscapitalista, en una de sus principales expresiones en A.Latina. Y al mismo tiempo, con ese espíritu, la discusión del Plan nacional deberá evaluar todas las posibilidades de satisfacer las necesidades de todos sin afectar para nada esa floresta (por lo menos deliberada y directamente, porque los efectos indirectos de la acción humana son numerosos y a veces imprevisibles)

En los parágrafos anteriores ya hemos caracterizado las dificultades atinentes a la vivencia intercultural que debe signar al nuevo orden socioambiental poscapitalista en el nivel “macro” de A. Latina. En lo “micro” la articulación intercultural supone armonizar las diversas vivencias urbanas con las rurales de un país y una región, por ejemplo, y dentro de las primeras, las de las diversas “tribus” que las componen (por ejemplo, desde los núcleos de la tercera edad hasta los de los jóvenes inspirados por el rap, o los de las comunidades LGBTQ). Y es evidente que eso no es nada fácil, pero sólo el respeto a las tres normas básicas de la ética puede dar el rumbo para caminar rumbo a las soluciones.

Ahora bien, dijimos que la llamada “cultura occidental”, además de acunar el egoísmo individualista que nutre la competencia recíproca, también incentiva la indiferencia y la violencia recíprocas.

En lo que respecta a la indiferencia hay experiencias que muestran que cuanto mayor es el desarrollo capitalista de una localidad, mayor es la indiferencia recíproca entre las personas; así un actor fingió que no se sentía bien en la calle y los resultados fueron los siguientes; en un pueblo pequeño con fuerte influencia indígena o rural pre-capitalista o de capitalismo incipiente, prácticamente todos los transeúntes se pararon para prestarle ayuda; en una ciudad mediana con capitalismo más desarrollado de industrias y comercios y algún banco, son tantos los que los ayudaron como quienes pasaron de largo; y en la gran urbe capitalista, con rascacielos, tránsito infernal, grandes industrias  y muchos Bancos, casi nadie se detuvo para ayudarlo.

Al mismo tiempo la violencia está siempre latente en la vida cotidiana de la A.Latina capitalista, y aflora ya dentro de la casa donde los adultos expresan sus frustraciones o temores (por la falta o inestabilidad en el empleo, o por el menosprecio de los jefes en su trabajo, o por dificultades financieras) agrediéndose entre sí (en especial es masiva la violencia contra la mujer, por parte de sus compañeros, o responsables, en caso de ser menor), o agrediendo a los niños. Y esa violencia se respira en el barrio, donde son frecuentes los homicidios por los más diversos motivos (más aún cuando el narcotráfico y la gran delincuencia están allí instalados). A su vez, en las calles abundan los robos y los asaltos. Y no escapan a la violencia los estadios deportivos, donde las continuas agresiones llegan a veces hasta el asesinato.

La única respuesta para la competencia, la indiferencia y la violencia interindividual está dada por la convivencia pacífica y solidaria que asegura a todos lo necesario para desarrollarse como individuos, que debe ser propia del nuevo orden socioambiental poscapitalista a partir de la aplicación del principio que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad, respetando los equilibrios ecológicos y el diálogo intercultural”

Dificultades políticas, educativas y comunicativas para superar al capitalismo

Ahora bien, el nuevo orden socioambiental poscapitalista necesita combinar su base económica con una articulación política y comunicativa que esté alimentada por una educación socialmente generalizada.

En lo político el gran desafío consiste en superar la seudodemocracia seudo representativa vigente en el capitalismo, por una democracia participativa que siempre que sea posible sea ejercida de manera directa. Para ello en sociedades con mucha población y grandes extensiones geográficas es evidente que se deben usar todos los recursos que proporcionan la informática y la internet; así, por ejemplo, los millones de asambleas locales y los cientos de plebiscitos o referendos que en pleno capitalismo Suiza ha organizado desde hace dos siglos, pueden hoy en cualquier país abarcar desde los asuntos más generales (como lo es la elaboración del censo de las necesidades y la elaboración del Plan de Producción y Distribución) hasta los más locales (como lo es la determinación por los vecinos de un barrio sobre cómo debe funcionar allí el centro de salud o qué tipo de arborización es la mejor)

