22.OCT.20 | PostaPorteña 2157

La Izquierda Esta En Otra Parte

Por Tato López

 

“Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida”

El Libro de la Arena Jorge Luis Borges

 

En un artículo de Hoenir Sarthou, publicado por el Semanario Voces, titulado LUC-JUP: ( aquí )  , su autor expone constataciones inefables sobre el equívoco agenciamiento que intenta instalar el progresismo por intermedio de su nomenclatura en el PIT CNT, y de las sospechosas legitimidades dispensadas por el pasado del cual intenta valerse, para ”que el aroma “setentoso” fuera perfecto, aparecieron carteles de la JUP (Juventud Uruguaya de Pie) en apoyo de la LUC (Ley de urgente consideración, recientemente aprobada..”, como en todos sus artículos, su campo perceptivo, tiene la virtud de transmitir conceptos densos, con palabras accesibles que lo invisten como actor incómodo para la política de la despolitizacion predominante.

Sin embargo, uno de sus párrafos, donde dice que: “Si con algo se conjuga una trasnochada reaparición de la JUP, es con cierta visión del mundo que podríamos describir como “izquierda con anteojeras”, me remitió a Borges, y a mi mala digestión de su obra, para resignificar la ironía de uno de sus cuentos del Libro de la Arena -el Congreso- en el cual, sin perjuicio de que el deseo de los convocantes hagan absurdas sus intenciones de dominación del mundo a través de representaciones políticas disparatadas, aunque el congreso Mundial Borgiano que se dispone a dominarlo mediante su representación, resulte tan ficcionado como la serie de cómics de Steven Spielberg que en cada episodio, dos ratones, genéticamente modificados en Laboratorios Acme., traman un plan para tratar de dominar el mundo, aunque el mismo no se va a dar por enterado, es precisamente en el absurdo que queda al desnudo el dispositivo, aunque la representación sea una ilusión, puede producir efectos materiales.

En el Congreso se produce un juego en el que las cosas se explicitan y se homologan y la pregunta central que se instala es a quién representa cada uno de sus integrantes.

Creo reconocer que en “El Congreso” y en su desarrollo se encuentra una crítica a la idea de representación en política, soporte central del sistema democrático en occidente. 

El delirio llega a niveles de paroxismo cuando uno de los personajes llamado “Twirl” observó que "El Congreso” presuponía un problema de naturaleza filosófica. Planear una asamblea que representara a todos los hombres era como fijar el número exacto de arquetipos platónicos, incertidumbre que ha ocupado durante siglos la perplejidad de los filósofos.

Cada uno de los personajes estrafalarios, y a la vez representantes, realizan conferencias, viajes con viáticos para esclarecer soportes teóricos, donde cada uno, sabe bien qué lugar cumple en la representación de la estructura, y conocen que sus efectos son duraderos a condición de su financiamiento, que se materializa en un excéntrico hacendado que al rematar sus bienes, hace tocar fin al sistema que prefiguraba sus aportes, los alcances, y el ámbito de su ejercicio. 

Eso podría hablar con elocuencia sobre un Borges escéptico a la política, que simula no saber nada de ella, quizás como mascara de un saber exhaustivo. Este relato, nos aproxima a su percepción lucida de la política, investida de desprecio e ironía por sus formas de tutelaje.

La “izquierda con anteojeras” fue el disparador de esta probable digresión que me crea cierta angustia y las planteare en términos filosóficos, como el más apropiado reducto para pensar la política en su actual estado de incertidumbre. 

En las dos últimas décadas del siglo pasado, asistimos a una crepitación de muchos soportes conceptuales,”la revolución”, que es lo que estuvo en debate, se aproximó hasta algún dintel cercano, pero no llego a materializarse.

Aunque eso no sea novedoso en el relato histórico, que las revoluciones “terminen mal”, como la ”Triste historia” de León Felipe, esta afirmación, que siempre es verificable para los historiadores y sus narrativas, confunde dos campos entre el devenir histórico y la historia misma, que no da cuenta que durante esos procesos tentativos de rupturas, son los actores mismos, que devienen en revolucionarios , y esa diferencia es la que no registra el historicismo contemporáneo, y esa es la imposibilidad  perturbadora del pensamiento burgués, al no poder conjurar revoluciones como eventuales “accidentes”, no existen pólizas de seguro contra riesgos del devenir revolucionario latente por parte del historicismo clásico.

