25.MAY.21 | PostaPorteña 2206

SIN CABALLO Y EN MONTIEL -I-

Por R.J.B.

 

De poco vale un paisano sin caballo y en Montiel.

Así dice el estribillo de la milonga del gran Atahualpa Yupanqui que, a manera de introducción, evoco para comenzar estas reflexiones. Pues muy poco -demasiado poco- vale la vida de un hombre al que el calendario sorprende de a pie, gastado por el tiempo y sin más montura que una obligada soledad. 

Sin canto pasaba el río, ¿para qué lo iba a tener? Ancho camino de fugas, callado tiene que ser.

Y la verdad, que hasta ahora he dudado si callarme, como el río de la canción, o ponerle voz -sin música- a lo que nos toca vivir. Soledad, dije antes, cuarentena o auto-reclusión, que de a poco, a todos nos fue llegando para sumirnos en una realidad inédita, que nadie pudo imaginar. El mundo de los humanos tiembla y a todos nos encuentra incrédulos, conmocionados, indefensos, a pesar de los discursos que, desde las alturas y en cuanto idioma pueda existir, nos convocan a mantener la calma y entonces, a aislarnos para evitar lo peor.

Discursos... Como siempre, oratorias serias y refinadas de los líderes mundiales. De los que pertenecen a las naciones hegemónicas o de aquellos que gobiernan en los países de rango inferior. Salvo un par de honrosas excepciones que han preferido privilegiar a los ciudadanos y no a la economía, los demás no pudieron -ni pueden- abandonar su infame condición de políticos y ensayando reacciones tan lentas como tardías, dejaron que el tsunami nos alcanzara con su devastación. Uno entiende que esta catástrofe no estaba en los planes ni del más pesimista y que estos muchachos que nos gobiernan, por más que lo disimulen, son los primeros en ser presas del pánico, pero eso no los exime de responsabilidades. Y es que más allá de quienes sobrevivan o no, lo que surge como conclusión es que todas las estructuras que sostenían al mundo colapsaron, poniendo en evidencia a los que, con gélida perversidad, lo diseñan y dirigen.

Se me podrá decir que siempre fue así, pero nunca como en estas últimas décadas la humanidad fue tan domesticada y dirigida, al punto de que nos volvimos barquitos de papel con los que juegan los dueños del estanque. Esos propietarios del mundo son los que programan nuestras existencias para volvernos cada vez menos libres, cada vez más obedientes y por tanto dependientes de las ficticias necesidades que nos imponen. Puede uno creer o no en las confabulaciones, pero el siniestro Club Bilderberg existe desde hace unos setenta años y ha continuado celebrando sus reuniones anuales -en las que participan las ciento treinta personas más poderosas del mundo- para decidir el futuro de la humanidad.

Asimismo, desde 1832, Skull and Bones (Calavera y Huesos) la sociedad secreta con sede en la Universidad de Yale -creada y estructurada para que de su seno puedan emerger las personalidades más influyentes en el escenario político de los Estados Unidos de Norte América- no ha cesado de conspirar. Clubes, sectas, logias o sociedades; selectas agrupaciones de hombres que, desde sus sitiales de privilegio, no descansan en su ambición por dominar las mentes, las almas y los recursos. Ellos y ellas -porque también hay mujeres- planifican nuestras actividades y necesidades; los tiempos de guerra y las épocas de paz; nuestros deberes y derechos; los descansos y las fatigas. En nombre de la modernidad globalizan la manera de relacionarnos e imponen patrones de conducta que todo lo abarcan, desde la forma de alimentarnos hasta la propia estética, pasando por la moda, el entretenimiento y el sexo.

Montiel hoy es el mundo, cualquier ciudad, una calle o esta casa en la que, confundido, aguardo por una esperanza que surja rauda como un corcel.

Paisanos desconcertados, todos los que, sin montura y entre cuatro paredes, se esmeran por no sucumbir. Los que rezan, los que descreen, los impetuosos, los que piensan, los conscientes, los que temen, los que sueñan, los que no pueden dormir, los impacientes, los que ya no tienen resto, los poderosos, los imprudentes, los que trabajan, los que no pueden trabajar, los indigentes y los que no entienden.

Todos enterrados hasta el pescuezo en las arenas movedizas de una plaga que alguien diseñó.

R.J.B.


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