Al mismo tiempo, todos los cargos y responsabilidades que sea imprescindible mantener tienen que ser revocables por decisión de los electores (por lo menos una vez a la mitad el mandato) y con número de mandatos limitados (para evitar que una nomenclatura se petrifique en el poder, y para favorecer la rotación de, teóricamente, todos los ciudadanos en el ejercicio de esas funciones)

En ese sentido vale la pena investigar críticamente en detalle el modelo de democracia que ofrece Cuba a partir de la promulgación de su reciente nueva Constitución; en principio lo que podemos decir es que si por un lado en él se puede percibir que la democracia no pasa necesariamente por el pluripartidismo, por otro lado parecen frágiles los argumentos cubanos que, respectivamente, nos dicen que hay participación  efectiva de los trabajadores en la elaboración del censo de necesidades y en el Plan de Producción y Distribución, y que niegan la influencia decisiva del Partido Comunista en las elecciones de los diversos cargos electivos; simultáneamente hay que constatar la casi ausencia de plebiscitos o referendos en la política cubana, y el hecho de que los Rectores de las Universidades no son electos por su respectiva comunidad universitaria (en un ejercicio democrático que Uruguay, por ejemplo, implementó hace más de sesenta años)

En Venezuela, donde se mantuvo buena parte de la economía en manos privadas, ha sido también notoria la dificultad de empoderar realmente al Poder Popular a partir de los Consejos Comunales y las Comunas, y de reestructurar completamente al Estado para que camine rumbo a su disolución (o casi) a través de la democracia directa cada vez más efectiva y abarcante

Lo que se ha visto, por el contrario, ha sido una gran concentración de poder en manos del Presidente, del Partido dominante, de una cúpula militar no electa por el pueblo, de los órganos del Estado burocrático y de los dirigentes de los sindicatos y gremios oficialistas.

Desde el punto de vista comunicativo el nuevo orden poscapitalista debe poner los medios de comunicación en manos de los individuos y de las comunidades, y a nivel nacional hacerlos públicos, lo que significa supeditarlos a la diversidad de aquellos mismos individuos y comunidades, sin permitir monopolios u oligopolios de ningún tipo. O sea, que al mismo tiempo en que se superan los actuales monopolios u oligopolios mediáticos capitalistas, no se transfiere ese sector a ningún otro tipo de monopolio.  En ese sentido otra vez hay que denunciar la carencia del modelo cubano cuando hasta el advenimiento de internet, por lo menos, no supo descentralizar los medios, ni siquiera en manos de Universidades que, aún siendo francamente favorables al socialismo, en mucho podrían contribuir con  críticas y propuestas constructivas  a través de radios, TV y otros medios.      

En el orden educativo se hace necesaria la generalización de una educación ambiental ecomunitarista, que incentive la aplicación de las tres normas básicas de la ética y que incluya, entre otras: a) una permanente crítica y corrección de los problemas socioambientales con soluciones comunitario-participativas, de los estudiantes, docentes y vecinos en general, y propias del nuevo orden, b)  una educación sexual socialmente generalizada (en centros educativos, barriales, productivos, sociales, culturales, deportivos, etc.) orientada al gozo del libre placer consensualmente compartido, y a la superación del machismo y la homofobia, y, d) una práctica deportiva para el cultivo del cuerpo y de la mente, sin ningún afán de ganancia ni competencia. 

Dificultades subjetivo-individuales para superar al capitalismo

Es evidente que los individuos capaces de construir y mantener el orden poscapitalista tendrán que ir superando el individualismo egoísta (competitivo, indiferente y violento) del capitalismo. Ahora, para que los individuos vayan consolidando el nuevo perfil es indispensable que el nuevo orden les entregue efectivamente lo que necesitan para su frugal confort ecológico, porque sin esa recompensa decaerá su ánimo y tenderán a ceder ante la seducción de la vuelta al capitalismo. Y aquí ha estado la gran deficiencia de Cuba, porque es imposible exigir durante décadas que cada ciudadano común tenga el mismo espíritu ascético de auto-sacrificio del Che. Grandes multitudes están dispuestas a soportar ese sacrifico por períodos más o menos previsibles y esperando la venidera recompensa material y espiritual, pero no puede esperarse de ellas una renuncia indefinida a la cobertura de necesidades básicas que no son tan difíciles de obtener (como lo es el aceite)

Sólo en ese contexto el individuo podrá superar tanto el espíritu del  “no te metas”, que lo lleva a ocuparse sólo de lo que le conviene y lo premia sin comprometerse en ningún esfuerzo comunitario de largo plazo, y el ventajismo que lo hace tratar de sacar ventajas en todo lo que involucre a otros; o la práctica que consiste en hacer sólo lo mínimamente necesario estipulado por alguna instancia colectiva.