Elucidar que es la izquierda contemporánea, es bastante engorroso, mucho más cuando comienza a merodear el concepto de “ideología”, pero tampoco el ejercicio performativo de postular sentido de pertenencia a la izquierda es suficiente.

Ya pasamos hace décadas, el debate de las diferentes escuelas confesionales -de las cuales participamos- con una impronta positivista, entre rupturas traumáticas divisiones de las organizaciones políticas de la década de los 60 ?s., entre los que reclamaban el legado histórico de origen y, los eventuales apócrifos impugnados.

No se trata de reeditar esos eventos, pero, por lo menos, podemos definir que es la derecha y sus efectos ideológicos en nuestra vida cotidiana, observar con que eficiencia funcionan nuestro esquemas perceptivos actuales, en nuestras conductas y en nuestros hábitos discursivos para interpelarnos en ese difuso campo de la izquierda actual, si queremos cambiar las Instituciones ideológicas del Estado y sus dispositivos de normalización - ni que hablar de las represivos- para que funcionen mejor y con otra modalidad, es síntoma suficiente de que ya estamos atrapados en la estructura dominante.

Creo reconocer en tanto, que ser “de izquierda” es sencillamente resistir el efecto de estos dispositivos y los efectos de sus discursos y reproducir otro. Y este estado de insumisión y resistencia, trasciende el maniqueísmo sesentista de las formas de lucha, pero no,  la lucha como riesgo, desde el Mahatma Gandhi y su huelgas de hambre y su marcha de la sal, y su convicción de que “La fuerza no proviene de la capacidad física sino de la voluntad indomable”.

 Es remontarnos a la práctica política de los filósofos griegos como Aristóteles y Demóstenes sobre la parresia, (el hablar franco) de quien no sólo arriesga la relación establecida entre quien habla y la persona a la que se dirige la verdad, sino que hace peligrar la existencia misma del que habla , al menos si su interlocutor tiene algún poder sobre él y no puede tolerar la verdad que se le dice, y el consecuente rechazo a la retórica, discurso seductor que no distingue ni repara en la mentira, impidiendo distinguir a un adulador de un amigo. 

Creo que es definiendo un campo perceptivo, su horizonte y su trayectoria con sus eventuales obstáculos que estemos dispuestos a sortear, no del todo previsibles, que dispensarían el devenir el “ser de izquierda”.  La izquierda no es jamás un gobierno, no es su horizonte, puede ser parte del trayecto y es siempre un obstáculo, sin desconocer que hay gobiernos que facilitan más el devenir de la izquierda, en tanto no se apropien de ese legado para repetir las mismas prácticas de normalización y de disciplinamiento sobre el campo perceptivo del que se valió para acceso al poder. 

La izquierda es irreductible a la mayoría, a ese abuso de la estadística, la mayoría, conceptualmente es nada, es un padrón de performance ficcionado y vacío.

 Esta y otras problematizaciones incorpora el progresismo, o este tipo de gobiernos que reproducen discursos en nombre del progreso, y solo su soporte distorsionado del pasado de la izquierda le da sustento, sus expresiones van en una dirección diferente, y no resiste la propia noción opaca de progreso, es otra trayectoria, es otro campo perceptivo, no es una maniobra de giro para sortear un obstáculo ante la crisis de la izquierda, es otra dirección para colaborar en la reconfiguración del equilibrio del sistema capitalista, otro sistema de alternancia en la dominación, donde el mismo acudirá para despresurizar las tensiones en ciclos de crisis de dominación. 

No recurriré en argumentos, el propio artículo de Hoenir es más que elocuente, pero no estoy convencido de las “anteojeras” que tiene el progresismo, más bien, son dispositivos adecuados, y nada ingenuos, para proponerle a la derecha cierto disciplinamiento para seguir jugando en esta danza inmóvil, tanto unos como otros, se necesitan para hacer fluido el juego de las representaciones, sin dejar espacios vacíos, que puedan crear fisuras, donde crezcan accidentes incómodos para el funcionamiento eficiente del sistema político.

 

Tato López


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