29.ABR.21 | PostaPorteña 2201

La patria que nos quedó ( I )

Por R.J.B.

 

Todo pasa y todo queda…” O más o menos. Lo cierto, lo real, es que pasamos; eso de quedar, depende…

Pasar, pasó Cayo Octavio Turino, más conocido como Octaviano y para la Historia, el gran Augusto, primer emperador romano y el del reinado más prolongado. Había sido adoptado por su tío abuelo, Julio César, en el testamento que éste rubricara poco antes de ser ultimado y por ello, en el 44 a.C., se convirtió en su heredero. Pasó y quedó, igual que Marco Antonio, Cleopatra, Calígula, Claudio, Nerón, Agripina, Constantino y tantos más. Pasar, pasaron todos los soldados, centuriones y guardias pretorianos que, desde el oscuro anonimato, forjaron y sostuvieron el casi sempiterno poder imperial. Y pasaron los derrotados; los asesinados; los sometidos y ultrajados; los esclavos; los mutilados; las mujeres violadas; los niños y los libertos.Todos pasaron y, sin embargo, ¿quién los recuerda? No quedaron.

Pasar, pasaron -para quedarse- Atila, Napoleón, Gengis Kan, Süleiman I, Harald Harfagre, Drake, Franco, Stalin, Hitler, Mussolini, el emperador Hirohito, Harry Truman, Somoza, Videla, Idi Amin, Pinochet y muchos más. ¿Y cuántas las anónimas muertes que se esconden detrás de esos nombres?Millones que pasaron sin quedar.

Siempre nos toca regresar a la eterna dicotomía:víctimas y victimarios. Irónicamente, los últimos suelen ocupar un lugar en la memoria colectiva y se les recuerda. En cambio, la Historia se empecina en pasar por alto a las víctimas para asignarles, apenas, un cupo tan difuso como ignoto. En efecto, a los olvidados de todos los tiempos, no sólo les llegó la muerte en las circunstancias más atroces, sino que fueron condenados a formar parte del saldo macabro con el que el relato se cierra. Un número, una cifra que les abarca. Veinte mil, setenta mil bajas; a veces más y a veces menos. La aséptica matemática de la muerte se nutre de víctimas desconocidas. La leemos o estudiamos y lo peor, la repetimos con descuido. Medimos las guerras en base a fechas y nos concentramos en los personajes principales del reparto: ministros, reyes, presidentes, comandantes y políticos. El resto fue -o es- material de descarte. 

Un general sin ejército no es nada y un monarca sin vasallos tampoco. El capitán pirata depende de su ferocidad e implacable capacidad de mando para imponerse ante una tripulación que, en cualquier momento, puede amotinarse. Es la eterna ecuación de aquel que ejerce un liderazgo: dominar o ser desplazado. En estos tiempos, todo político que se precie de tal ha de combinar una fluida oratoria con la habilidad para enajenar ilusiones. También deberá dominar el arte de la improvisación para salir del paso cuando se le presenten situaciones incómodas. Aunque el nihilismo le agobie y el derrumbe resulte inminente, habrá de mostrarse tan seguro como optimista para no perder la confianza del electorado. Son las reglas del juego que él conoce y domina. Lo mismo aplica para sus colegas de todos los bandos.Una profesión -la de político o, si se quiere, de victimario- que no es para cualquiera y que, de alguna manera, se emparenta con el teatro. Actuar, adoptar un disfraz, elaborar un personaje, aparentar ser lo que no se es y representar un papel tan falso como ajeno a la verdad. 

Las reglas de un juego que nos obligan a jugar. Cada cuatro o cinco años, dejamos de ser espectadores y por un día -uno solo y nada más- se nos convoca para ser parte de la función. Pero pocos somos los que lo cuestionamos; la gran mayoría sufre y, a la vez, consiente -con docilidad de rebaño- esta infame parodia orquestada para que los victimarios continúen detentando el poder. 

Así fue siempre y así sigue siendo. Así era el mundo en el que nos tocó crecer. Un mundo convulsionado, en el cual los jóvenes se rebelaban animándose a soñar. Algunos con la paz y el amor como estandarte y otros dispuestos a derrumbar las viejas estructuras de la dominación. En ciertos lugares, la flor tenía la fuerza de un cañón; en otros, la esperanza se alimentaba con metralla y decisión. Lo último puede aplicase para este país durante los sesenta y principios de los setenta. Entonces, cabe preguntarse qué cosas hicimos mal y qué fue lo que falló.

Todo pasa y muy poco se ha logrado de lo que se buscó. Para la enorme mayoría de los sobrevivientes de esa generación, el saldo se traduce en recuerdos, sufrimiento y mucha frustración. Un gran aluvión de barro arrasó con las infatigables hormiguitas y su labor. Un aluvión incontenible cargado de atrocidad. Y en esos barros chapotearon los victimarios de entonces con sus perros de caza y todos los serviles alacranes que la Injusticia parió. También se embarraron -hasta el cogote- los cobardes, los mentirosos, los oportunistas y todos los miserables traficantes de miserias que han chapoteado hasta hoy. 

Barros de todo tipo en este chiquero gobernado por cínicos y farsantes que no han dudado -ni dudan- en subastar a este país al mejor postor. Barros pestilentes en los discursos de los que ahora están y de los que estuvieron antes.Barro en las historias mentirosas redactadas por quienes, estando en cautiverio, se cansaron de negociar y hasta delatar, para salvar el pellejo a costa de la integridad de sus compañeros. Los mismos que se auto proclamaron héroes de guerra y que, una vez que alcanzaron los más altos cargos gubernamentales, traicionaron todos los intereses de quienes decían representar. Lodo, demasiado lodo en la patria que nos quedó.

Montevideo, abril , 2021

R.J.B.


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