El individuo reforzará y ampliará su conducta solidaria más allá del mínimo necesario explícitamente exigido de él, en la medida en que ve que la solidaridad también lo beneficia palpablemente desde el punto de vista del frugal confort material y espiritual compatible con la manutención de los equilibrios ecológicos y la interculturalidad. Ese individuo tampoco tendrá miedo ni será pusilánime a la hora de denunciar y ayudar a corregir errores que a todos perjudican, y, por ende, también a su confort individual.        

Una gran cuestión estriba en determinar si en cada individuo está presente y es insuperable la “pulsión de muerte” que enunció Freud, que,  oponiéndose a la de vida, empuja siempre hacia la autodestrucción y la destrucción de los otros. Para el bien de la Humanidad y de las posibilidades del orden poscapitalista, esperamos que Freud se haya equivocado, o que, por lo menos, si existe, esa pulsión sea superable. 

La cuestión militar

Es obvio que el poscapitalismo habrá de prescindir de toda fuerza militar (a no ser la indispensable para la defensa ante una eventual agresión interplanetaria) o policial. La convivencia pacífica y solidaria hace obsoletas  a las actuales Fuerzas Armadas y Policiales. Los casos de desvío individual serán fácilmente controlados y corregidos por la propia comunidad organizada. Y en un orden poscapitalista que abarque a todo el planeta han desaparecido los conflictos bélicos (y otros) entre países (en función del censo planetario de las necesidades y del Plan planetario y solidario de Producción y Distribución para satisfacerlas)

Ahora, durante el tiempo en el que resten países capitalistas, aquellos embarcados en la construcción del nuevo orden deberán velar para que sus fuerzas militares defensivas sean expresión de la comunidad organizada y nunca  se constituyan en un foco de poder autónomo que comprometa la estructura entera del nuevo orden; las Milicias Populares y la rotatividad de las fuerzas especializadas son las herramientas más adecuadas para garantizar lo uno y evitar lo otro.     

Yugoeslavia: una advertencia para algunas de mis ideas

Cuando se mira la experiencia del socialismo yugoeslavo, se percibe que algunas de las ideas que propongo fueron por lo menso en alguna medida implementadas en Yugoeslavia, y después fracasaron. A manera de resumen reproduciré aquí textualmente (menos los gráficos) el análisis de Miguel Guerrero Boldó, publicado en 2016 (y disponible en internet)

En la Constitución yugoslava (a partir de los años cincuenta) se concretó un principio de obligatoriedad para organizar el trabajo por parte de los trabajadores en todos los escalones y etapas del proceso productivo. Desde la segunda mitad de los años sesenta y a comienzos de los setenta, comenzó a observarse que estas transformaciones en las relaciones de producción erigían, de facto, a una capa social privilegiada por su condición y posición económica. Para el asentamiento del modelo y su posterior desarrollo, era imprescindible que la sociedad adquiriera conciencia comunitaria, fuera cada vez más capaz de tomar decisiones que no obedecieran al mero acto voluntarioso, y se naturalizase el proceso. La descentralización jugaba un papel fundamental en un sistema autogestionario que tenía que configurarse, por definición, a partir de la democracia directa, más que de la representativa.

Debía conciliar los intereses divergentes que componían los procesos de toma de decisiones Así, los problemas se resolverían cada vez más a nivel local, pero esto trajo consigo, por citar algunos de los efectos indeseados más relevantes, la atomización de los trabajadores y el dominio nacionalista de los años setenta.

En Yugoslavia, la autogestión en una organización de trabajo se creaba de dos maneras: "directa" e "indirectamente". En la Constitución (a partir de los años cincuenta) se concretó un principio de obligatoriedad para organizar el trabajo por parte de los trabajadores en todos los escalones y etapas del proceso productivo. Esto debía ser así en todas aquellas organizaciones que constituyesen una unidad económica, en todos los problemas relativos al trabajo, a las relaciones dentro de la empresa, a la distribución de los ingresos y a todas las cuestiones relacionadas con su situación económica. Sin embargo, la naturaleza del trabajo, en ocasiones, según Branko Bruckner, imposibilitaba la intervención de los trabajadores en las decisiones, por lo que nos encontraríamos ante una autogestión "indirecta"

Este modo de autogestión se fundamentó en una delegación, por parte de los trabajadores, de las funciones directivas, a los órganos elegidos por ellos. Dos formas de intervención directa de los trabajadores, en la gestión de la empresa, eran las asambleas de trabajadores y los referéndums. Bajo estos procedimientos, los trabajadores podían intervenir expresando sus opiniones y propuestas para la resolución de cuestiones relacionadas con la marcha de la empresa

En los distintos sectores, las empresas eran dirigidas por los consejos de trabajadores, compuestos de 15 o 20 personas electas cada dos años por los colectivos de trabajadores. Se celebraban reuniones mensuales de estos consejos, abiertas a todos los miembros de la colectividad y “se discutía y tomaba decisiones concernientes a los precios, productos, publicidad, organización en el lugar de trabajo, aumento de la fuerza laboral, condiciones de trabajo, y los salarios relativos a los distintos grupos de trabajadores de la empresa. Una de las decisiones más significativas fue cómo invertir los ingresos de la firma y cuánto sería distribuido como ingreso personal”. Los obreros comenzaron a ser considerados como un mero instrumento de la restauración de las relaciones capitalistas, la autogestión se convertía en un asunto para un futuro a largo plazo. Los cambios acaecidos en las relaciones de producción (sobre todo a partir de las reformas de 1964-65) fueron seguidos por alteraciones en la estructura social de la sociedad yugoslava

Desde la segunda mitad de los años sesenta y a comienzos de los setenta, comenzó a observarse que estas transformaciones en las relaciones de producción erigían, de facto, a una capa social privilegiada por su condición y posición económica. Se pusieron en marcha una serie de reformas que orientaron el sistema económico hacia una pérdida de poder por parte de los trabajadores.

Estas beneficiaron al capital financiero en detrimento del productivo, se dio un ensanche de los límites del mercado y se propagó la tecnocratización creciente del sistema. Sin embargo, desde la introducción del sistema autogestionario en 1954, ya se puede encontrar, en el diseño del mismo, contradicciones que favorecieron y estimularon los problemas sistémicos posteriores. Fueron, fundamentalmente, la limitación de la autogestión exclusivamente al ámbito de la empresa, y la reducción de la misma a la distribución del ingreso.

 Las contradicciones generadas por el diseño del sistema autogestionario se originaron en esta fase (1954-1965), aquí comenzó a advertirse la ideología típicamente tecnocrática que definió la etapa posterior. Pese a todo, la mejora de la situación de Yugoslavia en el comercio internacional, fue uno de los factores fundamentales de este periodo, de cara al aumento significativo de las fuentes de inversión y la apertura de nuevos mercados que dio una salida a su volumen creciente de exportaciones. Hasta 1965 se creó una base real, aunque partiera de niveles de desarrollo bajos, para que se establecieran los objetivos de los planes.

Sin embargo, tras las reformas de mediados de los sesenta, se desmantelaron los fondos de inversión y se fue abandonando toda vocación planificadora por parte del Estado federal; hubo una ampliación de los mecanismos de formación de los precios a partir del mercado y el sistema bancario se transformó, orientado, cada vez más, hacia un criterio de asignación de recursos fundamentado en el principio de la rentabilidad monetaria. Los obreros comenzaron a ser considerados como un mero instrumento de la restauración de las relaciones capitalistas, ya que la autogestión se convertía en un asunto para un futuro a largo plazo. La gerencia democrática fue aprovechada para promover la atomización nacionalista, el elitismo y la libertad de mercado.

Los bancos y los grandes productores se convirtieron en los agentes clave dentro del sistema económico, y a los trabajadores se les instó a realizar sacrificios en pos del éxito de estas formaciones. La propiedad social (el modelo de propiedad yugoslavo pretendidamente diferenciado de la estatal), fue interpretada en este periodo como una propiedad de los colectivos de empresas coordinados por los bancos. En los consejos obreros bajó la participación de los trabajadores del 76% en 1960 a 73,8% en 1965 (primer año de reformas), mientras que en los comités de gestión del 67,2% a 61,9% en el mismo periodo. El número de obreros presidentes de los consejos obreros disminuyó del 74,1% en 1962 al 65,8% en el año 1965 

Este proceso desembocó en el surgimiento de un poder financiero y comercial cada vez más independiente y mucho más poderoso que el capital productivo, que incurría, a su vez, en una contradicción evidente con las relaciones autogestoras. A partir de 1964-1965, las organizaciones de trabajo pasaron a ser fundadoras de bancos junto con las comunidades sociopolíticas pero ante un déficit cada vez mayor de medios en las actividades bancarias, comenzó a iniciarse un ciclo de encarecimiento constante del capital. El acceso al crédito se redujo a aquel que podía permitirse afrontar una tasa de interés cada vez más alta. Esto provocó que las organizaciones de trabajo agravaran su dependencia de los bancos a partir de la fase de endeudamiento que se inició. Los bancos comenzaron a comportarse cada vez más como rentistas sin soportar riesgos en las inversiones, sin asumir responsabilidad alguna por el desarrollo y el trabajo asociado. Desde 1971 se establecieron una serie de enmiendas constitucionales que abolieron el derecho a invertir de la Federación.

Esto tuvo una gran trascendencia, ya que, hasta el momento, el monopolio financiero de las inversiones lo ejerció el poder del Estado federal. Estas reformas venían dadas, en parte, por las presiones de las repúblicas más desarrolladas (Croacia y Eslovenia), que pusieron en tela de juicio las políticas de redistribución desde las regiones más ricas a las menos desarrolladas. Por otra parte, se originó una descentralización mercantil que respondía a una demanda creciente de derechos de autogestión reconocidos a los trabajadores (como derechos de empleo y de despido, derecho de gestión de diversos fondos, etc.) que, en realidad, estaba cuestionando cualquier intromisión estatal. A partir de aquí, ya no se logró revertir una tendencia capitalista y nacionalista que se vio favorecida por el contexto de crisis global que se advenía.  

De lo arriba expresado se deduce que la descentralización económica (lo opuesto de la centralización defendida por el Che) puede llevar al fracaso del modelo, con lo que el desafío para un eventual futuro modelo socialista consiste en articular  la planificación central (plano de lo global, como dirían los ecologistas) con la descentralización (plano de lo local, según los ecologistas); y obviamente que eso dista mucho de ser sencillo y eficiente.

Y mi idea es que también la planificación central debiera tener un primer momento basado  en el ejercicio de la democracia por parte de la ciudadanía en general, que debiera definir el censo de las necesidades y las opciones mayores de la manera de resolverlas, por ejemplo, determinando entre dos opciones diferentes ofrecidas por los técnicos, si está dispuesta  a trabajar más horas para conseguir determinados bienes o servicios, o si desea trabajar menos horas porque se contenta con menos bienes y servicios.

Ahora bien, registrado todo eso, hay que señalar que según una encuesta de Gallup divulgada en 2017 la gran mayoría de los habitantes de la ex-Yugoeslavia pensaba que en el socialismo vivían mejor; concretamente, alrededor del 81% de los serbios juzgaban desastrosa la disolución de Yugoslavia, y compartían tal opinión el 77% de los bosnios, el 65% de los macedonios, el 41% de los eslovenos y el 23% de los croatas. Y algunos importantes números económicos mostraron que efectivamente era así, con la única excepción de Eslovenia (de todos los actuales países que antes hicieron parte de la Yugoeslavia de Tito)

Conclusiones provisorias

No tenemos respuesta para la pregunta sobre si es posible que un país o un grupo de países puede efectivamente ir más allá de la ley del valor, la mercancía, el salario y el dinero, mientras el resto del mundo permanece capitalista y hay imperios agresores; menos aún tenemos esa respuesta si ese o esos países son poco desarrollados tecnológica e industrialmente. Pero ya sea posible eso o haya que esperar-imaginar la posible superación del capitalismo sólo cuando la misma ocurra a nivel planetario (y hay que preguntarse cómo sería posible esa transformación global simultánea), reiteramos algunas ideas clave sobre el contenido de esa superación en perspectiva socialista con horizonte ecomunitarista.

Para que la Tierra pueda superar el capitalismo hay que imaginar en primer lugar  que toda la comunidad humana (nacional o planetaria) participe (por ejemplo a partir de los 11 años,  que es la edad que Piaget caracterizó como la del manejo del razonamiento lógico y del nivel maduro de la moral) en la definición de las necesidades individuales-comunitarias que deben ser satisfechas y de la confección del Plan de producción y distribución capaz de proveer los bienes y servicios para satisfacerlas. Oportunamente aclaramos que esas necesidades acatadas serán sólo las éticamente legitimadas por las tres normas fundamentales de la Ética, que nos exigen, respectivamente, luchar para garantizar nuestra libertad individual de decidir, realizar esa libertad en la búsqueda de consensos con los otros, y, preservar-regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana;  también aclaramos que esta última traza los límites ecológicos éticamente aceptables para la producción y el consumo poscapitalista, de tal forma que concebimos el poscapitalismo como el orden socio ambiental ecomunitarista en el que se practican las tres normas básicas de la Ética y se aplica diariamente el principio que reza “de cada uno según su capacidad y a cada uno según se necesidad, respetándose los equilibrios ecológicos y la interculturalidad”. Así los productos y bienes generados no son más mercancías pues carecen de valor de cambio, y se limitan a ser valores de uso para satisfacer las necesidades legítimas. Así ha sido dejado atrás el salario y también el dinero.

En segundo lugar, y para respetar la tercera norma fundamental de la Ética, la economía poscapitalista debe usar sólo energías limpias y renovables (como la solar y la eólica), reducir, reutilizar y reciclar los insumos y residuos (de la producción y del consumo), y prescindir, en la producción, de los agrotóxicos, transgénicos y de cualquier técnica que degrade gravemente la tierra, el agua y/o el aire, y/o que afecte gravemente la salud de la naturaleza humana y no humana (contrariando la tercera norma fundamental de la ética).

En tercer lugar todas las decisiones intra y extra-económicas (en sentido estricto) deben ser tomadas mediante el ejercicio de la democracia directa, y los cargos de representación que sea inevitable mantener deben ser ejercidos en permanente rotación y sus ocupantes deben ser electos y removibles a cualquier momento por los electores; tal democracia directa es hoy enormemente facilitada por los recursos informáticos y de internet. La comunicación debe ser horizontal y simétrica, usando todos los recursos que ya ofrecen la informática e internet,  y la gran prensa será comunitaria y pública, superando e impidiendo la formación de monopolios u oligopolios mediáticos privados. La educación formal e informal tendrá siempre un perfil problematizador y ambiental-ecomunitarista); tal educación incluye una educación sexual promotora de la erótica del libre y consensuado placer sano para los partner (según lo exigen las tres normas básicas de la Ética), sean sus nexos de carácter hetero u homosexual, y la crítica-superación del machismo y del racismo. Hay que notar que algunos autores han defendido la tesis de que el “trabajo productivo” en el capitalismo, a saber aquel que genera plusvalía, se concentró en el sexo masculino, mientras que los trabajos “no productivos” (como las tareas domésticas y de cuidados educativos y de salud) se depositaron en manos de las mujeres, por lo que el modo capitalista de producción sería intrínsecamente machista. No obstante hay que notar que algunos de esos autores parecen contradecirse cuando, al constatar la inclusión masiva de las mujeres al mercado de trabajo capitalista, afirman que esa inclusión se hace al precio de su masculinización; y decimos que se contradicen porque naturalizan en la mujer características tales como la dulzura y la compasión, siendo que, para escapar al machismo, hay que concebir esas virtudes como propias de lo humano sin más, sin distinción de sexos.

En ese punto lo decisivo es que las mujeres y los hombres (y transexuales, lésbicas, gays, etc.) se encuadren como iguales en la economía ecológica y sin patrones (sin vigencia de la ley del valor, sin mercancías, ni salario ni dinero) que antes reseñamos.   Ahora bien, más de un siglo transcurrió desde la Revolución Rusa, pero se constata que en todo el mundo las voces y acciones decididamente anti/poscapitalistas son minoritarias, y han sido derrotados no sólo el “socialismo real “ (URSS y sus países  satélites del este europeo), sino también la socialdemocracia clásica, con el progresivo desmonte del “Estado (capitalista) de Bienestar” en toda la Europa occidental, dos intentos del “socialismo del siglo XXI” (Ecuador y Bolivia), e intentos “progresistas” (en Brasil, o, antes, en Argentina), al tiempo en que el supuesto socialismo maoísta dio lugar en China a un furioso capitalismo coordinado por el Estado dirigido por un Partido denominado Comunista (y ese camino parece ser imitado a su escala por el heroico Vietnam).  Poco sabemos de la República Popular Democrática de Corea, pero lo que sabemos basta para decir que mucho se aparta del poscapitalismo caracterizado en las múltiples dimensiones que hemos esquematizado aquí antes.

Para explicar las derrotas en los países de Europa y A. Latina se ha esgrimido una y otra vez la tesis de la manipulación mediática. Sin negar esa posibilidad, a esta altura de los tiempos debemos plantear la sospecha de una razón más profunda, a saber, la “pulsión de muerte” invocada por Freud, como un impulso inseparable de lo humano que (contrariando al “eros”, la pulsión de vida) hace que cada uno de nosotros tienda hacia la autodestrucción y la destrucción de los otros. No es mala esa hipótesis para explicar el incomprensible hecho, repetido a la saciedad,  de que los pobres (asalariados, desempleados y marginados) votan en gran proporción a sus verdugos, incluso cuando éstos anuncian anticipadamente que tomarán más medidas de recortes en las políticas públicas (educación, salud, y vivienda, por ejemplo) e incluso en los salarios y jubilaciones. Tal hecho acaba de repetirse nuevamente en 2019 en la cuna de la democracia, Grecia.

Allí la mayoría de los votantes, decepcionada con las traiciones de la coalición de supuesta izquierda Syriza a sus promesas de que se enfrentaría a los recortes antipopulares impuestos por la Troika (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el  FMI), traiciones que incluyeron el desconocimiento del resultado del plebiscito referente a esa cuestión que la propia Syriza había convocado al asumir el Gobierno, en vez de apoyar al Partido Comunista que había criticado esas traiciones y se había negado a integrar el Gobierno, optó en cambio por la derechista “Nueva Democracia” que ya había gobernado inmediatamente antes de Syriza y había practicado recortes similares. Así, la pregunta “¿es posible superar al capitalismo?” no se limita a las esferas económicas, políticas, militares, educativas, erótico-sexuales, comunicativas, religiosas (enormemente complejas de por sí), vigentes en el capitalismo, sino que apuntaría también a la propia constitución del ser humano, pues hay tres posibilidades: o Freud se equivocó y no existe tal pulsión de muerte (algunos psicoanalistas la niegan), o existe pero puede ser compensada-contorneada (habría que ver cómo), o existe y es inevitable.

A falta de conocimientos e investigaciones personales en la materia, por ahora nos limitamos a desear, para bien de la Humanidad y del planeta, que esa tercera posibilidad no sea la correcta.

De la experiencia histórica que hemos revisado, en la que hemos destacado pocos pero ilustrativos ejemplos, se concluye que todas las indispensables luchas que protestan diariamente contra males puntuales del capitalismo y a veces apuntan más allá de él, no podrán ir muy lejos si no asumen como tema de reflexión y acción fundamental el análisis y la propuesta de solución para las dificultades del tránsito hacia el poscapitalismo que hemos resumido en estas líneas (y que, por cierto, necesitan futuros desarrollos, profundizaciones y detallamientos, nutriéndose de otros estudios y experiencias). De no hacerlo así la Humanidad se condenaría a repetir para siempre el castigo de Sísifo, a saber, tratar de subir eternamente una piedra por una ladera, para verla caer por la pendiente opuesta, y así tener que recomenzar incesantemente otra vez la tarea.

Bibliografia

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